Conspiración del Gabo

Hoy el Gabo siguó el camino hacia tu casa, parece que mi carro es tan voluntarioso como la dueña y decidió hacerse el que no sabe que esa casa ya no es mía. Quizás ya viene siendo tiempo de cambiar de carro, llevamos más tiempo de la cuenta juntos. Puede ser que el Gabo (y en parte es mi culpa por ponerle un nombre tan carismático), tiene personalidad propia y lo cierto es que recibía mejor trato de tu parte. Hoy se enojó conmigo el carro y se cerró prendido, con las llaves dentro y los limpia parabrisas encendidos. Quizás los carros, como los perros tienen edad humana multiplicada por siete y si es así el Gabo está acercándose a los 17, y es una edad difícil.

La cuestión es que el Gabo se confabuló con mis hormonas, con mi cumpleaños que se acerca, con la mierda de día que he tenido, con mi camisa nueva de paquete que ensucié con el blanqueador que usé para limpiar el inodoro, con el agua que no tengo porque mi casera olvidó pagar la fianza, con el Internet que decidió dejar de funcionar, con el módem que sencillamente se desprogramó porque aparentemente no le gusta el mes de noviembre, con el jamón de mi nevera que decidió dañarse cuando no tiene ni una puta semana de comprado, con mis amigos que se van de viaje, con mis amigas que están tan enamoradas que me dan ganas de vomitar, con un taller de cine exquisito que me tiene la sensibilidad de punta y a punto de estallar, con Bebe y Estopa que son los sustitutos de mi loquera que por lo que veo ahora también es sólo tuya, con mis perros que antes eran nuestros y que se han empeñado en comerse una pared por ninguna razón aparente. El Gabo se ha vuelto poderoso, y se pasa sacando recibos tuyos y cartas tuyas de debajo de las alfombras, el baúl las produce cual máquina de hacer dinero, estoy convencida de que el Gabo se ha confabulado con Dalí también, sí el carro de mi familia que al principio estaba destinado a ser mío y que a mí nada más se me ocurre nominar las cosas con semejantes nombres, Dios proteja de mí misma los hijos que algún día puede que tenga si no tienen un padre con suficiente carácter como para imponérseme. La cosa es que sospecho una conspiración donde se unen el banco, el mismo que se queda con la casa donde crecí, se une con mi jefe que no tiene la menor idea trágica, se une con mis pretendientes platónicos que en el fondo viven aterrados de mí y no los culpo, se unen a mi terrible forma de conducir, a mi desorganización, a mi bendita mala suerte y un día como hoy se puso de acuerdo el Gabo con las cuatro cervezas que me tomé, con mi terrible alimentación, con esta dichosa monga que jura que a va a vencerme a menos de una semana de mis 25 y por unos 123 segundos me dio nostalgia y permití que mi carro rebasara un semáforo más de la cuenta. Concentrándose mi cuerpo tan sólo en el no querer dormir sola este viernes. En mi cuerpo felino deseando ser tocado como necesidad cuasi biológica, en lo seguro que se sentía tu cuerpo, en lo feliz que me hacía ese torso caliente contra mi espalda, estuvieses sobrio o ebrio, fuesen la una o las cuatro de la madrugada, me hubiese acostado sonriendo o mordiendo la almohada de rabia, hacia ti, contra ti, a pesar de ti, por encima de ti, por ti…

Y me imaginé llegando a esa casa, de donde aún tengo una llave, entrando por la puerta sufriendo taquicardia, atravesando la sala casi jadeando, caminando ese pasillo cortito vacío que se me haría eterno y encontrando esa cama vacía, como casi siempre; vacía.

Y él me devolvió a mi casa derrotado, es que él sólo recuerda nuestra casa por fuera como tanta otra gente sólo por fuera, pero después de todo él se hizo gente cuando llegó a mis manos, es un acuariano total, terco pero llevadero, ya se irá haciendo a la idea, están yendo a terapia de grupo, a veces él con mis hormonas, a veces él con mi torso friolento, a veces él con mi vértice, a veces él solo. No se puede quejar vive más caótico pero más posible, más regado pero más querido, tiene un techo y tiene paz, ¿qué más puede pedir? El Gabo original escribió “la nitidez perversa de la nostalgia” mi carro es todo un Buendía. Igualito que José Arcadio que estuvo amarrado a un árbol tanto tiempo, que cuando lo soltaron se quedó a sus pies. Mi pobre Gabo se confundió por dos minutos, es que hace tiempo que mis perímetros no rozaban tus circunferencias, es que tuvo un día de pinga el pobre.



Bipolar




Me ha tocado vivir siempre en los dos lados,
casi siempre del lado que menos me convence,
que menos me apela, que menos me conmueve.

Y digo me ha tocado como cosa estratégica
para no asumirme vendida
para no entenderme cedida
para no aceptar que me he ido laxando
y que extraño mi rigidez.

Aquella rigidez con fundamentos
bordada de teorías.
Aquella rigidez apasionada
como todo lo violento
Aquella rigidez violenta
como todo lo apasionado

Y hoy lleno mi laxitud de argumentos
que se escriben con “e” de excusas
y me falta convencimiento
pa’ decir que me lo creo

Que me he mudado bastante a la derecha
por razones hipotecarias
por préstamos académicos
por responsabilidades contractuales
por obtener un grado en derecho

Que ya me he acostumbrado
a que mis tacos no resuenen
por estar trabajando en alfombras.
Y mi alma gitana se pasea en chaqueta
incómoda pero intacta
despeinada pero exacta.

Y mis revoluciones se reducen a palabras
es lo que hago con todo
con todo lo que amo
y con todo lo que me duele.
Lo pillo en un poema.
Lo congelo en una página.

Lo aprendí de un doctor,
el mismo que me declaró llena,
el mismo que me anunció vacía,
el mismo que me congeló las entrañas.
Me parece que todavía
algunas partes de mi cuerpo
lagrimean en cubos de hielo

Es parte de estar en este polo
que cuando hablo parezco parte
que cuando callo creo sospechas
que por mi ropa me declaran miembro
por como como, se nota que conspiro.

Intento no reírme
porque sólo sé hacerlo a carcajadas
sonoras, gritadas, vulgares,
no se puede ser soez y patriota
(aparentemente)
Nunca ha sido mi culpa
tengo la boca demasiado grande
el hambre demasiado corriente
las ganas casi casi “arrabaleras”
la sangre exagerada-mente incorrecta.

Y protesto quedándome sentada
cuando el gobernador entra por la puerta
y diciendo “la libertad” en vez de “del mar y el sol”
cuando una mezzo soprano canta el himno
y con un poco de disimulo
me saco la mano del pecho
en la segunda intervención.

Sintiéndome culpable porque soy católica
como versión oficial
que casi nunca se parece a la verdadera

Y en el fondo me gusta más
lo que dice el pastor que lo que dice el cura
y en el fondo me conmueve más
el himno en inglés que el turístico en español.

Y me aterra pensar salir en el periódico
vestida así en este lado del bando
con un reloj de diamantes en la mano izquierda
y una sortija artesanal en la derecha.

Tal vez me he convertido
en una hipócrita orgánica
en una bipolar medicada
en una farsa justificada.

Tal vez me creo guerrillera con manicura
es que es tan fácil confundir
la claridad con la locura.

Quisiera hacer algo grande
pero trabajo como una burra
y completo con fondos federales
lleno de “peros” mis paros
y lo que está hecho de incongruencias
lo reconcilio con falsas alianzas.


El ‘ay bendito’ me da trabajo
pero me da pena el país
que en boca del líder
la palabra patria se vuelve agua
y en boca mía es un mero susurro
en vez de “del mar y el sol”
“la libertad, la libertad”
Un trasgresión cortita sin efectos
y cruzo los dedos mientras transgredo
doblando con la boca:
"... ansionsa la libertad"

-Fingers crossed just in case.-

nana de niños genio


Hoy voy a ver a mi niño y tengo el corazón contento
Y uso la palabra corazón con el permiso de mis maestros
Porque ese niño me vuelve cursi
Me pone idiota
me vuelve madre.
Convierte mis rabietas en canciones
Mis perretas las vuelve nanas.

Hoy voy a ver a mi niño y tengo miedo
Miedo de que en tres meses ya tenga nuevos lunares
Miedo a que no le brillen los ojos como antes
Ese niño tiene memoria mágica
Lo sé porque yo también la tengo
y él es mi compinche sagitariano

y cuando tenga veinticinco
tendrá la bendición maldita
de recordar lo que le pasó a los cinco
y cuando mucho antes de sus veinticinco
ame con tanta fuerza que le duelan hasta las uñas
podrá cerrar su amor como se cierran los ojos
porque yo también podía y puedo hacerlo.

Tengo miedo a que me pregunte
Cosas que no sé contestarle
Y no hay nada más probable
Tal vez me pregunte por qué papá ya no me habita
O quizás él me explique
Los niños genios son formidables

Voy a mantener su amor
Con las estrategias más baratas
Llevarlo al cine, comprarle juguetes
Dejarlo que se llene la cara de mantecado
Y si nada de eso funciona
Trataré de decirle sin llorar
Lo mucho que lo amo
Lo mucho que extraño esa risa en las mañanas
Esas carcajadas sanadoras
Esos abrazos como los míos
Tan llenos de amor,
tan fuertes y dolorosos.



De-espacios y vacíos...


Tal vez la vida es esto. Emocionarse por llenar una nevera de cosas que a uno le gusta. Tal vez la plenitud está en estirar el cuerpo completo en la amplitud de una cama vacía. Y aprender técnicas de nivelación como dormir cada noche en un lado diferente por aquello de un día no entrar y ver la cama completamente ladeada hacia la izquierda.
Tal vez voy aprendiendo a desarrollar sistemas nuevos de supervivencia, de engaño, de soluciones temporales cruzando los dedos por que lo sean.
Tal vez los ojos se llenan de ver hombres hermosos con barrigas perfectas y nombres impronunciables en la pantalla de un cine o un televisor. Quizás todo funciona con mayor agilidad cuando las distracciones de uno son un caso petrolero que no apela a la más ínfima fibra de sensibilidad humana. Quizás para que el verbo de conmoverme se logre únicamente con un testigo maltratado por una jueza neurótica y las apariciones en nuestra oficina de un abogado hermosamente negro que tiene la delicadeza de comprar botellas de agua después del almuerzo. Tal vez necesitaba una buena excusa para volver a salir en noches de semana como si los años no hubiesen pasado. Como si yo creyera en las mismas cosas. Como si no necesitara cuatro veces el alcohol que necesitaba antes para cometer una estupidez. Como si no sintiera el maltrato en el cuerpo cuando intento pensar en las mañanas frente a un ordenador.
Tal vez me venía tocando ya. Tal vez venía siendo hora de hermanarme con las mujeres de mi vida de nuevo. De abrazar a mis mujeres nuevas que me van simplificando la existencia de maneras insospechadas. De vivir a través de esas emociones que ya no me salen tan espontáneamente. Quizás me toca dirigirles sus malas decisiones y saboreármelas como si fueran mías. Tal vez me toca divertirme dirigiendo sus juegos de palabras y seducciones, de bodas y mudanzas, de rupturas y despedidas de solteras. Tal vez me he vuelto una Pilar Ternera a quien le hace feliz saber que otros son felices y retozan en sus hamacas.
Tal vez me llegó el tiempo cerca de mi cuarto de siglo de dormir donde dormí de niña por suficientes semanas como para recordar que alguna vez lo fui y que aunque la pobre está apaleada y aterrada, sigue estando allí.
Tal vez es tiempo de enseñarle a mi cuerpo a pasar hambre. A educar a mis apetitos de una buena vez. A satisfacerme con insinuaciones, con invitaciones holográmicas, con provocaciones que en el fondo no tienen la menor intención de realmente ser. De jugar a escribir palabras en el móvil y mantener a mis fantasmas a la distancia de un teclado.
Tal vez es tiempo de recordarle a mi vientre que bailaba antes y después de estar vacío. De peinarme uno que otro viernes y al menos 21 días al mes usar ropa interior como si alguien la fuese a ver.
Tal vez es la época de sacrificar el dinero del cable y pagarme un masaje o dos al mes. Sigo siendo felina después y sobretodo antes de todo.

Quizá por ahora la estrategia de pensar en divisiones hipotecarias y la pérdida de un plan médico es la más adulta que se me ha ocurrido. Quizás ignorar las ansias de llorar con la misma maestría que ignoro el hambre tanto antes de acostarme, como en el mismo medio de la noche. Quizás es lo saludable y lo correcto. Tratar a mis perros como si fuesen humanos porque después de todo son mi comuna y la ficción jurídica de que técnicamente alguien me espera.
Tal vez es hora de hacer las paces con el silencio, con el mío que es muy distinto a aquél. El mío que está más lleno de voces que una casa con una docena de infantes.
Quizás la felicidad se reduce para gente como yo a no secarse cuando uno sale del baño y que nadie te hinche las pelotas por los rastros de agua limpia que te siguen por la casa. Quizás sí necesito tantas tantas cosas, que por mi característica testarudez lo quiero todo o nada. Y ganó esta última.
Quizás se me hace más fácil sonreír en un apartamento lleno de cuadros en las paredes aunque no tenga una silla y una mesa dónde comer. Cuadros o de mujeres desnudas o de tacones, porque quizás es mi forma de marcar territorio… un espacio lleno de palabras (escritas porque estoy sola), lleno de amor (perruno porque estoy sola), lleno de mí (porque estoy sola) y la palabra sola me dan ganas de llorar porque me parece hermosa. La práctica hace la perfección después de todo, inclusive en esto.
No me enrabio cuando algo se rompe, no me irrito cuando algo se mancha, me río cuando algo se pierde, suspiro cuando algo no prende, no lloro cuando nadie llega, porque llego yo y la casa parece completa.
En menos de un mes cumplo años y me da tristeza que no voy a recibir flores, acto seguido recuerdo que hace años que no las recibo y decido hacer algo grande, quizás celebrarme dependiendo como amanezca. Probablemente como siempre desayunando chocolate y quizás tirarme de un avión con paracaídas como regalo a mi cuerpo, un recordatorio contundente de que aún vibra. Quizás algo más profundo como marcarme, tatuarme para dolerme y recordarme que hay dolores más agudos, más físicos, más científicamente explicables y que tienen un principio y un final específico. Y mirarme en el espejo y ver una marca hermosa, sublimemente superficial, verme adornada y adolorida y tener la certeza que en mi próximo cumpleaños ya no parecerá ni siquiera una herida.

Diluida

Ella no se cortaba las puntas del pelo. Nunca se tragó la idea esa extraña de que cortando las puntas se estimulaban las raíces, no cedía ni ante evidencia científica de que las plantas y los árboles actuaban así. No usaba marrón, ni estampados con estrellas, ni charol, ni combinaba más de tres colores, ni usaba dorado, ni curduroy, ni velvet. Todo por principio. Estaba llena de principios, de certezas, de teorías con o sin fundamentos. Creía en tantas cosas, en la astrología, en las almas gemelas, en la literatura, en la patria, en la independencia, en la belleza de lo sencillo, en la poca importancia del dinero, en la carencia absoluta del temor de hacer el ridículo. Medía cinco pies durante el día, semi descalza y de noche medía cinco o seis pulgadas más. No salía sin delineador, es más no despertaba al lado de nadie sin tener el lápiz debajo de la almohada. Se bañaba con agua fría, más bien helada. Comía de todo, sin importarle absolutamente nada, bebía de todo, con una particular tendencia a los licores masculinos. Era elástica y parecía incapaz de sentarse como una damita. Era brillante, o al menos eso se creía, eso decían. Era una comediante innata, podía hacer reír a casi cualquier ser humano, y lo mejor de todo era que lo lograba casi sin proponérselo. Coqueteaba casi por reflejo. Le dolían: el hambre del mundo, el racismo, el prejuicio, la homofobia, la falta de acceso a la educación, la desmoralización de su isla, la mentira, la injusticia, las enfermedades, le dolían, por más lejanas que le fuesen todas. Amaba su país, como uno ama a su primer amor, sin ningún límite porque no se conoce otra forma de hacerlo. No se peinaba y se asoleaba con refrescos de soda, siempre quedando color caramelo. Nunca se había pintado el pelo, no creía en las uñas postizas y le aterraba cualquier profesión que requiriera una chaqueta.
Quería viajar, conocer el mundo, costásele lo que le costase, aprender idiomas como sólo se aprenden honesta y permanentemente; por necesidad.
Era apasionada, tan apasionada, que parecía que se tragaba a sus parejas, los absorbía y poco a poco dentro de ella le parecía que desaparecían. Como se beben las copas, como se acaban los libros, como se acaban las canciones.
Ella no quería que la amasen muchísimo, quería amar muchísimo y sentirse adorada, que no es lo mismo. No le interesaban los trucos detrás de la magia. Le gustaba el espectáculo, la expectativa, la tensión, los subibajas emocionales, los escalofríos. No le interesaban los juegos de las manos del mago, ni los trucos de iluminaciones, ni las cajas con puertas secretas. Quería magia, durara lo que durara, estuviese hecha de lo que estuviese hecha.
Amaba los libros, no el objeto, si no la puerta que se abría en las novelas, esa vida de otros que se volvía propia, por algunos días, por lo que durara el viaje, ya fuesen 100 o 550 páginas. Cuando le gustaba una frase, rompía la página, no había forma que se perdiera la marca. No importaba que fuese una edición de colección. Escribía poesía, más que cualquier otra cosa, le salía natural. Jamás mecanografiaba poesía, eso era asesinarla desde el principio, la poesía estaba hecha a lápiz y papel.
Ella se pasaba cantando, delante de cualquiera, se sabía la letra de más canciones que probablemente cualquier otra persona que le duplicara la edad, otro de sus dones inútiles decía ella. No cocinaba, ni limpiaba, ella estaba hecha para mayores cosas.
No se peinaba, ni hacía ejercicios y una vez un amante le dijo que si se ejercitara, hubiese tenido el cuerpo perfecto. Y ella le dijo que hasta ahora no había tenido quejas de aquella versión imperfecta. Y así desechaba cuanta crítica recibiese, porque se sentía grandiosa y no había nadie que mereciese cambiar esa percepción, absolutamente nadie. Estaba llena de teorías.
Creía en Dios, más de lo que se permitía confesar, rezaba a diario, un par de veces, a su forma, por supuesto. Estaba orgullosa de su voluptuosidad, de la inmensidad de su boca, de la escasez de su pecho, de la longitud de su cuello, y hasta de la fealdad de sus pies.
Estaba orgullosa de su cabeza, de su cabeza dura, centrada, cerrada en ocasiones pero amplísima en tantas otras. Era difícil de escandalizar. Se le hacía demasiado fácil perdonar. Pero tenía totalmente delimitado todo aquello imperdonable. Tenía una mala suerte relativa. Todo le daba más trabajo de lo usual, pero al final los resultados solían ser mejores de lo habitual.
No quería casarse, no quería tener hijos, no quería tener dinero, quería un doctorado. No para poner una “d”, una “r” y una “a” delante de su nombre. Sino por el placer que se imaginaba que sería dedicar casi una decena de años a leer, leer literatura!
Quería ser una peliona toda la vida, discutir temas políticos en las bohemias, cantar hasta cuando desconocidos la oyesen, vivir sin peinarse, sin planchar la ropa, con pocos lujos y muchos placeres, con pocas pertenencias y centenares de viajes. Ella no quería ser madre, no quería ser esposa, ni siquiera le interesaba tanto ser amiga, ella quería ser amante y no en la acepción de adulterio más bien en el marco de amar como si fuese algo a lo que uno se dedica y recibir lo mismo como compensación. Porque ella sentía que lo hacía bien, la entretenía, la mantenía ocupada, la enfocaba, la obligaba a quedarse en un lugar, a establecer una ruta. Cuando no tenía pareja se desbocaba, no podía parar de hacer cosas, de buscar pasatiempos, de aprender lenguajes, leer libros, ver películas, ir a lugares, comprar pasajes, ir a fiestas, beberse todo lo que su torrente sanguíneo le permitía. No era que se sintiese sola, era que su intensidad se desparramaba, que su cerebro tenía demasiado tiempo para crecer. Cuando andaba sola, las camisas eran más cortas, las pantallas más largas, las salidas más continuas, las carcajadas eran más sonoras y sus discusiones con el mundo también. Ella estaba llena de teorías. Ella confiaba en sus habilidades amatorias, en su capacidad de cambiar a la gente, de afectar su medio ambiente, de encontrar poesía hasta en las calamidades y cuando algo muy feo le pasaba, escribía algo tan hermoso, que parecía haber valido la pena.
Era lo único que le tentaba de la maternidad, poder escribir sobre eso. Lo mismo con los tatuajes y la tentación de lanzarse al vacío, porque tenía muy pocos miedos y eso es siempre muy peligroso. No tenía muchos amigos, eso pensaba, pero conocía mucha gente. Tenía muy pocas lealtades y por lo mismo muchas menos preocupaciones. No tenía tacto ni filtro y era capaz de decir lo que fuese a quien fuera. Andaba con una navaja en la lengua, siempre tenía la contestación a medio salir. Tenía un apetito voraz, en todos los sentidos posibles, nada parecía llenarla, y por más que leyera, por más que comiera, por más que cantara, por más bocas que espulgara, siempre estaba insatisfecha. Por lo mismo, se levantaba todas las mañanas con una emoción grandísima de que tal vez ese preciso día podía encontrar aquello que pudiese darle sentido a todo y por lo mismo todas las noches se acostaba un poquito derrotada. Todas las mañanas se tocaba el cuerpo completo y se daba cuenta de nuevo de que estaba completa, que lo tenía todo y aún así no era suficiente. Y esa sensación de seguir necesitando, la volvía a levantar, la ponía a cantar, a leer el doble, a debatir con gente inteligente para salvar el mundo, a comerse la boca de alguien porque por algún sitio se tenía que llenar.

Algunas mañanas me pregunto, qué habrá sido de ella, si estará presa debajo de una chaqueta, diluida entre mi columna, con muchas menos certezas y el doble de las teorías. Me pregunto si mi comediante es ahora un mimo triste que intenta gritarme sin voz.

duelo

Ya puedo pronunciar tu nombre,

no porque duela menos,

sino porque alivia un poco.

 

Hace cuatro semanas y un día

que ya no estás.

Y todavía te hablo como si estuvieras.

Todavía abro la puerta esperando verte,

todavía me imagino tu silueta en el pasillo.

Y tengo la impresión de que ese pasillo crece,

porque todos los días lo veo más infinito.

 

Todavía se siente un vacío,

una ausencia terrible.

Y sentirme triste

porque no te tengo,

me hace estar menos sola.

 

Y ese espacio tuyo ahora está lleno de dos presencias

y ni siquiera multiplicando los seres,

ni siquiera con el doble del ruido,

Con el doble del trabajo, con el doble de los tropiezos

se reduce ni un porciento la certeza de que no estás.

No estás detrás de mis talones,

no estás frente a mi puerta .

Y quisiera creerme eso que siempre digo:

que el amor es como la energía,

que no se pierde ni se destruye;

se transforma

 

Se que estás transformada,

indudablemente en algun lugar lo estás.

Soy yo la perdida,

la destruída,

soy yo porque no soy ni amor ni energía.

 

Te veo mirándome desde la puerta,

como si hubieses sabido,

como si tus presentimientos fueran más sabios que los míos.

Y recuerdo verte feliz, más feliz que nunca,

más rápido que nunca,

casi casi volando,

casi casi bailando en círculos alrededor de nosotros.

Casi casi como un conjuro,

como un ejercicio mágico

como si te llevaras todo,

como si fueras capaz de absorber:

las maldiciones, los daños, las mentiras, los rencores.

Como si te lo llevaras todo,

como si pudieses salvarme,

como si fueses mi amuleto de la suerte,

un cuarzo de todos los colores.

 

Prefiero creerme que tenías una misión suicida

de esas llenas de honores y salvaciones

y no que un descuido,

una prisa asesina,

una desidia vecina,

te arrancó sin propósito.

Justo frente a mis ojos,

un primer sábado de mayo,

sin lluvias purificadoras,

 con un maldito sol de aliado,

con un grito amado que decía: Dios Mío

casi herético para algunos

porque los dolores debieran ser todos humanos

cuando no lo son no tienen mérito.

 

Y entendí la locura,

entendí las pasiones suicidas

y entendí lo gritos funerarios

y entendí la sombra de la muerte

enredada en la garganta.

Y peleé con Dios de nuevo,

que está harto de mis rabietas.

Y no supimos llorar juntos,

porque hay dolores que no pueden combinarse.

Y quería tirarme al agua,

quería comerme la tierra,

quería arrancarme el pelo.

 

Y todavía, amo mucho menos mi casa,

cierro un poco los ojos cada vez que la bordeo

y sé que algo debo de estar pagando

mi culpa católica es indomable

y mi tristeza inefable

una tristeza larga,

de esas que se muerden la cola

y me arrepiento de tantas cosas;

de minutos que llegué muy tarde

de precauciones que no se tomaron

de caminatas demasiado cortas

de regaños demasiado gritados

y ahora no me importan las sandalias rotas

ni los cables destrozados

ni los cientos de dólares invertidos

porque daría cualquier cosa por ver esos ojos de nuevo

por olerte otra vez la boca,

por cantarte nanas, por inventarte más versos,

no de estos versos horribles,

los poetas odiamos las elegías propias.

 

Porque llorar ya no es lo mismo,

cuando tú no bebes mi tristeza.

Y sí, me he vuelto cursi

y sí, canto mucho menos.

Y no, no quiero amar igual de fuerte,

no creo que pueda de todas formas,

no creo que deba, por órdenes médicas.

No hay pastillas felices, ni aspirinas,

ni placeres extáticos, ni melatonina,

que diluyan naturalmente la pena.

 

Me niego a soluciones químicas,

que me alivien el dolor,

me pregunto dónde se guarda el dolor

cuando se cubre de antidepresivos

dónde lo esconden y por cuánto tiempo

y qué pasa cuándo regresa

¿no será el dolor como los ríos?

que siempre vuelven a su cauce

y cuando menos uno lo espera

se rompe la represa

con toda la intensidad

que se ha ido acumulando.

 

Son 29 días, y he llorado 24.

Mi edad se multiplica,

se nota alrededor de mis ojos.

Le he perdido el miedo a tantas cosas.

Benedetti decía gracias a Dios que tengo la poesía,

me imagino que se refería

a que evita un poco la violencia,

la distrae, la disimula.

Yo he ido aprendiendo a distribuir mi rabia.

Intento usarla con sabiduría.

Estoy esperando a terminar mi cuota.

Es un conteo regresivo, como todo.

 

Seis meses de duelo dice mi loquera.

Algunos piensan que es sólo una acumulación de pruebas.

La gota que colmó la copa, que pudo haber sido cualquiera.

Pero no lo fue.

Es una tragedia.

Solita, independiente, poderosa.

Destructora, despiadada, agonizante.

Una tragedia de un sábado cualquiera.

Otra derrota para una temporada desastrosa.

Una tristeza que no quiero combatir.

Combatirla sería olvidarte.

Y olvidarte sería terminar de perderte.

 

 

 

pérdida

Tengo 24 años y es la primera vez en mi vida que tecleo mi edad llorando.  De vez en cuando me alivia cuando hago algo por primera vez porque para mí uno es joven mientras queden cosas que hacer por primera vez. Hace tres semanas obtuve un resultado positivo de embarazo por primera vez. Y hace tres semanas me hice tres pruebas más para estar segura.  Hace tres semanas lloré por primera vez porque iba a ser mamá y la idea me aterrorizaba.  Hace tres semanas le dije en una tarjeta al hombre que llevo amando por casi cinco años que íbamos a tener algo nuestro, algo no planificado, algo no buscado, pero nuestro y hace tres semanas le vi una felicidad en los ojos que nunca antes le había visto. Desde hace tres semanas mi papá sonríe como hace tiempo no le veía sonreir.  Yo tenía miedo, mucho miedo.  Miedo porque trabajo y estudio. Miedo porque la casa no es suficientemente grande. Miedo porque no sabía si la relación era suficientemente fuerte para aguantar algo así. Miedo porque no tenemos dinero. Miedo porque soy sagitario y el cambio me da mucho miedo. Nacería un 30 de noviembre de 2009, concebido y nacido el mismo año. Sagitario como yo.  Dejé de beber, me chupé una monga a lo macho, sin un sólo medicamento.

No se vió nada en el primer sonograma y me dijeron que podía ser una de tres: o me embaracé tarde y me enteré demasiado temprano (lo cual explicaría que el ritmo fuese totalmente inútil), que fuese ectópico (idea que cancelé desde el principio) o que fuese múltiple, intenté descartarlo pero tengo que confesar que era lo más compatible con mi suerte habitual.

Me sacaron sangre como cinco veces buscando proporciones de hormonas, hasta la vida es así de calculada. Esa hormona hcg, debe duplicarse cada 48 horas. En mi última visita el lunes pasado, me dijeron que había subido como se suponía.  Empecé a buscar nombres, a ver cunitas, a ordenar moviles de mariposas para poner en el techo, tenía sueño todo el tiempo y mi esposo le hablaba a mi ombligo por las noches. Llegaba más temprano y me miraba como si yo tuviese una constelación de estrellas por dentro. Hasta la sicóloga nos dio medio de alta cuando nos vio. Nos dijo que nos veiamos más relajados, más felices. Me dejé de preocupar por los viajes que no iba a dar,  me compré jabones de manteca de cacao, emepecé a tomar más agua y vitaminas, a tomar ácido fólico y a permitirme comer lo que se me viniese en gana. Decidí decírselo a mi jefe, aunque no me diera la permanencia nunca. Le dije a mi esposo que le hiciéramos una cuenta de ahorros tan pronto naciera para que no se le hiciera todo tan difícil como a nosotros. El me dijo que nos fuéramos a un hotel antes de que la barriga estuviese dificil de manejar, que cenáramos rico, que sacáramos tiempo para nosotros.  Que cuando naciera nos iríamos a tatuar, como siempre habíamos dicho. De momento todo tenía sentido, todo parecía congruente, Dios tiene un sentido del humor negro pero no tan cruel como el mío; me dije. Como siempre me pasa cuando le doy el beneficio de la duda a alguien, me equivoqué.

Empezamos a recoger la casa, mi amiga de toda la vida vino a ayudarme a hacer un resaque de clóset. Un jueves santo, día de limpieza en esta casa. Y comencé a sangrar. De poquito en poquito primero, nada muy alarmante. Aún así llamé al médico y me mandó a acostar. Y yo reza que reza, de poquito en poquito, tampoco muy alarmante aparentemente.  Y así estuve más de 38 horas, acostada, metiéndome progesterona cada 12 horas y a veces un poco antes, para ver si paraba de sangrar.  Y me empezó a doler, de montón en montón. El doctor ya me había dicho que el cuadro no pintaba bien, 50/50 de probabilidades.  Por eso no apuesto, si mi probabilidad es 50/50 es una pérdida segura. Y así fue.

Es irónico como al principio no podía pronunciar estoy embarazada y ahora lo otro ni siquiera lo puedo refrasear. El embarazo al menos lo decía de otras formas: vamos a ir 1.15 personas, buena suerte titi, vas a ser abuela, no puedo ir al viaje en diciembre porque voy a estar recién paría, mi cumple #25 estaré a punto de reventar, no puedo beber nada que no tenga 400mg de ácido fólico por volumen,  etc. etc, etc.
Y me da tanta pena, no conmigo que he tendido (perdonen mi lirismo) un año de pinga. Me da pena porque odio que me desilusionen y por encima de eso odio desilusionar. Y la gente que más desilusionada está, no se dan ni la oportunidad de echarse a llorar porque sienten que me tienen que cuidar. 

Los niveles de hcg bajaron. Selección natural dice el médico. Uno de cada cinco embarazos se pierde. Si mis chances son 1 de 5 también pierdo, recién me entero. Él doctor dice que aunque yo llore o pataletee, él celebra porque preño, porque sabemos que me embarazo. Que ahora si voy a seguir buscando . . .  pero es que yo no estaba buscando nada. Es que yo le busqué y le encontré una razón teológica a todo esto para entenderlo, aceptarlo, pero ya había pasado la etapa de aceptación y estaba en la puta etapa feliz que siempre es la más corta. Mi esposo, metió toda su felicidad recién convertida en tristeza y se la tragó, me metió a la ducha, me bañó y me secó el pelo sonriéndome y sin mediar palabra. A mí nunca me consuelan las desgracias ajenas y si lo uso para consolar a alguien es que no encontré otro recurso.

Es domingo de Pascua y no lo voy a decir en español para no ofender a mi abuela, creo que sólo se puede ser hereje en castellano castizo. I’m fucking pissed off at God.
A veces pienso (pero es uno de esos pensamientos que mi formación católica cancela por culposos) que no le puedes demostrar a la vida que te gusta mucho o valoras mucho algo, porque indudablemente te lo va a quitar… es una mala traducción porque realmente las herejías las pienso en inglés, me siento menos culpable en inglés.
“Don’t let life know that you really want something, because she will take it away from you, she’s a woman and a mother after all.” -Yo

Probablemente me está salvando de algo peor, de un niño enfermo, de un embarazo terrible, qué se yo, en el fondo lo sé pero necesito sentir rabia ahora, necesito tener coraje porque soy una inútil cuando estoy triste. Yo soy cruel, siempre lo he sido y la condición empeora mientras tecleo.  El doctor me explicó la selección natural. La selección natural es de mis principios favoritos, después de Murphy claro está. Pasa en las tortugas, en los perros y hasta en los elefantes. Pero yo nunca he escuchado de un elefante que mire cunas en forma de Arca de Noé, no he escuchado de una tortuga que llame a sus amigas a decirle que van a ser titis, no he escuchado que un delfín abrace más y mejor a su pareja porque está encinta y mira que yo leo información absurda.

Tengo una receta de unas pastillas antiprogesterona, para que ayuden al cuerpo a eliminar lo que formó. La cosita humana que empezó a formarse dentro de mí, que termine de diluirse.  Unas pastillas que la gente usa como método abortivo. Prefiero la selección natural y si me raspé una monga, con dolor en el cuerpo y en las coyunturas, sin casi poder respirar y con una tos infernal sin medicamentos para que ese cuasi bebé no le pasara nada. Me voy a chupar este dolor como Dios manda también porque en el fondo es un alivio.  He sentido tanto dolor emocional últimamente y nunca sé bien dónde lo siento. Decimos que nos duele el corazón, porque es lo que bombea sangre, el motor del cuerpo y como nos gusta pensar que el amor es el motor de la vida, ya está, analogía fácil.

A mí me duele el vientre, como si me lo estuviesen acuchillando, así que tal vez mi alma se mudó ahí hace 7 semanas.  Aunque mi bebé no se le llegase a formar el corazón. Tal vez lo tenía en forma de espiral, alejándose cada vez más del punto de partida. O tal vez como los elefantes tienen sus brújulas vitales con la forma del símbolo del infinito, regresan a donde nacen para morir.  Los médicos dicen que antes, las mujeres tenían abortos naturales a cada rato, lo adjudicaban a un atraso prolongado y luego un periodo abundante. Sostengo mi postura sobre la hermosura de la ignorancia.  El alivio que yo sentiría si fuese tan sólo eso, un atraso de más de un mes y un periodo terrible. Pero nunca he tenido la suerte de no saber, siempre sé, sé de qué tamaño era, sé cuándo llegaba, sé cuántas semanas tenía, y hasta sé como mi vida pareció cambiar tan sólo por saber que se formaba en mí. Tal vez mi bebé era del tamaño de un guisante pero tendría corazón de elefante y murió donde mismo se formó. 

arisca


Hay gente que tiene ciertas influencias en mí, que ni yo misma entiendo. Cuando esto me ha pasado el 98% de las ocasiones son hombres. No sé si se debe a que las cosas simples me bloquean, me aturden, me embrutecen. Si me pides el resultado de 8x7 inevitablemente en mi mente multiplico 7x7=49, entonces le sumo 7 y por fin llego al maldito 56 que nunca aparece como un reflejo en ningún lóbulo de mi cerebro. Sin embargo si me planteas uno de esos “ problem solvings” larguísimos donde te preguntan, si Jaime es mayor que Juan 4 años y Pedro el menor que Jaime 2 años, y Marcos es menor que Juan pero mayor que Pedro por año y medio y la suma de todas las edades es 78, cuántos años tiene Juan??? Por algún misterio homeopático puedo resolverlo.

Pero hay ciertos seres que inutilizan mi inteligencia. Antes pensaba que era mi corazón, mi sentimentalismo que tenía un poder limitante sobre mi raciocinio. Sin embargo hoy tengo la certeza de que mi debilidad está en la piel. No sólo porque mi piel no produce suficiente melanina y me salen paños cuando tomo Sol, lo cual es siempre porque: #1 me encanta broncearme y #2 porque tengo la caprichosa alergia al bloqueador solar que me imposibilita protegerme sin sentir que estoy siendo frita o torturada con aceite caliente.

Mi piel me debilita porque soy felina. Tengo la necesidad esa innata de los gatos de ser tocados. Me restrego contra la gente. Sin embargo me cohibo muchísimo de andar repartiendo mimos por el mundo. Es más por lo regular me pongo arisca. Cuando la gente me abraza no sé qué hacer, mi torpeza se ensalza y me salgo del intento de abrazo antes de tiempo, no sé moverme si tengo un brazo encima. Esto lo descubrí tarde, como casi todo en mi vida. Así que cuando quiero a la gente, la pellizco, los aprieto, les halo el pelo, les muerdo un hombro, les hago llaves de lucha libre. La ternura me cuesta. Entonces cuando pongo en práctica toda la terapia mental que me doy para rescatar la feminidad que debe estar sumergida bajo mi fuerza que a veces pienso que está hecha de testosterona y me lanzo a acariciar y no me responden; en vez de alejarme cabizbaja y con el rabo entre las patas, me desboco. Porque soy excesiva. Soy testaruda. Me creo invencible. Soy medio hombre y cuando me rechazan me creo que es una invitación. Cuando me ignoran lo tomo como un reto. Y apuesto a mí.

Y es que mi piel, como es mía, de tal palo tal astilla, siempre tiene hambre. Una tristeza profunda me cierra el estómago pero me abre la piel. Una amiga futura doctora me dijo, justo lo que necesitaba oir de la estudiante de medicina que nunca seré, el cuerpo es perfecto, la piel deja entrar y salir lo justo, lo necesario, lo que puede manejar. Mi piel padece de escasez. Mi piel es seca y si le pongo una cantidad mediana de una de esas cremas de olores imposibles, puedo ver cómo mi piel la devora, la desaparece, se la traga. Por eso no me duran los perfumes, ni los maquillajes, mi piel decide ser impermeable y a diferencia de las cremas a quienes mi piel se chupa, mi piel se vuelve resistente a los colores del maquillaje y al alcohol del perfume. Por eso si quiero que un perfume me dure, me tengo que comprar el dichoso kit de shower gel, body cream, splash y perfume, porque si no, el aroma sencillamente rebota. Y no huelo a nada.

Mi piel sufre de escasez; casi no tengo lunares, los puedo contar con los dedos de una mano, casi no tengo pelo, mi piel es desértica. Entonces de ahí debe venir esa tendencia a traicionarme. En que a mi piel al igual que yo le falta orgullo y le sobra apetito. Mi árbol favorito es el sauce llorón, y lo que me afecta de él, porque todo lo que nos gusta es porque nos afecta de algún modo, no es su aparente tristeza, ni su nombre profundamente melancólico, es esa sed perpetua que el pobre tiene. Por eso los sauces tienen que estar cerca de cuerpos de agua. Alguien me dijo una vez, (porque soñaba con tener algún día uno frente a la puerta de mi casa), que sus raíces destruyen las tuberías, si no tienen agua a su alcance, destruyen lo que está en medio para conseguirla.

Soy un signo de fuego, lo que podría explicar los designios erráticos de mi piel y comparto mi vida con un signo de tierra. Lo podemos ver de diferentes formas. Cuando hay fuertes incendios forestales los apagan con sacos de tierra. Pero por otro lado qué es un volcán sino un montón de tierra encubando otro montón de piedra derretida, caliente, fogosa. Un volcán con el que se puede vivir tranquilamente por años, cuidado si por décadas. Y el día menos pensado, sin ningún tipo de aviso metereológico explota y comparte su fuego con sus alrededores, se derrama, se libera. Le tengo terror a los volcanes. Será porque no los conozco o porque me parecen demasiado conocidos.

Hoy amanecí acuosa. Será porque es domingo y los detesto. Relaciono el agua con la tristeza. El aire con la libertad. El fuego con las pasiones. La tierra con la permanencia. Detesto el estado de reposo de los domingos. Lo infalible del lunes. El aire de despedida que tienen. La inercia esa que me corta la respiración. Por eso me gustan los jueves, su sabor a anticipación. El derecho que nos da a mí y a mi piel de sentir sed y complacernos. El aturdimiento con el que consigo ignorar las palizas emocionales, los ayunos de afecto y sólo recordar esa hambre mañanera que es lo que abre mis ojos en las mañanas. Hambre. Un hambre capaz de derrotar a la poca lógica que he podido ir reuniendo. Y es por eso que a través de mi vida, en diferentes temporadas alguien ha tenido el poder sobre mí, de imposibilitarme el detenerme, el parar, el analizar. Y de pronto no importan las justificaciones, de pronto no importa si ya no me parezco a lo que quería ser, no importa si a cualquier amiga la reprendería por mi comportamiento, no importa. Porque es como el chocolate. No puedo decirle que no. Nunca parece ser suficiente. Nunca me empalago. Nunca me canso, nunca me hastío y lo peor y mejor de todo es que nunca me satisfago. No es casualidad que el verbo satisfacer sea de los peores para conjugar. El lenguaje, al menos el nuestro no es arbitrario, está lleno de causalidades y conexiones maravillosas. Satisfice, satisfago, satisfaré. Parece una burla. Y tan imposible es de conjugar como de realizar. Y mi piel por extensión no se satisface. Como cualquier compulsivo, como cualquier adicto, como cualquier dependiente de cualquier cosa, se le escapa el control. Y por eso mi piel es maquiavélica dentro de su condición. Predice, calcula, se autosuministra las dosis necesarias para engañar el metabolismo, se prepara para invernar, porque a eso hemos llegado. Y cuando mi piel no consigue lo que quiere, porque después de todo tengo buenos genes en cuanto a juventud y mi piel es una niña engreida, que pataletea y se deprime cuando no le dan lo que busca… y cuando mi piel se deprime nada más funciona. El resto de mis órganos van cayendo por efecto dominó, ni las clásicas causas hormonales son tan dañinas, y cuando yo me equivoco, o me excedo y termina mi piel sufriendo las consecuencias, porque la gente cuando te conoce sabe exactamente dónde dolerte. Y durante mi vida siempre me han disciplinado en esos términos, (estos seres extraños que me idiotizan) me castigan sin tocarme. No me afectan los gritos, ni las malas palabras, no me asustan las amenazas, ni los objetos voladores, no me conmueven las escenas. Pero esa tortura china del silencio, del silencio que se mete por mis oidos y entre mis piernas, me destroza los nervios.

Cuando viví en España en un momento dado estuve casi tres meses sin que me tocaran. Me fui a un salón de belleza con la excusa de ponerme regia para regresar. Una de esas estupideces colectivas de tener la obligación de llegar mejor de lo que uno se fue, al menos por fuera. Y la chica con el pelo de mil colores, con un recorte sólo comprensible en ese continente me llamó diciendo mi nombre de una forma en la que no le reconocí ni una sílaba y me sentó a lavarme el pelo. Hasta eso hacen diferente allá. No me buscó conversación. No me dio ninguna instrucción ni le preocupó que se me mojara la blusa. Me masajeó el cráneo sin exagerar por unos 15-20 minutos. Despacio, rápido, delicadamente, bruscamente, casi rascándome, casi acariciándome, a veces me hincaba, a veces me producía escalofríos, en momentos me sentía sumamente incómoda, en momentos me sentía sumamente feliz, alguien me tocaba y las lágrimas no dejaban de bajarme hasta el cuello. Algo bueno tenía que ella no se hubiese preocupado por no mojarme con la regadera.

En mi cerebro nunca hay silencio, ni siquiera cuando me esfuerzo. El silencio me parece un arma blanca, un bisturí quirúrgico. Cuando mi piel parlanchina no puede ser solidaria con ese gallinero que está 24/7 dentro de mi cráneo mi sistema se desequilibra. Y empiezan a haber escapes de información y de cordura en todas las direcciones. Dicen que la gente que se corta las venas lo hace para llamar la atención porque de hacerlo correctamente sería una muerte terriblemente lenta y dolorosa. Sin embargo aseguran que si uno se corta la vena carótida, tiene una muerte prácticamente instantánea sin mencionar que infalible. Creo que tengo venas carótidas ramificándose como las raíces de los sauces llorones, cuasi infinitas, despiadas, desesperadas y sedientas, buscando y multiplicándose exponencialmente por toda mi piel.

fóbica


Me intrigan las fobias. Tengo curiosidad por los miedos. No sé si tenga que ver con que siempre he tenido la teoría de que lo último que se pierde es el miedo. Por debajo de la esperanza, cuando se agota la fe, he tenido la cuasi certeza de que debe haber un profundo terror. Cabe la posibilidad de que como me atraen los opuestos y como tengo inclinaciones obsesivas, presiento que la obsesión debe ser prima hermana de la fobia, o mejor aún probablemente sean amantes. Después de todo, ambas son perturbaciones, sensaciones que te trastornan y por lo regular aquello que te trastoca tiene un efecto o terrible o riquísimo.
Hace ya dos noviembres que me leyeron mi carta astral. Tenía una corazonada, pero mis dones no están ni entrenados ni codificados y nunca estoy segura si es un buen o un mal presentimiento. Era un 15 de noviembre, 2007 para ser exactos y sentía que todo me estaba saliendo mal. Antes de buscar un santero que me hiciera un despojo, y me dijera que necesitaba un rodao’ de cabeza, y dos gallinas, porque de seguro tenía un trabajo, preferí consultarle a los astros.
Los astros me intimidan menos. Me dijeron muchas cosas, como suele pasar, mucho más de lo que necesitaba escuchar. Entre las más impactantes, que siento que nadie me ama como me merezco y todo parte de la premisa de que no sé amar. Que me he repetido tantas veces que no quiero ser madre, que no quiero ser madre, que no quiero ser madre, que ya logré convencer a mi cuerpo y mi cuerpo no se ha preparado para eso, por lo que muy previsiblemente sin ayuda no podré reproducirme. Según ella nada que no se pueda sanar con terapias de respiración. Que mi ascendente es en cáncer, lo que explica mis continuos roces y tempestades con la gente de ese signo. Que tendría una crisis matrimonial grande en marzo del 2008 y en noviembre del 2008, la más grande de todas, y que de ahí se decidiría definitivamente si la cosa proseguía o no. Que estaba atravesando un tránsito en Plutón que me duraría ya no recuerdo ni cuánto, sólo sé que ya tenía a Plutón enganchado cuando llegué a su oficina y estoy segurísima de que lo tengo encaramado en la espalda y adherido a mi columna vertebral todavía. También me dijo que este febrero que pasó, era un buen momento para ya haber sanado y concebir.
Lo más interesante y lo que no entendí (aunque creí que sí en el momento) era la explicación de lo significaría en mi vida un tránsito en Plutón. Hoy todo está claro. Para aquellos escépticos sólo les sugeriré que lo vean como poesía, porque así yo lo vi hasta que lo entendí. Casi todo lo que no entiendo o aquello que me produce una sensación incómoda y rica a la vez de curiosidad y confusión lo miro como poesía: la geometría, la física, la filosofía y algunos de los seres que me he atrevido a amar.
Yo también me pregunté que rayos podía significar un tránsito en Plutón fuera de lo obvio: que me esperaba una suerte del carajo en lo que terminaba de pasar el planeta enano con sus tres lunas. Lo mágico de Plutón es que te pasea por tus miedos. Léanse el mito de Perséfone. Así me lo explicaron: resumen masticado y digerido; era un doncella que el dios de los muertos Plutón raptó y llevó con él a vivir al infierno. Después de ahí pasa unas temporadas con él, la deja irse pero siempre tiene que regresar al inframundo. Algunas versiones del mito dicen que las entradas y salidas de Perséfone marcan las estaciones. Yo soy Perséfone, hasta cierta fecha que estoy intentando encontrar en las anotaciones que hice de esa cita. Lo importante es que Plutón te enfrenta a tus propios miedos. Las cosas a las que más le temas en la vida te las pondrá de frente e inevitablemente saldrás o destruido o invencible. Ella me dijo que son proyecciones, que lo que viera terrible en otras personas, especialmente mujeres serían reflejos de cosas feas que tengo dentro de mí (que aparentemente son muchas más de las que había contabilizado).
Honestamente no me asustaron las profecías porque a mi entender yo casi no sentía miedo. Ella me mencionó algunos miedos y algunas formas en que se podría manifestar, tengo miedo a la escasez (quién no) así que me pasaría al borde siempre de no tener nada, tengo miedo de no tener el control, así que tendría muchos quebrantos de salud en su mayoría por razones emocionales. Hoy día a 16 no tan felices meses viviendo con Plutón como un radar detrás de mí tengo mis miedos bien claritos: miedo a la vejez, miedo a la culpa, miedo al arrepentimiento, miedo a la pobreza, miedo a la pérdida, miedo a no tener quién me cuide, miedo a la desolación, miedo al desamparo, miedo a la exclusividad, miedo a la mediocridad, miedo a la decepción, fobia a decepcionar, fobia a la locura, fobia a la infidelidad, fobia a desconocerme, fobia a que me cambien, fobia a no poder reconocerme, fobia a la imposibilidad, fobia a la permanencia, fobia al compromiso, fobia al perdón, a la entrega, a mi incapacidad de amar y a su recíproco.
Hay ciertas fobias que no son mentales. Sencillamente el cuerpo rechaza cierta cosa, por ejemplo la hidrofobia y la fotofobia. Pueden ser aversiones mentales, simples temores, pero también puede ser la incapacidad del cuerpo de manejar el agua o la luz. Parecería mentira a las cosas a las cuales la gente le tiene fobia. No los terrores comunes: cucarachas, alturas, tiburones, sitios cerrados. Hay fobias hermosas (ahí voy yo con la poesía) y otras detestables (en mi humilde y fuerte opinión: inventadas) que han sido utilizadas para justificar cosas atroces. Fobia a los pelos, a los gérmenes, a las mujeres hermosas, a los homosexuales, fobias fálicas, fobias raciales, a los teléfonos, a los duendes, a los franceses, a los niños, a los viernes 13, a la gente calva y al papel. Miedo a ruborizarse, a los cirujanos, a los alfileres, a la desnudez, a las decisiones, a los puentes.
No puedo dejar de preguntarme qué le haría Plutón a estas personas.
Sólo les puedo decir, que Plutón es súper creativo. Y los dejo con la prueba más reciente. Llevo dos días peleando. Discutiendo sin tregua con la persona que amo, casi no lo veo últimamente y aún así lo logro. Ese ser humano que me obsesiona y me aterra (en sus dos concepciones), anda por el mundo en un vehículo de dos ruedas. Anda expuesto a cualquier cosa, vulnerable a los conductores ebrios, a las carreteras llenas de cráteres, a los aguaceros dispersos, a la poca iluminación de la zona rural donde vivo (entiéndase dos carriles que no hacen uno sin líneas que los dividan y sin ningún espacio para esquivar a nada ni a nadie). Anda protegido por un rosario que él mismo no entiende, por un triste reflector que le cruza el pecho cual reina de belleza, protegido con una camiseta con una calavera y un casco con dientes. Ese hombre que reúne tres cuartas partes de mis fobias y que ha sido cómplice de Plutón me tiene con el terror de que mi mala suerte sea contagiosa al borde de un quebrantamiento nervioso por culpa de una dichosa motora.
Hoy venía camino a mi casa, rumiando las palabras que escribiría hoy. La diatriba que le dirigiría como continuación de lo que nunca termino de decir cuando estoy rabiosa. Escribir es seducir dice mi maestra, y yo disfruto del “foreplay” (disculpando el espanglish porque preliminares no lo ilustra bien) de escribir en mi cabeza, voy dándole forma, amasándolo sin escribir una palabra. Y mientras refunfuño en mi cabeza por el día que he tenido y mientras peleo con el ausente por el coraje de ayer y los pasados, me fijo en el tapón absurdo de las casi once de la noche. Y de pronto me llega la imagen de la ambulancia que me pasó hace minutos por el lado y el tráfico está detenido, y una guagua me pasa por el lado en contra del tránsito y se estaciona en el mismo medio del carril contrario, la dejan con las luces intermitentes y tres muchachos corren como locos. Los curiosos se agolpan, para variar eficazmente y con prisa, lo menos característico de nuestro pueblo en cualquier caso menos en el de averiguar. Y veo una motora destrozada en el piso. No hay nadie llorando, no hay histerias colectivas. Y el miedo ahí soplándome la nuca de nuevo. Y le doy unas gracias cortas y culpables a Dios porque la motora no es una Harley. Probablemente alguna otra mujer rezaba porque lo fuera. Y marco los diez números porque del susto se me olvida que si presiono el dos lo llamo. Y no contesta. Y sale la dichosa grabadora que me tortura, dicho sea de paso me aterra la espera. Y lloro. Lloro todo el camino hasta mi casa, le mando un mensaje de texto lleno de un amor que no pude encontrar al medio día cuando rabiaba. Y Plutón me pone la imagen de ese cuerpo que amo en el suelo. Y no le agradezco la enseñanza. Porque estoy harta de sus formas. De sus talleres de alto impacto. Que suerte tienen aquellos que le temen a los alfileres y a los gatos.




sin fecha




Nosotros los que escribimos, y cuando digo nosotros me refiero a todos esos que no escribimos por ninguna otra razón que no sea porque no podemos dejar de hacerlo, porque no concebimos la vida de otra forma, porque es casi una religión, es una relación de amor y odio, es una adicción y somos nosotros mismos, ese es el verbo que nos define: escribir. Presumo que a todos nos pasa, que a veces encontramos escritos viejos, y a veces ni tan viejos y al leerlos no reconocemos las palabras. Y para gente como nosotros y digo nosotros por aquello de no sentirme que sólo a mí me pasan estos episodios de amnesia selectiva, las palabras lo son todo. Cuando alguien me dice eso no fue lo que quise decir, no lo entiendo. Nunca he sido muy empática o solidaria pero no lo entiendo porque yo siempre digo exactamente lo que quiero decir. A veces no me sale el tono que quería o lo exagero más de la cuenta, pero el mensaje me sale naturalmente específico, muchas veces sin tacto, sin pudor, y la mayor parte del tiempo en contra de lo considerado "politicamente correcto". Todo aquello que no me permito o no logro decir o no lo entiendo, lo escribo. Tal vez por eso encuentro cosas viejas y me parecen nuevas, y a veces contienen unos dolores tan profundos, que por ser lejanos ya no les puedo reconocer su intensidad. Otras pocas me leo eufórica, optimista, plena y se me hace bastante fácil recordar por qué. Pero siempre en el fondo del escrito me encuentro, me reconozco, a veces me perdono y muchas otras me recrimino. Me leo y redescubro que hay cosas que nunca cambian, que hay sensaciones que se rehabilitan, pero que no se curan. Que como la energía y el amor, se transforman, pero nunca se destruyen del todo. Aquí les presto un ejemplo que encontré (para variar, sin fecha):
" Montarme en un avión e irme lejos, lejos, lejos, tan lejos que sólo sea posible con más de tres escalas, tan lejos que el idioma no tenga la misma raíz que el mío, tan lejos que sea normal que nadie me entienda. Lejos donde nadie se imagine donde acaba mi horizonte; tan lejos que mis malas decisiones no me sigan la pista. Un lugar que tenga estaciones, que me sorprenda 4 veces al año. Un lugar donde pasen décadas, antes de lograr una rutina. Quiero irme lejos con la tranquilidad de que nadie me extrañe, que nadie susurre mi nombre un treinta y uno de diciembre, un sitio donde esté tan sola que pueda olvidar mi propio cumpleaños, que mi edad se desvanezca, que no pueda recordarla. Un país tan lejano que me haga borrar las veces que amé. Quiero vivir como una eterna turista viéndolo todo hermoso, incapaz de amar lo que el lugar realmente es. Me voy a pasar los días impresionada, que todas las caras para mí sean nuevas, una manada de desconocidos entreteniendo mis ojos, sin la ansiedad de buscar a alguien. Con la certeza de que no soy nadie, otra cara en la marejada. Podré caminar sin rumbo, sentirme felizmente perdida, naturalmente desorientada, sin nada que me guíe. Vivir la vida tomando fotos; fotos para mí, no para enseñarlas. Sin deseos de regresar a ningún lugar. Quiero vivir de lado a lado, sintiendo muy poco, sin anhelar nada, sin nostalgias patrióticas, sin celos furiosos. Sin esperar por nada ni nadie, con la felicidad de una vacación. Tan sola como me siento ahora, pero sola por lejos, sola por decisión. " 

Algunas noches me parecería que las palabras las escribió otra, pero algunos días me levanto con la palabra lejos dentro de la boca y presiento que si el escrito tuviera la fecha sería justo la de ayer.

A B I S M A L




Me llaman los abismos
me halan del otro lado de la baranda
Sin ningún fundamento suicida
Me atraen profundamente
Por eso los evito,
por eso les saco el cuerpo
Porque hay algo detrás de mi ombligo
Un algo que me empuja hacia ellos
Es una hipnosis curiosa
Un abrazo al acecho

El domingo me paré frente al mío
acaricié sus bordes,
intenté oler su fondo
Y le lloré desde lo más profundo
y me tragó hasta lo más hondo

lo hice con los ojos cerrados
a los barrancos no se les mira por dentro
cuando abro los ojos
a veces estoy dentro
y el resto estoy fuera y por eso los cierro
me sumergí a sabiendas
con pleno conocimiento

ese abismo está hecho
de mis ganas tan masculinas
de corrientes submarinas
y de hormonas malabaristas
de remolinos de viento
y la debilidad de mi vértice

ese abismo me dejó mirarlo
me hizo creer que no me hundía
me juró que estando desnuda
la gravedad se deshacía

Me licuó el albedrío
la voluntad me la hizo líquida
porque ese abismo
es un cuerpo de agua
me pliega la memoria
y me arruga los dedos


se come los sonidos
domina mis poros
hace que mi pelo flote
hace que mi cuerpo se hunda

y así vivo ahora
flotante y hundida
densa y líquida
grávida y vacía

auto-ayuda

No me gustan los libros de autoayuda. Respeto a los lectores de autoayuda porque la realidad es (y cito a mi maestra en esto): si leer un libro de auto ayuda te va a disuadir de pegarle un tiro a alguien o de cortarte las venas tú mismo, pues bienvenidos sean. En algún momento llegué a leerlos y no me sirvieron de mucho. En cambio la literatura común y corriente parecía aliviarme, regalarme respuestas. Cuando uno está buscando contestaciones las va a encontrar en los ingredientes de la comida enlatada, en las instrucciones de cómo montar un mueble, en los dígitos del reloj. Lo peligroso es que uno va a encontrar aquello que quiere encontrar. En las nubes si intentas ver un payaso, verás un payaso, en el horóscopo todo tendrá sentido, si te conviene que lo tenga. Y así los pseudo astrólogos de los periódicos y revistas escriben 36 parrafitos y los barajan entre los signos zodiacales, pura economía y no del lenguaje.
He conseguido otros métodos. Nosotros la clase media pobre o pobre y media, no nos podemos dar el lujo de enfermarnos, demás está decirse mucho menos el lujo de deprimirnos. Sin contar con lo que cuesta un psiquiatra, sin siquiera mencionar que la mitad no acepta plan médico o no acepta el que uno tiene, que están llenos por las próximas dos a tres semanas, y que quizás cuando al fin consigues que te atienda resulta que el tipo es un soberano patán y que no tiene ni pizca de química con uno. Entonces, ¿qué? Pasar por el proceso nuevamente y conseguir una cita cuando ya uno ni se acuerda de qué le iba a hablar en primer lugar.
Pues no, uso mejores métodos, no menos costosos, no tienen efectividad comprobada, pero ahí vamos. Tomo café, una vez al día y me regalo una hora de euforia. Intento vestirme mejor, me embarro de maquillaje y cuando siento unas profundas ganas de llorar me imagino caminando con las lágrimas negras por toda la cara.
De vez en cuando me trago una pastilla de melatonina, que es un arma de doble filo. Por un lado me hace dormir, por otro me regala unos sueños tan vívidos que no son necesariamente terapéuticos. Tengo tres alarmas para despertarme, una dice: “Make $ome”, la otra (15 minutos después) dice “You need $!” Y la última dice: “por si acaso”. Empiezan a las 7:15am y la última me grita a las 7:50am. Porque están sabiamente programadas para ir subiendo de volumen y con un timbre cada vez más desagradable.
Aunque me levante tarde, me regalo 5 minutos de besar y acariciar a mi perra. La saco a pasear, la alimento y me voy pensando que ella se pasará el día esperando que yo regrese. Demás está decir que no hago la cama y estoy permitiendo que el caos reine al menos en mi baño y en mi habitación. Porque desde hace una semana y un día, la organización me parece desoladora.
Me escudo en las nuevas teorías que he aprendido en la universidad porque no tengo tiempo para otros libros, gracias a Dios no tengo tiempo para sentarme a pensar, gracias a Dios no tengo tiempo para llorar y me concedo el tiempo de bañarme y se acabó. Uso un poco de tiempo para contestarle a mis amigas, que me dan lecciones de la gran amiga que nunca he sido para nadie. Porque he estado demasiado ocupada siendo pareja. Me he pasado cumpliendo con mis compromisos, cumpliendo con mis contratos, con mis promesas y mis sacramentos. Y ahora, ahora siento que le debo una explicación al mundo, de por qué estoy pasando por esto, mientras sólo me pregunto por qué no encuentro la fuerza para hacer lo que sé que tengo que hacer. Me pregunto por qué no veo esto como una sencilla disolución de un contrato. Dos personas voluntariamente contratan, se comprometen a ciertas cosas a cambio de otras. Se tiene el derecho de esperar cierta conducta de la otra persona y a cambio el deber de cumplir con lo pactado. Una de las partes viola las condiciones del contrato. No hace falta una maestría en responsabilidades contractuales para saber el resultado.
Por qué no dejo que por fin mi inteligencia me rija porque la he tenido subordinada y no ha sido muy efectivo.

Una vez me leyeron la mano y me dijeron que la línea de mi cabeza era casi infinita. ¿Casi? Como es obvio pregunté y la respuesta fue bastante obvia también: casi infinita, porque la línea del corazón te la pica por la mitad.

Entre mis múltiples métodos de autoayuda, está el engavetamiento hasta nuevo aviso de mi modestia, así que me disculpan. Soy una mujer inteligente, más inteligente que bonita, más inteligente que buena, más inteligente que lógica, más inteligente que práctica, más inteligente de lo que a veces quisiera ser. Porque espero y se espera más de una mujer inteligente. Es como un deber impuesto. Tienes inteligencia, pues tienes que usarla y dar el ejemplo. No hay excusa, tienes una preparación académica, tienes una profesión, tienes mundo y no dependes. Así que las decisiones que uno toma no se justifican por melodramas, por cultura, época, trauma de infancia, repetición de patrones aprendidos, co-dependencia y mucho menos por esa teoría ambivalente de lo que se supone que sea el amor.

No se justifica el aguante, el perdón ese vacío, el para toda la vida, no se justifica con ninguna idiosincrasia ni romana, católica ni apostólica, no se justifica que sea la institución medular de la sociedad, no se justifica. No se justifica que apueste mi salud mental a cambio de ese cuerpo hermoso al menos cinco horas al día.
No hay una excusa que me permita intentar algo ya intentado, experimentar algo que ha fallado en tantas veces aunque los que estuviesen mezclando los líquidos en las probetas no fuésemos nosotros. Si mezclas amarillo y azul y te da verde, mezclas amarillo y azul y da verde, mezclas azul y amarillo y da verde. El significado de la estupidez o de la locura sería pensar que a la cuarta vez por alguna extraña razón mezclarás pintura amarilla y pintura azul y obtendrás algún otro color del prisma que no sea verde.

Y quisiera tener la fuerza de decir que no quiero, que no me lo merezco, que no lo soporto, que un contrato es un contrato, que teníamos un acuerdo, que se rompieron las reglas, que eso de que siempre hay una segunda oportunidad se lo inventó un maldito reincidente. Quiero establecer el ejemplo lógico de que si un empleado, el empleado estrella de una compañía se roba $5 dólares del petty cash, hay que despedirlo. Aunque lleve 20 años trabajando para la compañía, porque quién nos garantiza que no había robado antes, quién nos garantiza que no lo volverá a hacer, quién nos garantiza que no robará cantidades aún mayores, quién nos garantiza que si no lo hubiésemos atrapado con las manos en la masa, jamás se hubiese arrepentido en su vida. Porque los seres humanos interactuamos mediante relaciones de poder. Somos animales que luchamos por las mismas cosas, territorio, reproducción, alimento, supervivencia. Y que ese animal/empleado estrella que se robó cinco tristes dólares, no va a decidir que después de ese momento nunca volverá a hacerlo, que aprendió su lección y que vivirá agradecido y será perpetuamente leal a esa compañía por esa concesión. No señores, ese empleado que se robó cinco dólares, aprendió una lección muy distinta. Sus actos no tuvieron consecuencias, lo cual se traduce en lenguaje simple: me salí con la mía.

Así funciona la corrupción, así funciona el narcotráfico, así funcionan los abusos de poder, así funcionan los matrimonios, así funcionan los niños, así funcionan las mascotas.

Como pueden ver mi repulsión a los libros de auto ayuda nada tienen que ver con un rechazo al contenido, es que mi propio carácter es incompatible con ciento veinticinco páginas de mensajes optimistas.

El otro día una amiga a quien amo, pero quien no tiene ni la menor idea de lo que estoy viviendo me lanzó una pregunta: ¿y cuál es tu plan de vida ahora? Plan de vida. Soy sagitario, tengo veinticuatro años, un bachillerato, un juris doctor recién comenzado, una deuda hipotecaria recién contraída, muchos más pasivos que activos, una perra (que viene con una deuda en el veterinario), un préstamo estudiantil que me llega dos veces al año y que estaré pagando toda la vida. Dejé mis pastillas anticonceptivas por las manchas en mi cerebro por lo que estoy atravesando una crisis hormonal encima de todo. Y el plan de vida que he tenido desde hace cinco años acaba de colapsar y no tenía seguro contra sucesos catastróficos porque siempre he creído que la industria de seguros completa vive del miedo de la gente y eso debería ser el verdadero mercado negro y mi amiga con mi misma edad pero con su corazón casi intacto me pregunta si me he preguntado qué quiero hacer con mi vida.
Pues tengo dos opciones y ninguna es viable.
Opción #1: Quiero cerrar los ojos y regresar hacia atrás (valga la redundancia necesaria) y con mis dedos mágicos borrar todo esto, donar unas cuantas neuronas y creerme que no pasó nada, que nada de esto es grave, que ni siquiera es real. Quiero seguir con el plan que tenía que me parecía maestro.
Opción #2: Quiero cerrar los ojos y aparecer en un sitio nuevo, con todas las posibilidades del mundo con mi nombre encima. Tratar de recordar algún suceso doloroso y trágico y tener una tabla rasa. Ser lo que era antes de ver lo que he visto.

Pero mi opción real es sobrevivir. Sobrevivir a fuerza de café, melatonina, alcohol y oraciones. Embarrarme los ojos de maquillaje. Esperar el préstamo, pintarme el pelo, ponerme lentes de contacto de algún color, broncearme, darme un Spa, rezarle a Dios que me hable, conseguir a alguien que me diga neutralmente y con sabiduría cuasi divina qué hacer, dónde depositar esta decepción degenerativa y dónde invertir estas cantidades absurdas de amor que ahora me sobran, me pesan y me lastiman cada vez que inhalo y exhalo. Seguiré con mi operativo de autoayuda, escuchar a Bebé cantar: hoy vas a ser la mujer, que te dé la gana de ser, hoy te vas a querer como nadie te ha sabido querer, hoy vas a mirar pa’lante que pa’tras ya te dolió bastante… la canto y la canto para creérmelo, la canto como un mantra que en algún momento se adherirá a mi subconsciente y me sanará.

rota





Mi maestra me dijo un día, realmente nos dijo, pero por alguna razón cuando ella habla, si yo estoy en el perímetro, se siente como si se dirigiera a mí. Que había ocasiones donde el amor se rompía y se rompía tan violentamente, que si te quedabas quietecito y prestabas atención podía escucharlo romperse.

Mis caderas se salen de sitio, lo descubrí con la danza del vientre; suenan, el sonido viene justo antes del dolor. Un dolor intenso, una presión que no me permite moverme, casi siempre necesito la ayuda de otra persona para que la cadera vuelva a su lugar original. Hay gente que se estrilla las coyunturas, se halan los dedos hasta que truenen, se estiran la espalda hasta que produce un chasquido. Nunca he entendido esa costumbre tal vez porque lo asocio con el doloroso dislocarse de mis caderas. Cuando uno tiene una cosa, un objeto donde por alguna razón uno ha puesto cantidades industriales de afecto, ya sea porque alguien se lo regaló, porque lleva tiempo con uno, porque lo compró en un sitio lejano, porque costó mucho dinero o porque simplemente es hermoso, en el momento en que se rompe se convierte en la cosa más odiosa del mundo.

Un profesor nos dijo una vez que si alguien te rompía o te mutilaba tu libro favorito, no había por qué preocuparse, porque ya lo habías leído, lo tenías dentro de ti y nadie podía quitártelo. Que me quiten lo bailado dicen los gitanos. Es por eso que amo muy pocas cosas materiales. Soy torpe y despistada, suelo romper o perder las cosas, las que me importan y las que no también. Amo mi pasaporte, porque sin él no puedo salir. Amo la sortija de compromiso de mi abuela porque me recuerda las cosas que merezco y las que no quiero en mi vida. Amo mis zapatos Christian Lacroix, no sólo porque son satinados y tienen un enorme lazo rosa, no sólo porque si yo fuera unos zapatos sería esos, (me gustan las cosas que tienes que amar u odiar, que te obligan a tener alguna reacción hacia ellas) los amo porque costaban más de cuatroscientos dólares y los compré a treintaysiete con impuestos. El resto de los objetos que amo, casi todos están cubiertos de plumas y a estas alturas sabrán que tengo un fetiche con las plumas.

Ahora que lo pienso, crecer es romperse constante y continuamente. Las dos estrías que tengo en mis caderas son por el crecimiento acelerado e inoportuno de mis dimensiones. Cuando a uno le crecen los dientes, los colmillos, las muelas, los cordales, crecen rompiéndote las encías. Recuerdo cuando me empezaron a crecer los senos, tardé muchísimo y no crecieron mucho que digamos, pero por alguna razón dolían intensamente y por esa misma inexplicable razón todo codazo, bolazo, tropiezo, terminaba hundiéndose en mis brasielitos cuasi de juguete y el dolor era imposible.

Hoy amanecí rota. Por debajo de mis senos que ya no tienen excusas de dolerse.

Lo he intentado todo y no logro recomponerme. Ni siquiera Frank Sinatra logra rellenarme la rotura nueva que tengo. No lo escuché. Saben ese sonido, ese terrible sonido de las gomas de un carro chillar contra el pavimento que avisan el inminente estruendo de un choque catastrófico. No lo tuve. Me rompí sin previo aviso, sin notificación, sin avisos de inundaciones, sin cuidado con el escalón, sin cuidado resbala mojado, sin fuera de servicio, sin cuidado posibles derrumbes, sin cuidado posibles desplazamientos de terreno. Tuve todas las anteriores pero sin aviso: inundación, caída, resbalada, torcedura, rotura, derrumbre, entiéndase: desaparición absoluta del terreno. Ando derramándome por todos sitios, perdiendo, vaciándome, mientras camino. Todo lo que me encuentro se convierte en una lluvia de piedras. La gente que se ríe, los seres que se besan, las personas que comen con gusto, los locutores de radio, el profesor hablando de hipotecas, mi jefe preguntándome con su cara de ángel si estoy bien, la maldita grabadora que me repite sin piedad que mis calificaciones N O   E S T  A  N       D    I      S        P           O            N                  I                        B                                L                           E                             SSSSSSSSSSSSS, las fotos de Obama bailando con su mujer, el café que me regaló un socio del bufete, el guardia de seguridad deteniendo el elevador para que me monte, mi perra que me lame las piernas mientras escribo tratando de encontrarme la herida, todos me apalean sin piedad, todos me dan codazos donde me duele. Porque me duele en todos sitios, porque así son las hemorragias internas y uso el verbo más cursi del idioma español a falta de uno que me lastime los dedos mientras oprimo las teclas del teclado. Porque quisiera tatuarme cerca de los huesos para llorar rabiosamente y creerme que lloro porque la aguja y la tinta me rozan los nervios. Porque actúo masculinamente y pospongo el llanto, porque necesito ser productiva, necesito ser funcional y no puedo escribirle un cheque en blanco a mis tarjetas de crédito, a la hipoteca, al seguro del carro, al cable, al carro y decirles que me den una prórroga indefinida porque estoy ROTA y no puedo pensar, no puedo comer, no puedo respirar, no puedo facturar, no puedo escribir un puto cheque que no me recuerde que estoy lacerada, herida, mutilada, adolorida, dañada, destruida y rota más allá de posible reparación.

Y me sorprende lo fuerte que me ha hecho este boquete. Aparentemente es como cuando uno se pilla un dedo con una puerta, y la uña se pone violeta y el dedo, late, late y late, y si te haces un pequeñito orificio encima de la uña, experimentarás el dolor más atroz que un ser humano pueda sentir pero sólo por un segundo y luego de repente un alivio absurdo, casi mágico y por lo mismo imposible. En las películas aparece cuando alguien se disloca un brazo y cuando se lo acomodan la persona grita desgarradoramente, pero vuelve a caer en su lugar y cesa el dolor.

Todavía no me he autodiagnosticado, no sé si es una fractura, si tengo algo dislocado, si me rompí algo de verdad, o si me falta un órgano. Sólo sé que algo me falta, algo se rompió.  Y las cosas rotas nunca quedan iguales, se les sigue la pista de la pega, se rompen de nuevo a la menor provocación y mil veces peor que la primera. Y de pronto es una figura irreconocible, son trocitos de algo que ya no es. Necesito voluntarios, gente que me hale por mis cuatro extremidades, hasta que todo caiga en su lugar. No me voy a quejar, pero quiero agujerearme mis veinte uñas para ver si por alguna de ellas se escapa esta presión.

Aparentemente así es la vida, una noche te acuestas entera y la próxima mañana te levantas rota. Ya ven que tenía razón en tocarme el cuerpo al despertar, mi instinto no me falla, presentía que algún día al hacer inventario me pasaría algo así.

 

PS No me hagan preguntas: cualifican como codazos. 


MANIÅTICA


Lo primero que me enseñó mi maestra fue que a la gente se le conoce por sus manías. Hasta entonces juraba que con preguntar fecha de nacimiento y calcular el signo zodiacal de la persona ya tenía media tarea hecha. Nosotros nos referimos a manías cuando hablamos de un patrón de comportamiento, pero por lo regular algo que no es lo normal. Sin embargo el diccionario nos lo define inclinándose más a la locura, a los delirios. Casi siempre que se le añade el –manía al final de una palabra es una “inclinación excesiva”, “impulso obsesivo”, “hábito patológico”.

Así empezó nuestro taller de cuentos. Aprendimos que la mejor manera de crear un personaje es a través de sus manías. Las manías de los personajes son las que nos hacen recordarlos. Y así: una mujer que nunca se le oyó cantar, otra que sus carcajadas espantaban a las palomas, un hombre que no pisa las líneas del suelo, otro que recita la Odisea cuando le hace el amor a una mujer, otra que le gustaba acostarse con sus amantes delante de su marido ciego, otra que le agarraba la mano al hijo para salirse con la suya. Manías, hábitos, costumbres, distinciones.

Así nos conocimos: por ahí empezamos a desnudarnos por primera vez. Yo tenía muy pocas manías en ese entonces. No soportaba ver migajas de pan en el recipiente de la mantequilla, recogía las cosas del suelo con los dedos de los pies, y me tocaba todo el cuerpo por las mañanas. Todavía mantengo esas tres y he acumulado muchas más. Recuerdo las más llamativas, una compañera ponía las cosas en orden alfabético cuando se enfadaba, incluso encima del escritorio: bolígrafo, cinta adhesiva, grapadora, lápiz, regla, teléfono, etc. A otra le gustaba caminar en ropa interior por la casa, cuando las cortinas estaban abiertas. Otra se ponía un rollo de papel de inodoro entre las piernas, incluso nos confesó que en ese preciso momento tenía uno mientras nos hablaba. Algunos les gustaba robar en las farmacias, otros en tiendas por departamento, y muchas otras las he olvidado. Quizás porque yo también las tenía y no me parecieron tan raras.

Casi siempre la otra gente, es la que le señala a uno cuán maniático es. No puedo ver un maniquí sin ropa en las tiendas, los visto casi compulsivamente. Cuando veo a la gente caminando y tienen la etiqueta de la ropa por fuera se las quiero arreglar. No hablo de cosas importantes antes de desayunar, no veo noticias antes de dormir. Huelo los platos y los vasos cuando los friego. Sólo bebo cerveza directamente de la botella. Me combino la ropa interior con lo que me pongo encima, rezo una novena al Divino Niño sólo cuando lo amerita la ocasión, como por ejemplo cuando me voy a montar en un avión. Imprimo casi cinco confirmaciones de vuelo cuando voy a viajar. Miro el libro de cocina aunque ya domine lo que voy a hacer. Sólo como palomitas de maíz cuando en el mismo bocado incluyo chocolate. No pido cosas en los restaurantes que yo misma pueda cocinar. Hago todo lo posible por no repetir combinaciones de ropa. No soporto verle un pelo a alguien en la cara o en la ropa. Siempre cocino como si toda las generaciones de los Buendía vinieran a comer a mi casa. Le pongo la alarma al carro al menos tres veces cada vez que me bajo. No uso velvet, no combino el negro con el marrón, no me combino la sombra de los ojos con la ropa, por lo regular evito el charol, con la excepcion de despedida de año no me pinto las uñas ni los labios de rojo y probablemente la gente que me conoce podrá mencionar un centenar más de manías que a mí por ser mías se me escapan.

Tengo una amiga que se va del sitio donde está si alguien estornuda o tose sin taparse la boca. Tengo otra que cuando se lava las manos en un baño público espera a que otra persona abra la puerta para no tener que tocarla. Otra amiga te pregunta si tienes herpes antes de prestarte un lapiz labial. Conozco hombres que siempre se ponen camisillas bajo las camisas. Otros que hacen ruidos extraños cuando comen los alimentos que no requieren ningún tipo de estruendo tales como: gelatina, sopa, huevo, frutas enlatadas. Del hombre al que más manías le conozco no voy a mencionar ninguna, porque vivo con un virgo así que las manías virgonianas me tomarían un blog completo.

Me pregunto qué dicen mis manías de mí. Creo que algunas mienten un poco: por la cuestión de vestir los maniquíes parecería que soy pudorosa o que le tengo aversión a la desnudez (todo lo contrario), mi manía con los pelos y las etiquetas, tal vez diría que soy cuidadosa y pulcra, (tampoco).

Resumo el resto en el orden correspondiente: detesto la putrefacción y no quiero restos de comida en mi comida, soy vaga y poco atlética y por eso recojo todo con mis pies (o tal vez pienso que de algo me tenían que servir unos dedos tan feos), quiero saber por las mañanas que mi cuerpo está completo, hasta que no desayuno no estoy lista para lidiar con nada, no veo noticias porque sueño con lo que me impresiona, soy una terrible ama de casa y dudo hasta de mi capacidad de fregar, estoy orgullosa de la marca de cerveza que bebo, me parece un desperdicio usar un vaso plástico para eso u hacer que alguien friegue un vaso de un líquido que está hermosamente situado en una botella creada para él, soy torpe así que las probabilidades de que muestre mi ropa interior cuando me agacho, me siento, subo escaleras es inmensa, así que me combino y no es tan escandaloso. No rezo suficiente y el Divino Niño me concede las cosas el 99.99% de las ocasiones que recurro a él y no quiero gastar mis chances. Una vez me dejo un avión y estoy traumatizada y me juré que no me volvería a pasar en la vida. Lo del libro de cocina responde a lo mismo: baja autoestima casera. Me encanta tanto el dulce que lo salado sólo me parece que tiene sentido acompañado de lo dulce (por eso como galletas dulces en la playa), no pago por algo que yo puedo hacer y modestia aparte probablemente mejor y luego estoy dispuesta a pagar casi cualquier precio por algo que no tengo la menor idea de cómo se hace. Soy superficial y antes tenía mucha más ropa que ahora y me podía dar el lujo sin esfuerzo de no repetir, dicen que en los pelos están los pensamientos de la gente y no deben andar por ahí sueltos (es un peligro), siempre he tenido el estómago de un camionero de seis pies y trescientas libras, el hambre me pone de mal humor, le temo a la escasez y cocino como si todo el mundo padeciera de los mismo que yo. Es el primer carro que pago, se llama Gabo, es el único que tenemos, vivo en una isla donde la criminalidad cae casi en la categoría de ciencia ficción y soy despistada así que siempre pienso que no he puesto la alarma aún, el velvet se parece demasiado al material con el que forran los ataúdes por dentro, mi mamá siempre me dijo que el marrón y el negro no combinaban y aún no lo he podido superar, no uso sombras del color de la ropa porque sencillamente Stacy and Clinton de What Not to Wear me dijeron que no, lo del rojo y el charol responden a que tengo facciones y volúmenes que tiene la inclinación a rayar en lo vulgar y gracias a todas las “latinas” de Hollywood puedo ser malinterpretada con facilidad (también trato de usar “animal print” en pequeñas cantidades: blusas y zapatos aunque me encantan por la misma razón) y escribo sin puntos ni comas porque pienso demasiado rápido, más rápido que 70 palabras por minuto y si pongo un punto pierdo una idea.

Mi maestra leía mis escritos y se quedaba sin respiración, tengo la manía de no hacer pausas, ni escribiendo, ni hablando, ni pensando, ni viviendo; qué dirá eso de mí?

OCHO NEGRO

Sí, me lo voy a permitir y voy a escribir de lo inevitable. Del año. De este año que ha sido un mal amante. O tal vez como dice mi astróloga en mi mente nadie ama como amo yo y lo más triste de todo es que no sé amar. No me lo inventé, así se posicionaron los astros para verme nacer, 10 días más tarde de lo supuesto. Hace exactamente un año atrás suspiraba aliviada de que el 2007 finalmente había terminado. Sí, tengo un patrón de conducta, como toda mujer maltratada, no es mala suerte, es mal gusto. Cáncer en el gusto, me parece que genético-hereditario/conducta aprendida; como todo.
En el 2003 había alcanzado mi mayoría de edad parcial. Estaba estudiando una carrera hermosa que me llenaba de felicidad cada mañana. No tenía grandes aspiraciones monetarias y tenía el gran sueño de irme a España el próximo año. No tenía ahorros ni grandes ni pequeños (eso aún no ha cambiado, ajá, patrones de conducta) pero algo me llamaba del otro lado del océano, o tal vez demasiadas cosas me empujaban a huir de aquí. Luego aprendí que a lo que uno le huye de las ciudades, se va con uno. No permanece en la ciudad, país, pueblo o continente anterior, te persigue, porque la mayoría de las veces ya lo tienes dentro. Esa noche, el 31 de diciembre de 2003 iba a trabajar en un hotel, mi tía me compró un jabón de ruda, para restregarme fuertemente todo lo malo (que ahora que lo pienso no habían tantas cosas malas después de todo), agua de rosas para bañarme y atraer todo lo bueno, un cubo dentro de la ducha para recoger toda el agua que caía y volvérmela a tirar por encima. Recuerdo lo que quería que llegara, dinero para el viaje, poderme ir al viaje y alguien que me amara mucho. Tenía en ese momento alguien que me amaba mucho, (también he aprendido que el mucho se mide de acuerdo a las capacidades del que ama, no a las necesidades del amado) en el fondo quería que esa persona me amara más, entiéndase: mejor. Esa noche trabajé en un hotel, me llamaron para esa noche en particular, necesitamos a alguien mayor de 18 años que sea bilingüe y que pueda trabajar hoy… silencio en la línea. Y yo pasando lista, edad, ajá, idioma, ajá, hoy, ajá. YO! Cuento largo corto porque tengo 5 años que cubrir. Trabajé en ese hotel por más de tres años, con ese dinero fui a España y conocí a quien hoy día es mi esposo. Mi recomendación es que sean exageradamente específicos en lo que pidan, escuchen mi consejo y no tienten la creatividad y sentido del humor de Dios.
Creo que la despedida del 2005 fue la última vez que le dije adiós a un año con nostalgia y emoción a la vez. Acababa de regresar de España, era una persona nueva (que al sol de hoy todavía estoy intentando conocer y atemperar con mi yo vieja) y me graduaba y casaba el año entrante. De ahí en adelante los años han sido complicados, complejos. Aunque casi siempre termino reconciliándome a finales de año conmigo, con el resto de la gente tengo la debilidad de reconciliarme casi instantáneamente. Al final del año intento buscar razones para dar gracias y hacer mi lista de peticiones específicas, después de cierto año siempre lloro a las 12, tengo problemas con las despedidas y las pérdidas. Soy un caso perfecto para una tesis sicológica.
Una de mis abuelas, la testigo de Jehová me decía cuando estaba triste que hiciera una lista de las cosas que Jehová me había dado y las que no me había dado y me iba a dar cuenta obligatoriamente de lo afortunada que soy. Recuerdo las listas kilométricas de bendiciones y mis esfuerzos sobrehumanos a mi corta edad para reclamarle a Dios las carencias. Escribía cosas como que no me había dado una hermana, que realmente nunca quise tener, pero la premisa era las cosas que no me había dado. Todavía lo hago.
Pasando lista: este novio mío, el 2008 me regaló una aceptación a estudios postgraduados, un curso de tarot, una posible nueva carrera, una costeocondritis, las dos semanas más dolorosas y aterradoras de mi vida (que me hicieron darme cuenta de que tengo más y mejores amigas de lo que pensé y de lo que merezco), dos o tres funerales, un taller maravilloso de creación de novelas, varios ataques de pánico, tres meses de desempleo, un resultado sospechoso en un PAP (que vino acompañado de 15 días esperando el anuncio de un cáncer), un resultado negativo, demasiadas mongas para poder contar, Amelie (mi perrita que amo de un modo para nada saludable), Siemprejueves (mi blog, al que tengo abandonado y que de las pocas resoluciones que tengo es amarlo mejor), una salida larga del país, una amiga nueva y maravillosa que se parece tanto a mí que obviamente me asusta, una cafetera espectacular, una perforación en la nariz que me duró menos que algunos de mis amores más cortos (y que me tiene sin poder donar sangre hasta junio del año que viene), un trabajo nuevo, compañeras de trabajo que enriquecen mi rutina, un jefe nuevo (Cáncer: con el mismo cumpleaños que uno de mis amantes más dolorosos) a quien admiro y envidio porque parece ser uno de los seres más libres que he conocido, la inauguración de una nueva relación con mi primo que hasta hace poco casi ni conocía, la reaparición de mi fantasma más terco que hizo entrada en mi vida para decirme cibernéticamente perdón y gracias y con esa gracia que le caracteriza me cerró un punto abierto en el universo y en el corazón.
El 2008 me regaló demasiadas lecturas de casos y tribunales, muy poca literatura, muy poco cine, poca playa, un concierto de Juan Luis Guerra, otro de Black Guayaba y otro de Luis Miguel, prácticamente todos regalados, dos spas, una hipnosis regresiva (en la que aprendí que le temo a que nadie nunca me sepa cuidar), una sicóloga medio loca (me consta que es redundante) que me dijo que vivía con Sleeping with the Enemy, mucho alcohol, mucho menos humo y nicotina, maratones de estudio (totalmente nuevos para mí), una parálisis en el lado derecho del cuerpo, una visita al fisiatra, otras a la neuróloga, laboratorios de sangre, un CT Scan, el descubrimiento de unos puntos de origen desconocido en mi cerebro, una preocupación nueva de un posible padecimiento vascular/cardiaco, la prohibición de mis pastillas anticonceptivas, una naturópata en San Lorenzo que se llama Ruvva y que mirándome la iris del ojo me desnudó la salud. Esto vino acompañado de una fuerte recomendación de evitar carnes rojas, harinas blancas, y refrescos y siete pastillas naturales diarias.
El 2008 fue tan amable de traerme sube y bajas de peso, unas nuevas, prematuras e imprudentes líneas de expresión a los lados de la boca (ni que me hubiese reído tanto en el año), paños en los brazos, la revelación de la isla Caja de Muertos, algunos viajes por la isla, unas pocas visitas a moteles, un colapso de mi sistema nervioso, un nuevo pavor a abrir el buzón y encontrar deudas facturadas, un préstamo estudiantil el cual planifico utilizar de las formas más placenteras posibles, nuevos pagos y mensualidades, más altas tasas de interés, más altos balances adeudados, un odio profundo por mi banco, muchas ralladuras en el carro, un abrazo a mi mejor amigo directamente de Jalisco, y desde Sevilla: más visitas de las esperadas de mi ________(estoy buscando inventarme una nueva palabra, porque ya ni amiga ni hermana me bastan), muchas más felicitaciones de cumpleaños de las que coseché, buenísimas cenas, mejores vinos, el estado comatoso de Ananda (mi computadora), una sobrina (probablemente Valentina) en camino, ni una boda, ni un bautizo, ni bailes de graduación.
Mi año oscuro se llevó a Frida (mi gata hermosamente gorda), me la intercambió por muchas canciones nuevas que amo, Elsa & Fred, dos boletos gratis para viajar intercontinentalmente, seminarios mágicos de escritores latinoamericanos que Mayra tuvo la bondad de invitarme, la despedida de compañeros de trabajo que me hicieron mejor ser humano y una profunda preocupación por la salud de mi papá. El 2008 se llevó aquellos vestigios de memoria que hacían que mi abuela en ocasiones me reconociera, y no logró recuperar mi fe como esperaba. Me obsequió además una familia política que no había adoptado como tal.
El 2008 me hizo esperar, esperar, esperar y esperar. Lo que resistes, persiste. Se me repitieron todas las pesadillas que más detesto, la de la playa esa que nunca he visto que se recoge completa y yo le grito a la gente que corra y nadie me hace caso y el mar arropa todo y se lo lleva, también la de que me persiguen y estoy tratando de entrar a casa de mis padres y el portón no abre, la de la chorrera que es como un túnel y cuando llego a la mitad está llena de agua, y por último la de que tengo un letargo tan grande que no puedo casi abrir lo ojos, ni moverme, ni hablar ni reaccionar. No puedo contar las veces que las soñé. A veces soñaba una y me despertaba y me lavaba la cara y cuando me volvía a acostar o se repetía o empezaba a soñar otra diferente, pero de las mismas cuatro. La mayor parte del tiempo en el 2008 estando despierta, me sentí en una continua persecución, como que ninguna puerta se me abría, como que me estaba ahogando, como que me lo quitaban todo y como que no podía reaccionar, por más que quisiera. Anoche no soñé, porque no dormí. Ahí lo tienen: un festín de psicoanálisis.
Quiero abandonar este año, no quiero reconciliarme con él ni agradecerle lo aprendido, quiero que nos dejemos inmaduramente, rabiosamente, y que jamás nuestros caminos se vuelvan a cruzar, así de radical. De la forma en que es imposible hacerlo en esta isla. Lo siento no sé ser amiga de mis pasados amantes. No me sale, me parece contranatural, confuso, como si el tiempo se doblara y el pasado y el presente se tocaran. Lo dejo por la verdadera razón por la cual uno debe romper con la gente: porque ha logrado que yo no me guste. Voy a sonreír a las 12, tal vez hasta me ría, porque ha sido cruel no sólo conmigo sino con mucha gente y aunque me pasó la manita regalándome ciertas cositas, la mayoría de ellas me las sudé y las demás me las cobró con creces. Agarró mis mayores miedos y me los paseó constante y continuamente por la piel, lo cambio pelo a pelo por el 2009 y me abrazo a él con mínimas expectativas. Lo recibo con nimias resoluciones: escribir más, preocuparme menos, no sentirme culpable y proteger mi mente con uñas y dientes, hasta de mí misma si es necesario. Prometo escribir las cosas buenas que me traiga para regalarles algo más optimista el año que viene para estas mismas fechas. Le pido que me ame más y mejor, salud, viajes, fortaleza, fe, fortuna. Y ahora voy a pedir específicamente: que me borre los puntos del cerebro, y que cuando los borre se me olvide por qué estoy tan resentida, que no se me adormezca más ninguna parte del cuerpo (ni del espíritu), que me ayude a ser mejor Edmaris, mejor estudiante, mejor amiga, hermana, hija, sobrina, nieta, prima, esposa, madrastra, ama, paralegal, escritora. Que me recuerde cómo se perdona, que me ayude a tener una mejor relación con Dios (que no tenga que ver con culpa, quebrantos de salud, necesidad o miedo), que me lleve (por lo menos) a Alaska, New York y Argentina, que se lleve los problemas económicos que me rodean a mí y a la gente que amo, que no me haga esperar o que me deje de doler tanto la espera, que me regale tolerancia (no poniéndola a prueba una y otra vez), que me amen con pasión y compasión, que me quite el terror que me da cuando me siento soberanamente feliz.
Me caso hoy con el 2009, como buena estudiante de Derecho con capitulaciones, de 365 páginas y 8,760 cláusulas. Entro desilusionada, por lo que no me llevaré grandes chascos.
Todo lo mío es mío y lo de él también (incluyendo frutos y rentas, inflaciones y aumentos, por el pasar del tiempo o esfuerzo de cualquiera). Él se queda con todas mis deudas y las suyas. El contrato expira en el 2010 y lo cambio única y exclusivamente con la garantía de uno mejor. Quiero despedir el 2009 llorando, rogándole que no se me vaya.

La boda de ella . . .



La última vez que la ví, fue el día de mi boda. La única cerveza que me dejaron tomarme directito de la botella fue con ella, viajó desde Buenos Aires para eso. Fue mi flower girl de emergencia: qué guachada!,me dijo cuando se lo pedí; me muero muerta Edmaris!!! Mi nombre no suena nunca como suena en la boca de Elena. El día antes, cuando me medía el traje,( sí; menos de 24 horas antes de la ceremonia) además de mi madre sólo dejé que ella me viera. Tenía la certeza de que me diría justo lo que necesitaba escuchar: estás diosa! Y yo como siempre incrédula seguía pregunta, que pregunta.Pero me estás cargando, estás divina.

La conocí en Salamanca, no vivía conmigo pero a veces parecía que sí, mi mamá me preguntaba si yo estaba en España o en Argentina porque se me pegaban las palabras, el acento, la alegría. Recuerdo que se volvía loca cuando una de sus hermanas le escribía, nos leía los mensajes y preguntaba, acaso no es un amorrrr??? Es que es la más linda, mirála… y en la pantalla del ordenador, la misma cara de ella, claro que era la más linda del mundo, era su hermana gemela. Su melli, como ella le llama. Me acuerdo como si fuera hoy un mensaje que decía algo así como: No ha salido el sol en Buenos Aires, pero es que el sol se fue contigo Nitus. Asi le dicen nitus, y me preguntaba por qué se llevaban así, cómo era posible que dos hermanas para colmo de males gemelas se escribieran con tanto amor y se extrañaran tan apasionadamente. Y debo confesar que en el principio lo diagnostiqué como un síntoma de la distancia. Pero yo viví con ella y todavía, más de tres años después a veces yo misma siento que el sol se mueve tras de ella. 

 Ele resplandece, no miento, por encima de sus guachadas, quilombos, remeras, polleras, ojotas, camperas y miles de otras palabras que extraño tanto, amaba escucharla decir oye gordis, o llamarle flaco a todo el mundo. Elena no le temía a preguntar a cualquier desconocido cuando estábamos perdidas y por eso siempre sentíamos que sabíamos a donde nos dirigíamos si la estábamos siguiendo a ella. Era la reina de los especiales y si veía un abrigo en piel en rebaja de 500 euros rebajado a 200 llamaba al padre y le decía con la naturalidad del mundo: Papá adivina qué, te acabo de ahorrar 300 euros. Cómo que en qué me he gastado todo eso papá, pues en viviiiiirr, claro en vivir apoco no fue para eso que vine.

Elena nos regañaba como si fuera la tía de todas: Pero ojo, que eso está remal hecho, no te podés poner eso, si te veo todas las lolas boluda, te pensás poner eso con un corpiño nomás? Y nosotras muertas de la risa, ella entraba por la puerta y yo exhibicionista al fin andaba siempre en panties por toda la casa, no hacía más que llegar me daba una nalgada  y me decía: en bombachas! No entendía por qué andábamos siempre en jeans, hasta en pleno verano. Se pintaba los labios para salir a bailar, siempre rojos y cuando algún españolito se tiraba la maroma de decirnos: queréis follar, Ele los ponía nuevos. Si algún viejo verde le miraba el busto a ella o a alguna de las demás con el típico: qué es eso? Ella les respondía: Lolas! Qué acaso no te amamantaron, pobre!!! Elena creía en el amor y por eso detestaba los hombres poco caballerosos, se gozaba las cartas de amor que nos mandaban a nosotras y nos decía que teníamos suerte, porque cuando a ella le gustaba alguien, el flaco no le daba bolas y viceversa. Elena comía zanahoria, muchas zanahorias cuando se iba a broncear, nunca entendimos por qué. Si no fuera por ella yo no habría ido a París, no me quedaba casi dinero y los alojamientos eran carísimos. Rápido nos dijo: pero boluda, no podés vivir en Europa y no ir a París, París es lo más. Le explicamos nuestra situación económica precaria y como siempre no habíamos terminado y ya nos tenía solución: se quedan con Lucre, mi hermana, ella vive en París. Y yo le digo Elena tú estás loca (porque nosotros ponemos el tú frente a los verbos) yo no conozco a tu hermana, se supone que yo llegue allá y le diga: mucho gusto Lucre, yo soy Edmaris, amiga de Elena y me voy a quedar aquí por casi dos semanas. Elena mirándome con cara de incrédula: sí, cuál es el problema? Le explicamos que no se podía, que qué vergüenza, etc., etc., etc. Ele agarró el móvil: mamá que honda? Sí, mirá, que tengo que volver a París, sí, sí, ya sé que fui hace un par de semanas, pero entendé, mis amigas las boricuas (se moría de la risa cuando decía esa palabra) nunca han ido a París. Ya, ya les dije, pero no se atreven, así que tengo que ir, ajá, acordáte que es mi cumple, bueno, bueno.listo. ya está: nos vamos a París .

En un segundo Elena me llevó a París, me llevó a Valencia, a Málaga, a Sevilla, a Cádiz. Ella era la tour guide por excelencia, cuando nos despertábamos ella ya había desayunado y hasta a Misa había ido. Luego nos sorprendía cuando nos enseñaba las fotos, tenía fotos de todo, rótulos, plantas, piso, bares, gente, perros, mariposas, y hasta de nosotras mismas sin saberlo.

Un día de verano estábamos todas en la Plaza Mayor, hacía mucho calor después de un invierno largo e inusualmente frío según me enteré después. Todas con nuestros helados y de la nada sale Elena: Chicas; Estoy Chocha! Todas nos quedamos mudas, mirándonos las unas a las otras. A mí por lo regular me tocaba traducir, Ele: no sé lo que estás diciendo, pero cuando vayas a Puerto Rico, por favor no lo digas frente a mi abuela.

Elena es mi propia Mafalda de carne y hueso. Con ella tuve un picnic en París, en el puente al lado del Louvre, con más de una docena de argentinos y comimos chocotorta, una cosa que nunca he podido superar, chocolate y dulce de leche, no hace falta decir más. Con ella probamos el verdadero dulce de leche, y los pecaminosos alfajores.

Hace un par de semanas fui al correo a buscar un paquete o algo que aparentemente no cupo en el palomar, no, no tengo la dicha de un buzón. Y cuál fue mi sorpresa cuando veo que es de Buenos Aires, una invitación de boda y por alguna extraña razón no puedo dejar de llorar. Fue el día que venía el huracán Omar, llevé a mi perra al veterinario y fui al correo, los preparativos naturales de un huracán.

Elena se me casa y me lleno de felicidad por ella. Pero no puedo estar allí, no puedo decirle me muero muerta, estoy chocha, que linda que eres, estás diosa y nunca he visto una novia más linda que tú, no existe. No puedo prometerle como ella lo hizo conmigo que si alguien se atreve a venir de blanco la saco a patadas. No puedo abrazar al novio y sentir el alivio de que me da buena vibra. No puedo decirle a ella cara a cara que la boda pasa en un segundo, que trate de recordar cómo huele, una que otra canción, que no guarde un pedazo de bizcocho, no sé si los argentinos hacen eso, pero que no lo haga de todas formas, que es un asco comerse un bizcocho un año después. Y  quisiera, sacar a Julito a un lado, no importa lo bueno que sea y amenazarlo, como hacemos los puertorriqueños cuando queremos a alguien. Amenazar a la pareja  y decirle que si me la lastima, voy a sacar todos los ahorros que no tengo para ir a golpearlo. Decirle que es el hombre más afortunado del mundo porque se casa con el sol. Pedirle que por favor siempre le regale flores, que le toque el pelo hasta que se duerma, que la despierte a besos, porque Elenita cree en el amor. Siempre ha creído en él antes de sentirlo, antes de conocerlo y sólo la gente noble sabe hacer eso. Que le aseguro que Elena lo va a hacer reir como nadie, porque se pasa el día cantando, porque ama el cine y se memoriza escenas y música de fondo. Que con Ele puede ir a cualquier lugar en el mundo porque ella es una brújula. Yo soy una bruja y siempre he creído que merezco ser feliz, pero Ele cree en la gente. Sé que Ele se pintará la boca de rojo para salir a pasear, le tomará miles de fotos a él, a los letreros de las calles, a todo lo que le llame la atención. Que la perdone los días que esté de mal humor que son un porciento minúsculo, que casi todo puede ser justificado intestinal u hormonalmente. Que le complazca sus caprichos y que nunca nunca la deje de mirar con ternura. Que le construya un laboratorio de revelado porque ella es de esos seres que ven las estaciones, los cambios de luz en el cielo y que si alguna vez por alguna razón totalmente fuera de su control ella está triste, que le cante la canción que ella me prestó: I can’t take my eyes off you, I can’t take my eyes off you, I can’t take my eyes…

Elena es fácil desearte que seas feliz, porque la felicidad por clichoso que parezca, la llevas a dondequiera que vas.  

BARRUNTO



Un día entré a una boutique, porque ya había agotado todos mis recursos y porque tenían una pancarta gigante enfrente llena de porcientos. Como siempre me pasa las vendedoras tratan de convencerme de que la talla que estoy buscando no es mi talla, “mides cómo qué; 5’5” y pesas como 120 lb, es imposible que ese sea tu size”. Mido cinco pies con una pulgada y media que no cuenta para nada y las otras cuatro pulgadas me las suplo con tacones sin importar para donde voy o el sufrimiento  que pueda causarle a mis pies, la belleza duele, eso dicen. Las libras por lo tanto estan más o menos acertadas dependiendo el momento preciso del mes. Luego tengo que explicarles que mi cuerpo engaña y que soy pequeñita arriba e inversamente proporcional abajo y prefiero que quepa la parte inferior de mi cuerpo y luego cortar la tela que sobre. Una señora mayor, cubana, me rescató de las pirañas y me dijo: “tú lo que necesitas es un traje línea A”, y me sacó un traje que no me gustó para nada, fuscia, con pinceladas doradas, yo soy plateada, blanco y negro. Pero accedí en agradecimiento por el rescate y me medí el traje que resultó quedarme (modestia ausente) espectacular. La señora me explicó que ese era el corte perfecto para la estructura  de mi cuerpo, cosa que nadie tuvo la bondad de informarme antes, en los miles de calvarios similares. Y de momento suspira y me dice: “por tu vida mi santa, pero qué trapecio tan hermoso tú tienes”. Yo sonrío y le doy las gracias de rigor. “Tú no sabes lo que la mayoría de mis clientas darían por un trapecio así algunas hasta se lo maquillan.” Y yo me río con la risa nerviosa esa que me sale cuando no sé qué decir, la señora se retira y le pregunto a mi madre, qué carajo es un trapecio? Y me señala toda la parte entre  mi cuello y mi pecho. Y justo ahí, esa zona donde yo sólo reconocía la clavícula se convirtió en mi trapecio.

Mi clavícula es la única parte del cuerpo que me he fracturado en mi vida. Sí, así de atlética soy. Cuando tenía 3 ó 4 añitos mi papá estaba cocinando y yo estaba sentada encima del mostrador de la cocina, mi mamá sujetándome y papi le dice a mami que mire o pruebe algo, mami se acerca a él y yo me inclino para ver también y me fui de boca y me fracturé la clavícula. La curiosidad es un deporte peligroso. Cuando me río mucho, de esas carcajadas prolongadas que te sacan las lágrimas y después te hacen sentir aliviado como después de un estornudo o de otras cosas, a mí me provoca un dolor agudo en la clavícula, en un lado en partícular.  Tengo la clavícula de una persona muchísimo más flaca que yo, huesuda, tal vez por eso fue fácil de romper.

Hay un poemario que se llama barrunto y el sonido de esa palabra me enamoró sin saber lo que significaba, cosa que me suele pasar.  Oficialmente barrunto viene de barruntar, presentir, pero en Puerto Rico le llaman barrunto a un malestar en los huesos o en las coyunturas cuando va a llover, lo dicen las abuelas, que las heridas viejas se resienten ante el presentimiento de lluvia. Cuando me río mucho, me duele la clavícula y luego me duele tanto que me dan ganas de llorar, barrunto de la peor calaña, la parte más bonita de mi cuerpo se niega a olvidar que algún día se rompió.  Ni siquiera recuerdo la caída y aunque alguna gente diga que es imposible yo tengo memoria desde mis dos.  Mi madre nos decía cuando a mi hermano y a mí nos daba pavera: ríanse mucho, ríanse que después van a llorar, de seguro se lo decía mi abuela a ella y a mi abuela mi bisabuela y así consecutivamente la maldición de generación en generación.  Cuando me siento feliz, soberanamente feliz, a la misma vez siento miedo, siento pavor, porque sé que ahí está la verdadera teoría de la relatividad. Después de la tempestad viene la calma dicen, y yo digo: después de la calma qué viene: quisiera decir otra cosa pero mi experiencia vital me dice que viene una tempestad mucho peor. Y muchas veces la tempestad no es realmente peor, pero uno va acumulando tempestades, fracturas, barruntos y lo que la primera vez se enfrentó con toda la valentía del mundo, uno lo enfrenta herido, con menos municiones, con la embarcación remendada, con miedo por la vividez del recuerdo. Mi madre dice que la primera vez que se fue de parto, si se le puede llamar así cuando el doctor te ordena que vayas al hospital a parir no sintió miedo, pero la segunda vez, tan pronto pisó el hospital se aterrorizó porque lo recordó todo, el primer parto completo, vividamente, esas imágenes que nunca volvió a ver en todos esos años se le avalanzaron de golpe. Mi colombiano favorito lo dice mejor: la nitidez perversa de la nostalgia.

Nos pasa con muchas cosas, se me cierra el estómago si entro al restaurante donde alguna vez fui muy feliz. Y poco a poco uno termina siendo herido con demasiada facilidad, hasta cuando menos se lo espera, cuando uno ya se ha dado de alta emocional. Prendo la radio y sale Franco De Vita y dice: “ y por qué dejamos que esto se fuera tan lejos, que se nos escapara de las manos…” y no puedo dejar de llorar y soy una persona feliz, relativamente feliz.  Pero hace mucho tiempo alguien me dejó de querer o tal vez nunca me quiso y aunque estoy sanada, cuando escucho esa frase algo dentro se vuelve a romper. Es el presentimiento de lluvia, yo me trepo con facilidad en cualquier mostrador y no pienso en caerme. Pero amo mucho y entrego mucho y a veces el barrunto me come viva.  Porque mi espíritu es una carretera boricua, llena de hoyos que rellenan con un poco de brea, y al primer diluvio, la abertura original se convierte en un cráter.

Hay un tipo de llanto, que es tan fuerte que se pone el cielo blanco, que se nubla la vista, que parece que cambian las dimensiones de la habitación y que el aire no puede llegar a donde debería. Clínicamente, humanamente, el dolor emocional es tan abrumador que el cuerpo intenta apagarlo, como sea, el cuerpo no es bruto dice mi costurera, a veces uno sí lo es. Como los knock outs  en el boxeo, el cerebro da vueltas dentro del cráneo y llega el momento donde el cuerpo no aguanta más y se derrumba. En mi isla llueve y el tráfico se convierte en un funeral gigante. Tengo un amigo que dice que es como si lloviera pega y los automóviles dejan de moverse. En un país donde las casas tienen más carros que gente, llueve y nos detenemos. Todo se inunda, la electricidad colapsa, los carros se hunden, las alcantarillas se revientan y algunos lloramos en los carros. Porque a veces no hay tiempo, porque no sabemos dónde duele y abrimos los ojos por las mañanas lentamente con miedo a levantarnos y que ese dolorcito todavía esté ahí, o lo que es peor que nunca se haya ido en realidad. Porque eso es lo mágico de las rupturas; no todas se curan con el tiempo, a veces una cicatriz en la piel ya añeja al exponerse a altas temperaturas reaparece como si estuviese acabadita de hacer. Cuando pasa mucho tiempo y no me duele la clavícula, me da tristeza porque pienso que tal vez ya no me río como antes.

A veces miro a mi abuela que no sabe si llueve o escampa. Y me pregunto si mi primer amor tenía razón, si tal vez mi abuela tenía tantas memorias tristes que decidió olvidar, si tal vez ese olvido que es tan terrible para nosotros para ella es la única cura posible a su barrunto.

Ayer cayó un diluvio y me pregunté si mientras llovía a alguien le dolía un hueso y pensaba en mí.

V I R G O


No tenía virgos en mi vida, al menos la vida misma no me había asignado ninguno como parte de mi familia y entre mis interesantísimas decisiones previas tampoco.  Así que como suelo hacer me lancé sin ninguna experiencia previa, sin referencias personales, sin manual de instrucciones, sin paracaídas, y de voluntaria por tiempo indefinido. Como varias de mis vértebras parecen estar unidas por metales, y mi pelvis está forradita de imanes,  alguna fuerza exacta o puramente magnética me arremetió directamente contra un hombre con acero en la sangre. Me encontré con una figura con postura de torero, que nunca vi perder la compostura, que tenía voz de trueno y que su nariz era una flecha que le apuntaba hacia la boca. Cuando se reía temblaban todas las mesas al mismo ritmo que mis rodillas. Me miraba poco, muy poco para mi gusto. No hubo forma de desterrarle lo impropio que estaba tan segura que tendría por algún lado, cualquier cosa tan cuadriculada tiene que estar escondiendo algo. Tiene la barbilla con la proporción exacta para producirme morbo y otras cosas que descubriría después y uno que otro lunar situado estratégicamente en la cara que me pronosticaba mapas lunares extendiéndose por rincones irreverentes. Su hogar era un museo, sospechosamente organizado y mientras yo iba dejando rastros por casi todas las locetas de la casa, él me seguía las huellas y lo situaba todo en torrecitas, siempre en el mismo lugar. Como el magnetismo suele nublar las facultades cerebrales, no sentí miedo, es más, me pareció fascinante. Y allí estaba yo, despeinada, estrujada, trepando los pies en muebles de colores tenues, poniendo vasos fríos directamente sobre las mesas, escurriéndome sin secarme sobre las alfombras. Yo sagitariana hasta la médula que convivo feliz con el caos, porque el caos vive dentro de mí,  yo que saltaba desde el marco de la puerta para poder llegar hasta la cama, yo que dormía en una esquinita de ella porque el resto era territorio ocupado. Yo quise meterme allí, porque no tengo nociones dimensionales y nunca estoy segura si las cosas caben o no. Y con ese virgo cohabito y  me habita, por lo que vive dentro y con el caos, y no tengo margen de comparación sólo sé que con ese me basta y me sobra. Ese virgo que guardaba la tostadora y la cafetera dentro de las cajas cada vez que se usaban. Ese virgo cuyo armario se divide por colores, estampados y estilos de camisas. Ese virgo que nunca echa en la canasta de la ropa sucia, la ropa deportiva sin antes dejarla secar. Ese virgo que pone todos los ganchos hacia la izquierda con la ropa mirando hacia al frente. Ese virgo que no puede concebir mi torpeza corporal y vive recogiendo mis destrozos. Ese virgo que inhala profundamente cuando ve las condiciones del interior de mi carro. Ese virgo que tan pronto llega a la casa endereza las sillas y guarda los platos limpios. Ese virgo que se lava la boca en las mañanas antes de besarme, el mismo virgo que me da masajes en los pies y luego me los envuelve con toallas tibias. Es virgo llega con bolsas de ropa que yo no me he probado y que siempre me sirven a la perfección. Ese virgo que se empeña en adornarme con prendas costosas, aunque sabe que mi pasión son las plumas y los viajes. Ese virgo me deja leerle cada barbaridad que escribo y me dice infaliblemente que está buenísimo. Ese virgo me atiende cuando hago mis disertaciones sobre la guerra, mis monólogos sobre novelas que nunca ha leído. Ese virgo me mira con ternura cuando me ahogo en llanto porque la perra se lastimó una cadera.  Ese virgo recoge los animalitos muertos de la carretera o del balcón para que yo no los vea.  Ese virgo me deja morderlo aunque no entiende por qué mis expresiones de afecto son siempre tan toscas. Ese virgo me plancha la ropa en las mañanas cuando tengo una entrevista y se ríe cuando digo que se me había olvidado que ese atuendo lo había mandado a la tintorería. Ese virgo que me trae la toalla cuando me baño y se me olvida.  Ese virgo que tiene más amigos que los días que tiene el año y se llena la boca diciendo que es selectivo. Ese virgo me ha dado clases de amistad 101. Ese virgo que se siente responsable de su familia y también de la mía. Ese virgo que no duerme, que no conoce el placer de no hacer nada. Ese virgo que toma jugo de sábila en las noches y mejunje de algas en las mañanas. Ese virgo que tomaba pastillas para limpiarse el hígado y los riñones, pero bebía y fumaba hasta el amanecer. Ese virgo que todavía se sorprende de la cantidad de comida que cabe en este cuerpo de sesenta pulgadas. Ese virgo que un día dejó de fumar y no ha vuelto a tocar un cigarrillo más nunca. Ese virgo que maniobra con los problemas gigantescos como si nada y que se le destruyen los nervios cuando rompo una taza. Ese virgo que se escandaliza con mi amplio vocabulario soez. Ese virgo que me dice que no le molestan mis minifaldas, pero sí mi forma terrible de sentarme. Ese virgo que me dijo un día que me fuera a España, que él me iba a esperar, ese mismo virgo me ayudó a empacar. Ese virgo me dijo un día que no tenía más nada que buscar y yo le creí. Y ese mismo virgo modificado, contaminado, neutralizado; me dice que estoy loca y me abraza cuando las hormonas me secuestran la razón. A ese virgo que yo le digo que estoy enamorada de su lindura y él me dice que de mi mente. Ese virgo que tiene una treintena de años en memorias acumuladas que no me incluyen. Ese virgo complicado, territorial, materialista, obsesivo compulsivo con la organización, ese virgo ordenado y responsable, ama a esta sagitariana caótica, egoísta, caprichosa, terca, apasionada y cruel. Y celebro que nos amemos con baños, armarios y cuentas separadas. Y lo celebro funcional y hermoso, como sé que él  celebra mi humor negro y mis locuras, y en mi cuerpo sigue habiendo fiesta cada vez que lo veo, feliz cumpleaños virgo mío!

M U T I S




Tu cuerpo está callado
y yo odio el silencio
como todos los curiosos
odian las ciudades vacías
tan llenas de gritos
tan faltas de certezas

mi piel se contagia
y se muere de mutis
se muda sin reemplazo
piel de reptil
que mama y muerde

me obligo a aprenderte
ese nuevo tú sin audio
a memorizarte de nuevo
a amar tu película muda
mientras me invento los diálogos

me callo por no mentirte
y la vida me castiga
siempre a fuerza de silencios
patito feo se enamora de un cisne
los cisnes sólo gritan cuando están por morirse

me hundo en la cama
que casi casi me abraza
tu cuerpo dolido no me alimenta
mi cuerpo vacío se llena de rabia
ni el agua se apiada de mi hambre

tal vez en mi vientre otoña
y mi ombligo se viste de adviento
tu cuerpo invierno en verano
tu cuerpo isla que no florece

quiza no siempre es tiempo de devoraciones
felina al fin amo las jirafas
inmensamente hermosas
infinitamente mudas

el silencio sufre de morbo
el morbo goza del silencio
tu cuerpo callado me invita
el mío no entiende y grita

intento aliarme con la distancia
y mi caribe triste se espanta
no sabe hablar sin las manos
no sabe amar en silencio
no sabe de fiestas sin música
no sabe esperar este cuerpo

R e n u n c i o





Mañana es mi último día de trabajo. Después de casi siete años de seudo vida laboral comienzo oficialmente el desempleo el lunes. Me siento como probablemente se siente una mujer divorciada después de siete años de matrimonio, aterrada y llena de paz: pacíficamente paralizada. Después del 31 de agosto no tendré plan médico, y el hecho de que siquiera considere esto como una complicación es una confirmación desgarradora de mi innegable adultez/vejez. Porque he ido descubriendo que mientras más preocupaciones uno tiene, mayor se siente por dentro. Crecer implica coleccionar un montón de miedos nuevos y reírse de unos pocos miedos viejos que ya no parecen tener sentido. Cuando tu vida la determinan las quincenas y no los fines de semana tu mayoría de edad empieza a sentirse como el barrunto, un dolor en las coyunturas cuando se acerca la lluvia.
Llevo dos años sin irme de vacaciones, y como el año pasado las liquidé para pagar parte del pronto de la casa, esto significa que el cheque de liquidación me mantendrá sobreviviendo hasta medidos de septiembre. Sin embargo esa porción de juventud que se niega a adquirir seguros de vida (porque le creo a un profesor que tuve que decía que los seguros de todo tipo son simplemente formas de hacerles pagar a los clientes cuotas mensuales por sus miedos), esa Edmaris de pelo enredado, con la nariz perforada, que es incapaz de pintarse las uñas o la boca de rojo, quiere agarrar ese cheque, meterlo en la cuenta, abrazarse por unas cuantas horas a la computadora, sumar y restar, restar y restar, y comprar pasajes. Porque no puedo dejar de verme con pantallas artesanales olvidando por un momento que pago hipoteca. Porque esta que está dentro de mí; hierba mala que no muere, tiene un compromiso consigo de salir de aquí al menos una vez al año y estoy delinquiendo en la deuda. Le temo demasiado a la locura y la fórmula perfecta para enloquecerme tiene mi mismo código postal. Estoy segura que el código de área asociado a la demencia es el 787 y esa necesidad de salir me tiene los tobillos porosos.
Regresé de Salamanca hace tres años y alguien me aseguró que el malestar se me iba a ir, que cuando se regresa al país de uno, es normal una gastritis emocional por varios meses. No me parece que mi cuerpo vaya a digerirlo, se niega, porque mi cuerpo es terco y a veces le molesta quedarse en el mismo nivel del mar todo el tiempo. Porque mi cuerpo tiene un relojito, un relojito que suena más duro que el biológico, un relojito suizo hecho en China que me cronometra el tiempo que estoy perdiendo mientras me pierdo el mundo sin salir de aquí. Hay gente que es incapaz de ser fiel, que alegan que la monogamia es antinatural. A mí me parece que a la fidelidad hay que verla no como una dieta, sino como un estilo de vida donde se come más saludablemente, y seamos honestos, en este mundo es bastante más higiénico (claro dependiendo con quién uno se monogamie). En cambio yo tengo un serio problema con la permanencia geográfica, yo me auto diagnostico claustrofóbica insular. Puedo estar en un ascensor, en un submarino, en un carro pequeño, pero no puedo vivir en una isla por más de doce meses corridos, al menos no en la misma. Paso por el lado de las agencias de viaje y literalmente salivo. Veo reportajes de viajes en televisión y suspiro tan fuerte que se me olvida respirar. Escucho a otras personas hablar de sus viajes a sitios que aún no he ido y siento envidia, de la mala, no admiración con tanta intensidad que raya en lo rabioso, sino envidia de la verde, prima hermana del odio. Si fuera necesario o si por mi fuera, lo empeñaría todo, agarraría una mochila y me iría, sin tan siquiera una cámara, pero con dos pares de espejuelos y una libreta plegadiza.
Siempre digo que si me pego en la lotería correría a un aeropuerto al mostrador de cualquier línea aérea y le diría a la dependienta dame un boleto a cualquier lugar que salga en los próximos 45 minutos. No me importa a donde, si son las y 13, pues entonces que salga a las y 58. Ya habría llamado a mi compañero a decirle tienes media hora para llegar al aeropuerto con pasaporte en mano. No quiero más nada, no necesito un convertible, no me compro una mansión, no le arreglaría la vida a nadie, al menos no desde aquí, tengo que salir para pensar. Primero tendría que jugar lotería y no perder el boleto y verificar los números ganadores y tengo mucha dificultad en completar todos esos pasos por alguna extraña razón, tal vez mi predeterminación a la pobreza. Dicen que el que viaja solo viaja más ligero, yo ni una ni la otra.
Empiezo a buscar días libres, porque no quiero faltar a la universidad y decido las elecciones. Porque en esta extraña sucursal caribeña del sinsentido las elecciones son el 4 y por eso no se estudia ni el 3 ni el 4 ni el 5. Miro el calendario lo analizo con pasión, y tengo trece días, me voy el Día de Brujas y regreso el doce, no estudio los viernes y el 11 es el día del veterano, estoy de suerte me digo victoriosa. No sé para donde voy, tampoco tengo el dinero, no sé dónde me voy a quedar y mi codeudor hipotecario morirá de un infarto fulminante cuando se lo insinúe. Pero han sido los quince minutos más felices del mes. Suena el celular y son mis amigos de la Compañía del teléfono, que me lo van a cortar. Decido que tengo que irme a algún lugar que no llegue la señal telefónica de todas maneras. Todavía tengo que redactar una última acta, mejor dicho debo. Tengo que leer veintidós casos para la semana que viene. Cuando salga mañana voy al colmado a comprar leche, harina, huevos, pasta de guayaba, pistachos, y piñas, el lunes comienzo a vender bizcochos, con algo tengo que pagar la casa.