El arte de odiarte


Odiarte es tan perfecto
como la continuidad de tus vértebras,
como el filo de tus sarcasmos,
como la longitud de tu nariz.

Es casi tan doloroso como amarte
y más punzante que el deseo
tan inútil como la magia
y tan eterno como el adiós.

Odiarte es mi dieta maestra,
la ruta al suicidio de mi niñez,
una novela tan corta
que se merece secuelas.

La apuesta a la fuerza de mis mandíbulas,
la rabia esa triste,
que sabe a pique y ajonjolí,
un retiro temprano y escaso.

Odiarte es lluvia de mediodía,
es ese vapor húmedo
que te excita y dan ganas de morirte,
es un hambre mezclada con cansancio.

Es la amnesia de un domingo feliz.
Odiarte es el día de sacar la basura.
Es perder el avión por quince minutos,
es olvidar aquello que prometí.

Odiarte es la válvula de mis hormonas,
es un éxtasis que se quedó a mitad
es la depilación de mi alma
y el barrunto de mi estrechez.

Odiarte es lo etéreo de tus manos,
es tu libertad que se me echa en cara.
Es la maldición de tu familia
y el asesinato del tú que me inventé.

Odiarte es una ciencia exacta,
un crimen numérico,
un tarot organizado,
y mi miedo en orden alfabético.
Odiarte es el imán de tu pelvis,
el ingrediente que siempre falta
un calambre en el medio del mar
una fobia que no envejece

Mi odio está hecho de flores
de café frío, de camas vacías,
de mascotas descuidadas
y semáforos que viven en rojo.

Te odio con la fuerza de mis sueños
con la misma pasión con la que te devoro
en el abismo de un papel en blanco
con toda mi claustrofobia insular.

Te detesto por lo que me imagino
por las culpas que me has grapado en la piel
por el pasado que doblas y metes en gavetas
por todas las veces que amaste antes de mí

Odiándote he bordado tu cintura de sospechas
odiándote he intentado infartarme el corazón.
Te he odiado intensamente, intermitentemente,
interminablemente, inevitablemente.

Acepto haberte odiado en la enfermedad y en la pobreza,
en los desvelos, y en reproches,
en las esperas y en el alcohol,
y hasta a veces antes y después de hacerte el amor.

Te he lanzado mil maldiciones
en mutis y a gritos,
ausente y frente a ti,
merecidas e infundadas.

Odiarte es un microcuento
que te desgarra y lo vuelves a leer
es una corriente submarina
el laberinto que yo misma me construí

Odiarte me convierte
en un convertible desmantelado
en una fruta fuera de temporada
en un palacio abandonado


Soy más fuerte cuando te odio
más amarga, más mujer.
Mi odio y mi amor son inversamente proporcionales
Te odio porque te reconozco mi último intento fallido,
mi reincidencia renovada;
mi penúltima lágrima voluntaria.

lapidación


Metí mi amor en una pared
lo empañeté con cuidado
lo tapé de la lluvia
lo cubrí con mi cuerpo
lo salvé de huracanes
para que no se sintiera solo
me metí con él,
pero casi no cabíamos
y se me rompió un poquito la piel
cuando bajó la marea
y se cansaron las olas
cuando el viento ya era brisa
y la isla volvió a ser verano
decidí llevármelo conmigo
pero mi amor ya era pared
y no reconoció mi piel curtida
en sus bordes crecieron piedras
y en los míos morivivíes
logré hacerlo tan fuerte
que era inmune hasta a mi llanto
y decidió quedarse allí.
Hoy vivo amando a una pared
aunque nadie más lo crea
entre todas esas piedras
hay una piedra que palpita para mí.



Me fui un día sin pretensiones, sin intenciones,
sin búsquedas planificadas, sin promesas anexadas.
me fui un día para perderme, para huirme, para saberme mía.
Me fui para probarme, para esconderme, para extrañar.
Pero mi patria no fue Penélope
y regresé para no encontrarla.
Tal vez nunca existió,
Tal vez se fue conmigo.

Guerrearte

Amarte es una guerra contra un enemigo retórico,
es un juicio contra mí sin posibilidad de apelaciones.
Amarte es un recurso para mantenerme atenta,
el desquite de todos aquellos que no supe amar con justicia.
Amarte es la nostalgia de tenerte siempre cerca
es el hambre de mi alma y la gula de mi cuerpo
amarte es terrorismo sin víctimas inocentes
es caminar con una granada dentro de mis pantalones
son todos los daños colaterales pegaditos a mis suelas.
Amarte es convertirme en un gran tiro al blanco
es no saber si asfixiarte o hacerte el amor con las dos manos
Amarte es la esperanza de que un día deje de dolerme.
Las guerras prefieren los veranos, el calor, la primavera.
La gente se ama mejor en épocas de lluvia
Amarte es una inundación por culpa de un exceso de rabia,
es bailar los terremotos sin que nunca se abra la tierra.
Es amar la marea aunque arrastre, la luna aunque anochezca
Amarte tiene un sabor tan dulce que me obliga a lagrimear
Es confundir los relámpagos con las estrellas fugaces.
Amarte es un ejército donde soy el único soldado
Es una tropa de doce signos zodiacales
Amarte es una batalla donde tú tienes toda la artillería
Amarte es estar siempre a punto de ganar
Amarte es convertirme en mi único botín de guerra
Amarte es la estrategia temeraria pero victoriosa
Es un uniforme sin honor que no protege pero intimida
Amarte como toda guerra, es un acto suicida.

Sala de Espera





Espera, esperar, esperando
y el gerundio me agrede, me ofende, me aturde
esperando sin vocación,
sin voluntad, sin suficientes razones
esperando en estado durativo
dubitativo, cualitativo, punitivo
con la glándula de la paciencia hinchada
debilitada, vapuleada, terminada
soy la espera conjugada en todas sus formas
esperando en el mismo modo
en distintas condiciones
en todos los tiempos
esperando sin excusas circunstanciales
creyendo que la espera es una excepción
un momento que el cuerpo concede
una fe en estado de reposo
la espera corroyendo, corrompiendo, convirtiendo
cada célula en caníbal
una enfermedad que va aumentando el ingenio
inventando excusas mágicas
creyéndome que es una prueba que estoy superando
pero el –ando se perpetúa, se eterniza, evoluciona
la espera es pura energía
no se crea, ni se destruye; se transforma
estoy odiando la espera y por ende la conservación
y vivo reciclándola como una autómata
como si no tuviera otro remedio
porque la espera auspicia la producción
la espera alberga a la literatura
en las salas de espera es donde la gente lee
pretendiendo disminuir el tiempo
como si dirigir la energía a las palabras
la hiciera menos dañina
la espera es siempre una pérdida,
pero también los son las decisiones,
renuncias cargando incertidumbres
maldigo la termodinámica
pero me amparo en la segunda
que se degrade por Dios esta maldita espera
yo convirtiéndome en una entropía inútil
el tiempo es una bicicleta estática
yo con el pulgar del pie dentro de la boca
sigo siendo una rueda elíptica
un gerundio desesperado
una espera solitaria que no tiene un a-, un por-, ni un de-

Historia de un blog

Cuando logré reconocer mi adicción a la escritura empecé a agarrarme del chiste de que esperaría a que cierta escritora se muriera o se retirara (la primera de las dos que ocurriese) para yo poder quedarme con su columna. Era mi sueño más grande en ese momento tener un espacio donde escribir al menos una vez a la semana. En ese momento no me preocupaban las políticas editoriales de los periódicos, ni desconfiaba de lo que le harían a mi trabajo; sólo quería aquella columna. Cuando conocí el concepto del karma dejé de desearle la muerte a la escritora (que de todas formas me parece muy mala leche, aunque sea buena columnista la mayor parte del tiempo) y empecé a desear que le ofrecieran un trabajo mejor, en New York, o en Paris, con el doble del pago. Y ese se convirtió en el chiste de una temporada completa, porque así se sobrevive, no sé como sea en otros países pero aquí, el humor es un salvavidas. Luego alguien me preguntó por qué mejor no deseaba lo de la columna parisina o nuyorkina para mí con el sueldo que fuera. Reconocí que además de un problema de adicción literaria sufría del síndrome de Amaranta Buendía, tejiéndole la mortaja a Rebeca. Yo vivía tejiéndole la mortaja a una mujer que desconozco, pero no por un hombre; sino por una columna.