A B I S M A L
me halan del otro lado de la baranda
Sin ningún fundamento suicida
Me atraen profundamente
Por eso los evito,
por eso les saco el cuerpo
Porque hay algo detrás de mi ombligo
Un algo que me empuja hacia ellos
Es una hipnosis curiosa
Un abrazo al acecho
El domingo me paré frente al mío
acaricié sus bordes,
intenté oler su fondo
Y le lloré desde lo más profundo
y me tragó hasta lo más hondo
lo hice con los ojos cerrados
a los barrancos no se les mira por dentro
cuando abro los ojos
a veces estoy dentro
y el resto estoy fuera y por eso los cierro
me sumergí a sabiendas
con pleno conocimiento
ese abismo está hecho
de mis ganas tan masculinas
de corrientes submarinas
y de hormonas malabaristas
de remolinos de viento
y la debilidad de mi vértice
ese abismo me dejó mirarlo
me hizo creer que no me hundía
me juró que estando desnuda
la gravedad se deshacía
Me licuó el albedrío
la voluntad me la hizo líquida
porque ese abismo
es un cuerpo de agua
me pliega la memoria
y me arruga los dedos
se come los sonidos
domina mis poros
hace que mi pelo flote
hace que mi cuerpo se hunda
y así vivo ahora
flotante y hundida
densa y líquida
grávida y vacía
auto-ayuda
He conseguido otros métodos. Nosotros la clase media pobre o pobre y media, no nos podemos dar el lujo de enfermarnos, demás está decirse mucho menos el lujo de deprimirnos. Sin contar con lo que cuesta un psiquiatra, sin siquiera mencionar que la mitad no acepta plan médico o no acepta el que uno tiene, que están llenos por las próximas dos a tres semanas, y que quizás cuando al fin consigues que te atienda resulta que el tipo es un soberano patán y que no tiene ni pizca de química con uno. Entonces, ¿qué? Pasar por el proceso nuevamente y conseguir una cita cuando ya uno ni se acuerda de qué le iba a hablar en primer lugar.
Pues no, uso mejores métodos, no menos costosos, no tienen efectividad comprobada, pero ahí vamos. Tomo café, una vez al día y me regalo una hora de euforia. Intento vestirme mejor, me embarro de maquillaje y cuando siento unas profundas ganas de llorar me imagino caminando con las lágrimas negras por toda la cara.
De vez en cuando me trago una pastilla de melatonina, que es un arma de doble filo. Por un lado me hace dormir, por otro me regala unos sueños tan vívidos que no son necesariamente terapéuticos. Tengo tres alarmas para despertarme, una dice: “Make $ome”, la otra (15 minutos después) dice “You need $!” Y la última dice: “por si acaso”. Empiezan a las 7:15am y la última me grita a las 7:50am. Porque están sabiamente programadas para ir subiendo de volumen y con un timbre cada vez más desagradable.
Aunque me levante tarde, me regalo 5 minutos de besar y acariciar a mi perra. La saco a pasear, la alimento y me voy pensando que ella se pasará el día esperando que yo regrese. Demás está decir que no hago la cama y estoy permitiendo que el caos reine al menos en mi baño y en mi habitación. Porque desde hace una semana y un día, la organización me parece desoladora.
Me escudo en las nuevas teorías que he aprendido en la universidad porque no tengo tiempo para otros libros, gracias a Dios no tengo tiempo para sentarme a pensar, gracias a Dios no tengo tiempo para llorar y me concedo el tiempo de bañarme y se acabó. Uso un poco de tiempo para contestarle a mis amigas, que me dan lecciones de la gran amiga que nunca he sido para nadie. Porque he estado demasiado ocupada siendo pareja. Me he pasado cumpliendo con mis compromisos, cumpliendo con mis contratos, con mis promesas y mis sacramentos. Y ahora, ahora siento que le debo una explicación al mundo, de por qué estoy pasando por esto, mientras sólo me pregunto por qué no encuentro la fuerza para hacer lo que sé que tengo que hacer. Me pregunto por qué no veo esto como una sencilla disolución de un contrato. Dos personas voluntariamente contratan, se comprometen a ciertas cosas a cambio de otras. Se tiene el derecho de esperar cierta conducta de la otra persona y a cambio el deber de cumplir con lo pactado. Una de las partes viola las condiciones del contrato. No hace falta una maestría en responsabilidades contractuales para saber el resultado.
Por qué no dejo que por fin mi inteligencia me rija porque la he tenido subordinada y no ha sido muy efectivo.
Una vez me leyeron la mano y me dijeron que la línea de mi cabeza era casi infinita. ¿Casi? Como es obvio pregunté y la respuesta fue bastante obvia también: casi infinita, porque la línea del corazón te la pica por la mitad.
Entre mis múltiples métodos de autoayuda, está el engavetamiento hasta nuevo aviso de mi modestia, así que me disculpan. Soy una mujer inteligente, más inteligente que bonita, más inteligente que buena, más inteligente que lógica, más inteligente que práctica, más inteligente de lo que a veces quisiera ser. Porque espero y se espera más de una mujer inteligente. Es como un deber impuesto. Tienes inteligencia, pues tienes que usarla y dar el ejemplo. No hay excusa, tienes una preparación académica, tienes una profesión, tienes mundo y no dependes. Así que las decisiones que uno toma no se justifican por melodramas, por cultura, época, trauma de infancia, repetición de patrones aprendidos, co-dependencia y mucho menos por esa teoría ambivalente de lo que se supone que sea el amor.
No se justifica el aguante, el perdón ese vacío, el para toda la vida, no se justifica con ninguna idiosincrasia ni romana, católica ni apostólica, no se justifica que sea la institución medular de la sociedad, no se justifica. No se justifica que apueste mi salud mental a cambio de ese cuerpo hermoso al menos cinco horas al día.
No hay una excusa que me permita intentar algo ya intentado, experimentar algo que ha fallado en tantas veces aunque los que estuviesen mezclando los líquidos en las probetas no fuésemos nosotros. Si mezclas amarillo y azul y te da verde, mezclas amarillo y azul y da verde, mezclas azul y amarillo y da verde. El significado de la estupidez o de la locura sería pensar que a la cuarta vez por alguna extraña razón mezclarás pintura amarilla y pintura azul y obtendrás algún otro color del prisma que no sea verde.
Y quisiera tener la fuerza de decir que no quiero, que no me lo merezco, que no lo soporto, que un contrato es un contrato, que teníamos un acuerdo, que se rompieron las reglas, que eso de que siempre hay una segunda oportunidad se lo inventó un maldito reincidente. Quiero establecer el ejemplo lógico de que si un empleado, el empleado estrella de una compañía se roba $5 dólares del petty cash, hay que despedirlo. Aunque lleve 20 años trabajando para la compañía, porque quién nos garantiza que no había robado antes, quién nos garantiza que no lo volverá a hacer, quién nos garantiza que no robará cantidades aún mayores, quién nos garantiza que si no lo hubiésemos atrapado con las manos en la masa, jamás se hubiese arrepentido en su vida. Porque los seres humanos interactuamos mediante relaciones de poder. Somos animales que luchamos por las mismas cosas, territorio, reproducción, alimento, supervivencia. Y que ese animal/empleado estrella que se robó cinco tristes dólares, no va a decidir que después de ese momento nunca volverá a hacerlo, que aprendió su lección y que vivirá agradecido y será perpetuamente leal a esa compañía por esa concesión. No señores, ese empleado que se robó cinco dólares, aprendió una lección muy distinta. Sus actos no tuvieron consecuencias, lo cual se traduce en lenguaje simple: me salí con la mía.
Así funciona la corrupción, así funciona el narcotráfico, así funcionan los abusos de poder, así funcionan los matrimonios, así funcionan los niños, así funcionan las mascotas.
Como pueden ver mi repulsión a los libros de auto ayuda nada tienen que ver con un rechazo al contenido, es que mi propio carácter es incompatible con ciento veinticinco páginas de mensajes optimistas.
El otro día una amiga a quien amo, pero quien no tiene ni la menor idea de lo que estoy viviendo me lanzó una pregunta: ¿y cuál es tu plan de vida ahora? Plan de vida. Soy sagitario, tengo veinticuatro años, un bachillerato, un juris doctor recién comenzado, una deuda hipotecaria recién contraída, muchos más pasivos que activos, una perra (que viene con una deuda en el veterinario), un préstamo estudiantil que me llega dos veces al año y que estaré pagando toda la vida. Dejé mis pastillas anticonceptivas por las manchas en mi cerebro por lo que estoy atravesando una crisis hormonal encima de todo. Y el plan de vida que he tenido desde hace cinco años acaba de colapsar y no tenía seguro contra sucesos catastróficos porque siempre he creído que la industria de seguros completa vive del miedo de la gente y eso debería ser el verdadero mercado negro y mi amiga con mi misma edad pero con su corazón casi intacto me pregunta si me he preguntado qué quiero hacer con mi vida.
Pues tengo dos opciones y ninguna es viable.
Opción #1: Quiero cerrar los ojos y regresar hacia atrás (valga la redundancia necesaria) y con mis dedos mágicos borrar todo esto, donar unas cuantas neuronas y creerme que no pasó nada, que nada de esto es grave, que ni siquiera es real. Quiero seguir con el plan que tenía que me parecía maestro.
Opción #2: Quiero cerrar los ojos y aparecer en un sitio nuevo, con todas las posibilidades del mundo con mi nombre encima. Tratar de recordar algún suceso doloroso y trágico y tener una tabla rasa. Ser lo que era antes de ver lo que he visto.
Pero mi opción real es sobrevivir. Sobrevivir a fuerza de café, melatonina, alcohol y oraciones. Embarrarme los ojos de maquillaje. Esperar el préstamo, pintarme el pelo, ponerme lentes de contacto de algún color, broncearme, darme un Spa, rezarle a Dios que me hable, conseguir a alguien que me diga neutralmente y con sabiduría cuasi divina qué hacer, dónde depositar esta decepción degenerativa y dónde invertir estas cantidades absurdas de amor que ahora me sobran, me pesan y me lastiman cada vez que inhalo y exhalo. Seguiré con mi operativo de autoayuda, escuchar a Bebé cantar: hoy vas a ser la mujer, que te dé la gana de ser, hoy te vas a querer como nadie te ha sabido querer, hoy vas a mirar pa’lante que pa’tras ya te dolió bastante… la canto y la canto para creérmelo, la canto como un mantra que en algún momento se adherirá a mi subconsciente y me sanará.
rota
Mi maestra me dijo un día, realmente nos dijo, pero por alguna razón cuando ella habla, si yo estoy en el perímetro, se siente como si se dirigiera a mí. Que había ocasiones donde el amor se rompía y se rompía tan violentamente, que si te quedabas quietecito y prestabas atención podía escucharlo romperse.
Mis caderas se salen de sitio, lo descubrí con la danza del vientre; suenan, el sonido viene justo antes del dolor. Un dolor intenso, una presión que no me permite moverme, casi siempre necesito la ayuda de otra persona para que la cadera vuelva a su lugar original. Hay gente que se estrilla las coyunturas, se halan los dedos hasta que truenen, se estiran la espalda hasta que produce un chasquido. Nunca he entendido esa costumbre tal vez porque lo asocio con el doloroso dislocarse de mis caderas. Cuando uno tiene una cosa, un objeto donde por alguna razón uno ha puesto cantidades industriales de afecto, ya sea porque alguien se lo regaló, porque lleva tiempo con uno, porque lo compró en un sitio lejano, porque costó mucho dinero o porque simplemente es hermoso, en el momento en que se rompe se convierte en la cosa más odiosa del mundo.
Un profesor nos dijo una vez que si alguien te rompía o te mutilaba tu libro favorito, no había por qué preocuparse, porque ya lo habías leído, lo tenías dentro de ti y nadie podía quitártelo. Que me quiten lo bailado dicen los gitanos. Es por eso que amo muy pocas cosas materiales. Soy torpe y despistada, suelo romper o perder las cosas, las que me importan y las que no también. Amo mi pasaporte, porque sin él no puedo salir. Amo la sortija de compromiso de mi abuela porque me recuerda las cosas que merezco y las que no quiero en mi vida. Amo mis zapatos Christian Lacroix, no sólo porque son satinados y tienen un enorme lazo rosa, no sólo porque si yo fuera unos zapatos sería esos, (me gustan las cosas que tienes que amar u odiar, que te obligan a tener alguna reacción hacia ellas) los amo porque costaban más de cuatroscientos dólares y los compré a treintaysiete con impuestos. El resto de los objetos que amo, casi todos están cubiertos de plumas y a estas alturas sabrán que tengo un fetiche con las plumas.
Ahora que lo pienso, crecer es romperse constante y continuamente. Las dos estrías que tengo en mis caderas son por el crecimiento acelerado e inoportuno de mis dimensiones. Cuando a uno le crecen los dientes, los colmillos, las muelas, los cordales, crecen rompiéndote las encías. Recuerdo cuando me empezaron a crecer los senos, tardé muchísimo y no crecieron mucho que digamos, pero por alguna razón dolían intensamente y por esa misma inexplicable razón todo codazo, bolazo, tropiezo, terminaba hundiéndose en mis brasielitos cuasi de juguete y el dolor era imposible.
Hoy amanecí rota. Por debajo de mis senos que ya no tienen excusas de dolerse.
Lo he intentado todo y no logro recomponerme. Ni siquiera Frank Sinatra logra rellenarme la rotura nueva que tengo. No lo escuché. Saben ese sonido, ese terrible sonido de las gomas de un carro chillar contra el pavimento que avisan el inminente estruendo de un choque catastrófico. No lo tuve. Me rompí sin previo aviso, sin notificación, sin avisos de inundaciones, sin cuidado con el escalón, sin cuidado resbala mojado, sin fuera de servicio, sin cuidado posibles derrumbes, sin cuidado posibles desplazamientos de terreno. Tuve todas las anteriores pero sin aviso: inundación, caída, resbalada, torcedura, rotura, derrumbre, entiéndase: desaparición absoluta del terreno. Ando derramándome por todos sitios, perdiendo, vaciándome, mientras camino. Todo lo que me encuentro se convierte en una lluvia de piedras. La gente que se ríe, los seres que se besan, las personas que comen con gusto, los locutores de radio, el profesor hablando de hipotecas, mi jefe preguntándome con su cara de ángel si estoy bien, la maldita grabadora que me repite sin piedad que mis calificaciones N O E S T A N D I S P O N I B L E SSSSSSSSSSSSS, las fotos de Obama bailando con su mujer, el café que me regaló un socio del bufete, el guardia de seguridad deteniendo el elevador para que me monte, mi perra que me lame las piernas mientras escribo tratando de encontrarme la herida, todos me apalean sin piedad, todos me dan codazos donde me duele. Porque me duele en todos sitios, porque así son las hemorragias internas y uso el verbo más cursi del idioma español a falta de uno que me lastime los dedos mientras oprimo las teclas del teclado. Porque quisiera tatuarme cerca de los huesos para llorar rabiosamente y creerme que lloro porque la aguja y la tinta me rozan los nervios. Porque actúo masculinamente y pospongo el llanto, porque necesito ser productiva, necesito ser funcional y no puedo escribirle un cheque en blanco a mis tarjetas de crédito, a la hipoteca, al seguro del carro, al cable, al carro y decirles que me den una prórroga indefinida porque estoy ROTA y no puedo pensar, no puedo comer, no puedo respirar, no puedo facturar, no puedo escribir un puto cheque que no me recuerde que estoy lacerada, herida, mutilada, adolorida, dañada, destruida y rota más allá de posible reparación.
Y me sorprende lo fuerte que me ha hecho este boquete. Aparentemente es como cuando uno se pilla un dedo con una puerta, y la uña se pone violeta y el dedo, late, late y late, y si te haces un pequeñito orificio encima de la uña, experimentarás el dolor más atroz que un ser humano pueda sentir pero sólo por un segundo y luego de repente un alivio absurdo, casi mágico y por lo mismo imposible. En las películas aparece cuando alguien se disloca un brazo y cuando se lo acomodan la persona grita desgarradoramente, pero vuelve a caer en su lugar y cesa el dolor.
Todavía no me he autodiagnosticado, no sé si es una fractura, si tengo algo dislocado, si me rompí algo de verdad, o si me falta un órgano. Sólo sé que algo me falta, algo se rompió. Y las cosas rotas nunca quedan iguales, se les sigue la pista de la pega, se rompen de nuevo a la menor provocación y mil veces peor que la primera. Y de pronto es una figura irreconocible, son trocitos de algo que ya no es. Necesito voluntarios, gente que me hale por mis cuatro extremidades, hasta que todo caiga en su lugar. No me voy a quejar, pero quiero agujerearme mis veinte uñas para ver si por alguna de ellas se escapa esta presión.
Aparentemente así es la vida, una noche te acuestas entera y la próxima mañana te levantas rota. Ya ven que tenía razón en tocarme el cuerpo al despertar, mi instinto no me falla, presentía que algún día al hacer inventario me pasaría algo así.
PS No me hagan preguntas: cualifican como codazos.
MANIÅTICA
Lo primero que me enseñó mi maestra fue que a la gente se le conoce por sus manías. Hasta entonces juraba que con preguntar fecha de nacimiento y calcular el signo zodiacal de la persona ya tenía media tarea hecha. Nosotros nos referimos a manías cuando hablamos de un patrón de comportamiento, pero por lo regular algo que no es lo normal. Sin embargo el diccionario nos lo define inclinándose más a la locura, a los delirios. Casi siempre que se le añade el –manía al final de una palabra es una “inclinación excesiva”, “impulso obsesivo”, “hábito patológico”.
Así empezó nuestro taller de cuentos. Aprendimos que la mejor manera de crear un personaje es a través de sus manías. Las manías de los personajes son las que nos hacen recordarlos. Y así: una mujer que nunca se le oyó cantar, otra que sus carcajadas espantaban a las palomas, un hombre que no pisa las líneas del suelo, otro que recita la Odisea cuando le hace el amor a una mujer, otra que le gustaba acostarse con sus amantes delante de su marido ciego, otra que le agarraba la mano al hijo para salirse con la suya. Manías, hábitos, costumbres, distinciones.
Así nos conocimos: por ahí empezamos a desnudarnos por primera vez. Yo tenía muy pocas manías en ese entonces. No soportaba ver migajas de pan en el recipiente de la mantequilla, recogía las cosas del suelo con los dedos de los pies, y me tocaba todo el cuerpo por las mañanas. Todavía mantengo esas tres y he acumulado muchas más. Recuerdo las más llamativas, una compañera ponía las cosas en orden alfabético cuando se enfadaba, incluso encima del escritorio: bolígrafo, cinta adhesiva, grapadora, lápiz, regla, teléfono, etc. A otra le gustaba caminar en ropa interior por la casa, cuando las cortinas estaban abiertas. Otra se ponía un rollo de papel de inodoro entre las piernas, incluso nos confesó que en ese preciso momento tenía uno mientras nos hablaba. Algunos les gustaba robar en las farmacias, otros en tiendas por departamento, y muchas otras las he olvidado. Quizás porque yo también las tenía y no me parecieron tan raras.
Casi siempre la otra gente, es la que le señala a uno cuán maniático es. No puedo ver un maniquí sin ropa en las tiendas, los visto casi compulsivamente. Cuando veo a la gente caminando y tienen la etiqueta de la ropa por fuera se las quiero arreglar. No hablo de cosas importantes antes de desayunar, no veo noticias antes de dormir. Huelo los platos y los vasos cuando los friego. Sólo bebo cerveza directamente de la botella. Me combino la ropa interior con lo que me pongo encima, rezo una novena al Divino Niño sólo cuando lo amerita la ocasión, como por ejemplo cuando me voy a montar en un avión. Imprimo casi cinco confirmaciones de vuelo cuando voy a viajar. Miro el libro de cocina aunque ya domine lo que voy a hacer. Sólo como palomitas de maíz cuando en el mismo bocado incluyo chocolate. No pido cosas en los restaurantes que yo misma pueda cocinar. Hago todo lo posible por no repetir combinaciones de ropa. No soporto verle un pelo a alguien en la cara o en la ropa. Siempre cocino como si toda las generaciones de los Buendía vinieran a comer a mi casa. Le pongo la alarma al carro al menos tres veces cada vez que me bajo. No uso velvet, no combino el negro con el marrón, no me combino la sombra de los ojos con la ropa, por lo regular evito el charol, con la excepcion de despedida de año no me pinto las uñas ni los labios de rojo y probablemente la gente que me conoce podrá mencionar un centenar más de manías que a mí por ser mías se me escapan.
Tengo una amiga que se va del sitio donde está si alguien estornuda o tose sin taparse la boca. Tengo otra que cuando se lava las manos en un baño público espera a que otra persona abra la puerta para no tener que tocarla. Otra amiga te pregunta si tienes herpes antes de prestarte un lapiz labial. Conozco hombres que siempre se ponen camisillas bajo las camisas. Otros que hacen ruidos extraños cuando comen los alimentos que no requieren ningún tipo de estruendo tales como: gelatina, sopa, huevo, frutas enlatadas. Del hombre al que más manías le conozco no voy a mencionar ninguna, porque vivo con un virgo así que las manías virgonianas me tomarían un blog completo.
Me pregunto qué dicen mis manías de mí. Creo que algunas mienten un poco: por la cuestión de vestir los maniquíes parecería que soy pudorosa o que le tengo aversión a la desnudez (todo lo contrario), mi manía con los pelos y las etiquetas, tal vez diría que soy cuidadosa y pulcra, (tampoco).
Resumo el resto en el orden correspondiente: detesto la putrefacción y no quiero restos de comida en mi comida, soy vaga y poco atlética y por eso recojo todo con mis pies (o tal vez pienso que de algo me tenían que servir unos dedos tan feos), quiero saber por las mañanas que mi cuerpo está completo, hasta que no desayuno no estoy lista para lidiar con nada, no veo noticias porque sueño con lo que me impresiona, soy una terrible ama de casa y dudo hasta de mi capacidad de fregar, estoy orgullosa de la marca de cerveza que bebo, me parece un desperdicio usar un vaso plástico para eso u hacer que alguien friegue un vaso de un líquido que está hermosamente situado en una botella creada para él, soy torpe así que las probabilidades de que muestre mi ropa interior cuando me agacho, me siento, subo escaleras es inmensa, así que me combino y no es tan escandaloso. No rezo suficiente y el Divino Niño me concede las cosas el 99.99% de las ocasiones que recurro a él y no quiero gastar mis chances. Una vez me dejo un avión y estoy traumatizada y me juré que no me volvería a pasar en la vida. Lo del libro de cocina responde a lo mismo: baja autoestima casera. Me encanta tanto el dulce que lo salado sólo me parece que tiene sentido acompañado de lo dulce (por eso como galletas dulces en la playa), no pago por algo que yo puedo hacer y modestia aparte probablemente mejor y luego estoy dispuesta a pagar casi cualquier precio por algo que no tengo la menor idea de cómo se hace. Soy superficial y antes tenía mucha más ropa que ahora y me podía dar el lujo sin esfuerzo de no repetir, dicen que en los pelos están los pensamientos de la gente y no deben andar por ahí sueltos (es un peligro), siempre he tenido el estómago de un camionero de seis pies y trescientas libras, el hambre me pone de mal humor, le temo a la escasez y cocino como si todo el mundo padeciera de los mismo que yo. Es el primer carro que pago, se llama Gabo, es el único que tenemos, vivo en una isla donde la criminalidad cae casi en la categoría de ciencia ficción y soy despistada así que siempre pienso que no he puesto la alarma aún, el velvet se parece demasiado al material con el que forran los ataúdes por dentro, mi mamá siempre me dijo que el marrón y el negro no combinaban y aún no lo he podido superar, no uso sombras del color de la ropa porque sencillamente Stacy and Clinton de What Not to Wear me dijeron que no, lo del rojo y el charol responden a que tengo facciones y volúmenes que tiene la inclinación a rayar en lo vulgar y gracias a todas las “latinas” de Hollywood puedo ser malinterpretada con facilidad (también trato de usar “animal print” en pequeñas cantidades: blusas y zapatos aunque me encantan por la misma razón) y escribo sin puntos ni comas porque pienso demasiado rápido, más rápido que 70 palabras por minuto y si pongo un punto pierdo una idea.
OCHO NEGRO
En el 2003 había alcanzado mi mayoría de edad parcial. Estaba estudiando una carrera hermosa que me llenaba de felicidad cada mañana. No tenía grandes aspiraciones monetarias y tenía el gran sueño de irme a España el próximo año. No tenía ahorros ni grandes ni pequeños (eso aún no ha cambiado, ajá, patrones de conducta) pero algo me llamaba del otro lado del océano, o tal vez demasiadas cosas me empujaban a huir de aquí. Luego aprendí que a lo que uno le huye de las ciudades, se va con uno. No permanece en la ciudad, país, pueblo o continente anterior, te persigue, porque la mayoría de las veces ya lo tienes dentro. Esa noche, el 31 de diciembre de 2003 iba a trabajar en un hotel, mi tía me compró un jabón de ruda, para restregarme fuertemente todo lo malo (que ahora que lo pienso no habían tantas cosas malas después de todo), agua de rosas para bañarme y atraer todo lo bueno, un cubo dentro de la ducha para recoger toda el agua que caía y volvérmela a tirar por encima. Recuerdo lo que quería que llegara, dinero para el viaje, poderme ir al viaje y alguien que me amara mucho. Tenía en ese momento alguien que me amaba mucho, (también he aprendido que el mucho se mide de acuerdo a las capacidades del que ama, no a las necesidades del amado) en el fondo quería que esa persona me amara más, entiéndase: mejor. Esa noche trabajé en un hotel, me llamaron para esa noche en particular, necesitamos a alguien mayor de 18 años que sea bilingüe y que pueda trabajar hoy… silencio en la línea. Y yo pasando lista, edad, ajá, idioma, ajá, hoy, ajá. YO! Cuento largo corto porque tengo 5 años que cubrir. Trabajé en ese hotel por más de tres años, con ese dinero fui a España y conocí a quien hoy día es mi esposo. Mi recomendación es que sean exageradamente específicos en lo que pidan, escuchen mi consejo y no tienten la creatividad y sentido del humor de Dios.
Creo que la despedida del 2005 fue la última vez que le dije adiós a un año con nostalgia y emoción a la vez. Acababa de regresar de España, era una persona nueva (que al sol de hoy todavía estoy intentando conocer y atemperar con mi yo vieja) y me graduaba y casaba el año entrante. De ahí en adelante los años han sido complicados, complejos. Aunque casi siempre termino reconciliándome a finales de año conmigo, con el resto de la gente tengo la debilidad de reconciliarme casi instantáneamente. Al final del año intento buscar razones para dar gracias y hacer mi lista de peticiones específicas, después de cierto año siempre lloro a las 12, tengo problemas con las despedidas y las pérdidas. Soy un caso perfecto para una tesis sicológica.
Una de mis abuelas, la testigo de Jehová me decía cuando estaba triste que hiciera una lista de las cosas que Jehová me había dado y las que no me había dado y me iba a dar cuenta obligatoriamente de lo afortunada que soy. Recuerdo las listas kilométricas de bendiciones y mis esfuerzos sobrehumanos a mi corta edad para reclamarle a Dios las carencias. Escribía cosas como que no me había dado una hermana, que realmente nunca quise tener, pero la premisa era las cosas que no me había dado. Todavía lo hago.
Pasando lista: este novio mío, el 2008 me regaló una aceptación a estudios postgraduados, un curso de tarot, una posible nueva carrera, una costeocondritis, las dos semanas más dolorosas y aterradoras de mi vida (que me hicieron darme cuenta de que tengo más y mejores amigas de lo que pensé y de lo que merezco), dos o tres funerales, un taller maravilloso de creación de novelas, varios ataques de pánico, tres meses de desempleo, un resultado sospechoso en un PAP (que vino acompañado de 15 días esperando el anuncio de un cáncer), un resultado negativo, demasiadas mongas para poder contar, Amelie (mi perrita que amo de un modo para nada saludable), Siemprejueves (mi blog, al que tengo abandonado y que de las pocas resoluciones que tengo es amarlo mejor), una salida larga del país, una amiga nueva y maravillosa que se parece tanto a mí que obviamente me asusta, una cafetera espectacular, una perforación en la nariz que me duró menos que algunos de mis amores más cortos (y que me tiene sin poder donar sangre hasta junio del año que viene), un trabajo nuevo, compañeras de trabajo que enriquecen mi rutina, un jefe nuevo (Cáncer: con el mismo cumpleaños que uno de mis amantes más dolorosos) a quien admiro y envidio porque parece ser uno de los seres más libres que he conocido, la inauguración de una nueva relación con mi primo que hasta hace poco casi ni conocía, la reaparición de mi fantasma más terco que hizo entrada en mi vida para decirme cibernéticamente perdón y gracias y con esa gracia que le caracteriza me cerró un punto abierto en el universo y en el corazón.
El 2008 me regaló demasiadas lecturas de casos y tribunales, muy poca literatura, muy poco cine, poca playa, un concierto de Juan Luis Guerra, otro de Black Guayaba y otro de Luis Miguel, prácticamente todos regalados, dos spas, una hipnosis regresiva (en la que aprendí que le temo a que nadie nunca me sepa cuidar), una sicóloga medio loca (me consta que es redundante) que me dijo que vivía con Sleeping with the Enemy, mucho alcohol, mucho menos humo y nicotina, maratones de estudio (totalmente nuevos para mí), una parálisis en el lado derecho del cuerpo, una visita al fisiatra, otras a la neuróloga, laboratorios de sangre, un CT Scan, el descubrimiento de unos puntos de origen desconocido en mi cerebro, una preocupación nueva de un posible padecimiento vascular/cardiaco, la prohibición de mis pastillas anticonceptivas, una naturópata en San Lorenzo que se llama Ruvva y que mirándome la iris del ojo me desnudó la salud. Esto vino acompañado de una fuerte recomendación de evitar carnes rojas, harinas blancas, y refrescos y siete pastillas naturales diarias.
El 2008 fue tan amable de traerme sube y bajas de peso, unas nuevas, prematuras e imprudentes líneas de expresión a los lados de la boca (ni que me hubiese reído tanto en el año), paños en los brazos, la revelación de la isla Caja de Muertos, algunos viajes por la isla, unas pocas visitas a moteles, un colapso de mi sistema nervioso, un nuevo pavor a abrir el buzón y encontrar deudas facturadas, un préstamo estudiantil el cual planifico utilizar de las formas más placenteras posibles, nuevos pagos y mensualidades, más altas tasas de interés, más altos balances adeudados, un odio profundo por mi banco, muchas ralladuras en el carro, un abrazo a mi mejor amigo directamente de Jalisco, y desde Sevilla: más visitas de las esperadas de mi ________(estoy buscando inventarme una nueva palabra, porque ya ni amiga ni hermana me bastan), muchas más felicitaciones de cumpleaños de las que coseché, buenísimas cenas, mejores vinos, el estado comatoso de Ananda (mi computadora), una sobrina (probablemente Valentina) en camino, ni una boda, ni un bautizo, ni bailes de graduación.
Mi año oscuro se llevó a Frida (mi gata hermosamente gorda), me la intercambió por muchas canciones nuevas que amo, Elsa & Fred, dos boletos gratis para viajar intercontinentalmente, seminarios mágicos de escritores latinoamericanos que Mayra tuvo la bondad de invitarme, la despedida de compañeros de trabajo que me hicieron mejor ser humano y una profunda preocupación por la salud de mi papá. El 2008 se llevó aquellos vestigios de memoria que hacían que mi abuela en ocasiones me reconociera, y no logró recuperar mi fe como esperaba. Me obsequió además una familia política que no había adoptado como tal.
El 2008 me hizo esperar, esperar, esperar y esperar. Lo que resistes, persiste. Se me repitieron todas las pesadillas que más detesto, la de la playa esa que nunca he visto que se recoge completa y yo le grito a la gente que corra y nadie me hace caso y el mar arropa todo y se lo lleva, también la de que me persiguen y estoy tratando de entrar a casa de mis padres y el portón no abre, la de la chorrera que es como un túnel y cuando llego a la mitad está llena de agua, y por último la de que tengo un letargo tan grande que no puedo casi abrir lo ojos, ni moverme, ni hablar ni reaccionar. No puedo contar las veces que las soñé. A veces soñaba una y me despertaba y me lavaba la cara y cuando me volvía a acostar o se repetía o empezaba a soñar otra diferente, pero de las mismas cuatro. La mayor parte del tiempo en el 2008 estando despierta, me sentí en una continua persecución, como que ninguna puerta se me abría, como que me estaba ahogando, como que me lo quitaban todo y como que no podía reaccionar, por más que quisiera. Anoche no soñé, porque no dormí. Ahí lo tienen: un festín de psicoanálisis.
Quiero abandonar este año, no quiero reconciliarme con él ni agradecerle lo aprendido, quiero que nos dejemos inmaduramente, rabiosamente, y que jamás nuestros caminos se vuelvan a cruzar, así de radical. De la forma en que es imposible hacerlo en esta isla. Lo siento no sé ser amiga de mis pasados amantes. No me sale, me parece contranatural, confuso, como si el tiempo se doblara y el pasado y el presente se tocaran. Lo dejo por la verdadera razón por la cual uno debe romper con la gente: porque ha logrado que yo no me guste. Voy a sonreír a las 12, tal vez hasta me ría, porque ha sido cruel no sólo conmigo sino con mucha gente y aunque me pasó la manita regalándome ciertas cositas, la mayoría de ellas me las sudé y las demás me las cobró con creces. Agarró mis mayores miedos y me los paseó constante y continuamente por la piel, lo cambio pelo a pelo por el 2009 y me abrazo a él con mínimas expectativas. Lo recibo con nimias resoluciones: escribir más, preocuparme menos, no sentirme culpable y proteger mi mente con uñas y dientes, hasta de mí misma si es necesario. Prometo escribir las cosas buenas que me traiga para regalarles algo más optimista el año que viene para estas mismas fechas. Le pido que me ame más y mejor, salud, viajes, fortaleza, fe, fortuna. Y ahora voy a pedir específicamente: que me borre los puntos del cerebro, y que cuando los borre se me olvide por qué estoy tan resentida, que no se me adormezca más ninguna parte del cuerpo (ni del espíritu), que me ayude a ser mejor Edmaris, mejor estudiante, mejor amiga, hermana, hija, sobrina, nieta, prima, esposa, madrastra, ama, paralegal, escritora. Que me recuerde cómo se perdona, que me ayude a tener una mejor relación con Dios (que no tenga que ver con culpa, quebrantos de salud, necesidad o miedo), que me lleve (por lo menos) a Alaska, New York y Argentina, que se lleve los problemas económicos que me rodean a mí y a la gente que amo, que no me haga esperar o que me deje de doler tanto la espera, que me regale tolerancia (no poniéndola a prueba una y otra vez), que me amen con pasión y compasión, que me quite el terror que me da cuando me siento soberanamente feliz.
Me caso hoy con el 2009, como buena estudiante de Derecho con capitulaciones, de 365 páginas y 8,760 cláusulas. Entro desilusionada, por lo que no me llevaré grandes chascos.
Todo lo mío es mío y lo de él también (incluyendo frutos y rentas, inflaciones y aumentos, por el pasar del tiempo o esfuerzo de cualquiera). Él se queda con todas mis deudas y las suyas. El contrato expira en el 2010 y lo cambio única y exclusivamente con la garantía de uno mejor. Quiero despedir el 2009 llorando, rogándole que no se me vaya.
La boda de ella . . .
La última vez que la ví, fue el día de mi boda. La única cerveza que me dejaron tomarme directito de la botella fue con ella, viajó desde Buenos Aires para eso. Fue mi flower girl de emergencia: qué guachada!,me dijo cuando se lo pedí; me muero muerta Edmaris!!! Mi nombre no suena nunca como suena en la boca de Elena. El día antes, cuando me medía el traje,( sí; menos de 24 horas antes de la ceremonia) además de mi madre sólo dejé que ella me viera. Tenía la certeza de que me diría justo lo que necesitaba escuchar: estás diosa! Y yo como siempre incrédula seguía pregunta, que pregunta.Pero me estás cargando, estás divina.
La conocí en Salamanca, no vivía conmigo pero a veces parecía que sí, mi mamá me preguntaba si yo estaba en España o en Argentina porque se me pegaban las palabras, el acento, la alegría. Recuerdo que se volvía loca cuando una de sus hermanas le escribía, nos leía los mensajes y preguntaba, acaso no es un amorrrr??? Es que es la más linda, mirála… y en la pantalla del ordenador, la misma cara de ella, claro que era la más linda del mundo, era su hermana gemela. Su melli, como ella le llama. Me acuerdo como si fuera hoy un mensaje que decía algo así como: No ha salido el sol en Buenos Aires, pero es que el sol se fue contigo Nitus. Asi le dicen nitus, y me preguntaba por qué se llevaban así, cómo era posible que dos hermanas para colmo de males gemelas se escribieran con tanto amor y se extrañaran tan apasionadamente. Y debo confesar que en el principio lo diagnostiqué como un síntoma de la distancia. Pero yo viví con ella y todavía, más de tres años después a veces yo misma siento que el sol se mueve tras de ella.
Ele resplandece, no miento, por encima de sus guachadas, quilombos, remeras, polleras, ojotas, camperas y miles de otras palabras que extraño tanto, amaba escucharla decir oye gordis, o llamarle flaco a todo el mundo. Elena no le temía a preguntar a cualquier desconocido cuando estábamos perdidas y por eso siempre sentíamos que sabíamos a donde nos dirigíamos si la estábamos siguiendo a ella. Era la reina de los especiales y si veía un abrigo en piel en rebaja de 500 euros rebajado a 200 llamaba al padre y le decía con la naturalidad del mundo: Papá adivina qué, te acabo de ahorrar 300 euros. Cómo que en qué me he gastado todo eso papá, pues en viviiiiirr, claro en vivir apoco no fue para eso que vine.
Elena nos regañaba como si fuera la tía de todas: Pero ojo, que eso está remal hecho, no te podés poner eso, si te veo todas las lolas boluda, te pensás poner eso con un corpiño nomás? Y nosotras muertas de la risa, ella entraba por la puerta y yo exhibicionista al fin andaba siempre en panties por toda la casa, no hacía más que llegar me daba una nalgada y me decía: en bombachas! No entendía por qué andábamos siempre en jeans, hasta en pleno verano. Se pintaba los labios para salir a bailar, siempre rojos y cuando algún españolito se tiraba la maroma de decirnos: queréis follar, Ele los ponía nuevos. Si algún viejo verde le miraba el busto a ella o a alguna de las demás con el típico: qué es eso? Ella les respondía: Lolas! Qué acaso no te amamantaron, pobre!!! Elena creía en el amor y por eso detestaba los hombres poco caballerosos, se gozaba las cartas de amor que nos mandaban a nosotras y nos decía que teníamos suerte, porque cuando a ella le gustaba alguien, el flaco no le daba bolas y viceversa. Elena comía zanahoria, muchas zanahorias cuando se iba a broncear, nunca entendimos por qué. Si no fuera por ella yo no habría ido a París, no me quedaba casi dinero y los alojamientos eran carísimos. Rápido nos dijo: pero boluda, no podés vivir en Europa y no ir a París, París es lo más. Le explicamos nuestra situación económica precaria y como siempre no habíamos terminado y ya nos tenía solución: se quedan con Lucre, mi hermana, ella vive en París. Y yo le digo Elena tú estás loca (porque nosotros ponemos el tú frente a los verbos) yo no conozco a tu hermana, se supone que yo llegue allá y le diga: mucho gusto Lucre, yo soy Edmaris, amiga de Elena y me voy a quedar aquí por casi dos semanas. Elena mirándome con cara de incrédula: sí, cuál es el problema? Le explicamos que no se podía, que qué vergüenza, etc., etc., etc. Ele agarró el móvil: mamá que honda? Sí, mirá, que tengo que volver a París, sí, sí, ya sé que fui hace un par de semanas, pero entendé, mis amigas las boricuas (se moría de la risa cuando decía esa palabra) nunca han ido a París. Ya, ya les dije, pero no se atreven, así que tengo que ir, ajá, acordáte que es mi cumple, bueno, bueno.listo. ya está: nos vamos a París .
En un segundo Elena me llevó a París, me llevó a Valencia, a Málaga, a Sevilla, a Cádiz. Ella era la tour guide por excelencia, cuando nos despertábamos ella ya había desayunado y hasta a Misa había ido. Luego nos sorprendía cuando nos enseñaba las fotos, tenía fotos de todo, rótulos, plantas, piso, bares, gente, perros, mariposas, y hasta de nosotras mismas sin saberlo.
Un día de verano estábamos todas en la Plaza Mayor, hacía mucho calor después de un invierno largo e inusualmente frío según me enteré después. Todas con nuestros helados y de la nada sale Elena: Chicas; Estoy Chocha! Todas nos quedamos mudas, mirándonos las unas a las otras. A mí por lo regular me tocaba traducir, Ele: no sé lo que estás diciendo, pero cuando vayas a Puerto Rico, por favor no lo digas frente a mi abuela.
Elena es mi propia Mafalda de carne y hueso. Con ella tuve un picnic en París, en el puente al lado del Louvre, con más de una docena de argentinos y comimos chocotorta, una cosa que nunca he podido superar, chocolate y dulce de leche, no hace falta decir más. Con ella probamos el verdadero dulce de leche, y los pecaminosos alfajores.
Hace un par de semanas fui al correo a buscar un paquete o algo que aparentemente no cupo en el palomar, no, no tengo la dicha de un buzón. Y cuál fue mi sorpresa cuando veo que es de Buenos Aires, una invitación de boda y por alguna extraña razón no puedo dejar de llorar. Fue el día que venía el huracán Omar, llevé a mi perra al veterinario y fui al correo, los preparativos naturales de un huracán.
Elena se me casa y me lleno de felicidad por ella. Pero no puedo estar allí, no puedo decirle me muero muerta, estoy chocha, que linda que eres, estás diosa y nunca he visto una novia más linda que tú, no existe. No puedo prometerle como ella lo hizo conmigo que si alguien se atreve a venir de blanco la saco a patadas. No puedo abrazar al novio y sentir el alivio de que me da buena vibra. No puedo decirle a ella cara a cara que la boda pasa en un segundo, que trate de recordar cómo huele, una que otra canción, que no guarde un pedazo de bizcocho, no sé si los argentinos hacen eso, pero que no lo haga de todas formas, que es un asco comerse un bizcocho un año después. Y quisiera, sacar a Julito a un lado, no importa lo bueno que sea y amenazarlo, como hacemos los puertorriqueños cuando queremos a alguien. Amenazar a la pareja y decirle que si me la lastima, voy a sacar todos los ahorros que no tengo para ir a golpearlo. Decirle que es el hombre más afortunado del mundo porque se casa con el sol. Pedirle que por favor siempre le regale flores, que le toque el pelo hasta que se duerma, que la despierte a besos, porque Elenita cree en el amor. Siempre ha creído en él antes de sentirlo, antes de conocerlo y sólo la gente noble sabe hacer eso. Que le aseguro que Elena lo va a hacer reir como nadie, porque se pasa el día cantando, porque ama el cine y se memoriza escenas y música de fondo. Que con Ele puede ir a cualquier lugar en el mundo porque ella es una brújula. Yo soy una bruja y siempre he creído que merezco ser feliz, pero Ele cree en la gente. Sé que Ele se pintará la boca de rojo para salir a pasear, le tomará miles de fotos a él, a los letreros de las calles, a todo lo que le llame la atención. Que la perdone los días que esté de mal humor que son un porciento minúsculo, que casi todo puede ser justificado intestinal u hormonalmente. Que le complazca sus caprichos y que nunca nunca la deje de mirar con ternura. Que le construya un laboratorio de revelado porque ella es de esos seres que ven las estaciones, los cambios de luz en el cielo y que si alguna vez por alguna razón totalmente fuera de su control ella está triste, que le cante la canción que ella me prestó: I can’t take my eyes off you, I can’t take my eyes off you, I can’t take my eyes…
Elena es fácil desearte que seas feliz, porque la felicidad por clichoso que parezca, la llevas a dondequiera que vas.
BARRUNTO
Un día entré a una boutique, porque ya había agotado todos mis recursos y porque tenían una pancarta gigante enfrente llena de porcientos. Como siempre me pasa las vendedoras tratan de convencerme de que la talla que estoy buscando no es mi talla, “mides cómo qué; 5’5” y pesas como 120 lb, es imposible que ese sea tu size”. Mido cinco pies con una pulgada y media que no cuenta para nada y las otras cuatro pulgadas me las suplo con tacones sin importar para donde voy o el sufrimiento que pueda causarle a mis pies, la belleza duele, eso dicen. Las libras por lo tanto estan más o menos acertadas dependiendo el momento preciso del mes. Luego tengo que explicarles que mi cuerpo engaña y que soy pequeñita arriba e inversamente proporcional abajo y prefiero que quepa la parte inferior de mi cuerpo y luego cortar la tela que sobre. Una señora mayor, cubana, me rescató de las pirañas y me dijo: “tú lo que necesitas es un traje línea A”, y me sacó un traje que no me gustó para nada, fuscia, con pinceladas doradas, yo soy plateada, blanco y negro. Pero accedí en agradecimiento por el rescate y me medí el traje que resultó quedarme (modestia ausente) espectacular. La señora me explicó que ese era el corte perfecto para la estructura de mi cuerpo, cosa que nadie tuvo la bondad de informarme antes, en los miles de calvarios similares. Y de momento suspira y me dice: “por tu vida mi santa, pero qué trapecio tan hermoso tú tienes”. Yo sonrío y le doy las gracias de rigor. “Tú no sabes lo que la mayoría de mis clientas darían por un trapecio así algunas hasta se lo maquillan.” Y yo me río con la risa nerviosa esa que me sale cuando no sé qué decir, la señora se retira y le pregunto a mi madre, qué carajo es un trapecio? Y me señala toda la parte entre mi cuello y mi pecho. Y justo ahí, esa zona donde yo sólo reconocía la clavícula se convirtió en mi trapecio.
Mi clavícula es la única parte del cuerpo que me he fracturado en mi vida. Sí, así de atlética soy. Cuando tenía 3 ó 4 añitos mi papá estaba cocinando y yo estaba sentada encima del mostrador de la cocina, mi mamá sujetándome y papi le dice a mami que mire o pruebe algo, mami se acerca a él y yo me inclino para ver también y me fui de boca y me fracturé la clavícula. La curiosidad es un deporte peligroso. Cuando me río mucho, de esas carcajadas prolongadas que te sacan las lágrimas y después te hacen sentir aliviado como después de un estornudo o de otras cosas, a mí me provoca un dolor agudo en la clavícula, en un lado en partícular. Tengo la clavícula de una persona muchísimo más flaca que yo, huesuda, tal vez por eso fue fácil de romper.
Hay un poemario que se llama barrunto y el sonido de esa palabra me enamoró sin saber lo que significaba, cosa que me suele pasar. Oficialmente barrunto viene de barruntar, presentir, pero en Puerto Rico le llaman barrunto a un malestar en los huesos o en las coyunturas cuando va a llover, lo dicen las abuelas, que las heridas viejas se resienten ante el presentimiento de lluvia. Cuando me río mucho, me duele la clavícula y luego me duele tanto que me dan ganas de llorar, barrunto de la peor calaña, la parte más bonita de mi cuerpo se niega a olvidar que algún día se rompió. Ni siquiera recuerdo la caída y aunque alguna gente diga que es imposible yo tengo memoria desde mis dos. Mi madre nos decía cuando a mi hermano y a mí nos daba pavera: ríanse mucho, ríanse que después van a llorar, de seguro se lo decía mi abuela a ella y a mi abuela mi bisabuela y así consecutivamente la maldición de generación en generación. Cuando me siento feliz, soberanamente feliz, a la misma vez siento miedo, siento pavor, porque sé que ahí está la verdadera teoría de la relatividad. Después de la tempestad viene la calma dicen, y yo digo: después de la calma qué viene: quisiera decir otra cosa pero mi experiencia vital me dice que viene una tempestad mucho peor. Y muchas veces la tempestad no es realmente peor, pero uno va acumulando tempestades, fracturas, barruntos y lo que la primera vez se enfrentó con toda la valentía del mundo, uno lo enfrenta herido, con menos municiones, con la embarcación remendada, con miedo por la vividez del recuerdo. Mi madre dice que la primera vez que se fue de parto, si se le puede llamar así cuando el doctor te ordena que vayas al hospital a parir no sintió miedo, pero la segunda vez, tan pronto pisó el hospital se aterrorizó porque lo recordó todo, el primer parto completo, vividamente, esas imágenes que nunca volvió a ver en todos esos años se le avalanzaron de golpe. Mi colombiano favorito lo dice mejor: la nitidez perversa de la nostalgia.
Nos pasa con muchas cosas, se me cierra el estómago si entro al restaurante donde alguna vez fui muy feliz. Y poco a poco uno termina siendo herido con demasiada facilidad, hasta cuando menos se lo espera, cuando uno ya se ha dado de alta emocional. Prendo la radio y sale Franco De Vita y dice: “ y por qué dejamos que esto se fuera tan lejos, que se nos escapara de las manos…” y no puedo dejar de llorar y soy una persona feliz, relativamente feliz. Pero hace mucho tiempo alguien me dejó de querer o tal vez nunca me quiso y aunque estoy sanada, cuando escucho esa frase algo dentro se vuelve a romper. Es el presentimiento de lluvia, yo me trepo con facilidad en cualquier mostrador y no pienso en caerme. Pero amo mucho y entrego mucho y a veces el barrunto me come viva. Porque mi espíritu es una carretera boricua, llena de hoyos que rellenan con un poco de brea, y al primer diluvio, la abertura original se convierte en un cráter.
Hay un tipo de llanto, que es tan fuerte que se pone el cielo blanco, que se nubla la vista, que parece que cambian las dimensiones de la habitación y que el aire no puede llegar a donde debería. Clínicamente, humanamente, el dolor emocional es tan abrumador que el cuerpo intenta apagarlo, como sea, el cuerpo no es bruto dice mi costurera, a veces uno sí lo es. Como los knock outs en el boxeo, el cerebro da vueltas dentro del cráneo y llega el momento donde el cuerpo no aguanta más y se derrumba. En mi isla llueve y el tráfico se convierte en un funeral gigante. Tengo un amigo que dice que es como si lloviera pega y los automóviles dejan de moverse. En un país donde las casas tienen más carros que gente, llueve y nos detenemos. Todo se inunda, la electricidad colapsa, los carros se hunden, las alcantarillas se revientan y algunos lloramos en los carros. Porque a veces no hay tiempo, porque no sabemos dónde duele y abrimos los ojos por las mañanas lentamente con miedo a levantarnos y que ese dolorcito todavía esté ahí, o lo que es peor que nunca se haya ido en realidad. Porque eso es lo mágico de las rupturas; no todas se curan con el tiempo, a veces una cicatriz en la piel ya añeja al exponerse a altas temperaturas reaparece como si estuviese acabadita de hacer. Cuando pasa mucho tiempo y no me duele la clavícula, me da tristeza porque pienso que tal vez ya no me río como antes.
A veces miro a mi abuela que no sabe si llueve o escampa. Y me pregunto si mi primer amor tenía razón, si tal vez mi abuela tenía tantas memorias tristes que decidió olvidar, si tal vez ese olvido que es tan terrible para nosotros para ella es la única cura posible a su barrunto.
Ayer cayó un diluvio y me pregunté si mientras llovía a alguien le dolía un hueso y pensaba en mí.
V I R G O
M U T I S
y yo odio el silencio
como todos los curiosos
odian las ciudades vacías
tan llenas de gritos
tan faltas de certezas
mi piel se contagia
y se muere de mutis
se muda sin reemplazo
piel de reptil
que mama y muerde
me obligo a aprenderte
ese nuevo tú sin audio
a memorizarte de nuevo
a amar tu película muda
mientras me invento los diálogos
me callo por no mentirte
y la vida me castiga
siempre a fuerza de silencios
patito feo se enamora de un cisne
los cisnes sólo gritan cuando están por morirse
me hundo en la cama
que casi casi me abraza
tu cuerpo dolido no me alimenta
mi cuerpo vacío se llena de rabia
ni el agua se apiada de mi hambre
tal vez en mi vientre otoña
y mi ombligo se viste de adviento
tu cuerpo invierno en verano
tu cuerpo isla que no florece
quiza no siempre es tiempo de devoraciones
felina al fin amo las jirafas
inmensamente hermosas
infinitamente mudas
el silencio sufre de morbo
el morbo goza del silencio
tu cuerpo callado me invita
el mío no entiende y grita
intento aliarme con la distancia
y mi caribe triste se espanta
no sabe hablar sin las manos
no sabe amar en silencio
no sabe de fiestas sin música
no sabe esperar este cuerpo
R e n u n c i o
Llevo dos años sin irme de vacaciones, y como el año pasado las liquidé para pagar parte del pronto de la casa, esto significa que el cheque de liquidación me mantendrá sobreviviendo hasta medidos de septiembre. Sin embargo esa porción de juventud que se niega a adquirir seguros de vida (porque le creo a un profesor que tuve que decía que los seguros de todo tipo son simplemente formas de hacerles pagar a los clientes cuotas mensuales por sus miedos), esa Edmaris de pelo enredado, con la nariz perforada, que es incapaz de pintarse las uñas o la boca de rojo, quiere agarrar ese cheque, meterlo en la cuenta, abrazarse por unas cuantas horas a la computadora, sumar y restar, restar y restar, y comprar pasajes. Porque no puedo dejar de verme con pantallas artesanales olvidando por un momento que pago hipoteca. Porque esta que está dentro de mí; hierba mala que no muere, tiene un compromiso consigo de salir de aquí al menos una vez al año y estoy delinquiendo en la deuda. Le temo demasiado a la locura y la fórmula perfecta para enloquecerme tiene mi mismo código postal. Estoy segura que el código de área asociado a la demencia es el 787 y esa necesidad de salir me tiene los tobillos porosos.
Regresé de Salamanca hace tres años y alguien me aseguró que el malestar se me iba a ir, que cuando se regresa al país de uno, es normal una gastritis emocional por varios meses. No me parece que mi cuerpo vaya a digerirlo, se niega, porque mi cuerpo es terco y a veces le molesta quedarse en el mismo nivel del mar todo el tiempo. Porque mi cuerpo tiene un relojito, un relojito que suena más duro que el biológico, un relojito suizo hecho en China que me cronometra el tiempo que estoy perdiendo mientras me pierdo el mundo sin salir de aquí. Hay gente que es incapaz de ser fiel, que alegan que la monogamia es antinatural. A mí me parece que a la fidelidad hay que verla no como una dieta, sino como un estilo de vida donde se come más saludablemente, y seamos honestos, en este mundo es bastante más higiénico (claro dependiendo con quién uno se monogamie). En cambio yo tengo un serio problema con la permanencia geográfica, yo me auto diagnostico claustrofóbica insular. Puedo estar en un ascensor, en un submarino, en un carro pequeño, pero no puedo vivir en una isla por más de doce meses corridos, al menos no en la misma. Paso por el lado de las agencias de viaje y literalmente salivo. Veo reportajes de viajes en televisión y suspiro tan fuerte que se me olvida respirar. Escucho a otras personas hablar de sus viajes a sitios que aún no he ido y siento envidia, de la mala, no admiración con tanta intensidad que raya en lo rabioso, sino envidia de la verde, prima hermana del odio. Si fuera necesario o si por mi fuera, lo empeñaría todo, agarraría una mochila y me iría, sin tan siquiera una cámara, pero con dos pares de espejuelos y una libreta plegadiza.
Siempre digo que si me pego en la lotería correría a un aeropuerto al mostrador de cualquier línea aérea y le diría a la dependienta dame un boleto a cualquier lugar que salga en los próximos 45 minutos. No me importa a donde, si son las y 13, pues entonces que salga a las y 58. Ya habría llamado a mi compañero a decirle tienes media hora para llegar al aeropuerto con pasaporte en mano. No quiero más nada, no necesito un convertible, no me compro una mansión, no le arreglaría la vida a nadie, al menos no desde aquí, tengo que salir para pensar. Primero tendría que jugar lotería y no perder el boleto y verificar los números ganadores y tengo mucha dificultad en completar todos esos pasos por alguna extraña razón, tal vez mi predeterminación a la pobreza. Dicen que el que viaja solo viaja más ligero, yo ni una ni la otra.
Empiezo a buscar días libres, porque no quiero faltar a la universidad y decido las elecciones. Porque en esta extraña sucursal caribeña del sinsentido las elecciones son el 4 y por eso no se estudia ni el 3 ni el 4 ni el 5. Miro el calendario lo analizo con pasión, y tengo trece días, me voy el Día de Brujas y regreso el doce, no estudio los viernes y el 11 es el día del veterano, estoy de suerte me digo victoriosa. No sé para donde voy, tampoco tengo el dinero, no sé dónde me voy a quedar y mi codeudor hipotecario morirá de un infarto fulminante cuando se lo insinúe. Pero han sido los quince minutos más felices del mes. Suena el celular y son mis amigos de la Compañía del teléfono, que me lo van a cortar. Decido que tengo que irme a algún lugar que no llegue la señal telefónica de todas maneras. Todavía tengo que redactar una última acta, mejor dicho debo. Tengo que leer veintidós casos para la semana que viene. Cuando salga mañana voy al colmado a comprar leche, harina, huevos, pasta de guayaba, pistachos, y piñas, el lunes comienzo a vender bizcochos, con algo tengo que pagar la casa.
MACACOA
Así que con eso en mente y pensando en mi tía que sus huesos no aguantan el frío y su piel no aguanta el calor, no estoy tan mal.
Una vez tuve un día terrible, lo que se dice terrible cuando uno es adolescente, una prueba sorpresa, un examen dificilísimo, pelearse con una amiga, caerse en el comedor escolar con la bandeja llena, entonces a la hora de salida me senté encima de un conglomerado de hormigas, demás está decir que se me pusieron las piernas como jamones y me reí, porque sentí el alivio de que nada podía salir peor. Miré al cielo y dije: ¿qué más? y llovió, cayó un aguacero monumental. Desde entonces siempre le digo a la gente, No Lo Retes!, no cuestiones la creatividad de Dios, porque créeme que siempre se puede poner peor.
Una vez tuve un amigo bastante suicida que se pasaba diciendo que nosotros éramos el entretenimiento de Dios, que cuando se aburría movía las piecesitas a ver qué pasaba. Que sólo un ser bastante perverso podía hacer que dos objetos tan disímiles como lo son el hombre y la mujer estuvieran destinados a vivir juntos y hacer que la preservación de la especie dependiera de ese factor fortuito tan accidentado desde el principio. Intento restarle el crédito recordando que un amanecer me llamó a pedirme que le deletreara bien mi nombre, que se lo iba a tatuar y ya habían escrito el EDMAR- y necesitaba saber si la i que le seguía era griega o latina.
Hace unos días después de decidir que terminantemente dejaría pasar mi aceptación a la escuela de derecho por la fatalidad de no conseguir un trabajo con un horario lo que se dice “normal” 8 a 5, que me pagara al menos lo mismo que gano ahora, que hasta ahora nunca consideré cuantioso. Llevo desde marzo en esas y realmente mis municiones de fe ya no me rendían mucho más. Mi carro decidió no prender hace tres días, la batería murió, un punto del motor suelto y un chorro de terminología más que significa: eres mujer no sabes de mecánica y tengo que encontrarle algo al carro que no esté en garantía porque esto está duro pa’toel mundo. Ayudo a adiestrar a la que será mi jefa, me ha pasado tres veces en la vida, llevo 6 años siendo demasiado joven para mandar y suficientemente joven para entrenar. Como llevo la ley de Murphy encriptada en mis genes al llegar a mi casa encontré una hoja informándome el aumento de la tarifa de mantenimiento junto a un sobre de la universidad con el horario de clases y la factura a pagarse. Suspiré hondo y me abracé a mi perra, por aquello de no arruinarle el momento más feliz de su día que es cuando me ve. Me dispuse a cocinar, honestamente porque no quedaba ni una onza de alcohol en la casa. Sartén prendido, aceite reverberante, panapén cortado con dificultad, todo dispuesto, y él llega y me abrazo a él y lo escucho por dentro y su adentro me dice que todo va a estar bien y su adentro absorbe mi miedo y su adentro posterga el suyo. Él llega a la cocina y alaba los olores y hace alarde de su hambre y abre el grifo y no pasa nada, ni una gota de esas terrosas. Me pregunta si hace tiempo que se fue el agua. Ni idea. Suspiré de nuevo porque algo recuerdo del yoga, que nada afecte mi centro. No importa, ya volverá el agua, probablemente antes de caer la noche. Y sigo mi empresa y le narro mis pequeñas tragedias del día y el pone cara de qué pena chica. Y digo que tengo mala suerte, y el dice que no. Y justo ahí se va la luz.
si hubiese sabido

Le hubiera dicho al hombre en formación que nunca me amó que entrara y saliera las veces que quisiera por el tiempo que pudiera, porque me arrebataba, y esos delirios cortos me bastaban. Le pediría perdón a los que trataron intensamente de amarme pero nunca me bastó. Me hubiese ido a España más tiempo, hubiese viajado más y me hubiese lamentado mucho menos. Hubiese sido mucho más amiga y menos novia. Me hubiese internado para tratarme los celos antes de que llegaran a metástasis. Si hubiese sabido lo que ahora sé hubiese administrado mis lágrimas mucho mejor. Me hubiese permitido ser arrogante, no me hubiesen acomplejado nunca mis labios, hubiese sido veterinaria, y no hubiese ido a ningún funeral por compromiso. Me hubiese extirpado el pudor desde temprano y hoy escribiría como los dioses. Hubiese puesto un breve resumen de la situación cada vez que escribo, para poder reconocer mis propias letras, para recordarme quién me fue tallando, cuál golpe me convirtió en esto. Me hubiese permitido gustarme más quince libras atrás, me hubiese pintado de rojo la boca y las uñas. Nunca hubiese dejado el whiskey y hubiese tomado café mucho más temprano. Hubiese creído en la eutanasia, si se la merecen los perros por qué no le hacemos el favor a las relaciones también. Hubiese tomado clases para ser “stand up comedy”, hubiese posado para Playboy por mucho menos de $30,000. Habría coleccionado toda la música que alguna vez tuve y hubiese jugado más a la lotería, hubiese visitado más casinos, hubiese llamado menos a los que no me contestan y hubiese contestado mucho más el teléfono. Hubiese ahorrado mucho más y de seguro no viviría aquí. Si hubiese nacido sabiendo lo que hoy sé, probablemente no habría vivido nada de lo que hasta hoy viví, probablemente nunca hubiese amado como sólo se ama la primera vez, creería que es imposible morirse de amor, no hubiese comprado nada caro y habría recorrido el mundo, si hubiese nacido sabiendo lo que ahora sé, de seguro estaría más que sola, no confiaría en nadie y estaría deseando no haber sabido todo lo que ahora sé.
Inundada
de dejar que se llene de agua,
el cubículo, el carro, la cama
y lo noto en las mandíbulas
cuando ya tengo mi clavícula
rota y sumergida
mi trapecio protuberante y submarino
los lóbulos de mis orejas flotantes
y respiro como si nada por la nariz
pero mi boca está siempre abierta
y trago agua salada
la trago sin avisos y sin pausas
como si tuviera toda la sed del mundo
sed de ahogarme
sabiendo que no me cabe
que se me pilla el mundo
en las comisuras de los labios
y ni las dimensiones de mis labios
me salvan del asfixie inminente
que viene de no fijarme
de no ocuparme del agua que viene subiendo
escalando mi cuerpo pequeño
retando mi gravedad y provocando
mi incapacidad de encontrarme el centro
porque detrás de mi ombligo
sólo tengo eco
un retumbe triste
un jarrón vacío
y de repente vivo
en una pecera de agua salada
con colores imposibles
y un mar de mentira
porque solo puede ser ficticia
la inmensidad de este tamaño.
Lecciones

Pequeñas Tragedias

No tener menudo para pagar el peaje.
Encontrar una canción en la radio que te fascina, justo cuando se está terminando.
Una ATH dañada.
Un semáforo dañado.
Un aviso de inundación en medio del programa favorito de uno.
Que se le acabe la batería al celular.
Olvidar la toalla después de meterse a bañar.
Que un pájaro te cague el carro.
Que llueva justo después de lavarlo.
Que se encoja una camisa en la secadora.
Que no suene el despertador.
Un baño sin zafacón.
Llegar a la nevera y que alguien se haya comido eso por lo que llevabas salivando todo el día.
Una rebaja el día después de comprar.
Perder un botón.
Que el zipper (cremallera) se atasque.
Andar con el zipper abierto.
No poder quitarte una camisa en el probador.
Manchar la ropa con desodorante.
Que se te pille la falda en la ropa interior y no te des cuenta.
Andar con un pedazo de papel de baño pegado en la suela del zapato.
Pisar goma de mascar.
No darse cuenta y pegarlo en el pedal del carro.
Tirar una goma de mascar por la ventana del carro y que se pegue en tu propio carro.
Pisar un hormiguero.
Las hormigas devorando una dona que dejaste para desayunar.
Un café frío.
Tener alergia en el carro y no tener servilletas.
Ir a tu restaurante favorito y que se haya acabado el plato por el que fuiste.
Un refresco sin soda.
Que se venza el marbete.
Que te den una multa de tráfico.
Que se pierdan las llaves.
Dejar las llaves dentro del carro, con el auto encendido.
Que se dañe el acondicionador del aire.
Que se te pierdan los espejuelos y no los puedas encontrar porque no ves sin ellos puestos.
No colgar bien el teléfono y que alguien escuche lo que decías pensando que habías colgado.
Que no acepten tarjetas de crédito, ni ATHs.
Tener una ATH pero comprar algo que no llegue al mínimo del establecimiento.
Perder la licencia.
Que se te rompa un taco.
Que no haya carritos de compra disponibles.
Que un carrito de compra golpee tu carro.
Que la persona que está frente a ti en la fila expreso del colmado pelee por un precio o le rechacen la tarjeta.
Llegar a pagar justo cuando están cambiando de turno y tienen que cuadrar la caja.
Venir del colmado y darse cuenta al llegar a la casa, que faltó algo.
Que sólo quede la primera fila en el cine.
Darse un golpe en un codo, o en la espinilla.
Que se te empañen los espejuelos.
Cortarse las uñas y pasarse un poquito de la raya.
Limón en una cortadura.
Cortarse con papel.
Morderse uno mismo.
Quedarse dormido y agarrar una insolación (con gafas puestas).
Salir un momento al colmado hecho una porquería y encontrarse un ex.
Que se te meta agua por la nariz, en la playa.
Que el ginecólogo sea joven o peor aún, guapo.
Encontrarte a tu ginecólogo fuera de la oficina.
Un mal recorte.
Burlarse de alguien sin saber que es familia de quien te escucha.
Que sólo sirvan la cerveza en vaso.
Un pelo en la comida.
Un bebé gritando en un avión. (al lado o atrás tuyo)
La gente hablando en: el cine, el teatro, una lectura de poesía, la presentación de un libro, etc.
Ir a un concierto y que la persona de atrás cante todas las canciones fuera de entonación.
Comprar dos taquillas para un concierto supuestamente una al lado de la otra y tener un pasillo entremedio.
Tener que darle la paz en la Iglesia a alguien que se pasó la Misa tosiendo o explorándose la nariz.
Alguien con mal olor en un autobús.
Alguien con mal aliento.
Que te encante alguien y no sepa besar…
Encontrarte a alguien que conoces pidiendo dinero en una luz.
Olvidar el cumpleaños de alguien que nunca olvida el tuyo.
Que te salga un orzuelo.
Que tu carro que acabas de alinear caiga en un boquete/cráter en la carretera.
Pasarse la salida y caer en un tapón por más de una hora.
Pedir entrega a domicilio y no tener efectivo.
Que no haya agua caliente.
Que se vaya el agua.
Que no haya luz.
Quemar la comida.
Salar la comida.
Preguntarle a alguien por el marido y que la haya dejado brutalmente.
Felicitar a una embarazada que no lo está.
Preguntarle a alguien por su embarazo y que ya no haya embarazo.
Decirle a alguien que linda la nena y que sea un nene.
Que un amigo tenga un bebé feo y tener que decirle que es gracioso, despierto, alerta, simpático.
Que el día que conoces a tu suegra, te cocine exactamente esa comida que detestas.
Encontrar una errata en algo que ya se publicó.
Que escriban mal el nombre de uno en un documento oficial.
Que te digan mal tu nombre, después de conocerte por años.
Que alguien que no soportas te adore por alguna extraña razón.
Invitar a alguien a salir y que sea un quejoso.
Ponerte unos zapatos incómodos para salir a bailar.
Que se te rompa una maleta.
Que te deje un avión (bueno esa tragedia es bastante grande).
Que te escojan al “azar” para registrarte en el aeropuerto.
Estar enfermo del estómago en un avión.
Cuando en el detector de metales sigue sonando algo y te sigues quitando cosas y no se sabe lo que es.
Que se pierdan tus maletas.
Escoger un hotel por Internet y que apeste o esté a las afueras de la ciudad.
Pasarse semanas sin tener nada que hacer y luego tener tres invitaciones buenísimas para el mismo día, a la misma hora.
No conseguir estacionamiento.
Que cierren el estacionamiento con tu carro dentro.
Buscar el carro en el piso que no es y creer que lo han robado.
Estar en un servicarro por más de 20 minutos y no poder salir porque hay carros detrás.
Un cajero en un café que insiste en que pruebes algo nuevo.
Que te despistes en un centro comercial y cuando te fijas te están poniendo una crema en las manos de prueba.
Que te echen un perfume para probar y ya tenías uno puesto.
Tratar de pagar algo por teléfono y no lograr hablar con un representante humano.
Cuando la conexión al Internet está lentísima.
Cuando se cae el maquillaje al piso y se desgrana.
Cuando se desgrana dentro de la cartera.
Cuando llueve tan pronto llegas a la playa.
Cuando tratas de encender un fósforo y el viento lo apaga una y otra vez.
No poder abrir un pote y no tener quien te ayude.
No alcanzar una pieza de ropa en una tienda porque está muy alta.
Que la dependienta te regañe por usar el gancho para bajarlo.
Que tu talla sea la última en el tubo.
Que no haya tu talla.
Ir al cine sola y no poder ir al baño por perder el asiento.
Un piropo flojo.
Que te regalen algo que no te guste nada y no poder disimularlo.
Hacer una fila larga y cuando al fin te toca te dicen que no era ahí que tenías que hacer la fila.
Encontrar la tarjeta electoral al otro día de las elecciones.
Vivir en una isla y ser alérgico al bloqueador solar.
Sentirse miserable en el segundo país más feliz del mundo.
Somos felices, dicen los estudios, la gente se suicida porque le pasan más de cinco de estas pequeñas tragedias en un día.
Nosotros los felices, no podemos manejarlo, por eso al final del año habrán muerto más puertorriqueños voluntariamente que en la guerra de Irak, porque allá, mueren accidentalmente.
FRIENDLY FIRE MOSTLY.
recul "E" ando
En estos días me paso persiguiéndome la cola
como perro que se descubre
como gongolí que se protege
como yo buscando excusas
planificándome una huida
un escapismo derrotado
con calculadora en mano
y una tarjeta simbólica
intento recuperar esa oruga que hay en mí
para revertir la transformación
para desmetamorfizarme
pero las alas no tiene devolución
y pesan cuando no están en uso
todo lo importante está en las letras pequeñitas
y yo quiero andar con lupa en mano
porque odio decirme te lo dije
y me lo digo tan a menudo
mudo el pelo y soy lampiña
y mi isla no coopera con la causa
y mi casa está regada porque existo
sólo tengo una versión; caótica
me reformo por temporadas
y vuelvo siempre a mi cauce
soy el mismo gusano alado
un poquito más colorido
con esta piel fuera de temporada
soy un coquí con fobia a la humedad
este cuerpo es un buen par de zapatos
con la incomodidad casi implícita
me persiguen las plagas en dosis cotidianas
arañas en el carro
abejas en el hocico
sapos en la pileta
mi perra juega con alacranes
los dueños se parecen a sus animales.
Nostalgia en el Vientre

Nunca he querido ser mamá, al menos llevo tanto tiempo repitiéndolo que a veces no sé si es verdad o es como cuando uno dice que no le gusta cierto alimento, yo no como zetas, yo no como zetas y un día las prueba y sí te gustan pero tal vez a los 10 años no te gustaban y nunca te detuviste a probarlas, dándoles el beneficio de la duda de que quizás probaste unas zetas enlatadas o mejor aún que el paladar se te ha refinado y era un gusto adquirido y de repente sí te gustan. Ser madre nunca ha sido mi sueño, ni mi propósito vital, quizás está en algún lugar de mi lista, al menos no en las primeras cinco páginas. Por mucho tiempo pensé que sencillamente no estaba capacitada. Recuerdo que estaba en una clase de italiano conversacional con una amiga, de la cual no sé hace casi un año y a quien recuerdo con un poco de rabia y muchísima nostalgia, y nos preguntaron cuántos hijos queríamos tener y ella respondió: Nessuno. Un imbécil de la clase empezó a decirle que cuáles eran sus razones, no perder la figura, poder viajar, y otro mar de sandeces y motivos superficiales, y ella le contestó, en español, idioma prohibido en aquel salón de clases: tengo endometriosis desde los once años, desde los quince me dijeron que era muy poco probable que yo pudiera reproducirme, me he hecho a la idea de que no voy a tener hijos, prefiero pensar que no quiero tenerlos a quererlos y no poder tenerlos de todos modos. Desde ese día se me sembró una duda en el vientre. Una duda que ha podido más que mis teorías de que siempre hay que escoger, que aquello de que se puede tener todo en la vida es otra mentira maquiavélica, otro cuento de hadas. Sobre todo para nosotras, todavía, hay que ser amante o madre, profesional o esposa, maternal o sensual, y creo que estoy envejeciendo prematuramente, porque me da nostalgia pensar hasta que creí en todas esas cosas con tanta pasión, más pasión que convicción, característico en mí. Y esa duda de qué tal vez yo tengo un don, que mi amiga daría lo que no tiene por tenerlo: un cuerpo apto. Y a pesar de que me repito mis seudo razones para rechazar la posibilidad de la maternidad: que puede destruir mi matrimonio, que no quiero ser una madre con pelo corto y conjuntos de estampados de flores, que no quiero sacarme un seno en público como si fuese un biberón y olvidar que alguna vez ese seno fue una zona erógena, que me rehúso a que mi único tema de conversación por meses sea la lactancia, o peor aún lactar a un niño hasta que entre a preescolar. Que no quiero conversar exclusivamente sobre tal o cual mueca nueva, que no puedo olvidar como era ser yo antes de ser mamá, que me aterra amar así tan desmedidamente que llegue el momento que me parezca natural lo doloroso que es amar así. Que no quiero que nadie dependa absolutamente de mí, porque apenas me puedo cuidar yo misma. Me aterrorizaba y me aterroriza tomar una decisión de la cual no me puedo zafar nunca, ni con el mejor abogado del mundo. Que soy torpe y despistada, impulsiva y poco tolerante y puedo cometer errores que le traumaticen la vida a alguien. Que renuncio a la responsabilidad de ponerle un nombre a un ser, que tal vez lo deteste la vida entera. Me da terror sentirme amarrada, por eso me casé con el ser más libre del mundo, para que los nudos fueran otros. Busco cualquier excusa, contra ese poder creador que tengo en algún lugar detrás del ombligo; que tengo muchas metas, que quiero viajar a muchos sitios, que este país es un lugar terrible para criar un niño, que no tenemos las condiciones económicas necesarias, que el mundo está sobre poblado, que tantos niños sin hogar, que no quiero que algo me vuelva capaz de soportar cualquier cosa con el pretexto de un hogar estable, que tengo que terminar de estudiar, maestrías, juris doctors, doctorados, lo que aparezca para entonces pensarlo, que mi pareja es mayor que yo, que cuando sea el momento ideal ya no tendremos las energías, o la ingenuidad o el útero en las condiciones adecuados o el conteo de esperma óptimo. Que por qué siempre hay un próximo paso obligatorio, una próxima pregunta, y cuándo te gradúas, y cuándo empiezas a estudiar y cuándo terminas, y cuándo empiezas maestría, y cuándo te comprometes y cuándo te casas y cuando tienen bebés y cuándo van a tener otro y cuándo van a buscar la nena, y cuándo vienen los nietos. Y tal vez es un divague del periodo porque siempre hay una bendita hormona que culpar, pero a veces me derrumbo y odio que la gente me pregunte que quién me va a cuidar cuando sea vieja, porque hay tantos viejos en asilos con docenas de hijos y cientos de nietos y nadie los visita ni les lleva donas, así que no es un incentivo suficiente.
Tengo un niño, que no es mío, que lo amo tanto que se me alfileretea la tráquea, que cuando lo hago llorar quiero matarme, que desearía que la madre se consiguiera un hombre millonario que la hiciera feliz y se la llevara lejos y me dejara al niño a mí, para majarle viandas, para pasarle hilo dental, para cortarle las uñitas, para ponerle crema en su piel que huele a pan sobao, para sobarle la frente hasta que se duerma, aunque nunca me vaya a decir mamá, aunque crezca y se olvide de mí, aunque no me invite a su boda, aunque nunca vaya a tener nietos. Y me aterra pensar, que ese lazo depende de tanta gente menos de nosotros, y que si el papá me deja de querer un día, no voy a poder volverlo a ver. Y su memoria todavía es muy chiquita y su potestad aún menor. Y la gente me dice deja que tengas los tuyos y a mí no me importa, porque ese bebé es mi maestro, y puedo tener mi propia docena de niños, pero a ese niño no lo amo porque lo tenga que amar, no lo amo porque me creció dentro, ni siquiera lo amo por ser una maquetita o una extensión del hombre que amo, lo amo porque no puedo evitarlo, porque él me enseñó la ternura, porque cuando ya no creía en la bondad, la encontré en sus carcajadas, porque cuando me dice bella, yo sé que me ve por todos lados y lo siente así. Ese niño es tan mío, que siento punzadas en el corazón y cuando me despierto está llorando, es tan mío que cuando tiene tos por las noches le pido a Dios que me la dé a mí y se la quite a él, es tan mío que me vuelvo una fiera y no me reconozco cuando alguien lo lastima, aunque sea otro chiquillo de cuatro años. Es tan mío que odio por primera vez, odio a su madre porque es su mamá, y eso nada lo va a cambiar, porque quisiera que lo amara más o que al menos lo amara mejor, pero yo no soy nadie para medirlo, no tengo voz ni voto. Yo no quisiera amar así, muchas veces no quisiera ni tan siquiera amar a su padre como lo amo, porque me parece que va contra mi naturaleza viajera, egoísta y caprichosa, porque detesto perder el control, me aterra depender y me parece como si el amor me hubiese licuado la piel y cualquier cosita me podría llegar a las venas a la menor provocación. Quisiera ser una madrastra cordial, poder tocarle la cabecita, darle una palmadita o decir como dice mi ex sicóloga: repítelo no es tu responsabilidad, no es tuyo. Como si yo no lo supiera, como si no me amarra la lengua a las amígdalas cuando no puedo intervenir en las decisiones que lo envuelven. Me casé con un papá y pensé que eso me salvaba un poco, yo no quería ser mamá, así que no le estaba negando a él la paternidad, y listo: todos contentos.
De repente se me atrasa el periodo un día y ya siento náuseas, y me compro una prueba de embarazo, demasiado prematuramente, y me muero de la vergüenza al pedirla, y me sonrojo al pagarla, y guardo la caja en la cartera y me encuentro petrificada con un plástico meado en una mano y un reloj, a punto de un ataque de pánico, mirando la rayita de prueba y no aparece ninguna otra y siento un alivio inmenso. Y repaso que me faltan tantas cosas: carrera, estabilidad, sueños por cumplir, lugares por visitar, escapes lujuriosos, fotos de desnudos míos cuando todavía mi cuerpo merece ser retratado, todo el alcohol que he bebido en estos días, que no tomo los 450 mg de ácido fólico que debería. Decido celebrar, hacer ejercicios, tatuarme de una buena vez, hacer el amor en más lugares de la casa, usar dinero del préstamo estudiantil para viajar, vivir como recién casada, que la vida ha sido dura y bondadosa conmigo, yo sabía que era negativo, tomo pastillas, si hubiese sido positivo, sería o muy mala suerte o un gran milagro.
Así que la vida continúa, como si ese instante no hubiese ocurrido, simplemente tuve un desvarío, probablemente hormonal. Varios días después se me llena el inodoro de garabatos y espirales escarlatas y siento deseos de llorar. Y me siento más sola que la una. Y mi existencia me parece leve, y me avergüenza decírselo a alguien. Y ese día, yo sintiéndome inexplicablemente miserable, él llega tarde y le confieso que me hice una prueba de embarazo y él pregunta qué tal, con ese temple envidiable y yo le digo que no. Que salió negativo, que gracias a Dios. Se lo digo por herirlo porque cuando estoy adolorida me afeo por dentro. El me abraza por la espalda, y me acerca todo su cuerpo caliente, desde la barbilla en mi hombro hasta el tobillo sobre mi tobillo y me susurra, ¿por qué gracias a Dios? Y me besa la nuca con ternura y yo suspiro y me siento culpable, y me permito una lágrima porque está oscuro, y pienso que hubiese sido lindo y que Iván viene mañana. Y recuerdo que la primera frase que subrayé y anoté al final de un libro fue la nitidez perversa de la nostalgia. Me la memoricé como si fuera un mantra y de vez en cuando me la repito, porque el Gabo no será Dalai Lama, pero tiene su sabiduría.
Sin Fecha de Expiración: dos años después

Gracias por esperarme todo este tiempo, por hacerme mis maletas y dejarme comerme el mundo sin ti, por esa distancia que aumentó mi producción literaria tan significativamente, por ser tan honesto, por disfrutarte mis locuras, por sacarme a bailar, por leerme con tanta devoción y por elegirme con tanta convicción.
Joel amarte me hace sublime, me enseña todas las noches, me cuela fe por las mañanas, me alimenta mis sueños, amarte me hace feliz constante y continuamente, por eso no quiero ni puedo dejar de amarte nunca. Gracias por dejarte conquistar, prometo seguir haciéndolo todos los días.