MACACOA



Hay gente que le llama una mala racha. Otros dicen que es la caída de la macacoa. He escuchado que son vacas flacas, que son siete y después se supone que vengan las gordas. Mi abuela decía que Dios prueba a sus favoritos. Mi astróloga dice que es un tránsito en Plutón. Ziggy dice que hay 6.684 billones de personas en el mundo y ¿todavía esperas que este sea tu día? Mi tía siempre me ha dicho que seis meses antes de tu cumpleaños todo te sale mal. Llevo una semana, un mes, un año, un par de años con el presentimiento de que en algún lugar alguien tiene una muñequita vudú con los labios bien grandes y el cuerpecito alfilereteado. Ayer me diagnosticaron foliculitis granulosa, nada que logré perforarme la nariz casi una década después de quererlo hacer y mi piel decidió que va a expulsar ese cuerpo extraño encapsulándolo, para luego eliminarlo. Como haría cualquier sagitariano que se respete así mismo, le dije a mi nueva dermatóloga que no me la voy a quitar, que la pantalla se queda, y que mi piel se vaya haciendo a la idea porque aquí mando yo, aunque ella sea el órgano más grande de mi cuerpo. Le enseñé las manchas blancas de mis brazos, ella dice que es una alergia, otros dicen paño, otros hongo, una dermatóloga me dijo que andara las 24 horas del día con bloqueador puesto en todas las áreas expuestas, otros deficiencia de pigmento, mi pediatra decía que era que mi fábrica de hombrecitos que producen el color de la piel, tiene escasez de empleados y cuando tomo sol, como les falta personal no les da tiempo de darle al cuerpo entero la sustancia que necesita para broncearse y como todo buen médico me recomendó asolearme con Coca Cola, que en algún momento mi cuerpo solito lo solucionaría. Así que en ese entonces me trepaba al techo, en bikini, encaramándome por las paredes de la marquesina y asoleándome con un padrino colorao’ y de fondo el sonido de bocinazos de la avenida. Años más tarde mi oftalmólogo me dijo que tenía principios de cataratas, que no podía tomar Sol, nunca más y que debía andar con gafas hasta que no viera con ellas puestas. Como odiaba las gafas dije que no me pondría ninguna, y mi padre al rescate (como siempre) me dijo que escogiera las que quisiera y yo quinceañera maquiavélica escogí unas de seiscientos dólares que me constaba mi papá no podía pagar. Mi papá las compró, me duraron menos de un mes, se “perdieron” en un salón de belleza, donde a los varios meses se llevaron a una empleada arrestada porque le robaba a la dueña. Se me olvidó mencionar el ínfimo detalle de que soy alérgica al bloqueador solar, un día cualquiera me puse bloqueador y cuando pasó un tiempito, niña al fin corriendo alrededor de la piscina, sudando en bañador, me empezó a arder la cara, un ardor que me quemaba como si me estuviesen friendo el rostro. Al sol de hoy, valga la redundancia, no puedo ponerle bloqueador a nadie, no puedo tocar a nadie que lo tenga puesto, no puedo tener esos arrebatos lujuriosos que la gente disfruta tanto en las playas a menos que mi pareja no tenga problemas con agarrar una insolación. Una vez en una tienda por departamentos una dependienta insistió en ponerme un humectante fabuloso porque tengo el cutis seco, al contacto instantáneamente empezó el ardor, le pregunté si tenía bloqueador el humectante y ella se llenó la boca de orgullo y me soltó un SPF 50! Magistral, soy alérgica le digo y ella me dice imposible, yo le dije que estábamos de acuerdo en eso. Y seguí mis compras con la dermis a fuego vivo. Soy una persona completamente saludable salvo esas pequeñas deficiencias/disfunciones corporales y mi carencia absoluta de sentido de dirección, tengo un cuadro médico lo que se dice envidiable. Sólo soy alérgica al bloqueador solar y a las hormigas, es cierto que por cada ser humano hay un millón de hormigas, pero no es nada tan terrible como una alergia al consumo de algo. Nunca me había puesto a pensar que la gente alérgica a la comida no puede besar a sus amantes cuando el otro se ha metido a la boca el objeto de su aversión.
Así que con eso en mente y pensando en mi tía que sus huesos no aguantan el frío y su piel no aguanta el calor, no estoy tan mal.
Una vez tuve un día terrible, lo que se dice terrible cuando uno es adolescente, una prueba sorpresa, un examen dificilísimo, pelearse con una amiga, caerse en el comedor escolar con la bandeja llena, entonces a la hora de salida me senté encima de un conglomerado de hormigas, demás está decir que se me pusieron las piernas como jamones y me reí, porque sentí el alivio de que nada podía salir peor. Miré al cielo y dije: ¿qué más? y llovió, cayó un aguacero monumental. Desde entonces siempre le digo a la gente, No Lo Retes!, no cuestiones la creatividad de Dios, porque créeme que siempre se puede poner peor.
Una vez tuve un amigo bastante suicida que se pasaba diciendo que nosotros éramos el entretenimiento de Dios, que cuando se aburría movía las piecesitas a ver qué pasaba. Que sólo un ser bastante perverso podía hacer que dos objetos tan disímiles como lo son el hombre y la mujer estuvieran destinados a vivir juntos y hacer que la preservación de la especie dependiera de ese factor fortuito tan accidentado desde el principio. Intento restarle el crédito recordando que un amanecer me llamó a pedirme que le deletreara bien mi nombre, que se lo iba a tatuar y ya habían escrito el EDMAR- y necesitaba saber si la i que le seguía era griega o latina.
Hace unos días después de decidir que terminantemente dejaría pasar mi aceptación a la escuela de derecho por la fatalidad de no conseguir un trabajo con un horario lo que se dice “normal” 8 a 5, que me pagara al menos lo mismo que gano ahora, que hasta ahora nunca consideré cuantioso. Llevo desde marzo en esas y realmente mis municiones de fe ya no me rendían mucho más. Mi carro decidió no prender hace tres días, la batería murió, un punto del motor suelto y un chorro de terminología más que significa: eres mujer no sabes de mecánica y tengo que encontrarle algo al carro que no esté en garantía porque esto está duro pa’toel mundo. Ayudo a adiestrar a la que será mi jefa, me ha pasado tres veces en la vida, llevo 6 años siendo demasiado joven para mandar y suficientemente joven para entrenar. Como llevo la ley de Murphy encriptada en mis genes al llegar a mi casa encontré una hoja informándome el aumento de la tarifa de mantenimiento junto a un sobre de la universidad con el horario de clases y la factura a pagarse. Suspiré hondo y me abracé a mi perra, por aquello de no arruinarle el momento más feliz de su día que es cuando me ve. Me dispuse a cocinar, honestamente porque no quedaba ni una onza de alcohol en la casa. Sartén prendido, aceite reverberante, panapén cortado con dificultad, todo dispuesto, y él llega y me abrazo a él y lo escucho por dentro y su adentro me dice que todo va a estar bien y su adentro absorbe mi miedo y su adentro posterga el suyo. Él llega a la cocina y alaba los olores y hace alarde de su hambre y abre el grifo y no pasa nada, ni una gota de esas terrosas. Me pregunta si hace tiempo que se fue el agua. Ni idea. Suspiré de nuevo porque algo recuerdo del yoga, que nada afecte mi centro. No importa, ya volverá el agua, probablemente antes de caer la noche. Y sigo mi empresa y le narro mis pequeñas tragedias del día y el pone cara de qué pena chica. Y digo que tengo mala suerte, y el dice que no. Y justo ahí se va la luz.

si hubiese sabido


Si hubiese nacido sabiendo lo que ahora sé… hubiese tenido mucho menos miedo y mucho más cuidado. Me habrían odiado sin excepción todas mis maestras. No hubiese intentado sobornar a Dios tantas veces. Nunca habría dejado de chuparme el dedo. Nunca habría permitido que me cortasen el pelo. Me hubiese negado terminantemente a los pantimedias de cualquier color, al color rosa en general y aquellos lazos más grandes que mi estructura craneal. Me hubiesen gustado los panticitos bombachas, de esos de vedette que le ponían a uno sobre el pañal. No habría crecido queriendo a mi hermanito con tanta pena. Convencería a mi papá de que fuéramos a otro sitio que no fuera Disney para las navidades. Le hubiera teñido el pelo a todas mis Barbies y le hubiese pedido dinero a Santa Clause, a los Reyes Magos, al conejito de Pascua y al ratón de los dientes. Hubiese empezado a leer más temprano, habría leído el triple y sólo la mitad de lo que me obligaron a leer. Me hubiese tragado todas las pepitas de parcha y de guayaba sin temor a que me crecieran matitas por el ombligo. Le pediría a mi abuela que me enseñara a cocer y habría tomado nota de todas sus recetas. Le habría hecho entrevistas a todos los viejitos de la familia y nunca nunca haría llorar a mi abuela. Nadie podría crearme aversión hacia los lagartijos. No me hubiese dejado arrastrar a ninguna caravana política. Le hubiese creído todo a las monjitas pero les hubiese pedido que se quedaran con toda la culpa. Me habría dejado besar al primer intento. Si hubiese sabido lo que ahora sé, perdería mi virginidad a los 12, me haría amiga de todas las que se quedaron con mis novios. Hubiera llorado por ellos pero sólo una vez por cada uno. No me daría vergüenza tropezar, ni caerme en público, no me molestaría mancharme la ropa y no hubiese hecho a mi mamá gastar tanto dinero en mí. Hubiese creído mucho más en astrología, aprendería el tarot antes de que me llegara el periodo y nunca hubiese dejado el belly. Le hubiera bailado a más gente y hubiese coqueteado el doble. Hubiese amado al niño que más me amó, le hubiera curado la niñez y de seguro él me hubiese salvado cuando todavía era salvable.
Le hubiera dicho al hombre en formación que nunca me amó que entrara y saliera las veces que quisiera por el tiempo que pudiera, porque me arrebataba, y esos delirios cortos me bastaban. Le pediría perdón a los que trataron intensamente de amarme pero nunca me bastó. Me hubiese ido a España más tiempo, hubiese viajado más y me hubiese lamentado mucho menos. Hubiese sido mucho más amiga y menos novia. Me hubiese internado para tratarme los celos antes de que llegaran a metástasis. Si hubiese sabido lo que ahora sé hubiese administrado mis lágrimas mucho mejor. Me hubiese permitido ser arrogante, no me hubiesen acomplejado nunca mis labios, hubiese sido veterinaria, y no hubiese ido a ningún funeral por compromiso. Me hubiese extirpado el pudor desde temprano y hoy escribiría como los dioses. Hubiese puesto un breve resumen de la situación cada vez que escribo, para poder reconocer mis propias letras, para recordarme quién me fue tallando, cuál golpe me convirtió en esto. Me hubiese permitido gustarme más quince libras atrás, me hubiese pintado de rojo la boca y las uñas. Nunca hubiese dejado el whiskey y hubiese tomado café mucho más temprano. Hubiese creído en la eutanasia, si se la merecen los perros por qué no le hacemos el favor a las relaciones también. Hubiese tomado clases para ser “stand up comedy”, hubiese posado para Playboy por mucho menos de $30,000. Habría coleccionado toda la música que alguna vez tuve y hubiese jugado más a la lotería, hubiese visitado más casinos, hubiese llamado menos a los que no me contestan y hubiese contestado mucho más el teléfono. Hubiese ahorrado mucho más y de seguro no viviría aquí. Si hubiese nacido sabiendo lo que hoy sé, probablemente no habría vivido nada de lo que hasta hoy viví, probablemente nunca hubiese amado como sólo se ama la primera vez, creería que es imposible morirse de amor, no hubiese comprado nada caro y habría recorrido el mundo, si hubiese nacido sabiendo lo que ahora sé, de seguro estaría más que sola, no confiaría en nadie y estaría deseando no haber sabido todo lo que ahora sé.

Inundada

Tengo la facilidad
de dejar que se llene de agua,
el cubículo, el carro, la cama
y lo noto en las mandíbulas
cuando ya tengo mi clavícula
rota y sumergida
mi trapecio protuberante y submarino
los lóbulos de mis orejas flotantes
y respiro como si nada por la nariz
pero mi boca está siempre abierta
y trago agua salada
la trago sin avisos y sin pausas
como si tuviera toda la sed del mundo
sed de ahogarme
sabiendo que no me cabe
que se me pilla el mundo
en las comisuras de los labios
y ni las dimensiones de mis labios
me salvan del asfixie inminente
que viene de no fijarme
de no ocuparme del agua que viene subiendo
escalando mi cuerpo pequeño
retando mi gravedad y provocando
mi incapacidad de encontrarme el centro
porque detrás de mi ombligo
sólo tengo eco
un retumbe triste
un jarrón vacío
y de repente vivo
en una pecera de agua salada
con colores imposibles
y un mar de mentira
porque solo puede ser ficticia
la inmensidad de este tamaño.

Lecciones

Me enseñaste que lo que crees que te gusta no siempre es lo que quieres, que odio las corridas de toro, pero me encantan las posturas de los toreros, con la misma naturalidad con la que no entiendo un juego de pelota pero deliro por los uniformes de peloteros. Me enseñaste que no siempre hay una forma correcta pero siempre hay una más funcional, que los ganchos de ropa van hacia la izquierda con la ropa mirando hacia el frente no porque te lo inventaste, sino porque por algo está así en las tiendas. Me enseñaste a comprar en rebajas, me enseñaste que diez años no son nada a menos que se midan en anuncios publicitarios y canciones. Me enseñaste que soy una amiga mediocre y me diagnosticaste un desorden no de personalidad pero si de estructura con un síndrome obsesivo compulsivo de celos. Me enseñaste a dejar el celular prendido porque no toda la gente que amas vive contigo. Me enseñaste que soy más masculina que tú, que tengo manías aunque no las veo. Que huelo los platos cuando los friego, que me da asco sacar el tapón del fregadero, que detesto los pelos en las escobas y que me molestan los sonidos consecutivos. Me enseñaste que soy peligrosa cuando no he comido y que puedo aguarme los ojos para conseguir lo que quiero. Me enseñaste que el catarro se combate con vodka y jugo de china, vodka contra las bacterias, jugo de china por la vitamina C y que todo es cuestión de ignorar los síntomas. Me enseñaste que tienes más fuerza de voluntad que yo y que mis vicios nunca son dependencias de sustancias. Me enseñaste que la arrogancia la mayor parte del tiempo es una virtud convincente. Intentaste enseñarme que la gente merece una segunda oportunidad, cosa que me niego a aprender. Intentaste enseñarme que la gente es buena en esencia cosa que la vida te obligará a desaprender. Me enseñaste que nunca me llevarás la contraria pero siempre harás lo que te parezca, que tendrás la cortesía de pedirme opinión como ejercicio burocrático y simbólico, pero que siempre tendré la razón al final y que el señalártelo, me anularía el mérito. Me enseñaste que las prendas son inversiones, que no hay que tener dinero, hay que tener buen crédito. Me enseñaste que a veces la verdad puede ser tan destructiva como las mentiras. Me enseñaste que tengo más personalidad de perro, aunque me gusten más los gatos. Me enseñaste que persigo a la gente para terminar de contar mis historias, que me siento desnuda cuando leen algo mío frente a mí. Me enseñaste que soy incapaz de expresarme con claridad si no es por escrito y que lo escrito no siempre es suficiente para el resto del mundo. Me enseñaste que me da trabajo decirle a la gente cuánto los quiero y que piropeo para compensar. Me enseñaste que sólo acaricio bruscamente y que no puedo controlar mi fuerza. Me enseñaste que para mí sólo hay dos tipos de persona: los que me encantan y los que detesto, porque los que me dan igual, termino detestándolos. Igualmente aprendí que no le doy igual a nadie o me adoran o no me soportan. Me enseñaste que no tengo filtro y que mi mente va tan rápido que muchas veces le gana a todo lo demás. Me enseñaste que mi humor es más negro que negro y que puedo producir herejías como si fuese un reflejo corporal. Me enseñaste que mi lengua es un arma peligrosa y que mi superpoder es destruir cuando estoy rabiosa. Me enseñaste que nunca digo lo que no siento pero a veces digo lo que no quisiera decir, que no miento ni borracha pero exagero de forma magistral. Me enseñaste que mi memoria es una maldición y que el alcohol me violenta hacia donde no es. Me enseñaste que insultar es un arte y que no hay humillación mejor esculpida que aquella que se dice sin subir la voz y sin una sola palabra soez. Me enseñaste que mi desorganización te asfixia y me lo dificulta todo a mí. Me enseñaste que mi inteligencia no es congruente con mi inseguridad y que mi odio intermitente al país es una riña casi familiar. Me enseñaste que no sé sentarme, que no puedo ir al baño sin cerrar la puerta y que le tengo fobia a lo escatológico. Me enseñaste que el jugo de sábila lo arregla todo. Me enseñaste que la pornografía también puede ser educativa y que mi literatura también puede ser pornográfica. Me enseñaste a ver en los ojos de la gente cómo me ven. Me enseñaste que mi hermano puede hacer de mí lo que le plazca. Me enseñaste que uno puede amar tanto un aspecto de un ser humano, que puede pasar por alto todo lo demás. Me enseñaste que hay que guardar las cajas para que sea más fácil mudarnos. Me enseñaste que los armarios deben estar clasificados: camisillas, camisetas, sudaderas, abrigos, polos, camisas de mangas cortas, camisas de mangas largas, trajes. Que cada subdivisión a su vez debe dividirse en blanco, crema, gris, azul, negro, etc., estampados o sólidos. Me enseñaste que los mosquitos sólo me pican a mí. Me enseñaste que me pongo histérica cuando me voy de viaje, hasta que pongo las nalgas en el avión. Me enseñaste a que si no salgo una vez al año de la isla, la neurosis se apodera de mí. Intentaste enseñarme a no echarle tanto jabón al agua para mapear y a escurrir el mapo con las manos. Me enseñaste que a veces soy incapaz de conmoverme por un ser humano y que le tengo una compasión inexplicable a los animales. Me enseñaste que me gusta más el dinero de lo que me permito reconocer. Me enseñaste que soy más física de lo que creo, menos romántica de lo que creía y más honesta que lo deseable. Me enseñaste que soy capaz de meter mis pies en la arena de esta isla y sentirme feliz si te tengo cerca del resto de mi cuerpo. Me enseñaste que soy incapaz de escribirme una vida en otro código postal si tengo que dejar ese pedacito de ti viviendo sin ti. Me enseñaste que el amor no es como la marea, porque no depende de la luna. Me enseñaste que el amor está hecho de gente y se parece a la gente que lo padece. Me enseñaste que el amor no se combate con jugo de china y vodka, pero ayuda sentir que si se ignoran los síntomas lo suficiente, se puede vivir con él. Que cuando uno se enamora no entiende nada y se supone que sea así. Me enseñaste que eres capaz de sacar animalitos muertos del camino para que yo no los sufra al pasar. Me enseñaste que el amor hace que uno no se parezca a uno mismo y la mayoría de las veces esa es la parte mágica del asunto.

Pequeñas Tragedias

Cuando se acaba el papel del baño.
No tener menudo para pagar el peaje.
Encontrar una canción en la radio que te fascina, justo cuando se está terminando.
Una ATH dañada.
Un semáforo dañado.
Un aviso de inundación en medio del programa favorito de uno.
Que se le acabe la batería al celular.
Olvidar la toalla después de meterse a bañar.
Que un pájaro te cague el carro.
Que llueva justo después de lavarlo.
Que se encoja una camisa en la secadora.
Que no suene el despertador.
Un baño sin zafacón.
Llegar a la nevera y que alguien se haya comido eso por lo que llevabas salivando todo el día.
Una rebaja el día después de comprar.
Perder un botón.
Que el zipper (cremallera) se atasque.
Andar con el zipper abierto.
No poder quitarte una camisa en el probador.
Manchar la ropa con desodorante.
Que se te pille la falda en la ropa interior y no te des cuenta.
Andar con un pedazo de papel de baño pegado en la suela del zapato.
Pisar goma de mascar.
No darse cuenta y pegarlo en el pedal del carro.
Tirar una goma de mascar por la ventana del carro y que se pegue en tu propio carro.
Pisar un hormiguero.
Las hormigas devorando una dona que dejaste para desayunar.
Un café frío.
Tener alergia en el carro y no tener servilletas.
Ir a tu restaurante favorito y que se haya acabado el plato por el que fuiste.
Un refresco sin soda.
Que se venza el marbete.
Que te den una multa de tráfico.
Que se pierdan las llaves.
Dejar las llaves dentro del carro, con el auto encendido.
Que se dañe el acondicionador del aire.
Que se te pierdan los espejuelos y no los puedas encontrar porque no ves sin ellos puestos.
No colgar bien el teléfono y que alguien escuche lo que decías pensando que habías colgado.
Que no acepten tarjetas de crédito, ni ATHs.
Tener una ATH pero comprar algo que no llegue al mínimo del establecimiento.
Perder la licencia.
Que se te rompa un taco.
Que no haya carritos de compra disponibles.
Que un carrito de compra golpee tu carro.
Que la persona que está frente a ti en la fila expreso del colmado pelee por un precio o le rechacen la tarjeta.
Llegar a pagar justo cuando están cambiando de turno y tienen que cuadrar la caja.
Venir del colmado y darse cuenta al llegar a la casa, que faltó algo.
Que sólo quede la primera fila en el cine.
Darse un golpe en un codo, o en la espinilla.
Que se te empañen los espejuelos.
Cortarse las uñas y pasarse un poquito de la raya.
Limón en una cortadura.
Cortarse con papel.
Morderse uno mismo.
Quedarse dormido y agarrar una insolación (con gafas puestas).
Salir un momento al colmado hecho una porquería y encontrarse un ex.
Que se te meta agua por la nariz, en la playa.
Que el ginecólogo sea joven o peor aún, guapo.
Encontrarte a tu ginecólogo fuera de la oficina.
Un mal recorte.
Burlarse de alguien sin saber que es familia de quien te escucha.
Que sólo sirvan la cerveza en vaso.
Un pelo en la comida.
Un bebé gritando en un avión. (al lado o atrás tuyo)
La gente hablando en: el cine, el teatro, una lectura de poesía, la presentación de un libro, etc.
Ir a un concierto y que la persona de atrás cante todas las canciones fuera de entonación.
Comprar dos taquillas para un concierto supuestamente una al lado de la otra y tener un pasillo entremedio.
Tener que darle la paz en la Iglesia a alguien que se pasó la Misa tosiendo o explorándose la nariz.
Alguien con mal olor en un autobús.
Alguien con mal aliento.
Que te encante alguien y no sepa besar…
Encontrarte a alguien que conoces pidiendo dinero en una luz.
Olvidar el cumpleaños de alguien que nunca olvida el tuyo.
Que te salga un orzuelo.
Que tu carro que acabas de alinear caiga en un boquete/cráter en la carretera.
Pasarse la salida y caer en un tapón por más de una hora.
Pedir entrega a domicilio y no tener efectivo.
Que no haya agua caliente.
Que se vaya el agua.
Que no haya luz.
Quemar la comida.
Salar la comida.
Preguntarle a alguien por el marido y que la haya dejado brutalmente.
Felicitar a una embarazada que no lo está.
Preguntarle a alguien por su embarazo y que ya no haya embarazo.
Decirle a alguien que linda la nena y que sea un nene.
Que un amigo tenga un bebé feo y tener que decirle que es gracioso, despierto, alerta, simpático.
Que el día que conoces a tu suegra, te cocine exactamente esa comida que detestas.
Encontrar una errata en algo que ya se publicó.
Que escriban mal el nombre de uno en un documento oficial.
Que te digan mal tu nombre, después de conocerte por años.
Que alguien que no soportas te adore por alguna extraña razón.
Invitar a alguien a salir y que sea un quejoso.
Ponerte unos zapatos incómodos para salir a bailar.
Que se te rompa una maleta.
Que te deje un avión (bueno esa tragedia es bastante grande).
Que te escojan al “azar” para registrarte en el aeropuerto.
Estar enfermo del estómago en un avión.
Cuando en el detector de metales sigue sonando algo y te sigues quitando cosas y no se sabe lo que es.
Que se pierdan tus maletas.
Escoger un hotel por Internet y que apeste o esté a las afueras de la ciudad.
Pasarse semanas sin tener nada que hacer y luego tener tres invitaciones buenísimas para el mismo día, a la misma hora.
No conseguir estacionamiento.
Que cierren el estacionamiento con tu carro dentro.
Buscar el carro en el piso que no es y creer que lo han robado.
Estar en un servicarro por más de 20 minutos y no poder salir porque hay carros detrás.
Un cajero en un café que insiste en que pruebes algo nuevo.
Que te despistes en un centro comercial y cuando te fijas te están poniendo una crema en las manos de prueba.
Que te echen un perfume para probar y ya tenías uno puesto.
Tratar de pagar algo por teléfono y no lograr hablar con un representante humano.
Cuando la conexión al Internet está lentísima.
Cuando se cae el maquillaje al piso y se desgrana.
Cuando se desgrana dentro de la cartera.
Cuando llueve tan pronto llegas a la playa.
Cuando tratas de encender un fósforo y el viento lo apaga una y otra vez.
No poder abrir un pote y no tener quien te ayude.
No alcanzar una pieza de ropa en una tienda porque está muy alta.
Que la dependienta te regañe por usar el gancho para bajarlo.
Que tu talla sea la última en el tubo.
Que no haya tu talla.
Ir al cine sola y no poder ir al baño por perder el asiento.
Un piropo flojo.
Que te regalen algo que no te guste nada y no poder disimularlo.
Hacer una fila larga y cuando al fin te toca te dicen que no era ahí que tenías que hacer la fila.
Encontrar la tarjeta electoral al otro día de las elecciones.
Vivir en una isla y ser alérgico al bloqueador solar.
Sentirse miserable en el segundo país más feliz del mundo.

Somos felices, dicen los estudios, la gente se suicida porque le pasan más de cinco de estas pequeñas tragedias en un día.
Nosotros los felices, no podemos manejarlo, por eso al final del año habrán muerto más puertorriqueños voluntariamente que en la guerra de Irak, porque allá, mueren accidentalmente.
FRIENDLY FIRE MOSTLY.

recul "E" ando




En estos días me paso persiguiéndome la cola
como perro que se descubre
como gongolí que se protege
como yo buscando excusas

planificándome una huida
un escapismo derrotado
con calculadora en mano
y una tarjeta simbólica

intento recuperar esa oruga que hay en mí
para revertir la transformación
para desmetamorfizarme
pero las alas no tiene devolución
y pesan cuando no están en uso

todo lo importante está en las letras pequeñitas
y yo quiero andar con lupa en mano
porque odio decirme te lo dije
y me lo digo tan a menudo

mudo el pelo y soy lampiña
y mi isla no coopera con la causa
y mi casa está regada porque existo
sólo tengo una versión; caótica

me reformo por temporadas
y vuelvo siempre a mi cauce
soy el mismo gusano alado
un poquito más colorido

con esta piel fuera de temporada
soy un coquí con fobia a la humedad
este cuerpo es un buen par de zapatos
con la incomodidad casi implícita

me persiguen las plagas en dosis cotidianas
arañas en el carro
abejas en el hocico
sapos en la pileta
mi perra juega con alacranes
los dueños se parecen a sus animales.






Nostalgia en el Vientre

Por primera vez en la vida recibí mi periodo con nostalgia. Este debe ser mi periodo número cientocuarentaypico y los he recibido con fastidio, con dolor, con alivio, con pereza, con alegría, con resignación, pero nunca hasta ahora con nostalgia. Había adoptado el brindis de una amiga, que le decía infaliblemente a sus amantes predilectos, espero que celebremos muchas menstruaciones juntos. Siempre he tenido la maldición de sentir todos los malestares posibles: dolor de espalda, de cabeza, retortijones, hipersensibilidd en los senos, cambios de humor, antojos, mala circulación, estreñimiento, el cutis declarado zona de desastre, y encima periodos largos, infinitos, frondosos, angustiosos, eternos y hemorrágicos. Cuando estoy en esos días casi no me visto de blanco, ni de crema, ni de ningún color pastel, pero la regla es nunca vestirme de rojo, me parece morboso, cruel, casi casi vulgar. Además un amigo me decía que cuando estoy en menstruación lo único que me falta es ponerme un cartel que lo anuncie. Se me hunden los ojos, me da cansancio o más bien pereza, me peino aún menos y lloro hasta si me miran mucho. Me inflo o al menos así me siento, como si retuviera todas las lágrimas pasadas y todas las que están por venir. En esos días hasta me permito tenerme pena, lo cual es un pecado capital para mí. No sé si es totalmente hormonal, o tiene que ver con el hecho de sentirse húmeda, incómodamente húmeda, y encima andar con una fracción de pañal puesto, y usar ropa interior matapasiones incómoda y fea, que mantenga todo en su lugar. Recuerdo la primera vez que disfruté de esa mezcolanza de dolencias, que de niña una por alguna extraña razón, una quiere tener, es como si fuera vergonzoso que las demás lo tengan y una no. Ser la última en caer es como ser la última en dejar de jugar con sus muñecas. No fui la última en caer, pero fui la última en deshacerse de sus muñecas, recuerdo botarlas todas y luego llorarle a mi madre que me comprara una o dos porque las quería tener de nuevo. Cuando dejé de tenerlas sentí nostalgia.
Nunca he querido ser mamá, al menos llevo tanto tiempo repitiéndolo que a veces no sé si es verdad o es como cuando uno dice que no le gusta cierto alimento, yo no como zetas, yo no como zetas y un día las prueba y sí te gustan pero tal vez a los 10 años no te gustaban y nunca te detuviste a probarlas, dándoles el beneficio de la duda de que quizás probaste unas zetas enlatadas o mejor aún que el paladar se te ha refinado y era un gusto adquirido y de repente sí te gustan. Ser madre nunca ha sido mi sueño, ni mi propósito vital, quizás está en algún lugar de mi lista, al menos no en las primeras cinco páginas. Por mucho tiempo pensé que sencillamente no estaba capacitada. Recuerdo que estaba en una clase de italiano conversacional con una amiga, de la cual no sé hace casi un año y a quien recuerdo con un poco de rabia y muchísima nostalgia, y nos preguntaron cuántos hijos queríamos tener y ella respondió: Nessuno. Un imbécil de la clase empezó a decirle que cuáles eran sus razones, no perder la figura, poder viajar, y otro mar de sandeces y motivos superficiales, y ella le contestó, en español, idioma prohibido en aquel salón de clases: tengo endometriosis desde los once años, desde los quince me dijeron que era muy poco probable que yo pudiera reproducirme, me he hecho a la idea de que no voy a tener hijos, prefiero pensar que no quiero tenerlos a quererlos y no poder tenerlos de todos modos. Desde ese día se me sembró una duda en el vientre. Una duda que ha podido más que mis teorías de que siempre hay que escoger, que aquello de que se puede tener todo en la vida es otra mentira maquiavélica, otro cuento de hadas. Sobre todo para nosotras, todavía, hay que ser amante o madre, profesional o esposa, maternal o sensual, y creo que estoy envejeciendo prematuramente, porque me da nostalgia pensar hasta que creí en todas esas cosas con tanta pasión, más pasión que convicción, característico en mí. Y esa duda de qué tal vez yo tengo un don, que mi amiga daría lo que no tiene por tenerlo: un cuerpo apto. Y a pesar de que me repito mis seudo razones para rechazar la posibilidad de la maternidad: que puede destruir mi matrimonio, que no quiero ser una madre con pelo corto y conjuntos de estampados de flores, que no quiero sacarme un seno en público como si fuese un biberón y olvidar que alguna vez ese seno fue una zona erógena, que me rehúso a que mi único tema de conversación por meses sea la lactancia, o peor aún lactar a un niño hasta que entre a preescolar. Que no quiero conversar exclusivamente sobre tal o cual mueca nueva, que no puedo olvidar como era ser yo antes de ser mamá, que me aterra amar así tan desmedidamente que llegue el momento que me parezca natural lo doloroso que es amar así. Que no quiero que nadie dependa absolutamente de mí, porque apenas me puedo cuidar yo misma. Me aterrorizaba y me aterroriza tomar una decisión de la cual no me puedo zafar nunca, ni con el mejor abogado del mundo. Que soy torpe y despistada, impulsiva y poco tolerante y puedo cometer errores que le traumaticen la vida a alguien. Que renuncio a la responsabilidad de ponerle un nombre a un ser, que tal vez lo deteste la vida entera. Me da terror sentirme amarrada, por eso me casé con el ser más libre del mundo, para que los nudos fueran otros. Busco cualquier excusa, contra ese poder creador que tengo en algún lugar detrás del ombligo; que tengo muchas metas, que quiero viajar a muchos sitios, que este país es un lugar terrible para criar un niño, que no tenemos las condiciones económicas necesarias, que el mundo está sobre poblado, que tantos niños sin hogar, que no quiero que algo me vuelva capaz de soportar cualquier cosa con el pretexto de un hogar estable, que tengo que terminar de estudiar, maestrías, juris doctors, doctorados, lo que aparezca para entonces pensarlo, que mi pareja es mayor que yo, que cuando sea el momento ideal ya no tendremos las energías, o la ingenuidad o el útero en las condiciones adecuados o el conteo de esperma óptimo. Que por qué siempre hay un próximo paso obligatorio, una próxima pregunta, y cuándo te gradúas, y cuándo empiezas a estudiar y cuándo terminas, y cuándo empiezas maestría, y cuándo te comprometes y cuándo te casas y cuando tienen bebés y cuándo van a tener otro y cuándo van a buscar la nena, y cuándo vienen los nietos. Y tal vez es un divague del periodo porque siempre hay una bendita hormona que culpar, pero a veces me derrumbo y odio que la gente me pregunte que quién me va a cuidar cuando sea vieja, porque hay tantos viejos en asilos con docenas de hijos y cientos de nietos y nadie los visita ni les lleva donas, así que no es un incentivo suficiente.
Tengo un niño, que no es mío, que lo amo tanto que se me alfileretea la tráquea, que cuando lo hago llorar quiero matarme, que desearía que la madre se consiguiera un hombre millonario que la hiciera feliz y se la llevara lejos y me dejara al niño a mí, para majarle viandas, para pasarle hilo dental, para cortarle las uñitas, para ponerle crema en su piel que huele a pan sobao, para sobarle la frente hasta que se duerma, aunque nunca me vaya a decir mamá, aunque crezca y se olvide de mí, aunque no me invite a su boda, aunque nunca vaya a tener nietos. Y me aterra pensar, que ese lazo depende de tanta gente menos de nosotros, y que si el papá me deja de querer un día, no voy a poder volverlo a ver. Y su memoria todavía es muy chiquita y su potestad aún menor. Y la gente me dice deja que tengas los tuyos y a mí no me importa, porque ese bebé es mi maestro, y puedo tener mi propia docena de niños, pero a ese niño no lo amo porque lo tenga que amar, no lo amo porque me creció dentro, ni siquiera lo amo por ser una maquetita o una extensión del hombre que amo, lo amo porque no puedo evitarlo, porque él me enseñó la ternura, porque cuando ya no creía en la bondad, la encontré en sus carcajadas, porque cuando me dice bella, yo sé que me ve por todos lados y lo siente así. Ese niño es tan mío, que siento punzadas en el corazón y cuando me despierto está llorando, es tan mío que cuando tiene tos por las noches le pido a Dios que me la dé a mí y se la quite a él, es tan mío que me vuelvo una fiera y no me reconozco cuando alguien lo lastima, aunque sea otro chiquillo de cuatro años. Es tan mío que odio por primera vez, odio a su madre porque es su mamá, y eso nada lo va a cambiar, porque quisiera que lo amara más o que al menos lo amara mejor, pero yo no soy nadie para medirlo, no tengo voz ni voto. Yo no quisiera amar así, muchas veces no quisiera ni tan siquiera amar a su padre como lo amo, porque me parece que va contra mi naturaleza viajera, egoísta y caprichosa, porque detesto perder el control, me aterra depender y me parece como si el amor me hubiese licuado la piel y cualquier cosita me podría llegar a las venas a la menor provocación. Quisiera ser una madrastra cordial, poder tocarle la cabecita, darle una palmadita o decir como dice mi ex sicóloga: repítelo no es tu responsabilidad, no es tuyo. Como si yo no lo supiera, como si no me amarra la lengua a las amígdalas cuando no puedo intervenir en las decisiones que lo envuelven. Me casé con un papá y pensé que eso me salvaba un poco, yo no quería ser mamá, así que no le estaba negando a él la paternidad, y listo: todos contentos.
De repente se me atrasa el periodo un día y ya siento náuseas, y me compro una prueba de embarazo, demasiado prematuramente, y me muero de la vergüenza al pedirla, y me sonrojo al pagarla, y guardo la caja en la cartera y me encuentro petrificada con un plástico meado en una mano y un reloj, a punto de un ataque de pánico, mirando la rayita de prueba y no aparece ninguna otra y siento un alivio inmenso. Y repaso que me faltan tantas cosas: carrera, estabilidad, sueños por cumplir, lugares por visitar, escapes lujuriosos, fotos de desnudos míos cuando todavía mi cuerpo merece ser retratado, todo el alcohol que he bebido en estos días, que no tomo los 450 mg de ácido fólico que debería. Decido celebrar, hacer ejercicios, tatuarme de una buena vez, hacer el amor en más lugares de la casa, usar dinero del préstamo estudiantil para viajar, vivir como recién casada, que la vida ha sido dura y bondadosa conmigo, yo sabía que era negativo, tomo pastillas, si hubiese sido positivo, sería o muy mala suerte o un gran milagro.
Así que la vida continúa, como si ese instante no hubiese ocurrido, simplemente tuve un desvarío, probablemente hormonal. Varios días después se me llena el inodoro de garabatos y espirales escarlatas y siento deseos de llorar. Y me siento más sola que la una. Y mi existencia me parece leve, y me avergüenza decírselo a alguien. Y ese día, yo sintiéndome inexplicablemente miserable, él llega tarde y le confieso que me hice una prueba de embarazo y él pregunta qué tal, con ese temple envidiable y yo le digo que no. Que salió negativo, que gracias a Dios. Se lo digo por herirlo porque cuando estoy adolorida me afeo por dentro. El me abraza por la espalda, y me acerca todo su cuerpo caliente, desde la barbilla en mi hombro hasta el tobillo sobre mi tobillo y me susurra, ¿por qué gracias a Dios? Y me besa la nuca con ternura y yo suspiro y me siento culpable, y me permito una lágrima porque está oscuro, y pienso que hubiese sido lindo y que Iván viene mañana. Y recuerdo que la primera frase que subrayé y anoté al final de un libro fue la nitidez perversa de la nostalgia. Me la memoricé como si fuera un mantra y de vez en cuando me la repito, porque el Gabo no será Dalai Lama, pero tiene su sabiduría.

Sin Fecha de Expiración: dos años después

Llevo esperando este día, bueno, desde que me lo pediste. Porque la realidad es que no soñaba con casarme, aunque desde la primera vez que salí contigo entré a mi casa diciéndome que en caso de que se me ocurriera casarme alguna vez, parecía una idea genial que fuera contigo. Nosotros nos saltamos todos los protocolos menos éste. Fuimos novios desde la primera vez, empezamos a bailar y no hemos dejado de hacerlo hasta ahora. Te me metiste curiosamente por las venas desde la primera instancia en que dijiste tu nombre. Hay que darme el crédito de que tu voz es algo difícil de eludir. Algo me pasaba contigo sin que tú supieras y sin que yo me detuviera a descifrarlo. Y me sigue pasando. Va mucho más allá de mi inteligencia, de mis escritos fallidos, de toda lógica posible y de todo lo que me he podido leer en la vida. Y por eso me casé contigo hombre, para ver si se me cura. Porque yo me sano y me torturo escribiendo y después de aquella fiesta milagrosa donde me encontraste, te he escrito tantas cartas de amor que me he vuelto la escritora más monótona del mundo. ¿Qué les puedo decir? Me fui de tiendas sin pensar comprar nada y encontré el vestido perfecto para mí, no era que lo necesitara para alguna ocasión en particular, era que nunca me había sentido tan cómoda, tan linda y tuve y tengo la certeza de que no hay forma, no existe un vestido que me guste más en ninguna parte del mundo y me iba a arrepentir toda la vida si no lo compraba en ese instante, no importa lo que me costara.

Gracias por esperarme todo este tiempo, por hacerme mis maletas y dejarme comerme el mundo sin ti, por esa distancia que aumentó mi producción literaria tan significativamente, por ser tan honesto, por disfrutarte mis locuras, por sacarme a bailar, por leerme con tanta devoción y por elegirme con tanta convicción.

Joel amarte me hace sublime, me enseña todas las noches, me cuela fe por las mañanas, me alimenta mis sueños, amarte me hace feliz constante y continuamente, por eso no quiero ni puedo dejar de amarte nunca. Gracias por dejarte conquistar, prometo seguir haciéndolo todos los días.

Si FuErA . . .

Si fuera una palabra: sería melancolía, nada más porque suena tan musical, que casi olvido que es una de las palabras más tristes del mundo. Si fuese un número sería el siete, para ver si al menos así me quito esta salazón perpetua por falta de una manita de azabache al nacer. Si fuera una bebida sería un mojito con yerbabuena, de esos que te hacen sentir perpetuamente de vacaciones, no de esos mojitos fusión, sino de los honestos, de esos que los bartenders odian hacer porque dan un trabajo demoníaco. Si fuera un animal sería un felino, porque se respetan tanto a sí mismos y se sienten tan fuertes todo el tiempo. Si fuera un pájaro sería un zumbador, porque tienen toda la coordinación motora que me falta. Si fuera un objeto sería un reloj de arena, por estar fuera de época, porque es poco práctico, frágil como el solo, inexacto y tan, pero que tan poético. Si fuera una zona del cuerpo sería la pelvis, no hace falta explicación. Si fuera una obra de arte, sería el David, porque cuando lo vi me devolvió por bastante tiempo la fe en la humanidad. Porque creo que sufrí el síndrome de Stendhal cuando lo conocí. Si fuera una flor sería algunos días un lirio Casablanca y el resto de ellos hortensias, unas porque son las flores del adiós y las otras porque significan atrévete a quererme, porque se le ha hecho difícil a tanta gente. Si fuera un dibujo animado sería Mafalda, porque tiene tan claro que el mundo es una mierda. Si fuera una película sería Son de Mar, porque me encanta la idea de tener un hombre encerrado en un edificio por venganza y por amor, tenerlo así desnudo y visitarlo sólo para darle comida y hacerle el amor, sería mi triunfo contra la espera. Si fuera un fruta sería una frambuesa, porque aquí no se dan o mejor una grosella de esas que tengo la certeza de que ya no existen. Eran como acerolas verdes y agrias y mi abuela hacía con ellas una compota dulce y caliente para echarle por encima al mantecado. Si fuera un lugar sería un aeropuerto, porque están las mayores bienvenidas y despedidas sin que nazca ni muera nadie, porque he logrado mantener viva la fe de que ahí está mi puerta de salida al mundo. Si fuera un insecto sería un ciempiés, que no puede pensar en cómo lo hace para mover todas sus patitas, porque quedaría paralizado para siempre. Si fuera un color sería el negro, porque adelgaza, porque trasciende casi todo, porque sobran motivos para andar de luto y de gala dependiendo como se mire. Si fuera un sentimiento sería el rencor, porque es el más fuerte de todos o tal vez el miedo, que es lo último que se pierde. Si fuera un sentido sería el gusto, porque fuera de engordar casi no tiene efectos secundarios, porque es mi única fuente placer que no regresa para cobrarme nada. Si fuera un partido político, me suicidaría. Si fuera una fecha sería el 23 de abril de cualquier año. Si fuera un juego infantil sería peregrina, porque los saltos están cuadrículados y el espacio está contenido, porque sólo hace falta tiza y concreto, porque se puede jugar uno solo. Si fuera un planeta sería Júpiter y de vez en cuando me disfrazaría de Venus, no soy planeta y ya lo hago. Si fuera un instrumento musical sería un saxofón, porque produce un sonido casi pornográfico. Si fuera una figura geométrica sería un hexágono, porque de lejos parece tan distinto y de cerca todos sus lados y sus ángulos son la misma cosa. Si fuera un idioma sería el italiano, porque el español duele demasiado y el italiano termina en vocal y parece que todo rima. Si fuera un pecado capital, sería gula, lujuria o pereza, padezco de los excesos. Si fuera un día de la semana sería obviamente un jueves, no es tan “todos tenemos” como el viernes y tiene ese saborcito a foreplay. Si fuera una prenda de vestir sería un pareo, que no es otra cosa que una sábana glorificada. Si fuera una comida sería sushi, pescado crudo y arroz, porque es tan simple y eso lo hace tan complejo, y si tuviera dinero viviría de sushi, pesaría 100 libras y moriría vulgarmente de salmonela. Si fuera un país trataría de evitarlo pero sería este, pequeño y con ínfulas de grandeza, exótico para todo el mundo menos para sí mismo, rodeado de agua y sin saber nadar. Si fuera una frase sería ¿por qué no darse el gusto cuando se le presenta a una el gusto y una es hermosa y joven?, es lamentablemente retórica pero gracias a Almodóvar la voy a repetir hasta que tenga 80 años, si es que llego, que lo dudo. Si fuera un cuento de niños sería La Bella y La Bestia, la imaginación y la experiencia sólo me dan para creerme ese. Si fuera un personaje histórico sería Juana la Loca, porque me encanta el amor enfermo de la Loca por el Hermoso, porque la siento tan real que tiene que ser ficticia, porque el amor, la rabia y la locura están hechos con los mismos ingredientes, porque abrazo mi miedo a reconocer que ya he sido ella tantas veces, porque los celos a diferencia del amor, no se curan.

SE BUSCA=LOOKING FOR?

Parecía un anuncio común y corriente. Se busca secretaria legal, para trabajar la mayoría del tiempo en Área Metro, requisitos: completamente bilingüe, computer literate, exigía bachillerato, experiencia en servicio al cliente. Check, check, check. Pequeña Firma Legal en Hato Rey, excelente salario para persona cualificada. El teléfono de contacto era de una oficina de Recursos Humanos. El número del anuncio era 150248, los número sumaban veinte. El Juicio, significa cambio. Buena señal, pensé y envié por correo electrónico mi resumé. Me llamaron al otro día, Avenida Muñoz Rivera, un piso 7. Martes a las 9:30 am. Oficina del Lcdo. Rosenthal, me llamó Leslie, me explicó cómo llegar. Le pedí que lo repitiera todo, hablaba demasiado rápido, rió, me dijo que se lo decían todo el tiempo. Entonces, ¿por qué no hablas más lento?, no se lo dije, lo pensé. Sonaba joven, me dijo que la llamara cualquier cosa, ella también se perdió cuando fue a su entrevista. Me acosté a la una de la mañana, no estaba nerviosa, pero en lo que me planchaba la camisa blanca, la falda negra y el pelo, se me hizo tarde. Seguí los consejos de mi fashion gurú, la solapa de la camisa por dentro de la chaqueta, me puse los espejuelos, me dijo que me veía más interesante. Leí entre líneas, si me veo muy linda, me proyecto bruta, una extraña correlación. Me levanté dos horas antes, me maquillé muy poco, estuve casi una hora en un tapón. El edificio peach, recordé, detesto ese color, mi mamá pintaba la casa siempre peach, una auténtica tradición puertorriqueña. El edificio tenía un estacionamiento multipisos, le di la vuelta, estaba cerrado por todos lados. Un señor estaba cambiando una bombilla, le pregunté dónde me estacionaba. Me dijo que en la calle, los estacionamientos eran para los ingenieros y los abogados, suspiré medio quejándome mientras miraba el reloj en mi muñeca (no se debe ir a una entrevista sin reloj, sino, no te creen cuando dices que eres puntual), el señor me preguntó si iba a tardar mucho,


-Bueno, voy a una entrevista.



-Ta’bien use el mío.



Me abrió el portón y dirigió mis torpes maniobras automovilísticas. Pensé que tal vez era un ángel. El ascensor se veía viejo, piso 7 puerta azul, rótulo en letras doradas: Ronald Rosenthal, Esq. Toqué la puerta, la chica, Mely o Lilly, algo así, me sonrió, me preguntó el nombre, que me sentara, que ya mismo el licenciado estaba conmigo, que de verdad que hoy era un día caótico. Me senté en una silla sin descansa brazo, sin saber qué hacer con mis manos, así que apagué el timbre del celular y me abracé a mi cartera/maletín. La secretaria tenía un traje de algodón anaranjado, unas plataformas de corcho y una pantalla en el cartílago de la oreja derecha, me dio envidia. A lo mejor estoy overdressed --pensé, pero no se puede estar overdressed para una entrevista de trabajo, me contesté casi instantáneamente. Miré las paredes, no sé si era empapelado o si eran de gypsum board, cambié de opinión, definitivamente estaba overdressed. Había papeles por todo el piso, montañas de papeles, parecía una película de Wooy Allen y de pronto tuve la sensación de estar dentro de un trailer.


-No estés nerviosa, él es bien cool, pero está medio… (y el dedo índice dando vueltas alrededor de la oreja izquierda)



-No estaba nerviosa, estaba aterrorizada, y un poquito aliviada de que al menos no le molestaría mi desorganización.



De un cuarto contiguo salió un señor, con la boca medio abierta y la espalda encorvada, con un pantalón crema pleated y una camisa de mangas cortas. Salió de lo que parecía un cuarto de fotocopias, entonces vi a una señora en mahones, tenía facciones indígenas, la boca pintada de naranja, ni me miró, estaba buscando entre las montañas de papel. Un muchacho en camiseta, también en mahones sacaba copias. El señor tenía como 109 años y caminaba despacio como buscando algo. Minelly me susurró señalándolo:


-Ese es el licenciado.


Me lo temía.


-Where is the file that I put here?


-Are you sure you’re putting stuff where you think you’re putting them?



El licenciado la miró, luego me miró y me dijo


-I’ll be with you in a minute.


Menos de un minuto después,


-would you mind to come to my office?


Entramos a la oficina que era una continuación concentrada y triplicada de la sala de espera…




-WHERE'S HER RESUME?



-I GAVE IT TO YOU!



-Well it’s not here…



Le dije que me parecía que tenía una copia en el carro, que si quería podía ir a buscarla. Y en la parte de atrás de mi cabeza, si salgo no vuelvo a entrar.


-would you mind?


-Not at all


-Excellent! Now you’re gonna think that we have no idea what we’re doing; and you’re completely right.


Me levanté y caminé sigilosamente hacia la puerta que por dentro no era tan azul. Nelly me preguntó un tanto asustada que para dónde iba. Le expliqué y me ordenó que me quedara, escuché los regaños al jefe a través de las paredes, que comprobé eran de cartón. Acto seguido, regresó victoriosa,


-Ya lo encontró, puedes pasar.

Entré y me volví a sentar en el sofá cubierto por algo así como un poncho mexicano.

-OK, now, why do you want to be a legal secretary.

-Well, basically my actual schedule its not working for me.

-And why aren’t you pursuing a literature PHD, that I see is your field.


-Actually I’m starting law school in august, I’m gonna study at night, that’s why I need another job.

-Oh, that’s why Nelly is leaving me, she’s been here for 7 years, but now she graduated and decided that she rather be a lawyer than a legal secretary. Before her I had a lady that worked for me for four years, got sick, ask me a leave for an operation, and never came back. Before her I had another secretary, worked for me for over 20 years, and then she died. So, what are your salary expectations?

-Hummm, actually I make 30K annually, plus I have all type of insurances, since I work for an insurance company.

-Oh, that’s close to what I pay to Nelly but she’s been here for 7 years, and you have no experience. I will make you a lower offer, and I will only pay you health insurance. You can have your birthday off, and Veteran’s day, well, some of them. Oh and Jewish New Years Eve, cause I’m Jewish. And, let me ask you something: will you mind doing some personal favors to me?

En se momento ya estoy pensando, there is now way I’m giving you a blowjob y parece que el viejito me leyó la mente.

-I mean like going out and buying lunch for me. Some secretaries are really against that, but you know, sometimes I get hungry.

Me río y le digo que sí, que no tengo problema con eso

-Do you have a driver’s license by the way.

-Yes I do. (expirada by the way)

-I see you’re bilingual, would you consider yourself fully bilingual.

-Ahm, yes.

-Most of my clients only speak English, but some of my employees only speak Spanis,. you see, María, the lady you saw out there, has been with me for almost 10 years, she’s Mexican, doesn’t understand a word that comes out from my mouth, Eliú, you saw him outside too, he’s finally learning to speak English after six years working with me. So basically I need someone to translate. Do you have any questions?

-No sir.

-You see this dossiers?

y me señala unos documentos que habría que pesarlos en kilos

-If you get the job you’ll make them, they’re at least 1,500 pages each. You mind?

-I guess not.

-Well will give you a call, I have to interview like 30 more people that answer the ad before I make a decision, it’s amazing what internet can do. Seven years ago, I placed the Ad on the newspaper, only Nelly answered. So thank you for your interest, it was nice to meet you and I’ll call you as I said.

Con mi suerte y la morbosidad de mis ángeles, he’ll keep his promises, all of them.




m i m a m a m e m i m a

Mi mamá es Aries, más Aries que la frontera entre marzo y abril. Tiene 50 años, pero para mí siempre tendrá 40, es una manía que tengo de fijar a la gente para siempre en cierta edad sin motivos particulares. Tiene los ojos grandes como un búho, como una bruja, como una faraona y tiene un poco de los tres. Ella tiene la piel verdosa, aunque odia que se lo digan, por lo que una vendedora de cosméticos conoció la furia del dragón, y ahora es oliva tostada por sus caminatas diarias. Yo soy amarillenta, aunque tengo sus mismas manos con las venitas brotadas desde siempre, con el dedo anular y el corazón virados, mirándose, por alguna extraña razón, también tengo sus mismas nalgas, su sarcasmo y su habilidad para el rencor. Mi mamá tiene los pies perfectos, los deditos dibujados, escalonados, piernas de minifalda, mientras yo, para mi desgracia, soy mi papá de las rodillas para abajo. Mami casi nunca llora y casi nunca pide perdón. Sus amores son Sandro, Luis Miguel y la mayor parte del tiempo mi papá. A mami no le gustan los desconocidos y le cambia el nombre a las mascotas. Le gustan los hombres hermosos, los colores brillantes, las cosas metálicas, las plataformas de corcho, de madera y la tela de mahón, todo lo que a mí no. A mi mamá le encantaban (o tal vez le encantan) los hombres indiecitos, de pelo y ojos negros, piel canela, y termina con papi, que es blanco y cano. A mi papá le gustaban (o quizás le gustan) las mujeres de labios gruesos y ojos pequeños, mami en cambio tiene los labios finitos y la sonrisa larguísima. A veces pienso que Dios hace esas cosas para entretenerse, tiene un humor muy particular, y por eso yo salí así; con labios naturalmente colagenizados, casi sin ojos y con el humor negro de Dios. Mami dice que cuando uno se ríe mucho así mismo después uno llora, comprobando mi teoría sobre Dios. Me encanta hacerla reír hasta llorar, ajumarla con media copa de sangría y escandalizarla con mi repertorio de vulgaridades. Yo le enseñé a decir malas palabras y un montón de otras barbaridades que en el fondo sé que me agradece. Mi mamá es honesta, brutal y dolorosamente honesta. Tal vez por eso es un detector de mentiras. Es una enciclopedia de respuestas sagaces y tiene las mejores defensas verbales que he escuchado en mi vida, practico con bastante éxito su ferocidad, puede que algún día la perfeccione, pero superarla: jamás. Nuestras discusiones son memorables y en algunas épocas constantes. Yo no le pido perdón a menos que sepa que tenga la culpa. Ella es igual, lo único que segu'n ella, no la tiene muy a menudo. Yo le rebusco la cartera, le quito los maquillajes, ahora le robo hasta los mahones y hago compra en su nevera. Le pido los favores más desconsiderados que mente humana pueda imaginar, ella me dice infaliblemente: qué pantalones tú tienes nena, y después los realiza con una eficiencia imposible. Es mi asistente personal sin paga ni beneficios marginales. Ella critica mi desorganización, mi parsimonia, mi despiste, mi “alcoholismo”, mi vocabulario soez y mi crueldad, sé que adora todo lo demás. Las cosas que más le critico se me terminan siempre saliendo por la boca. Es la maldición de ser hija y a la inversa. Yo le digo boca bruja, lo que dice pasa, pero es como la pregunta del huevo y la gallina, no sé si ella sabe que va a pasar o si pasa porque ella lo dice. Mi mamá es maestra de español, nunca deja un acento, de ahí mi comportamiento obsesivo compulsivo con las tildes. A mi mamá le encantan las trenzas, pero no sabe hacerlas, le encantan las cremas, pero no sabe cocinarlas. Su especialidad es el piñón de amarillos y las albóndigas empanadas.
Mi mamá se baña sin falta antes de dormir, se perfuma antes de meterse a la cama, se pone crema en los codos y duerme hacia el lado izquierdo del lado derecho de la cama. Mi madre casi no suda, es lampiña, no tiene cejas que le sirvan de viseras a sus ojazos, nunca se ha tenido que depilar, tiene una melenita asiática y le queda la reminiscencia de lo que alguna vez fue un lunar debajo del ojo izquierdo, mi abuela también lo tenía, y también se lo fue gastando con el delineador. Tiene otros dos lunares al relieve en el centro de la espalda, uno debajo del otro, como si fueran los botones de un vestido, otro en el brazo derecho y otro putísimo en el interior del muslo derecho. Yo se los envidio todos, porque no tengo ninguno. Mi mamá no se sabe bonita, no se ve, ignora que parece de otro lugar, algo que para mí siempre es lindo. Siempre anda descalza, dentro de la casa, en el jardín, en la acera caliente, en la calle mojada, por eso tenemos los talones casi casi de concreto.
Cuando mami estaba embarazada de mí le daban antojos de comer aceitunas, tal vez por eso yo las detesto, creo que si la envidia tuviera sabor, sabría en definitiva a aceitunas, probablemente verdes. También le dio con comer quenepas y mi papá se tenía que enganchar en cuanta verja fuera necesario para alcanzarle las consabidas quenepas. Me cuenta que rezaba porque yo no saliera muy fea, para que al menos alguien se pudiese fijar en mí. Le pregunté si no rezaba por mi salud, me dijo que ella no fumaba, ni bebía, ni mi papá tampoco, así que nunca se le ocurrió que pudiese ser de otro modo. Le argumenté que ellos los dos son lindos y simplemente me contestó:
Uno nunca sabe.
Una noche mi mamá se paró frente a mi cuarto, con la panza gigante y me dijo que sintió algo bien fuerte y que ahí fue que se dio cuenta de que iba a ser mamá. Yo me hice hipnosis regresiva, y no fue que se dio cuenta, fue que sintió miedo. Miedo de no saberme cuidar. Ella dice que yo no quiero tener hijos porque me da miedo de que me salgan iguales o peores que yo. Yo nunca le he dicho que me da miedo no poder llegarle ni a los tobillos a mi mamá.

Duda feliz



Tal vez el cáncer en el gusto
se me ha ido curando
o te escapaste de mis páginas
como todo Buendía
a lo mejor no llegué tan tarde como siempre
y desperté encima del escudo de tu familia
teniendo en cuenta que tardía y a destiempo no es lo mismo
que la música trasciende los años
y de todas formas no le pongo fecha a mis versos.
Patriota al fin no planifico,
y la vida se encarga del resto.
Mi mente va más rápido que mis respuestas y mis sábados
mientras yo me quedo sonrojada y aturdida pero de pie,
con tu voz llenando todos los espacios,
con el miedo que le tengo a que todo vaya bien a la primera
con la incredulidad de que esto me pase a mi
sin comprar boletos de lotería
tengo una carta perfumada y un galán de medias lunas
encontré un depósito de besos y risas todo en uno
tal vez se acerca mi cumpleaños
y tengo un arranque de buen gusto
tengo que cuidar la velocidad para no perderme
sobretodo cuando no me sé las rutas
lo que se memoriza se olvida
yo me detengo a aprenderte
no sé hacer resúmenes
lo mío son las ampliaciones
los libros inmensos, las canciones que no repiten estrofas
me estoy cuidando los codos,
tal vez me desenrede el pelo
quién sabe,
tal vez las cosas sí mejoran

cortos comerciales







Los días felices son tan cortos
como si fueran todos días de invierno
como si en esta isla caliente
tuviéramos la magia de las estaciones
y no sólo este calor bochornoso
esta humedad humillante
este aire que le hierve a uno la nariz

Los días felices tenían música de fondo
olían a canela, anís estrellado y ajonjolí
la gente espera el verano, porque no viven en él
aquí esperamos ese invierno de mentira
esas noches un poquito más frescas
para sentir el lujo de la brisa por la ventana

los días felices son sueños cortos
cuando se está dormido y despierto a la vez
a los que uno no regresa después de abrir los ojos
uno se despierta antes que el sol
y cuando aún se dice buenas tardes
ya el cielo se volvió a apagar

por eso nos engañamos
y nuestra navidades son infinitas
para tener más días felices
aún cuando el árbol se seca
cuando ya no hay motivos para celebrar
y sólo nos queda sudarnos los días largos

los días felices son tan cortos
que hasta en la memoria
duran menos que los malos
no conozco el verdadero invierno
sólo este de nieve sintética
de duendes deshidratados
y Santa Clos con olor a ron

algunos creen que los días felices son un mito
otra excusa para consumir
yo creo en ellos porque los he visto
pero duran tan poco
que apenas los puedo documentar
mucho menos compartir

Viciosa



Tengo pocos vicios, tal vez no tengo ninguno, porque los vicios a veces dependen de su ilegalidad para validarse. Si son legales, en mi concepción, necesitan hacer daño, casi siempre a uno mismo. Mi compañero fuma, no mucho, de 3 a seis diarios, diría yo. Casi siempre fuma de noche, especialmente cuando bebe, no concibe una cosa sin la otra. Los fumadores empedernidos no lo considerarán un fumador, yo (en mi ignorancia respecto a los placeres de la nicotina) difiero. Si se acaban los cigarrillos, independientemente de la hora en que pase, se vestirá, se montará en el carro e irá en busca de una cajetilla. Lo he visto no fumar por semanas y no tiembla, pero su tolerancia se minimiza, su sentido del humor desaparece y su capacidad de ofenderse se eleva a niveles nunca antes vistos. Su respiración se le escucha serenita mientras duerme, la piel le adquiere casi automáticamente una lozanía distinta, tiene aún más resistencia en sus corridas, desaparece la carraspera matutina y sus manos huelen a harina cociéndose.
Hay domingos que le pregunto si quiere café, contesta infaliblemente que si voy a colar para mí, que le sirva un poco, negro, sin leche, con dos sobres de azúcar artificial. Mientras el café se está colando el corazón se me acelera, como cuando uno va a encontrarse con un amor recién estrenado. Siento que las glándulas salivares me trabajan al doble de la velocidad habitual. Me tiemblan un poco las manos mientras me sirvo en una taza con leche hervida y dos cucharaditas rasas de azúcar morena. Cuando doy el primer sorbo, siento un alivio en todo el cuerpo, se me cierran los ojos, se me tranquiliza el corazón. Termino mi taza de café dejando sólo el fondo, que siempre es muy dulce para mi gusto. Me meto a la ducha y mientras el agua me baja por el cuerpo, siento una felicidad como si me acabaran de decir que me pegué en la lotería. De repente, tengo una iniciativa tremenda por terminar todos mis asuntos pendientes. Dos horas después es solamente un domingo más. Y reconozco que todo ese torbellino de alegría y de resoluciones y planes de acción eran sólo un efecto del café. Y de momento me reconozco adicta, dominada por la dependencia a la cafeína y me doy cuenta que no quiero ni pienso dejar el café, por el mero hecho de que me hace tan feliz.
Le pregunto a mi fumador:
-Cuando no tienes cigarrillos, ¿te da dolor de cabeza y sientes ansiedad por no tenerlos?
-No.
-Cuando vas a meterte el cigarrillo a la boca, ¿sientes como si te fueras a babear de tantas ganas que le tienes?
-No.
-Mientras te lo fumas, ¿sientes como paz y como una sensación de plenitud?
-No
-Cuando terminas, ¿te sientes el ser más afortunado del mundo?
-No.
Por un momento pensé que entendía, comprendía y respetaba su adicción, otro efecto engañoso del café.
Reconozco que se ve hermoso y me parece un acto casi erótico el verlo fumarse un cigarrillo. Recuerdo cuando decía que jamás tendría una pareja que fumara. Acepto también que cuando lo conocí no me molestaba el sabor a fuegos artificiales recién explotados ni el olor de cenicero en sus manos. Pero con el tiempo hasta en el amor existen estadísticas y por lo general las mujeres duran más que los hombres. El promedio de viudez femenino es alrededor de los 65 años. La expectativa de vida de un fumador es de 8 años menos que un no fumador. Él tiene 10 años más que yo. Así que mis cálculos son que a los 47 años voy a ser viuda. Y de pronto la imagen sensual se convierte en una mascarilla y un tanque de oxígeno. Y no puedo evitar concluir que mi hasta que la muerte los separe sea más o menos los años que tengo de vida, que se han ido demasiado rápido. Peor aún, el otro día le pedí que no fumara al lado de la perrita, porque mi lógica es que si sus pulmones son tan pequeñitos, puede desarrollar un enfisema en meses. Nunca he pensado en mis pulmones de esa forma, no he sacado los números de mi expectativa de vida como fumadora de segunda mano. Cuando a mi tía le hicieron la autopsia le encontraron ceniza en los pulmones y nunca en su vida fumó, pero fue una discotequera empedernida. Gracias al cosmos no tengo planes de ser mamá, pero si los tuviera sería después de mis treinta, lo que le garantizaría a mi hijo/a hipotético la orfandad antes de alcanzar la mayoría de edad. Entonces ya mi duda está resuelta, lo que mide si un vicio es realmente un vicio, y si un consumidor es un usuario habitual o un adicto depende de lo que la persona en cuestión esté dispuesta a sacrificar por el objeto de su afición. Yo tomo café y muchas veces me destruye el estómago, pero lo prefiero al dolor de cabeza y al aturdimiento que siento cuando no lo tomo. Sé que la cafeína produce celulitis y que agudiza los síntomas menstruales, el segundo día de mi periodo no tomo café.
Si me ofrecieran un viaje a Europa a cambio de no tomar café nunca más, aceptaría. Si me dijeran que jamás en la vida tendré que hacer una labor doméstica si no tomo café, de pronto el café me sabría demasiado amargo. Si me propusieran vivir en un país sin tapones, donde todas las estaciones tuvieran sus características más hermosas y siempre temperaturas ideales, me volvería fanática del té. Si me dijeran que tengo que escoger entre la literatura y el café, bebería vino para acompañar las tostadas. Si me dijeran que al no tomar más café, el hombre que amo no fumará más y me durará, un par de semanas más, renuncio perpetuamente al divino frenesí del café. A lo mejor mi vicio es otro, tal vez es aún peor, quizás mi necesidad compulsiva no es de una sustancia. Tal vez soy dependiente de algo más tóxico que el resto de los usuarios, soy adicta a un adicto.

Cuasi infarto...



Me recuesto en el sofá, el momento que llevo esperando desde que salí por la puerta. Amélie se me sienta en el pecho y me estiro para llevar mi cabeza al descansa brazo. Justo cuando intento alzar mi torso apoyándome en mis codos, siento una punzada desde la izquierda de mi pezón izquierdo atravesándome diagonalmente las costillas y llegando hasta la espalda. En el mismo medio del dolor más agudo que he sentido, recuerdo que por ahí, muy cerca, está mi corazón. No podía respirar y sentí pánico. No vi imágenes de mi vida, ni pensé en nadie, pensé en mí, egoístamente en mí. Tal vez tiene que ver con que no soy madre, de seguro las madres piensan en sus hijos cuando creen que se van a morir, o al menos eso dicen. Empecé a decirme tranquilízate, tranquilízate, que tal vez el infarto te lo estás terminando de provocar tú misma, respira…Pensé, que me iba a morir sola, y que me iban a encontrar muerta con la perra lamiéndome las orejas. Comprobé mi teoría de que lo último que se pierde no es la esperanza, es el miedo.
Agarré mi celular y marqué el número de consultas telefónicas de mi plan médico, una grabación decía que si esto era una emergencia, que colgara inmediatamente y llamara al 911. Pensé que si hubiera sabido que era una emergencia eso haría y por eso los llamaba a ellos para que me dijeran si era o no una emergencia. Imagínate que llegue una ambulancia porque yo tengo dizque un infarto, y sea un gas, habrá cosa más humillante que esa. Prefería a Amélie mordiéndome los lóbulos fríos.
La enfermera clínica me pregunta si padezco de la presión, diabetes, si soy paciente cardiaca, si tengo un soplo en el corazón, si tengo el colesterol alto, contesto no, no, no que yo sepa, no hasta ahora, no gracias a Dios. El miedo me ha vuelto más católica. Me pide el número de teléfono para poder llamarme si se corta la llamada. Que le describa el dolor, que si hice alguna fuerza, que si pasé un mal rato. Dolor agudo en el pecho, como una puñalada, no puedo respirar bien, solamente mapié, malos ratos todo el día, pero ninguno desde que llegué. Me dice que hay que abrirme un record. Me desespero y le pregunto, dígame si así se siente un infarto, como lo que yo estoy sintiendo, ¿esto puede ser un infarto? (para de una vez colgar y llamar al 911, bien mandada yo). Me dice que se siente así mismo pero que si fuera un infarto no podría hablarle como lo estoy haciendo, que el teléfono tiene un mecanismo especial que ella puede escuchar mis palpitaciones mientras le hablo, yo no le creo. Me dice que puede ser muscular o tal vez gases. Segunda teoría comprobada, me libré del ridículo. Me pide el número de contrato de mi plan, de momento recuerdo que esto es un servicio que aparentemente alguien paga. En lo que busco la tarjeta me pide nombre, fecha de nacimiento, seguro social, dirección, le dicto los trece números que aparecen en la tarjeta y me dice que hay algo mal. Los números, se los repito, hay algo mal. Parece ser que mi tarjeta está vencida, le explico que trabajo para el plan que probablemente la nueva está en el carro, me dice que busque la tarjeta y cuando encuentre la vigente la llame inmediatamente, cuelga. Me empiezo a reír y el dolor se intensifica, pero no voy a buscar nada, (me digo) no debe ser nada de preocuparse si la señora me colgó por un problemita con los dígitos, ¿y si llama ella a la ambulancia? No, ella tiene mi número, busco la tarjeta por si las moscas, no vaya a ser que mande a la ambulancia y sí sea un infarto y no me ayuden por el mismo dichoso numerito que falta o que sobra.
Pasaron más de 24 horas y nunca me llamó. Hoy fui a una doctora, pero me atendió una enfermera, por un momento pensé que podía ser la misma de ayer, que tiene un part-time y que tal vez me regañaba. Me tanteó los senos, me preguntó si estaba ovulando, menstruación, me señaló un tejido inflamado, me toqué yo misma, es una costilla, la corregí, ella se rió de mi, costilla ni costilla, es un tejido mamario inflamado. Creo que reconozco mis costillas. No se lo dije. Me dio un crash course de cómo hacerme un auto examen del seno. Me dijo que yo era muy joven, pero que no estaba de más. Me preguntó si había historial de cáncer de mama en mi familia, le dije sí mi tía. a los 32. yo tengo 23. me tomó la presión y el pulso. Me acostó en la camilla esa forrada de papel, me puso unos chuponcitos regados por el cuerpo, un electrocardiograma, pensé en el Niágara en Bicicleta de Juan Luis Guerra. No era necesario estaba segura insistió. Me dolió mucho acostarme, el dolor más fuerte que ayer. Me mandó a quitarme la camisa porque tenía un broche de metal, también las sortijas y la cadena. Me dijo que no me iba a doler nada y que las cosas de metal interferían con el examen. Seguía teniendo interferencia, mi brassier tiene varillas, omití información. Por alguna extraña razón pude confesarle que mis panties tenían rhinestone. Ella se rió otra vez, esta enfermera era más feliz que la de anoche o soy mucho más graciosa de lo que creo. Estás muy ansiosa, tienes que respirar suavecito. Todavía demasiado fuerte, niña qué ansiedad. Tienes que estarte quieta y respirar lo más despacio que puedas. Mira, tu respiración está tan acelerada que dañaste el electrocardiograma. Eso no me ayuda a relajarme. Me empieza a hablar de una playa, de las olas, de la brisa, yo pienso en mi perra y la cara de susto que tenía anoche. Estás respirando un poco más suave, todavía no tanto como quisiera pero ni modo. Me dijo que viviera un día a la vez, que Dios lo tenía todo bajo control. Me dio agua de azahar. Le pregunté qué tenía, me dijo que salió todo bien, que tenía osteocondritis. Sonaba peor que un infarto. Tengo los cartílagos que unen las costillas con el esternón inflamados. Ella me lo explicó mejor, usó las baby back ribs que nos comemos y las partes duritas difíciles de morder. Me pasa a menudo, creo que tengo cara de idiota. La explicación científica la saqué de Wikipedia. Incluso decía que el que padece de esto suele entrar en pánico porque sus síntomas son sumamente parecidos a un infarto. La doctora me recetó un antiinflamatorio y un relajante muscular para dormir. Me recomendó comprar té de camomila, pero que si mis niveles de ansiedad siguen fuera de control; debo regresar para que me receten algo para eso. La enfermera me dio el teléfono de una masajista, le pregunté si eso ayudaba para la ostecon... Me dijo que no, que para la osteocondritis me puedo aplicar frío y calor, descansar, evitar cargar cosas pesadas y movimientos bruscos. La masajista era para la ansiedad, que le pida a mi marido que me la pague y que me deje vivir en paz. Yo le dije que mi esposo me había dicho que eso tenía que ser tensión. La enfermera dedujo que él era el causante. Antes de irme me dijo que el dolor que yo tenía, un hombre no lo aguantaba. Nosotras estamos diseñadas para poder soportar más dolor. Nuestros cambios hormonales nos producen ansiedad, pero también hacen que vivamos más que ellos, por eso les dan más infartos. No tengo las estadísticas para comprobarlo. Me insistió en el autoexamen de los senos, que me pase dos deditos unidos alrededor del pezón, buscando, buscando como un relojito, hasta llegar a las axilas, que use aceitito o lo haga mientras me baño. Siempre creí que eso una lo hacía estando acostada. Me puso dos parchos de Ben-Gay que se asoman por el borde de mi camisa, tengo que responderle a la gente cada vez que se fijan. Ya sé lo que se siente un infarto, y cómo hacerme un auto examen, nunca más podré comer costillas, me he memorizado el número de mi tarjeta de plan médico, (es más importante que mi licencia y mi seguro social) aprendí que pensar en mi perra con cara de susto me relaja, que hay enfermeras burocráticas y otras terapéuticas y que hay cosas que no tienen sentido y que por absurdas, son tan bonitas.

Amor Inter-Genus


Te digo que a mí me gustan los gatos, más que los perros, en el fondo quisiera ser felina. Los gatos tienen una sensualidad netamente femenina. Nunca he visto un gato torpe, no tropiezan, no se caen, son criaturas con una coordinación motora magistral. Caminan casi en puntas, alternando un paso frente al otro; siempre en pasarela. Duermen casi 16 horas diarias, dominan el arte de ignorar, manejan la distancia como un arma de control. Admiro su independencia, su sentido de dirección, la habilidad de treparse de sitio en sitio como si no existiera riesgo de caer. Me encantan sus ronroneos, como les vibra el centro de sí cuando están felices, sin que nadie lo pueda notar que no esté suficientemente cerca. Amo la capacidad que tienen de acercarse sólo cuando quieren, sólo cuando alguien les da buena espina. Envidio su naturaleza ordenada, la forma en que mantienen sus pieles siempre limpias. Los gatos son elegantes, hasta los más satos tienen clase, de esa clase con la que uno nace o no, sin importar si es hereditaria o si es congruente con el lugar de origen. Es una clase que emanan ciertos seres sin el menor esfuerzo. Les gusta ser acariciados, cuando quieren. Tienen mood swings, nacen potty trained, les pones una caja de arena y ya saben qué hacer. No olvidan, me parece que no quieren. No los puedes meter en un bulto y llevártelos por todas partes como si fueran muñecas, tienen personalidades definidas, fortaleza de carácter. No puedes saber cómo se sienten con mirarles las caras. No todos lamen y los que lo hacen, les pasan sus lenguas secas y porosas a quienes aman. Se restriegan contra las piernas de la gente, no por lo especial de esa persona en particular sino porque tienen la necesidad inalienable de ser acariciados, igualmente lo harán contra una mesa o la pata de una silla si no hay un ser humano a su disponibilidad. Si los dejas solos por periodos prolongados de tiempo, se sienten abandonados y te retiran la confianza. Te obligan a la reconquista casi diaria, obtener su amor día a día es un triunfo cotidiano.
Entonces intentas convencerme de que los perros aman más que los gatos, obviamente difiero, me refraseas: aman mejor. Mi primer argumento es su superioridad intelectual, el segundo su capacidad de amar desde la razón. Por un momento no parece ser un debate canino felino. Tengo que reconocer que todo lo perdonan, que se mean encima de la emoción, que cuando uno regresa de viaje te reciben con la misma emoción de un mes antes, o tal vez más. Que la memoria sólo les sirve para el agradecimiento no para el reproche. Tienen las lenguas mojadas, los ojos más expresivos (en parte se lo deben a las cejas, los gatos no tienen cejas, te digo), tienen los cuerpos más calientes, mueven la cola. Te persiguen como si su vida dependiera de ello, lloran cuando están tristes, te extrañan, les puedes enseñar lo que te venga en gana, te protegen. Puedes tratarlos mal por un momento y se alejan un instante y regresan a la carga con el amor intacto. Te hacen sentir que alguien depende de ti, que alguien te espera. Mientras que si un gato regresa todos los días a tu lado, tienes la certeza de que está porque quiere estar, porque sabe que lo esperas.
Hay veces que no logramos convencernos, que nadie parece tener la razón, entonces te retiras sonriendo, porque al menos no perdiste. Yo te persigo por toda la casa, lo suficientemente cerca para casi casi hacerte tropezar. Cuando te detienes escucho como tu centro vibra, te ríes y adivino tu lengua seca y porosa, mojándose por mí.

Más de locos, que de poetas...


CARTA AL PERIÓDICO EL NUEVO DÍA
Me refiero en esta carta a un artículo publicado el lunes 7 de abril titulado “Y con los loquitos, ¿qué hacemos?”. Con el nombre tuve la falsa expectativa de que leería una columna que trataría el problema que tenemos en el país con la falta de facilidades y ayudas gubernamentales para el tratamiento y cuidado del paciente mental. Atribuí el diminutivo “loquitos” a cierto grado de ternura y compasión hacia los ciudadanos que tienen alteradas sus capacidades cognoscitivas. Cual fue mi triste sorpresa cuando la autora (que se autodenomina escritora) utilizó vocabulario despectivo para referirse a estas personas tildándolos de “más tostao’que una caja de corn flakes, pasado de rosca, anida guayabitos en la azotea, incordio, amenaza a la seguridad pública, etc…” No sólo me pareció excesivo el uso de epítetos, sino que tomando en consideración la riqueza del español, existe una amplia selección de palabras para denominar a una persona mentalmente discapacitada. El artículo, que carecía de enfoque, justificaba a los “ pobres policías a quienes les cae sobre sus espaldas la infame responsabilidad de disponer de ellos”. Según la señora el estado no le deja otra alternativa a la policía que “acribillarlos a tiros en defensa propia”. No sé en qué manual o en el código civil de cual país la palabra acribillar puede estar en la misma oración que el concepto de defensa propia. La defensa propia nunca se define con diez tiros. Además, no entiendo por qué califica la responsabilidad de infame, ¿acaso tiene más honra trabajar con adictos, dueños de puntos, asaltantes y violadores, que solucionar situaciones que envuelven a pacientes mentales? Coincido con la “escritora” en el sentido de que los policías no están especializados en esto, pero, ¿sería demasiada piedad un tiro de aviso?, ¿acaso la Policía no están adiestrada para lidiar con situaciones extremas, para proteger la vida del ciudadano, tener una conducta ejemplar y por sobretodas las cosas velar por el bienestar y la seguridad de la familia puertorriqueña?
Estoy de acuerdo con que el gobierno no provee opciones para que las familias puedan ayudar a sus enfermos mentales. Me consta que no hay procedimientos funcionales ni tratamientos accesibles para muchos de ellos. Pero de eso a que los policías no tengan más remedio que tirotear a un paciente de esquizofrenia debería haber un largo trecho. Si como dice la señora de poetas y locos, todos tenemos un poco, ¿será que nuestros incapacitados mentales no son parte de nuestras familias? Me parece errado declarar que un “loquito” está por encima de la ley, no es procesable por ser una persona que no tiene pleno ejercicio de su razón, ni la capacidad mental suficiente para conocer y reconocer las consecuencias de sus actos. No sé si a la señora le parecería justo que encarcelaran a un paciente mental que padece de delirios, que tiene privadas sus facultades mentales, que su percepción de la realidad está atrofiada y por lo tanto sufre de trastornos en su conducta. Dudo que las familias de estos pacientes llamen a la policía con la esperanza de que dispongan a tiros de su hijo, primo, hermano, que está sufriendo una crisis. Decir que un paciente mental “no tiene reparos en dar rienda suelta a sus demonios internos”, no sólo refuerza los prejuicios sino que denota un desconocimiento garrafal sobre el tema. Estas personas muchas veces tienen desbalances químicos que son totalmente tratables y que podrían ser funcionales si tuvieran el acceso al tratamiento necesario. Estos individuos o susodichos, Sra. Casanova, que para usted no tienen nombres o desconoce de la condición particular que les aquejan, son seres humanos que en muchos casos (los más afortunados) tienen padres y hermanos que les aman, como usted ama a sus familiares que tienen actitudes cotidianas consideradas normales. Lamentablemente muchos no tienen los medios para internarlos en lugares donde los puedan atender y cuando les obligan a recibir tratamiento, es por un tiempo limitado. Tal vez nunca pensamos en la salud mental del pueblo hasta que pasa una desgracia o hasta que un miembro de la familia o un amigo la sufre de cerca. De otro modo nos conformamos con señalar y tenerle pena al pobre vecino que tiene que escuchar a través de una pared al “incordio” de la casa de al lado. Es meritorio hablar de este tema, es imprescindible pedir acción a las entidades correspondientes, pero es fundamental el respeto y la compasión hacia estos seres y sus familias. No porque sea de “sociedades civilizadas”, sino porque es de humanos la conmiseración y la solidaridad.

Me gusta...(porque sí)


Me gusta cerrar bien las piernas después de hacer el amor, me gusta el olor de la boca de una de mis gatas, me gusta chuparme el dedo pulgar izquierdo, me gusta imaginarme la cara de los poetas, me gusta inventarle historias a los desconocidos, montar las posibles conversaciones de la gente que habla a lo lejos, arreglarle las facciones a la gente fea, me gustan las barbillas de los hombres, me gusta tener una copa de vino en la ducha mientras me baño, me gusta que la gente se sorprenda con la fuerza de mis manos, me gusta caminar desnuda por las partes de mi casa donde no hay cortinas, medirme ropa que no puedo comprar, el olor de ciertas marcas de gasolina, una buena cerveza en botella verde original súper fría y tomármela a velocidad, me gusta ver los precios de los pasajes casi semanalmente sin tener horas de vacaciones acumuladas, comer sola en un restaurante y que la gente crea que me plantaron, como se hinchan mis senos cuando estoy en menstruación, llorar la primera vez que escucho una buena canción, me gustan los acentos de la gente, los bebés que no son míos, los viejitos en pareja, me gusta prácticamente todo lo que tenga chocolate, escuchar a Frank Sinatra cuando está lloviendo, escuchar a Estopa y creerme que aún vivo en España, que la gente me trate como que no he vivido, me gusta hacer a la gente reír, sentir ese cuerpo caliente pegado a mi columna vertebral en las noches, escribir un poema con rabia y después no reconocerlo cuando lo leo, comerme algo que yo hice y que haya quedado espléndido, me gusta adivinarle los signos zodiacales a la gente, vestirme de negro, no peinarme, no usar ropa interior los Domingos, los masajes en los pies, los besos en el cuello, que me toquen el pelo para quedarme dormida, los profesores con barba, las playas vacías, las ventanas que se abren hacia fuera, los boleros viejos, lo sensual de los saxofones, que casi nadie me haya visto bailar belly dancing, releer las frases célebres que marco en mis libros, pasar horas en el colmado, no ponerle fecha a nada, botar las cosas algunos días, los lirios Casablanca, los ojos de las jirafas, descubrir una nueva palabra, el cine extranjero, estrenarme algo, lo que sea. Me gusta recibir cartas, llorar en el carro, una batida de papaya hecha por una dominicana, un mangú de desayuno, el sabor a triunfo que tiene el blackout, ir a un café gringo y sentirme culpable, pasarle los dedos a los platos cuando termino, el olor del dinero, de los marcadores, de mi ombligo. Me gustan las gotas de rocío en las ventanas, ver un arcoiris en un mal día, la espalda de mi hermanito que no termina de crecer, escuchar a Iván decirme Maggie porque no le sale mi nombre aún, los días que mi abuela parece reconocerme, abrir los ojos y ver a mi esposo durmiendo pero rozándome siempre de alguna forma. Me gusta creerme que algún día no viviré aquí, que algún día tendré dinero, me gusta repetirme todo lo que voy a hacer cuando me gane la lotería, me gusta que mis cantantes favoritos no tengan nada en común entre sí, ver fotos, el agua caliente bajando por mi nuca, la ropa que no se estruja, pasar manguera, el olor del café, del nag champa, de la vainilla, de las almendras y del arroz blanco. Me gusta beber champagne con jugo de guayaba sin excusa de celebración, ponerme los lentes y ver bien de pronto, me gustan los jueves, el pelo de mi papá color aceituna, como huelen los perfumes en la piel de mi mamá, el hígado encebollado, la cocina italiana, las tiendas que te dan las bolsas cuadradas, las cosas en tamaño de viaje, los rolitos esos que le quitan la pelusa a la ropa, acostarme en unas sábanas acabadas de salir de la secadora, un chorro de agua potente, las velloneras, los chinese chekers, el hockey de mesa, jugar mímicas, verme bien cuando me encuentro con alguien de otra época, la palabra melancolía, saber la hora de otros países, aprenderme una ruta, coger un buen atajo, donar sangre, un buen piropo, ganar una discusión, intuir lo que va a pasar, tener la razón, usar hilo dental, el sabor del agua dulce después de salir de la playa, encontrar un billete en un mahón, las rosas manchadas, todos los mamíferos bebés, cantar como si supiera, un capuchino bien hecho, la vodka grey goose, un mojito a las dos de la tarde, hacerle tragos a la gente, cortar queso, el otoño, la ropa de frío, el maquillaje caro, que me digan que me parezco a alguien, los hot dogs de los carritos, las papas fritas, comer con cuchara, los peloteros, gritar en un partido de lo que sea, menos pelota, la gente bronceada con vellitos rubios, los lunares y las pecas, los zurdos, el cuerpo de estatua griega de Joel, su piel lampiña y su voz de trueno, los hombres con narices largas, las señoras con canas que no se pintan el pelo, los niños con seseo, las nalgas de la gente negra, como bailan los brasileños (la mayoría), escuchar a un argentino con coraje, Juan Luis Guerra, darme cuenta de que un escritor es un patán en la vida real, encontrar un error ortográfico en el periódico, en carteles, en anuncios. Quitarme los pantimedias cuando llego a la casa y rascarme las piernas casi haciéndome daño, las fotos blanco y negro, hacer garabatos, poner la punta de una pluma fuente contra un papel y ver como sangra, perder peso, que la ropa me quede grande, cantar una canción que no recordaba que me sabía, meterle crustos a los tacos, reírme tanto que me duela la clavícula, lo vacío que se siente el pecho después de llorar, los días de cobro, mi carro, ponerle nombre propio a todo, hasta a los objetos inanimados, ponerle segundo nombre a la gente que no tiene y ponerle nombre a las piezas de arte que compro aunque ya tengan uno. El anonimato, los sabía usted, llenar un crucigrama, el sudoku, la pasta cruda, los pancakes doraditos y crudos en el centro, las alcapurrias de jueyes, los souffles, las cremas para el cuerpo, no hacer nada, el piso cuando está limpio, reconocer el olor de alguien en otra persona, los aeropuertos, la luna cuando está llena o creciente, el humor negro, tratar de poner la mente en blanco y luego mirarme el cuerpo y sentir que este cuerpo no es mío, que no sé donde estoy, saber que soy joven al menos por unos cuantos días más.

El arte de odiarte


Odiarte es tan perfecto
como la continuidad de tus vértebras,
como el filo de tus sarcasmos,
como la longitud de tu nariz.

Es casi tan doloroso como amarte
y más punzante que el deseo
tan inútil como la magia
y tan eterno como el adiós.

Odiarte es mi dieta maestra,
la ruta al suicidio de mi niñez,
una novela tan corta
que se merece secuelas.

La apuesta a la fuerza de mis mandíbulas,
la rabia esa triste,
que sabe a pique y ajonjolí,
un retiro temprano y escaso.

Odiarte es lluvia de mediodía,
es ese vapor húmedo
que te excita y dan ganas de morirte,
es un hambre mezclada con cansancio.

Es la amnesia de un domingo feliz.
Odiarte es el día de sacar la basura.
Es perder el avión por quince minutos,
es olvidar aquello que prometí.

Odiarte es la válvula de mis hormonas,
es un éxtasis que se quedó a mitad
es la depilación de mi alma
y el barrunto de mi estrechez.

Odiarte es lo etéreo de tus manos,
es tu libertad que se me echa en cara.
Es la maldición de tu familia
y el asesinato del tú que me inventé.

Odiarte es una ciencia exacta,
un crimen numérico,
un tarot organizado,
y mi miedo en orden alfabético.
Odiarte es el imán de tu pelvis,
el ingrediente que siempre falta
un calambre en el medio del mar
una fobia que no envejece

Mi odio está hecho de flores
de café frío, de camas vacías,
de mascotas descuidadas
y semáforos que viven en rojo.

Te odio con la fuerza de mis sueños
con la misma pasión con la que te devoro
en el abismo de un papel en blanco
con toda mi claustrofobia insular.

Te detesto por lo que me imagino
por las culpas que me has grapado en la piel
por el pasado que doblas y metes en gavetas
por todas las veces que amaste antes de mí

Odiándote he bordado tu cintura de sospechas
odiándote he intentado infartarme el corazón.
Te he odiado intensamente, intermitentemente,
interminablemente, inevitablemente.

Acepto haberte odiado en la enfermedad y en la pobreza,
en los desvelos, y en reproches,
en las esperas y en el alcohol,
y hasta a veces antes y después de hacerte el amor.

Te he lanzado mil maldiciones
en mutis y a gritos,
ausente y frente a ti,
merecidas e infundadas.

Odiarte es un microcuento
que te desgarra y lo vuelves a leer
es una corriente submarina
el laberinto que yo misma me construí

Odiarte me convierte
en un convertible desmantelado
en una fruta fuera de temporada
en un palacio abandonado


Soy más fuerte cuando te odio
más amarga, más mujer.
Mi odio y mi amor son inversamente proporcionales
Te odio porque te reconozco mi último intento fallido,
mi reincidencia renovada;
mi penúltima lágrima voluntaria.