No hay nada menos sexy que buscar bebés adrede.

Screen Shot 2018-12-13 at 4.05.35 PM.png

Mi suegra fue mi maestra de salud y ética cristiana en cuarto año. Lo que significa que la madre de mi actual no tan nuevo cónyuge fue la responsable de enseñarme, a mí y a otras 138 personas de mi clase, y de la clase de mi marido y de la clase de mi hermano, las partes, funciones y ciclos del sistema reproductor humano. Quizás por eso la primera vez que nos encontramos una década después de haberme graduado, pero en ese entonces ya saliendo oficialmente con su hijo, en menos de media hora, estábamos hablando de cuánto habían subido de precio las pastillas anticonceptivas. Mi primer paquete había costado treinta dólares y el último sin plan médico iba por ciento veinte. Recuerdo a mi entonces novio con cara de pánico, cuestionándome cómo en lo que él iba a la barra a pedirme un ron con Diet Coke ya yo estaba hablando de los precios de la píldora con mi recién estrenada suegra. Pues como ella misma dice, yo la conocí a ella primero. 

Fue mi maestra de salón hogar. Le contaba cosas. Me conoció cuando yo aún tenía la capacidad de ruborizarme y sentir pudor. En una de esas lecciones, hablaron de que una persona podía embarazarse con apenas un brochazo. Mi cara que siempre me delata, parece que reflejó mi entonces inocencia. Mi suegra me preguntó que, si no sabía lo que era eso, y procedió a explicarme. De más está decir que los tremendos seres humanos de mi clase estuvieron ofreciéndome demostraciones gráficas por el resto del semestre. 

 

En clase estudiamos la plétora de métodos anticonceptivos y sus respectivos por cientos de efectividad. Me acuerdo claramente cuando hablaron del condón femenino, que cada día caía más en desuso y que una de las razones por las que no era uno de los métodos favoritos era por el ruido. No sé por qué, pero tengo una vívida imagen de todos frotándonos el pelo en las orejas porque en nuestras cabezas ese era el sonido que se producía con la fricción. Muchas de las otras lecciones no fueron nuevas para mí ya que tomo pastillas anticonceptivas desde mis dieciséis o diecisiete años porque sufría de quistes en los ovarios y menstruaciones tortuosamente dolorosas. Sin embargo, se me grabó en mi mente para siempre: 10 sí, 10 no, 10 sí. El famoso ritmo. Se lo transmití a mi hermano tal cual, ya que presumí que sería más precoz que yo y podía necesitarlo antes de que se lo enseñaran en la escuela católica. Desde el primer día de la menstruación (ese es el día uno) hasta el día 10, se podía tener relaciones sexuales sin quedar embarazada. Los próximos 10 días quedaban vedados. Los últimos 10 días seguía la fiesta y luego se repetía el ciclo desde el principio, ciclo al fin. No es un método 100% seguro, lo único 100% seguro es la abstinencia (convenientemente) y el ritmo solo funciona si la mujer es regular, porque se parte de la premisa de que ovulas en el día 15 y así evitas tener relaciones cinco días antes y cinco días después. No recordaba mucho más. El cuerpo humano y su milagrosa capacidad de reproducirse se enseña desde la perspectiva de evitar el embarazo. Así que vivimos nuestra juventud celebrando menstruaciones como quien esquiva una bala, mes tras mes. 

 

Entonces un día de la nada te convence, te convencen o te convences de que estás lista, tan lista como es posible estar. Porque la realidad es que uno jamás está listo para las grandes cosas. Nada te prepara para ponerte a la disposición de la naturaleza y lanzar esa moneda al aire, cerrando los ojos y repitiéndote hasta que casi logras creerte que todo pasará como tiene que pasar. Dejas las pastillas, el parcho, los condones, el ritmo, pero no puedes dejar de contar. Empiezas a tomar 800 miligramos de ácido fólico solo para descubrir al año que se supone que consumieras más porque cuando uno está buscando embarazarse necesita consumir más. Mis primeros intentos fueron un desastre. Tenía unos nervios cuasi virginales y me daban las paveras más anticlimáticas que un ser humano pueda imaginar. Después de tantos años, no voy a decir cuántos porque mi madre me lee y no quiero que haga cálculos, haciendo responsablemente todos los malabares para salir invicta, independiente, liviana, explicarle al cuerpo que se acabó la huida resulta cuasi imposible de procesar. Se sentía como en unas clases de trapecio que nos regalé cuando éramos concubinos. El maestro me decía que me acercara al borde de la plataforma, que agarrara el tubo del trapecio y me inclinara hacia al frente. Mi cuerpo se resistía y se echaba hacia atrás, cuerpo felino ante la amenaza del agua, cuerpo vapuleado que le teme tanto y tanto a la caída. Me parecía antinatural inclinarme hacia el abismo. Porque al final del día intentar tener bebés con intención y alevosía se siente como una maroma que se practica sin malla, una acrobacia circense que es tan arriesgada como espectacular. 

 

Una intenta hacerlo natural. Sencillamente el no evitar tarde o temprano terminará en un embarazo, ¿no? ¿Esa no es la matemática? Es lo que siempre le digo a la gente que queda embarazada por accidente, tienes relaciones sin protección, ¿no sospechabas que podía pasar? ¿Tan poca fe le tienes al cuerpo? Porque es facilísimo racionalizar los dramas ajenos. Pero no funciona así. Bueno, si eres menor de edad aparentemente pasa así. Pero si esperas a tener una pareja estable, un trabajo que te satisfaga, terminar tu carrera o tus carreras, dar unos viajes antes por si te toca un bebé que sea una pesadilla en los aviones, intentar pagar parte de tus préstamos estudiantiles, decidir si compras casa o no, esperar a sentirte someramente listo, o que ambos estén en la misma página, de pronto estás en el grupo demográfico de embarazos de alto riesgo o embarazos geriátricos. Y la presión sube. Y aparentemente la fertilidad baja. Y el cliché de que la juventud se desperdicia en los jóvenes te pone de mal humor. Y empiezas a contar tu vida de veintiocho en veintiocho días. Y en vez de celebrar la regla, se convierte en una derrota mensual. Y le hablas al cuerpo y le explicas que, aunque por más de una década el procedimiento operativo estándar es que no queríamos un óvulo fecundado, la directriz ya cambió. 

 

Entonces te sientes engañada. Porque no recuerdas que nadie nunca te hubiese dicho que un óvulo lo que tiene son apenas 48 horas de vida como máximo. Y los espermatozoides setenta y dos. O sea que la ventana de oportunidad es bien pequeña. Dos días. Dos días al mes, veinticuatro días al año como mucho. Y te ríes de todo el pánico que tuviste de chamaca. Y piensas en que no hay cosa menos sensual que una calculadora. Que no hay nada menos erótico que calendarizar el amor del cuerpo. Que contrario a lo que quizás creías no es halagador decirle a un hombre que le toca hoy. Te sorprende las muy pocas veces que una ovula en un fin de semana. Una vez más, cuantos miedos infundados. Confirmas lo que siempre habías pensado, que tu cuerpo te sabotea. Nada como ovular un lunes. Y encima, la naturaleza es sabia, pero tiene un humor más negro que la noche, así que cuando ovulas muchas veces tienes dolor y malestar en el abdomen. Y nada como el dolor y el malestar para uno sentirse en el mood de hacer bebés. Lo ideal es que lo intenten desde cinco días antes del día de ovulación, un día sí y un día no, hasta el día después de ovular. No, no todos los días, porque tampoco quieres bajarle el conteo al donante. Consejo: no le llames donante a tu pareja durante este proceso. Te dicen que comas batata, que tomes Robitussin, que te relajes, que te vayas de viaje, que te emborraches (claro porque no has hecho nada de esto en los últimos años). Te recomiendan posiciones, que te pongas una almohada debajo de las nalgas durante y que te pares en tus hombros por al menos veinte minutos después de terminar. Claramente cada vez que en yoga me mandan a hacer un sarvangasana, me muero de la risa. 

 

Cuando ya has gastado cientos de dólares en pruebas negativas, piensas que quizás no estás ovulando cuando crees que estás ovulando, ya que a estas alturas dudas del conocimiento que tienes de tu propio cuerpo. Así que descubres una cosa maravillosa, (que también piensas que pudiste usar como método anticonceptivo en el pasado) que es un kit de ovulación. Básicamente son como pruebas de embarazo, orinas en ellas y ellas detectan cuando hay un incremento agudo en la hormona LH, y esto significa que ovularás en un par de días. Aparece una carita feliz cuando lo detectan, pero parpadea, te lo sigues haciendo y en el día de la ovulación la carita feliz aparece, pero quieta, sin centellear. Entonces en vez de enviarle un mensaje fresco a tu pareja, le enseñas la carita feliz. En vez de disimular y dejar que la cosa fluya, lo levantas con el palito en la mano y la carita feliz estática que ya se ha vuelto pavorosa. Y todo se convierte en una mierda. 

 

Decides que te encargarás de esto sin dejarle saber. La operación estará en tus manos, y no hay por qué informarle a todo el mundo de tus cambios hormonales. Pero un miércoles cualquiera él llega hecho cantos de un día de trabajo terrible y tú de la nada estás en lencería nueva y en tacos a las 9 de la noche y no es ni tu aniversario. Y terminan meándose de la risa por tu nuevo fracaso en el arte de fluir. 

 

Entonces empiezas a recordar que una astróloga te dijo que le habías dicho a tu cuerpo tantas veces que no querías tener bebés que el cuerpo no se preparó. Recuerdas que un vidente te dijo que te veía con niños de colores y no sabes si es que serías la próxima Angelina Jolie adoptando niños del mundo, o tendrías niños de muchos padres (ya estoy bastante tarde para eso) o si sencillamente serías la tía de todos los niños de tus amistades. Escuchas al médico diciéndote que podían esperar a ver si las células precancerosas se iban solas, monitorear por meses y te oyes clarita diciendo: congela y corta que no me importa. Concluyes que es tu culpa, de quién más. Deciden hacerse pruebas para eliminar cualquier duda o confirmarla. Días de espera, dedos cruzados, velas prendidas. En el proceso él te dice, que, si no pueden tener, no importa la razón, que lo manden todo al carajo y se vayan a viajar al mundo. Y te sientes abominablemente culpable porque la idea te calentó el pecho y te relajó el vientre. Te preguntas si realmente esto es lo que quieres, si no es que logró vencerte la presión social a la que siempre te has cantado tan inmune. Pero recuerdas clarito aquel arte que te craqueó el espíritu: “nunca supe que quería ser mamá hasta que tuve un aborto”. Entiendes aquella película donde ella decía que sus ganas de ser madre eran como la necesidad de hacer pipí, algo que le debilitaba el cuerpo, que la hacía temblar involuntariamente las rodillas. Y ves a este tipo que se hace el que no le duele cuando lloras y te bajas una botella porque de nuevo te bajó la regla. Que te dice “no pasa nada” cuando pareciera que todo el mundo se embarazara alrededor de ti menos tú. Y aunque nunca has sido de compararte, te preguntas por qué tú no. Y las preguntas de la gente como flechas en tus tajos. ¿Y ustedes pa’ cuándo? Y la única certeza que tengo es que, si a alguien en esta vida he amado, que podría traer al mundo un ser que lo mejorara, es este hombre. Y sé también que yo sobreviviría el no poder tener, como otra herida de guerra, pero sé también que a él la herida muda se lo comería por dentro. Y los resultados dicen que todo está en orden. Es cuestión de tiempo. Así que toca relajarnos. Planificamos el próximo viaje, pero no más lejos de seis meses porque tampoco hay que actuar derrotados. Boto los equipos predictores, elimino las aplicaciones, ignoro los dolorcitos quincenales. Recordamos lo rico que era vivirnos la vida des calendarizados. Ni contamos ni los evitamos, pero pongo las piernas en el aire cada vez que terminamos. 

Screen Shot 2018-12-13 at 4.05.35 PM.png