de montañas rusas y otros masoquismos



No quiero que se acabe. No quiero que se acabe. No quiero que se acabe. Como las montañas rusas que nunca me bastan. Aunque odie ciertas curvas, aunque se me salgan las lágrimas por la velocidad, se me cierre el estómago, grite como una demente, se me dibujen nuevas líneas de expresión por mis muecas de histeria, aunque haga una fila de dos horas y la emoción me dure minuto y medio, aunque termine con nudos nuevos y estrenando espasmos. No quiero que se acabe. Porque siempre he pensado que la cosquilla, esa fracción de segundo de un placer casi doloroso, la quiero enfrascar, retenerla al precio que sea, cuésteme lo que me cueste.
No, no encontré el amor este año, no publiqué mi primer libro, no me pegué en la Lotería, no viajé a Europa, no pude ver el concierto de Estopa, cosa que sufriré hasta que logre verlos en vivo, no perdí las 10 libras que me propuse, tuve las peores notas de mi vida, mi abuela no mejoró si no al contrario pareciera que lo hubiese olvidado ya todo, (un todo que me incluye, que me encierra, que me chupa y hasta a veces me traga mi propia memoria), administré mi dinero de la manera más pobre posible (nunca la palabra pobre ha sido tan bien usada, modestia aparte), mi crédito empeoró al nivel del desahucio, me caí físicamente en muchas ocasiones, renové mi contrato con el suelo infinitas veces y de las otras caídas ni les cuento, me sigo chupando el pulgar izquierdo con mayor insistencia y menos pudor y mi pelo está históricamente en las peores condiciones hasta el presente.
El otro día le dije a una amiga, sin pensarlo dos veces que este había sido de los mejores años que he tenido. Frunció el ceño, lo cual es totalmente entendible. Teniendo en cuenta que este año firmé mis papeles de divorcio el día de la candelaria, me divorcié el fin de semana de San Valentín y me vi en la mismísima prángana como 8 de los 12 meses. Me las vi feas, feas. Pero mis conceptos de lo que es mejor, de lo que es deseable, de lo que es sexy, de lo que es mucho, lo que es poco, lo que es normal, lo que es hermoso y lo que no lo es, no necesariamente representa los conceptos de la mayoría ni siquiera entre mis amigas.
Me ha pasado desde siempre, en mi primer año de universidad tomaba clases con uno de los profesores más brillantes y mezquinos que he tenido en mi vida. Era escorpio, abogado criminalista y enseñaba humanidades por puro placer y sadismo. Preguntó a viva voz a las compañeras mujeres que si tuviesen que escoger entre Héctor y Aquiles en la Ilíada, que con quién se quedarían, si con Héctor, el caballero, el honorable hombre de palabra o con Aquiles, el violento, el impulsivo, el macharrán. Hicieron una típica votación manos arriba y todas, absolutamente todas subieron las manos en Héctor. Yo sólo me reí, como único sé reírme; como bruja. Y el profesor me miró y me dijo: “Trujillo Alto, ¿de qué usted se ríe? (se me olvidó mencionar que el profe nos conocía por pueblos y se negaba a aprenderse nuestros nombres y apellidos) Usted se ríe porque usted es la única mujer honesta en este salón. Usted es la única que se atreve a confesar que usted escogería al salvaje de Aquiles en vez de al caballero de Héctor, porque se aburriría, porque usted se conoce y usted sabe que le gusta que la zarandeen.”
El 2010, como mis amantes favoritos, me ha zarandeado. Empecé el año con una ilusión entre ceja y ceja. Cuando llegó el mes de marzo, ya se me había salido por los ojos a lágrima limpia. En el mismo medio del año la traje de vuelta para agujerearme la caja del pecho y en el último mes logré bajármela hasta las ingles. Porque en este año me he vuelto más caprichosa, menos decidida pero más precisa, más dispersa pero más concreta, más loca pero también más resuelta. He aprendido a neutralizar a las 17 mujeres que viven en estas sesentayuna pulgadas y media, he encontrado la plataforma perfecta para hablar sola con audiencia de 140 caracteres en 140 caracteres y he encontrado grandes amigos y mentes geniales en seres cuyos rostros ni siquiera he visto. Sí tengo una adicción a Twitter y por eso me tomo el atrevimiento de cruzar las barreras de las redes sociales, además de que ahora para mi sorpresa vivo de eso. Igual que el mayor golpe del año lo recibí por medio de un tuit. Me lo dijo Jay Fonseca en un tuit de menos de cien caracteres.
Y a veces voy a la playa y me siento sola en la orilla y le hablo a Julio. Porque como yo no estaba suficientemente loca ahora lo siento en el mar y tan pronto me meto al agua una ola me da un cantazo y me erizo completa y acto seguido le pido perdón porque no sé dejarlo ir y procedo a pelear con él y le cuestiono y le cantaleteo que por qué carajo tenía que seguir brincando, que por qué 300 saltos en el aire no le fueron suficientes, como si el exceso no fuera lo único que nos unía. Y me visitó en sueños de nuevo la noche de mi cumpleaños, me abrazaba y me abrazaba y yo en el sueño lloraba y él a carcajadas me decía: “¿Pero serás boba Edmaris? Si todo sigue igual”. Y rezo de rodillas, porque este año la vida me dio y me quitó al primer sacerdote que me erizaba la piel en dos horas de sermón y me dio suficientes razones para congregarme y hasta escucharlo de vez en cuando sentada en el piso, porque llego tarde hasta a lo que algunos le llaman encuentros con Dios. Yo iba a escuchar un hombre que me recordó que alguna vez tuve una fe, y me zarandeó el intelecto y el espíritu lo suficiente como para sentirme que me hacía falta algo más. Y todas las noches rezo y le pido a Dios que Julio me deje en paz y que me deje dejarlo ir en paz, pero con la cláusula condicional de que de vez en cuando venga a abrazarme en sueños porque me aterra olvidarme del sonido de su risa y de su voz.
Y estoy agradecida de lo que me ha dado la vida este año. Estoy agradecida de la gente espectacular que tengo o que han pasado por mi vida. Pues sí, aprendí cosas de un cura colombiano que apoyaba el divorcio, la convivencia, las uniones homosexuales y me enseñó que cualquier cosa que te haga ilusión es una bendición. (probablemente por eso lo mandaron a Colombia), aprendí a dar gracias todos los días por la gente que llegó , por la gente que se quedó y por la gente que se fue. Porque así funciona la vida, la energía, las corrientes de agua, las moléculas, y hasta esa cosa tramposa que le decimos amor. Y es menester dar gracias, gracias por tener mujeres que te aguantan la mano mientras un desconocido te agujea las costillas, mujeres que te rescatan de una mañana resacosa y te llevan a desayunar, te llevan a la playa y luego te ordenan una batida de papaya, mujeres que vuelan después de años por el mundo y parece como si se hubiesen visto esa misma mañana, mujeres que hacen feliz al ser que más amas en el mundo y cargan a tu sobrina nueve meses, en lo que se atreve a salir, mujeres de opiniones distintas, que te dicen que te tires por el precipicio si es lo que llevas deseando, que te dicen que te asomes pero que tengas cuidado, mujeres que se ofenden cuando tomas otra mala decisión o cuando tomas la misma decisión por tercera vez en el mismo año y tienes que callarte porque en el fondo sabes que tienen derecho porque les toca recoger tus pedazos cada vez que te destrozan.
Es compulsorio dar las gracias por hombres que te bañan con sus dos manos, hombres que te hacen reír hasta cuando no tienes ropa, hombres que jamás te verán desnuda y aún sabiéndolo te pagan el almuerzo, cenas y cervezas, hombres que pacientemente esperan para que el frío alguna noche sea suficiente, hombres que se mueren y vienen algunas noches en tus sueños a abrazarte, hombres que sabiendo menos y sin conocer tus dolores te protegen de golpes más pequeños, de torceduras de tobillo con las que podrías bailar salsa en tacos de alfiler. Hombres que perdonan que tu alma esté en otra parte, hombres que se dejan seducir no importa lo ebria que estés.
Este año ha estado lleno de palabras mal dichas pero bien recibidas, de darme cuenta que el orgullo no me sirve de nada, porque después que Julio desapareció de este plano le doy al cuerpo y al alma lo que me piden porque él estaba más que listo para irse sin saberlo y antes de que eso pasara yo lo dejaba todo siempre para mañana, si quiero decir “te quiero” lo digo, si quiero decir “te extraño” lo escribo, si mi cuerpo se encapricha lo comunico, si quiero amanecer contigo también te lo digo. Porque no perdono ni me perdonaré un solo “debí haberte dicho”, “debí haberte abrazado”, “debí haber dicho que sí”, “debí haberte contado”, ni uno más.
Voy a ser implacable con la posibilidad de futuros “lo que pudo ser”, voy a ser intolerante con la intolerancia, violenta con la inercia, egoísta con dificultad. Porque en esta vida he cedido demasiado, cedí demasiado y por eso amo este año, porque no cedí, no me cedí y fui intransigente con lo que soy, viví por primera vez en años estando viva, haciendo lo que me da la gana, cargando mis propias culpas, mis propios miedos, mis malos juicios, mis mejores maldades, mis más deliciosos placeres, los cargué yo sola. He aprendido a estar sola y todo lo que eso representa. He cambiado bombillas, destapado inodoros, matado cucarachas, limpiado el asqueroso filtro del fregadero (aunque fuese arqueando) y he conseguido el dinero que he necesitado de alguna forma u otra. He comido lo que me ha dado la gana, he besado las bocas que me han apetecido y he desnudado a quienes se han dejado y ni forzándome, ni por un solo segundo logro arrepentirme de absolutamente nada.
Amo este año porque volvieron mis plumas, mis minifaldas, mis carcajadas, mis llantenes, mis rabietas, mis furias, mis pasiones. Amo este año porque ni por un momento he olvidado que estoy viviendo, que me caigo y la piel me sangra, me corto y me arde, mi país se hunde y me duele, mi universidad me la arrebatan, me la violentan y me indigna. Amo este año porque aprendí a sentir, a preocuparme porque mi sobrina venga a un mundo sin posibilidad de una educación accesible, sin derecho a aprender en un foro libre, como era mi universidad, quiero que ella sea sabia, tenga opiniones aunque no sean las mías, pero que no padezca de ignorancia, que no sufra de desconocimiento, que jamás sea víctima de la indiferencia. No sé si es el tiempo o las pérdidas o la súbita claridad que dan las tragedias, pero últimamente me paso sufriendo dolamas que antes entendía ajenas. Me duele la gente sin casa, en especial los días de lluvia como una extensión de mi barrunto, vivo aterrada de atropellar a un vagabundo, me paso sintiéndome culpable del hambre y del analfabetismo y con ganas de hacerme rica para montar un refugio de animales, para dar educación sexual a los adolescentes fuera de instituciones religiosas o gubernamentales que terminan siendo la misma mierda. Y como todo en esta vida, no sé por dónde empezar porque me dan más de tres opciones y automáticamente me paralizo, me bloqueo.
Ando fascinada con cosas que antes me parecían normales, lo impresionante de la mecanografía, esa conexión casi mágica de mi cerebro con mis manos, con un teclado, con una computadora, que sin mirar sé cuándo mis dedos saltaron una letra o repitieron otra. Ando asombrándome porque mis pies (que casi no tienen coordinación motora alguna) automáticamente saben acelerar y frenar un carro y si me preguntaran con cuál se acelera y con cuál se frena tendría que detenerme a pensar para contestar.
Este año aprendí a identificar los lugares donde puedo estar sola sin sentirme sola. Sitios donde no quiero llevar a nadie que me los arruine, lugares donde los meseros me dicen princesa, me traen sólo un menú, bartenders que me ponen la cerveza en frente sin siquiera preguntarme para que me dé el primer sorbo directamente de la botella y aunque sea por una fracción de minuto, y aunque sea porque ando escotada o porque doy buenas propinas, en ese sorbo trasciendo los códigos de orden público y me siento victoriosa. Gente que no se asombra con la cantidad de comida que soy capaz de consumir por mí misma y no intenta montarme conversación. Es difícil en un país como este que la gente respete la soledad en general, ni hablar de la escogida.
En este año logré ver el país desde un avión dos veces, me tatué por primera vez y descubrí una incipiente adicción de mi piel a la tinta, fui a más conciertos que nunca antes, tuve más de una atracción masiva (como diría un amigo genial que tengo), fui a más bodas que nunca en mi vida, me volví experta en brindis, me reí como hace años no lo hacía, me dolió la clavícula y regresaron las punzadas de pecho, casi siempre por motivos felices, mis córneas se resintieron, bailé como nunca antes, mi cadera se desencajó en momentos especialmente inconvenientes, me amanecí como si fuese adolescente, lloré hasta quedarme sin aire, encontré un trabajo que para mi sorpresa me fascina, me he vuelto más voluptuosa, tengo un romance intelectual con un jevo tuitero, sigo amando y viendo a Iván y me siguen importando tres cominos que la gente lo entienda o no, voy a ser tía, estoy escribiendo una novela, regresaron amigas perdidas, se me agudizaron los vicios, tuve recaídas en ciertos cuerpos, he celebrado mis errores, tuve una cómplice en todas mis noches de juerga, y lo más importante del 2010 es que me gusto. Me he vuelto a gustar, me gusto mucho, lo suficiente para no querer cambiar por nada ni nadie, para no tener resoluciones que conlleven nada más que amarme más y mejor, que concederme los placeres culpables o inocentes que quiera y que me merezco, para atreverme a decir en voz alta hasta frente a figuras de autoridad mi opinión por ofensiva o disidente que sea. Esto es lo que soy, esto es lo que hay, celebro los #triunfos pequeñitos, lloro y abrazo mis grandes tragedias, reconozco lo defectuosa que soy, lo contabilizo y lo asumo, y me añoño porque en ocasiones he sido perfecta con lo poco o mucho que he tenido. Por eso le doy gracias al 2010, por permitirme ver aún con las córneas manchadas lo hermosamente dolorosa que es la vida y por ponerme en mi vida gente que estuvo conmigo al menos uno de los 365 días para besarme, abrazarme, gritarme, llorarme, morderme, pellizcarme, desnudarme, alimentarme, ayudarme, consolarme, animarme, contestarme, masajearme, y dejarme saber que nunca estaré sola ni tendré motivos para aburrirme. Pido lo suficiente para lo próximo y al 2011, que me ame, pero sólo si se atreve.



de olvidos y desnudos




Tendré 26 años en poco menos de veinte días. Cuatro intentos de carrera diferentes. Experiencias laborales que parecerían no tener absolutamente nada en común excepto el hecho de que comparten espacios en un resumé con mi nombre arriba. Mido cinco pies y una pulgada y media que nunca menciono porque a la gente le da risa el falso intento de enaltecerme. Durante los últimos diez años he pesado entre 110 y 130 libras dependiendo de mi felicidad o mi miseria, no necesariamente de maneras proporcionales. Soy escandalosa, hablo alto, me río vulgarmente, rara vez articulo un párrafo que no tenga una cuarta parte compuesta de vocabulario soez. Tengo estómago de hombre, hígado de hombre y apetito(s) de hombre. No tengo coordinación motora y tropiezo con el aire, a mi hermano esto le fascina y lo adorna con un infalible: quién te empujó. Por alguna extraña razón que desconozco le vuelo el taco izquierdo a todos mis zapatos. Gasto los labiales tan y tan diagonalmente que llega el punto en que no se pueden usar aunque no se gasten porque se parten al intentarlo. No tengo etiqueta de mesa (creo que tampoco de cama), no porque no me hayan intentado enseñar si no porque muy en el fondo (y notablemente a la vez) no me importa. Soy regona y caótica casi por definición. Hace muy poco esto empezó a avergonzarme. Si me despisto o me pongo nerviosa me chupo el pulgar izquierdo. Hay tres partes de mi cuerpo que no me gustan en lo absoluto y que nunca menciono porque no tengo intención de atraer la atención hacia a ellas. Sólo mis amigas más cercanas o aquellos que han intentado por suficiente tiempo amarme las conocen. Nunca he conocido a alguien que se aburra de mí, no aburro, abrumo, es otro talento inútil de los que tengo. No me corto las uñas ni me desenredo el pelo, ni me saco las cejas. Pago por eso. No sé planchar. Daño ropa todo el tiempo. El otro día me dijeron que hay que ser arrogante cuando se escribe y modesto cuando se edita. Así que aguántese que aquí voy. Cocino divinamente bien aunque ya casi nunca lo hago, porque cuando corto cebolla me echo a llorar y no por la cebolla, si no porque me recuerda una época de mi vida donde cocinaba por todas las razones equivocadas y con toda la intención de reparar con comida lo que ni con mis palabras ni con mi cuerpo era remendable.

Una vez una profesora chilena nos contó que cada vez que ella escuchaba una campana le daba un ataque de pánico, porque ella vivió la dictadura y cuando joven tocaban la campana antes de las ejecuciones. Y creo que así funciona, mientras uno más vive menos cosas preocupan y más cosas aterran. Mi crédito está destruido, no tengo en qué caerme muerta, llevo más de tres meses esperando un cheque de préstamo estudiantil que parece negarse a llegar a mi cuenta de banco para que yo pueda dejar de deberle una vela a cada santo del almanaque Bristol y yo sigo saliendo y comiendo y bebiendo como si tuviese un plan B. Porque le he perdido el respeto a los dolores que son más arriba de la clavícula y más abajo de las costillas. Por lo mismo que dejo que me hagan cosquillas sólo (sí sólo de solamente y solo de soledad y ni la RAE ni la madre que me parió me a quitar el placer de acentuarlo) del cuello para arriba y de la cintura para abajo. Pero ni muerta cerca del corazón. Porque en mi nuevo trabajo enviaron un e-mail para hacer una actividad de oficina para irnos todos a Toro Verde y tirarnos por unos cables encima de un bosque y yo leyendo el correo electrónico dentro de un salón de clases leí palabras que hace menos de dos meses no tenían el menor efecto en mí, pero después del 5 de septiembre todo eso ha cambiado y leer pies de altura y millas por hora que dependen de la velocidad del viento hacen que me beba las lágrimas mirando la pantalla del celular mientras un profesor habla de ética profesional. Porque la muerte de Julio no deja de dolerme. Y por eso no escribo. Y por eso a veces lloro en la bañera porque puedo escuchar su voz en mi apartamento y por eso mis problemas económicos y el resto de mis traumas solitarios me dan vergüenza.

Me avergüenza haber llorado porque alguien no me quiso, me avergüenza haberme dejado caer porque alguien se fue sin despedirse, me da rabia conmigo misma porque he dejado que me duela que alguien haya decidido no quererme porque soy divorciada, porque soy muy fuerte, porque soy pornográfica, porque no tengo otro nivel de intensidad que este. Mientras una hermana perdió a su hermanito en el aire. Y como los miedos que tengo son tan traicioneros, me da miedo celebrar que mi hermanito va a ser papá. Y aunque tengo el temple de funcionar en crisis, y aunque tengo el carácter (formado a fuerza de golpes) de ser totalmente funcional aunque tenga múltiples escapes en el cuerpo y en el alma, me paso la vida manejando crisis que no son mías. Y con esta misma voz que tengo y que no me pega con el cuerpecito éste (mi abuela decía que Dios no le da alas al animal ponzoñoso) le digo a mi madre que celebre la vida, que las cosas pasan por una razón, que nos hacía falta una ilusión, con esa misma voz me digo a mí que no me ilusione demasiado, que deje de hacer planes con una vida que todavía no está formada, que tenga cuidado con enamorarme de nuevo de un bebé que no me pertenece. Que ya yo debería saber más que eso y saber que ser madre de un niño que no es propio es una sentencia de muerte. Es un dolor perpetuo. Es una impotencia que no conoce de lógica, ni de derechos legales, ni de custodias compartidas, ni de divorcios, ni del bienestar del menor. Me digo que me mire a mi misma, que deje las putas reincidencias, porque soy experta en equivocarme de las misma formas y con la misma gente, como si sintiera que es menos malo cuando uno ya conoce a fondo ese mismo tipo de golpe. Porque no extraño a mi ex, aunque la gente jure que es imposible. Pero extraño a Iván, extraño sus preguntas geniales, su visión de un mundo que sólo conoce hace apenas 6 años, extraño su risa en las mañanas, sus críticas crueles y honestas, extraño que me diga mientras escribo, Edmaris no llores, no hay razón para llorar. Y quizás por eso le canto nanas a mis perros, porque a veces tengo el triste presentimiento de que mi cuerpo no está hecho para maternidades propias. Falló en su primer intento y los sagitarios nos frustramos cuando las cosas no nos salen a la perfección a la primera e incongruentemente la Ley de Murphy me persigue para adiestrarme, para intentar mejorarme.

Y estoy escribiendo una novela, una novela de olvidos y desnudos. Y escribirla duele, cada párrafo es un desgarramiento, es revolcarme otra cosa que no está resuelta dentro de mí. Y mi mamá literaria me dice que no me resuelva, que si nos resolvemos nos ponemos a escribir autoayuda. Que llore, que prenda velas, que me tire gente. Que use rituales, que ella sabe que me funcionan. Porque a mí nada más se me ocurre tener una mamá literaria bruja, como si con la biológica no fuera suficiente. Y escribir de olvido y de desnudos es andar con la nostalgia mondada. Y antes yo no sabía extrañar, a los cuatro años les dije adiós a mis papás en mi primer día de clases sin siquiera mirar atrás. Y últimamente me paso extrañando, extrañando a Diana que está en Sevilla y que a veces la necesito para que me ponga los pies en la tierra, para que me resuelva, para que me dirija, para que me cocine, para que me diga que todo está bien y me cante “The Way You Look Tonight” extraño a Daly que está en Texas, extraño su risa escandalosa, su humor tan negro como el mío, extraño nuestra amistad homoerótica, extraño a mi antiguo jefe, su mirada triste y mediterránea, nuestras eternas peleas, mis intentos fallidos de curarle lo de republicano, de explicarle la pobreza, de justificarle las protestas, extraño a Helga que sin hablarle sabía que necesitaba un té y una pastilla de valeriana, extraño a Kayla, que me abría su oficina y cerraba las puertas para escuchar con asombro mis loqueras y reírse sin regañarme, extraño a Elena, que no la veo desde el día de mi boda, extraño a Raúl que me cantaba la Bikina, extraño a Lauri que me contaba de sus puterías, y hasta en los peores casos extraño a John y sus mensajes ebrios aunque no nos llevaran a ningún lugar, aunque yo haya decidido dejar de leerlo para que dejara de dolerme, extraño a Amelie y me duele hasta ver su nombre escrito en la carátula de una película, extraño a mi tía, aunque me drene cuando hablamos, extraño a mi abuela que sigue estando ahí y me mira con sus ojos sin de verdad mirarme y sonríe cuando le canto “Hasta que te conocí” y yo regreso infaliblemente llorando hasta a mi casa.

Y así voy a recibir mis 26, pobre como siempre, sola por primera vez, casi tía, mejor amiga que antes, más nostálgica que nunca, menos preocupada y más aterrada, con la misma claustrofobia insular de cuando regresé de España, con menos esperanzas, un poco más alcohólica, con medio manuscrito, trabajando con gente más joven que yo por primera vez en mi vida, cumpliendo un número más alto de años que la fecha de mi cumpleaños por primera vez, más confundida y con menos respuestas, sin un proyecto de vida, con una costilla tatuada, más complicada que antes y mucho más fácil, más contradictoria, con el mismo maldito gusto este por los hombres brillantes que suelen tener coeficientes emocionales inversamente proporcionales a sus coeficientes intelectuales. Sigo con mi mala costumbre de ser la cazadora, de no saber dejarme conquistar, de frenar al que intenta quererme, de luchar por estar arriba, de negarme a editarme y a tener solamente esta versión sin censura, gústele a quien le guste y espántele al que le espante. Con la estrategia fallida de que si me quieres querer quiéreme con el apartamento en pedazos, porque nunca más en mi vida alguien se va a negar a tocarme porque la casa no esté recogida. Si me quieres querer, que sea así defectuosa, difícil, jodida y quizás me animo y un día vuelvo a cocinar, quizás un día vuelvo a bailarle la danza del vientre a alguien de regalo de cumpleaños, quizás algún día me animo y hago ejercicios y como mejor y vuelvo a pesar 110 libras. Quizás algún día me presto al juego absurdo de esperar a la tercera cita, quizás algún día me peino porque sí, quizás algún día vuelvo a ser ejemplar, quizás algún día me vuelvo presentable, quizás algún día. Lo dudo, pero quizás.





duelo al vuelo



No quiero morir sin antes haber amado,
Pero tampoco quiero morir de amor.
Calaveras y diablitos...
Invaden mi corazón.

Yo a vos no le creo nada
¿Cómo vos vas a creer en mí?
Universos de tierra y agua
Me alejan de vos.

Las tumbas son para los muertos
Las flores para sentirse bien.
La vida es para gozarla
La vida es para vivirla mejor.

Calaveras y diablitos...
Invaden mi corazón
.


Llevo días evitando escribir una elegía. Pensando en que tengo que ser funcional e intentando rechazar las ganas irresistibles de escribir. Se sienten como cuando uno se está orinando encima en el medio de un tapón y uno sabe que no va a llegar, entonces uno trata de tararear la canción de la radio, de pensar en margaritas amarillas, pero cuando viene a ver ya te tiemblan las manos, ya las rodillas tienen flexiones involuntarias y tienes la piel completa erizada y tienes punzadas púbicas de las malas y respiras profundo rezando que te dé tiempo a llegar, que alguna cuestión milagrosa trabaje a tu favor y se limpie la carretera, y cambien los semáforos y pongan un guardia que por una vez en la vida alivie en vez de empeorar la situación. E intentas no pensar en agua, desaparecer cualquier pensamiento líquido y secar de una vez la sensación de que no tienes control sobre tu cuerpo, no tienes control sobre tu humanidad. Y así ando estrellándome los nudillos para pensar que esos calambres no son necesidad de escribir. Me paso bebiéndome las lágrimas y diciendo que tengo alergia, que no sé por qué me lloran los ojos. Que quizás es hormonal. Y tenía planificado escribir una entrada alegre para que esto no se convierta en un valle de lágrimas pero honestamente ayer fue domingo, y no paró de llover ni dentro ni fuera. Y fui a misa. En el fondo porque quería rezar por él. Y estando en la iglesia me puse a pensar que quizás él no creía en Dios. Y me dio rabia no estar segura porque nos conocimos hace seis años y nunca le pregunté si creía en Dios o no. Nunca lo escuché mentándolo, pero hablaba de la vida y de la naturaleza con mayor fervor del que yo he hablado en mis 25 años de católica de formación de mi Dios. Y de nuevo me entró la lloradera, porque detesto mi memoria y desde que leí la noticia no puedo dejar de ver sus nudillos en mi mente y me impresiona y me aterra que tuviese sus diez nudillos memorizados y desconocía sus creencias religiosas, igual que nunca me aprendí su cumpleaños pero sabía que era piscis como mi papá.

Llevo la semana entera entre carcajear por historias suyas que me vienen a la mente, como la vez que pregunté por él en el trabajo y me dijeron que se había caído y se había tenido que ir al hospital y yo súper asustada y cuando lo llamé él estaba orgulloso porque lo había fingido todo porque tenía práctica de soccer y no podía faltar. Y aquella vez que me llamó después de la media noche a decirme que tenía que verme, que tenía que verme en ese mismo instante porque al otro día se iba a Indonesia, se iba por tres meses y quería despedirse de mí, y yo preguntándole si tenía familia allá, que por qué no me lo dijo antes y él sonriendo como siempre y preguntándome qué talla de ropa era porque en Indonesia hacían la ropa que yo usaba. Me explicó que no conocía a nadie allí, ni sabía dónde se iba a quedar, y tenía que hacer como cuatro escalas pero Edmaris las olas, tengo que estar allá ahora.

Con él no había un momento normal, le decía a los vagabundos que rebuscaran el baúl de su guagua que de seguro había un par de zapatos que le podían servir, cuando íbamos a los lugares y se me perdía, estaba ayudando al personal del lugar a cargar cosas, a botar la basura y cosas por el estilo. Me dejaba en casa de mis papás a las tres y cuatro de la mañana y se iba a buscar su tabla para irse al otro lado de la isla a surfear. Nunca fuimos novios, nunca nos prometimos nada, nunca hubo silencios extraños, creo que quizás ni estuvimos cerca de enamorarnos. Lo conocí a los 18 años el tendría año y medio más. Yo acababa de salir de una ruptura de esas tan apoteósicas que sólo pueden ocurrir antes de la mayoría de edad de uno y me prometí que no quería más novios quería salir y pasarla bien.

Y me llegó Julio en un mes de mayo. Me llegó Julio con su olor a playa, a pasto y a madera. Y la primera vez que me invitó a salir y mi mamá me preguntó cómo era y qué sabía de él y si no me daba miedo salir con alguien que no conocía, que a lo mejor era peligroso, que qué yo sabía de él, que a quién se parecía le dije: Mami tranquila, parece un querubín. Y lo parecía en serio. Era lampiño como un delfín y tenía unos rizos absurdamente hermosos. Al otro día de salir con él mi madre me dijo como sentenciando: “nos jodimos si ésta ya se enamoró, mírala cómo le brillan los ojos”. Y no era cierto, no me enamoré de Julio, no nos enamoramos nunca en realidad, quizás estuvimos cerca, no teníamos nada, absolutamente nada en común salvo el uno al otro. Julio era un ser humano tan avallasadoramente feliz que uno sencillamente no tenía de otra que sonreír, que asombrarse, que admirarse. Y lo más impresionante es que lo vi años después, pérdidas después, desgracias después, y esa alegría, esa pasión por la vida estaba intacta.
Yo corté con Julio por la sencillísima razón de que empezó a dolerme. Y ese no era el punto. Me suele pasar que me fascinan estos hombres libres y apasionados. Tan libres que uno no cabe en el panorama, tan apasionados que apasionarse con una es casi una traición a la pasión misma.

A este niño lo conocí mientras yo me formaba, quemadísimo de la playa con rizos como los de David Bisbal pero reales, la barriga dibujada, los ojos oscurísimos y sospechosos. Su energía me tragaba. Me conoció antes de yo haber sentido dolor del real y tenía tanta pasión por la vida que no me importaba que no tuviésemos más nada en común. Cuando presentí que esos correntazos que me daba en el cuerpo se me estaban enganchando en sitios más profundos me salí del medio. Lo volví a ver meses después antes de irme a España, me abrazó en un pasillo, me dijo en el oído que me cuidara y que me lo gozara, porque me lo merecía. Lo último que supe de él fue que su mamá murió de cáncer, entonces lo volví a ver y nos volvimos a abrazar. Era una de esas extrañas conexiones que ni el tiempo, ni la distancia, ni las ausencias, ni los silencios, ni los amantes nuevos, logran desparecer del todo. Después de eso me casé. No supe más de él por muchos años.

Un día me llegó un friend request por Facebook decía su primer nombre y su primer apellido, todo el mundo lo conocía por sus iniciales, pero tenía nombre de emperador. Las fotos de perfil no me daban nada, era un chico en una motora saltando en el aire, un cuerpo en un paracaídas, un hombre buceando, alguien esquiando, fotos sin rostros. Yo misma me dije que nadie más tendría fotos así. El año pasado cerca de mi cumpleaños lo contacté para preguntarle en qué lugar del planeta Tierra se encontraba y consultarle sobre tirarme en paracaídas el día de mi cumpleaños número 25, el 25 de noviembre. Me dijo que iba a estar en Holanda pero que un par de fin de semanas antes de irse, él saltaba conmigo. Me preocupó un poco, Julio y yo tirándonos de un avión, sonaba a peligro inminente y no necesariamente por la altura. Tuve que usar el dinero para una situación familiar y no pude saltar. Me escribió mensajes de texto para que nos diéramos una cerveza. Al principio dudé. Después pensé que a veces no se tiene nada que perder.

Cuando volví a verlo fue como si no hubiese pasado el tiempo. Él estaba exacto. Nos encontramos cinco años después de nuestro último abrazo. Nos reímos. Le dije que estaba loco. Él me dijo que la loca era yo, que lo había dejado para casarme a los 21 años. Le di la razón. Me enseñó sus cicatrices nuevas, una de un erizo, aterrizó en él mientras surfeaba otra en la muñeca cuando estaba esquiando, y así sucesivamente. En 6 años se había comido el mundo, Indonesia, Chile, Costa Rica, Argentina, Canadá, España, estaba lleno de golpes corporales, ni una deuda, ni una tarjeta de crédito, ni una novia con evidencia, ni una cuenta de banco, ni una hipoteca, ni un diploma, pura vida. Y yo en esos 6 años tenía tantas pérdidas, tantas deudas, tantos fracasos, tantas cosas sin cumplir, tantas preguntas. Y él lo único que tenía eran sonrisas y respuestas. Me prometió que me iba a gustar estar sola. Que yo era muy fuerte, más fuerte de lo que yo pensaba y que él sabía que la naturaleza tenía cosas grandes pa’ mí. Le pregunté si no le daba miedo, me preguntó miedo de qué, y yo le dije miedo chico, de que te pase algo y me dijo que no, que la vida le había dado tanto, tanto, y le había quitado a su mamá y eso era lo único que él tenía. Ya él no tenía nada que perder así que simplemente vivía. Me dijo que yo lo había hecho llorar. Que había sido la primera “nena” en hacerlo llorar y que yo lo había seducido. Yo siempre pensé que había sido al revés. Me contestó que él era un niño en aquel entonces y yo no le di la oportunidad, “no nos la diste” como era de esperarse no lo dejé hablar mucho más.

Quiero celebrar su vida. Quiero celebrar sus mensajes locos que me enviaba desde diferentes partes del mundo. Diciéndome Edmaris la vida es gozadera, las Heinekens saben mejor en Holanda, debiste haber hecho una mochila y venirte conmigo, te deseo que te aprueben todos los préstamos estudiantiles para que puedas ver al mundo y que el mundo te vea a ti. Quiero quedarme con el sabor en la boca de la intensidad con la que Julio vivía. Y sin embargo lo que siento es un desgarre por dentro que no me explico. Pensé que el cuerpo, que la sangre igual que se acostumbra y se inmuniza a todo, ya había perdido esta capacidad de andarme derramando por ahí. Y mira que yo he perdido cosas; cosas materiales y cosas vivas. Y mira que yo he perdido oportunidades, y mira que yo he perdido milagros, he perdido fe, he perdido amantes, he perdido maridos y he visto gente desaparecer, he visto gente desaparecer de mi vida estando en mi misma cama, he visto gente desaparecer de adentro de mi vientre, he visto amigas desaparecer por años, he visto gente que me ha hecho daño desaparecer de mi vida porque así lo he decidido y he visto gente que quería que se quedaran desaparecer de mi vida y de mi país, una y otra vez, con y sin excusas, con y sin razones, con y sin mentiras, con y sin despedidas. Pero esta desaparición es más de lo que mi cuerpo aguanta.

Y quiero pensar que no sintió miedo, no sintió el miedo que yo sentía cada vez que él me contaba de sus aventuras, quiero pensar que se sintió triunfante, que escogió su forma de salir igual que escogió su vida, quiero pensar que dio gracias en el aire, que sintió esperanza, que pensó en su mamá, que se despidió con el alma de su hermana, de su sobrinito, de su papá y que no sintió dolor, que no sintió en su cuerpo ni una décima de este dolor que yo tengo acuchillándome la espina dorsal y devorándome la mente, una hora sí y una hora no. Porque ni siquiera sé qué pasó y no puedo ni imaginarme a Julio César, (Jotace), ese ser que no nació alado por algún descuido de la naturaleza, metido en una caja. Porque nunca me permití enamorarme porque esos seres así son por definición del mundo y para el mundo. Esos seres si se enamoran se los robas a la vida, les robas la vida y los encierras si los enamoras, les cortas las alas si los metes en un cubículo con un horario.

Tuve la dicha de tenerlo en mi vida hace casi un año. Tuve la magia de pasar horas con él hablándonos, y contándonos, y mirándonos y tocándonos las cicatrices. Las de él todas tangibles, las mías todas fácilmente disimulables. La gente que está dentro de ti, en algún momento, o en muchos momentos se lleva algo de uno cuando salen, cuando salen por un rato y cuando salen para siempre. Y saber que un cuerpo que estuvo sobre mí, a lado mío debajo mío, un cuerpo que sudó con el mío y que me dejó su olor por días, por meses, por años, cayó de 100 pies de altura, es saber que algo dentro de mí colapsó y ahora no sé con qué se remienda. No estoy hablando de amor. No estoy hablando de extrañar, estoy hablando de una vida que tenía trazos de la mía, cuya codificación genética vivió dentro de mí sabrá Dios por cuánto tiempo y ya no está en la faz de la tierra, ya no tiene entrada a mí, ya no hay posibilidad de que pase nunca jamás. Y el dolor es tan distinto y quiero tatuármelo en el pecho maneggiare con cura, maneja con cuidado, handle with care, porque ya no quiero perder más partes de mí, no quiero sentir que ando regada por el mundo, que aquellos que me han habitado están a millas de distancia, a años luz de distancia no sólo de lo que quizás aún sentimos, sino que ni siquiera están vivos. Algo de mí se ha muerto y el resto de mí lo celebra. Me paso entre celebración y lloradera, escucho canciones alegres y me bebo las lágrimas. Lo veo por todos sitios riéndose, diciéndome la vida es gozadera, la naturaleza devuelve, Edmaris eres libre te va a gustar, te estás perdiendo el mundo pero peor aún; ¡el mundo se está perdiendo de Edmaris!

Después de estar con él hace apenas un año, se fue de viaje como siempre, visitando el mundo como siempre, enamorando nenas por todos lados, porque uno no sabía si era más lindo por dentro o por fuera y tenía exactamente eso que tienen los seres que te enrollan y no te dejan escapar; esa libertad que te ciega lo suficiente para saber que no se puede tener un ser tan libre por demasiado tiempo. Será eso lo que no me gusta de las aves y me conformo con plumas. Le escribí un poema y (cosa rara) se lo envíe, nos escribimos varias veces de distintas partes del mundo (él) y yo siempre aquí. Después de ese noviembre no lo volví a ver hasta un par de semanas atrás, estaba en un juego de soccer, solo como siempre. No me veía bonita así que le mandé un mensaje diciéndole: Te vi. ;) me dijo que cómo no lo había saludado. La vida, como bien decía Julio me da mucho más de lo que me creo y me lo puso allí, a un par de bancos de distancia e hizo que me moviera ante la mirada de reprobación de mis amigas y le diera una nalgada, y él que estaba enganchado esperando un gol se bajó, me abrazó bien duro y volvió a subir a gritar y celebrar por el gol. Yo me fui calladita, me diluí como siempre pero esta vez hasta mi asiento y me escribió a recriminarme que no me quedé a celebrar el golazo con él. Le doy gracias a Dios que no lo hice. Le doy gracias a mi cuerpo que no se puso caprichoso, porque si yo llego a traer a ese hombre a mi apartamento, a mi cuerpo y a mi vida tres semanas antes de lo que pasó estaría recluida en una clínica mental. Él me preguntó qué iba a hacer después del juego y yo lo evadí. Últimamente a veces trato de protegerme un poquito más, porque a veces tengo dolores nuevos o dolores viejos que decido meter de nuevo entre cuero y carne y me da miedo que cuando alguien nuevo o no tan nuevo me toque lo único que pueda sentir es dolor.

Me enteré en 140 caracteres que la persona más viva que conocía murió. Que no lo voy a volver a ver. Que no lo voy a volver a tocar. Que ya no me va a enseñar nunca más sus heridas de guerra. Que no voy a recibir mensajes desde lugares innombrables prometiéndome desnudos que en el fondo sabía que no iba a recibir. Él me trajo cosas lindas siempre, y el lunes (un día después de su partida aún desconociéndola) venía de regreso de Cabo Rojo, la música era perfecta y quizás por una combinación idónea entre alcohol e insolación, me salí por el sun roof del carro. Tenía unas pantallas de monedas que de por sí suenan y contra el viento y la velocidad me hicieron decir: “no puedo escuchar ni mis pensamientos” y fue tan liberador, tan intenso, tan limpio; que me hizo cerrar los ojos y por ninguna razón (creía yo) pensé en él. Pensé que esos segundos que yo me permitía era una muestrecita de cómo él llevaba viviendo la vida completa. Y pensé (sin saber que era la última vez que iba a pensarlo en mi vida) que debía tirarme de un paracaídas y con quien más sino con él. Ese martes que me enteré le escribí un mensaje de texto, con el corazón en la boca rogando que todo fuera un error terrible, una consecuencia de tener un nombre común y le escribí: Julio por favor dime que estás bien. Y nunca recibí una respuesta. Una amiga me dijo que una vida así no se puede despedir llorando sino que se baja a shots y escuchando batucada. Yo no perdí un amor, ni siquiera perdí un amante. Perdí un amigo, perdí una química, perdí una inspiración, perdí un espíritu al cual emular, y tengo casi la certeza que algo mío de esas decenas de encuentros en tantos años se llevo algo de mí, algo que falleció con esa maldita ventolera que le colapsó su paracaídas y me rompió por novena vez el corazón. Me arrancaron algo que abracé hace apenas un mes.

Esta misma semana mi computadora que tiene 6 años de edad se desprogramó y Pandora me pidió mi contraseña. Usé todas las palabras y combinaciones que usualmente barajeo y ninguna era la correcta. Luego me acordé que hace apenas un año cuando Julio me visitó, yo no tenía comedor, no tenía sillas, no tenía ni radio y él me dijo que uno no necesitaba mucho más que un lugar donde dormir, pero sí necesitaba música: “¡Edmaris si tú eres música!” Y me instaló Pandora en mi computadora y me abrió dos estaciones: Michael Bublé para mí y Los Fabulosos Cadillacs para él. Entonces recordé; la contraseña era: “ayjulio”.

Ay Julio, Ay Julio, Ay Julio, como desde la primera vez que te vi, desde la primera vez que salimos, desde la primera vez que te besé, desde la primera vez que te doblaste en el Viejo San Juan a amarrarme mis zapatos, como la primera vez que me agarraste la mano en público, como cada vez que me llamabas a decirme obscenidades, como cada vez que me escribías, como cada vez que alguien te nombraba, como la primera y la última vez que te abracé, hasta este martes fatídico cuando leí ese tuit que me susurraba que eras tú, esa mañana donde por primera vez en la vida no me contestaste, como cada vez que de ahora en adelante te sienta en las olas que tanto amaste y en el viento que te robó: calaveras y diablitos, invaden mi corazón.


de plantas - de interiores






Cuando me fui a mudar estaba indecisa. La indecisión es una de las cosas que más detesto en el mundo y que como me suele pasar soy absurdamente buena en caer en ella. Uno de mis primero novios decía que la indecisión era la causa principal de los accidentes automovilísticos. Ahora no sólo le doy la razón, sino que he aprendido que también de accidentes de otros tipos. Soy como los niños preescolares, tres opciones, no más, no menos, así funciona mi cerebro. Una vez fui a cenar con un chico que llevaba años estudiándome y el mesero empezó a recitar la interminable lista de los infinitos especiales del día y el chico le dijo al mesero que por favor se detuviera: “dile los 3 mejores platos, porque no sé si te diste cuenta, pero después del tercer plato las palabras lo que hacen es darle vueltas alrededor de la cabeza como en los muñequitos” ganó más créditos conmigo por eso que por llevarme a un restaurante francés. Pero cuando estaba buscando apartamentos era aún peor porque sobraban opciones pero opciones terribles. Vi tantos apartamentos feos, sin estacionamientos, con techos bajitos, sin luz, sin ventilación, encima de casas, detrás de casas y honestamente estaba perdiendo la esperanza (que de por sí nunca ha sido mi fuerte). Estuve solamente dos semanas y media en casa de mis padres. Entendamos que no vivía con mis padres hacía casi 4 años y estamos hablando de una casa con mi madre, padre, hermano, abuela en custodia compartida, los 9 gatos que tenían mis padres y mis dos perros. Dormía en el que fue cuarto de toda la vida y mis dos perros dormían en el baño. No podía llorar en todo el día porque estaba en la oficina y después no podía llorar porque estaba en la universidad y después no podía llorar porque estaba en casa de mis papás y ellos no saben qué más hacer cuando me ven así. Así que lloraba en la ducha, pero tenía que esperar a que se me bajara la hinchazón porque yo que casi no tengo ojos si lloro o me río mucho los pierdo, así que esperaba a que todo el mundo se durmiera y estaba ya tan cansada que lloraba poco, muy poco.

Entre las razones primordiales que tenía para querer mudarme lo antes posible es que necesitaba desesperadamente echarme a llorar por un par de horas y no podía. Cuando encontré este apartamento, la de la inmobiliaria nos hizo esperar casi una hora, llegó tardísimo y normalmente yo tomaría algo así como una señal de que no me debía mudar. Cuando por fin llegó subimos y la puerta no abría, ni para atrás ni para adelante. Mi papá forcejeó hasta que logró abrirla. Segunda señal fatídica, me dije. Detesté instantáneamente las cortinas que me siguen pareciendo detestables pero ya casi no las veo a decir verdad. Le cojo cariño a las cosas como a la gente y al pasar del tiempo ya ni recuerdo cuáles eran mis peros al respecto. La mesa de la cocina estaba medio jodida. Pero las ventanas abrían hacia arriba y siempre he tenido algo con las cosas que abren casi completas. Como el apartamento era viejo, y nadie lo estaba viviendo hacía algún tiempo, las ventanas se resistían y hasta se quejaban un poco al abrirse. El clóset estaba en el baño lo cual me pareció que no tenía ningún sentido pero sería la primera vez que tendría un armario al que podía entrar y hasta quizás poner una silla dentro. De esas cosas que son esencialmente disparatadas pero uno las ve en las películas y en los anuncios y las quiere, casi las necesita. Como las imágenes de mujeres que pintan su primera casa infaliblemente siempre tienen un mameluco de mahón puesto y las parejas en su luna de miel por alguna extraña razón siempre están vestidas de hilo blanco. En el fondo qué importaba si era práctico o no, cuando si hay algo en el mundo que yo no soy es práctica.

Mi vidente me llamó. Me dijo que ese apartamento, el que no sabía si firmar o no, que lo cogiera. Que allí me esperaban mis ángeles, que me olvidara de que las ventanas se trancaran un poco, me describió la cocina, me dijo que el apartamento no miraba para el frente sino para atrás del edificio, que era más privado que le gustaba. Que me mudara allí, que no era lo mejor del mundo pero era lo mejor por ahora, que yo necesitaba un sitio donde llorar. Que siempre tuviera velas e inciensos, que comprara una planta. Que no importaba lo que pasara, tuviera una planta y si se me moría (porque yo me eché a reír con la idea de tener yo una planta) que volviera a comprar otra.

Y por fin lloré, cuando le dije a la muchacha que sí y lloré cuando firmé el contrato porque he tomado tantas malas decisiones que siempre me aterro y desconfío soberanamente de mis instintos y mis impulsos. Poniendo en movimiento mi sentido práctico en su máxima expresión pedí por Internet una cortina de baño que era una imagen agrandada en blanco y negro de piernas de mujer y de la que me enamoré instantáneamente y el marco de Friends para poner alrededor del ojo de la puerta que mi papá le puso a petición mía ridículamente bajito, que se joda dije, si nadie va a mirar por ahí más que yo, estoy segura que en la casa de los enanitos el ojo no estaba a la altura de Blanca Nieves. Yo tenía media hipoteca a mi nombre, unos borradores de papeles de divorcio que no habíamos acordado firmar. Sólo me llevé mis perros, mi regadera, mi cafetera, mi ropa y un par de cuadros. Él me sacó mis libros, algunas fotos y algunas ollas porque decía que no necesitaba tanto. Cuando firmé sólo tenía una cama. No tenía nada más. Nunca había vivido sola en mi vida y estaba aterrorizada, algunos días todavía lo estoy.

No me mudé hasta que no compré la dichosa mata. Fuimos a uno de esos jardines que casi ni existen y la señora se parecía demasiado a mi abuela. Mi madre le dijo en otras palabras que me consiguiera una planta a prueba de asesinos de cualquier especie. Yo quería colgarla del techo y ponerla en mi cuarto, por aquello de la energía. Mi papá, que trata de complacerme pero intenta ser lo más práctico posible (cosa que no heredé) encontró un ganchito en una pared de la cocina y de ahí la colgó (temporeramente) y ahí lleva 10 meses. Le compré un abono líquido y rompí la botella antes de haberle echado si quiera tres veces. La señora me enseñó la cantidad exacta de agua, un día sí y un día no. Me dijo que era una planta bastante resistente pero que exigía (esa fue la palabra que usó, estoy segura) más agua que el resto de las plantas interiores.

Para sorpresa de todos, en especial la propia; la planta sigue viva. La gente que viene aquí, (que son muy pocos porque creo que quedé traumatizada con mi última casa donde la gente entraba y salía como si fuese una fiesta patronal) me preguntan si es de verdad, si la planta es real. Porque siempre está tan verde. Que cómo es posible que yo me acuerde con mi despiste. Un amigo no me creía que me daba más trabajo que mis perros. Intenté explicarle que mis perros no se mueren de hambre porque casi me verbalizan que tienen hambre y saltan por las mañanas. Pero la planta está ahí como buena macha y algunos días amanece como muerta, todas las hojas mirando para abajo, me recuerda a un pez beta que tenía, que se suicidó. Soy rara con las mascotas. Me gustan los perros y los gatos casi por igual, pero no los peces, los considero ornamentales, como tener un purrón que se caga encima. Porque me parece que el pez como que no te reconoce, como que sigue tu mano porque la alimentas. Creo que es la cuestión de los ojos, me pasa lo mismo con la gente de ojos claros como que me da miedo que no tengan alma porque no se las sé leer.

Tampoco me gustan los pajaritos como mascotas lo cual es una hipocresía porque amo las plumas, pero una vez vi cómo le cortaban las alas a un “love bird” con unas tijeras comunes y corrientes y la imagen nunca me la he podido sacar de la cabeza. Tiene que ver con que intento pensar en qué vida tendrían los perros o los gatos si no fuesen mascotas. Pero en realidad no se me ocurre que le pueda ofrecer una vida a un ave que pueda compensar el haberle cortado el vuelo. La verdad es que si fuera por mí tampoco tendría una planta, pero el vidente me lo dijo, como me dijo que no sentían nada cuando me veían desnuda, como me dijo que se iban de la casa exactamente el día en que se fueron, como me dijo que se me había diluido una niñita dentro a quien le iba a poner un nombre con A, como me dijo que ese hombre hermoso aunque parecía inofensivo me iba a hacer llorar y como todas las cosas que me dice las pega, cosas grandes y cosas chicas, pues por si acaso. La cosa es que le he cogido cariño a la dichosa mata y no le tengo nombre siquiera por evitar encariñarme. Yo le pongo nombre a todo, desde los seres hasta a los enseres. Una vez alguien me dijo que una vez le ponías nombre a algo, no había vuelta atrás, por eso si tu perro tiene perritos, por nada del mundo le pongas nombres a los críos porque después el dejarlos ir se vuelve doloroso. Cuando me gusta mucho algo o alguien, le pongo nombre, o le cambio el que tiene o me le invento un segundo. Mi carro tiene nombre, mi cafetera, mi regadera y hasta mis cuadros.

Mi pobre mata sin nombre siempre está; o muriéndose de sed o a punto de ahogarse. Cuando se me olvida regarla por días intento compensar echándole toda el agua que le debo de un cantazo. Tengo una relación extraña con el agua, no sé si es mi ascendente en Cáncer, la cuestión isleña, o si quizás soy hija de Yemayá. Últimamente por alguna extraña razón me paso dejando todas las plumas de la casa abiertas, dejando el agua correr sin motivo. Y a cada rato tengo sueños con corrientes de agua, con inundaciones, con lluvias torrenciales, con el mar que se recoge y se lo lleva todo. Supuestamente siempre que yo sueñe con agua simboliza algo bueno. Hace no tanto, se me metió un extraño olor a lluvia en la cama. Y como es de esperarse se me pegó en la piel por semanas. Era un olor triste pero llenaba el apartamento. Supersticiosa al fin empecé a sospechar de la planta. La metí en la bañera y le dejé correr el agua sobre ella. Aproveché que esa noche había una lluvia de meteoritos, que nunca logré ver aunque sí vi rayos y centellas (no sé si por casualidad o conspiración climática). Me llené de valor y cambié las sábanas, sábanas nuevas y rojas. Sábanas que no huelen a lluvia, ni siquiera huelen a mí. Y todo volvió a estar menos triste pero más solo, esas relaciones inversamente proporcionales que sólo parecen ser posibles a mi alrededor. Estoy casi convencida que la planta tiene algo contra mí y con razón.

Pero tengo que confesar que en las mañanas que la veo así, mustia, como si se quisiera tirar por la ventana, me da una tristeza horrible. Y hoy llegué a mi casa y la encontré así y me eché a llorar. Esa señora era medio bruja y me regaló algo que yo tuviese que querer y tuviese que cuidar porque se parece a mí. Paso días sin darle agua y la planta como si nada y un día cualquiera no puede más y se echa a morir. Y yo estoy tan cansada. Tan cansada de que no me puedo poner mustia por 24 horas. Que todo el mundo dice que puedo con todo, que cuando la gente habla de mí parece que hablasen de un roble y no de una puta planta de interior que exige más agua que el resto, “mira todo lo que le ha tocado y ella sigue así como si nada” y quisiera de vez en cuando gritar que no soy tan fuerte nada, pero llevo tanto tiempo posponiendo el llanto que ya casi ni me sale. Que en el fondo necesito mucho más de lo que tengo, que hay días en que me siento tan sola, tan seca, tan quieta, tan impotente, como la mata en el tiesto, y que en ocasiones es capaz (soy capaz) de conformarse (de conformarme) con un poco de olor a lluvia y esperar a que a mí me sobre el tiempo de echarle (de echarnos) la cantidad justa de agua. Ni una gota más, ni una gota menos.

12 Meses de Julio



Me alegró el cuerpo verte la cara,
me alegro la cara verte el cuerpo
y me hubiese gustado despedirme
desenroscarte los rizos y decirte
que mantuvieras el pasaporte
siempre cerca de la caja del pecho
y darte una huella de un beso mío
impreso en un papel cualquiera
para que lo tuvieses contigo durante 28 días
y creerme que te beso en cuatro ciudades europeas.
Recordarte que te comas una bocata de calamares
en la plaza mayor madrileña
y que pensaras en mi boca
mientras te dieras el gusto de comértela.
Quería decirte que me gusta
ver el hambre de mundo en tus ojos
que te tengo envidia de la buena
de esas admiraciones rabiosas
y decirte que lamento haberte destruido aun más el cuello
y decirte que lamento haberte desterrado en un momento
y pedirte que te memorices Holanda
y que me la describas completa
que te tomes una cerveza de esas hermosas
de esas pocas cosas que a los dos nos gustan
que veas un cuadro de Van Gough moverse
yo sé que tú encontrarás la forma
que te llenes los ojos de mujeres Canarias
pero que no le digas a ninguna tu nombre
sólo tus iniciales
ya no soy tan exclusivista
eso nos pasa al resto de los mortales
aquellos que envejecemos
no los duendes mágicos
como tú y mi cafetera
viaja ligero como siempre
de la única forma que sabes
intenta regresar con todas tus extremidades
intenta que las cicatrices nuevas
sólo las tenga el pasaporte
intenta al menos el 25 pronunciar bajito mi nombre
que sé que a ti también te alegra verme
que sé que esto no tiene ni tendrá nombre
pero me alegra y bastante
me alegra y es suficiente
tener un amigo que vive
comiéndose la vida y el mundo
un amigo visitante
un viajero musical
sé que saltarás conmigo
que me obligarás a ver los cielos
que me prestarás tus ojos viajeros
para contarme de tus viajes
(algunas partes al menos)
que me recordarás cómo era
amar la isla estando inconforme
quería decirte toda esta sarta de estupideces
como pretexto introductorio
y tal vez sin mirarte a los ojos
darte las gracias amigo
desearte un buen viaje
y agradecerte que cueles
este cuerpo
entre tus tantos otros viajes.




-porque hay cosas que sólo son publicables en algún mes de julio-

súper-hombre




Le tengo menos paciencia que a nadie en el mundo. En la pantalla de mi celular aparece más su nombre que el del resto de mis contactos. De cada cinco mensajes de voz que recibo, tres como mínimo son suyos. Ayer por dar un ejemplo mientras intentaba salir de mi apartamento (tarde como siempre), para llegar a mi primera sesión de un taller de novela, sin la menor idea de cómo llegar al lugar, intentando recolectar a través del caos en el que vivo, mi cartera, mi celular, las llaves del carro, las del apartamento, etc. Empieza a sonar mi celular y yo de mal humor, desesperada, pescándolo en una de mis carteras le digo: Dime Papi!!! con el tono de hastío al que ya se ha acostumbrado para escuchar un: “Mama, es que me adelanté y llegué al sitio, ya te puedo explicar cómo llegar y te estoy tratando de buscar estacionamiento porque está difícil.” Él no lo sabe pero me eché a llorar.

Siempre bromeo diciendo que tengo buen gusto en todo, menos en los hombres. La gente dice que uno busca una pareja que se parezca a su papá. Yo tengo que diferir, quizás yo soy la excepción, lo cual no me sorprendería teniendo en cuenta mi récord en todo lo demás. Jamás he salido, estado, amado, querido, gustado y todas las demás variantes posibles de interacciones con el género opuesto, con nadie que se parezca ni remotamente a mi papá. Algunos me han dicho que mi papá me ha hecho un daño, a mí y a los que han sido alguna modalidad de pareja mía. Que soy una engreída, que me creo que me lo merezco todo, que espero que me traten como una princesa por el resto de la vida. Mi papá me escolta hasta mi carro, y mientras viví con él nunca tuve que echar gasolina. Al sol de hoy nunca he lavado mi carro. Mi papá me carga las bolsas, me deja escoger la película que quiero ver, me recarga el autoexpresso del carro para que no tenga que pagar peaje, me acompaña a citas médicas sin quejarse ni un segundo. Mi papá jamás ha interferido ni en las más dementes de mis ideas. Papi tengo novio (a los 12 años), papi tengo una sortija de pre-compromiso, papi quiero ser belly dancer, papa voy a ser Reina del Carnaval de San Juan, papi quiero empezar a trabajar (a los 17), papito quiero estudiar literatura, pa me voy pa’ España, papi voy a trabajar turnos nocturnos en un hotel, papa voy a salir con alguien 10 años mayor que yo, papi me voy a casar, papi me voy de la casa, papi voy a tener un bebé, papa me quiero divorciar, papa quiero vivir sola.

Nunca ha habido un pero, nunca me ha cuestionado mi inteligencia, nunca me ha impedido tropezarme, nunca me faltó cuando desesperadamente necesitaba que me recogiera. El día de mi boda todo el mundo se bajó de la limosina y él me agarró por el brazo y me dijo mírame: ¿estás segura de esto? Le dije que sí. Me dijo: si esto no es lo que tú quieres, que se jodan: la fiesta, los invitados y todo lo que se pagó, tú dices la palabra y nos vamos pa’l carajo. Ese es mi papá, un tipo que no interfiere, que siempre está ahí para rescatarme, un hombre que lo puedo llamar en cualquier minuto del día y por más ocupado que esté me contesta aunque sea para preguntarme: mi amor estás perdida? Porque él es mi brújula, mi GPS y con yo decirle tres lugares que veo y a veces describirle, porque me creo que todo es literatura, los colores de las casas, cómo se ven los árboles, él sabe dirigirme hasta donde quiero llegar. Él fue a llevarme a Salamanca, jamás ha viajado a Europa, sólo esa vez, a dejarme sana y salva, a asegurarse que su hija no fuera a vivir en barrio de mala muerte y un día me llama y yo estoy atacada llorando y él se angustia y me pregunta, y le digo que estoy perdida y el tipo que sólo estuvo una semana en la ciudad desde Puerto Rico me explicó cómo llegar.
Claro que tiene sus desventajas, a través de la vida he tenido que ocultarle un par de cosas. Mi papá es el hombre más pacífico del mundo hasta que tiene que ver con nosotros. Una vez un novio me jamaqueó un poco y yo lo tuve que botar de la casa instantáneamente y mayor que mi indignación era el terror de que mi papá lo viera y terminara preso. Cuando me casé, el primer fin de semana después de regresar de mi luna de miel, mi entonces nuevo esposo me dijo, qué cosa más rara en el balcón hay una libra de pan sobao’ y un periódico y yo no pago periódico… yo me sonreí y le dije que eso había sido mi papá. Él único día que me gusta leer el periódico impreso es el domingo porque tiene la sección de viajes. Y en mi casa siempre había pan sobao’ los domingos de esa panadería. A mí se me aguaron los ojos y todavía no estoy segura de lo que mi ex sintió.

Modestia aparte mi papá es hermoso. Físicamente lo es y no solamente lo digo yo. No es muy alto porque como decía mi abuela, Dios no le da alas al animal ponzoñoso. Tengo su nariz, sus labios gruesos y un montón de otras cosas terribles según dice mi madre: la sangre Carazo esa: el ansia de viaje, el temple, la procrastinación, el siempre darle el beneficio de la duda a la gente (una y otra vez), la impuntualidad, la satería, el don de gente ese que raya en lo detestable, el coqueteo cuasi innato, el hambre a todas horas, el metabolismo, el sentimentalismo, la tocadera y la risa. Para mí los defectos de mi papá caben en una mano y sobran dedos. Y los que lo conocen pensaran que son aún menos. Mi papá no sabe decir que no, es terco y miente magistralmente bien. Con los años se ha vuelto más irritable, le fastidia cada día más la autoridad y detesta esperar. Papi se siente orgulloso de todas mis andadas. Un día me llamó y me pidió que le deletreara la dirección de mi blog. Me pareció extrañísimo y después me llama y me dice que estaba reunido con el presidente de la República Dominicana y le había dicho que su hija tenía un blog y le estaba escribiendo la dirección para que me leyera. Yo por poco lo mato. Cuando le dije ahogada en llanto que me habían dicho que les molestaba mi presencia en la casa, mi papá ahogado en llanto y con una rabia que jamás le he visto me dijo que cómo era posible si él me cargaría para que yo no tuviese que caminar. Cuando le dije a mi papá que un vidente me había dicho que iba a perder la mitad de mi brazo izquierdo se echó a llorar y me dijo que eso no podía ser. Todavía le duele y le asusta más que a mí.

Confieso que cuando vi un positivo en una prueba de embarazo (y probablemente esta es la primera vez que lo escriba) me dio muchísima tristeza pensar que no le había escogido a mi bebé ni una tercera parte del papá que mi mamá me escogió a mí. No siempre los entiendo, llevan tantos años juntos que sería un acto absurdo y suicida intentar entender una relación que es más larga que mi propia vida. Pero si algo me consta es que a mi madre nunca le han faltado flores, ni compañía, ni un hombre que le agarre el pelo si va a vomitar aunque le den náuseas, que mi papá me cambiaba los pañales y me cuenta mi madre que había que casi suplicarle para que dejara que otra gente nos cargara. Mi papá nunca faltó a ninguna actividad de la escuela y el 95% de mi vida nos acompañaba por las mañanas y con mis peleas y refunfuños me cargaba los libros. Tuve una época de mi vida donde fui fanática de un grupo, nos pasábamos horas en portones para espectáculos y comprar taquillas, mi papá nos llevaba sillas de playa, meriendas, comida y agua a mí y a todas mis amigas para que no nos deshidratáramos en nuestras locuras de fans enamoradas.

Mi papá consigue cualquier cosa sin tener dinero, y sin conocer gente en las agencias y en las oficinas. Llega con su sonrisa perenne, con su pelo verdoso y con una caja de donas o de quesitos, e instantáneamente aparecen documentos, citas médicas esa misma semana. Tiene un efecto mágico, lo saben mis amigas y lo saben los chicos que de conocerlo saben que es el momento perfecto de huir porque el tipo es insuperable. Quizás por eso me he resignado a que sencillamente no existen hombres así y si he tenido la suerte de tenerlo como papá, sería bastante avaricioso de mi parte pensar que voy también a tener una pareja como esa. No exactamente como mi papá, pero con ese coeficiente emocional tan alto, con esa capacidad de amar, con esa entrega voluntaria y casi automática con la que mi papá toma las decisiones día tras día. Nunca hemos sido una familia con dinero y mi papá realmente nunca tuvo un papá-papá como el mío. No sé de dónde se sacó esa ternura, no sé dónde vio un papá así, quizás se lo inventó, porque papi lo que no sabe se lo inventa.

Así que quizás todos han tenido razón, desde el primer noviecito hasta el último que por poco se atreve a quererme. Quizás mi papá me hizo un daño, complaciéndome tanto, haciéndome creer que me merezco una felicidad casi cotidiana, que es necesario escuchar que te digan te amo todos los días, que mis ojos se merecen ver el mundo, que voy a llegar bien lejos, que soy especial desde el día en que llegué al mundo diez días más tarde de lo pronosticado, que hay que escucharme cuando hablo porque yo me canté mi primer cumpleaños y que no se me puede hacer llorar ni se me pueden ocultar las cosas porque como llegué tardía, nací sonriendo y con los ojos abiertos.

-Gracias papi porque si aún creo en el amor es porque no ha habido un día en mi vida en el que no me haya sentido profundamente amada.

de palabras y festivales...

Una vez vi una película que decía que la mayor parte de los días eran “unremarkable”. (lo siento pero ya no soy purista ni con el idioma que tanto antes defendía) Una palabra de esas palabras numerables que creo que carece de traducción suficientemente específica, significa algo así como con nada en especial, mediocre quizás. En un programa de televisión una chica decía que uno nunca sabe cuando va a ser el día más feliz de la vida, uno se levanta un día cualquiera y sencillamente pasa. Por lo regular los días que esperamos que sean los más felices tienen la carta esa casi insuperable de las expectativas y he llegado a concluir que las expectativas todo lo joden. Últimamente lo que más me asusta es llegar a ser inconmovible, inimpresionable, que nada me duela, que nada me haga vibrar, que nada me vuelque el estómago, que nada me pare el corazón, que nada me entrecorte la respiración, que nada me erice la piel, que nada me doble las rodillas, que nada me derrame. Me asusta, la capacidad que uno va cogiendo de todo verlo natural, de que las cosas se caigan y sencillamente uno las deje caer, que el caos lo ocupe todo y uno sencillamente (como hago con mi closet y poco a poco con la mesa del comedor), vaya moviendo las cosas tan sólo cuando sea totalmente inevitable y necesario. Porque honestamente si no hay visitas me vale un coño. Me aterra la forma diametral esa, en la que uno ama a alguien con locura avasalladora y de pronto no sienta absolutamente nada, nada concreto nada presente, nada intenso, sólo una profunda nostalgia que no es otra cosa que la tristeza de lo que ya no se siente. Y a veces me pregunto con miedo a contestarme si seré así con todo. Si tendré la terrible capacidad de volverme indiferente a todo por protegerme.

Quizás por eso de un tiempo para acá escucho a Mercedes Sosa y una canción que antes me daba igual me pone a temblar, sólo le pido a Dios que la angustia no me sea indiferente. Porque la indiferencia es incompatible a mí, a la pasión que me carcome y que en tantos problemas suele meterme. Y me da miedo, miedo de no dejar que nadie (o nada) entre en mí o más bien a mí porque las salidas de mis profundidades suelen ser incómodas. Y no conozco a nadie que me haya dicho cómo uno precisar (en mi mente “how to ascertain”) si se ha perdido esa capacidad de sentir, ni siquiera de amar, sino de sentir. No las mariposas esas que revolotean tanto que uno ni se escucha, no el impulso ese sub-humano de golpearse los huesos con los huesos de alguien más (como dice Bebe) casi por comprobar que el esqueleto en efecto existe. No la promesa de alegría temporera que uno casi se inventa cuando alguien te hace reír. No la racionalización de conversar con una persona cuyo intelecto intimida y reta y le hace cosquillas al cerebro de uno. Hablo más bien de esa cosa intensa, que saca de uno lo que uno ni conoce, eso que te sublima, que te hace tan humano que te fragiliza y que a la vez te aleja tanto de lo humano que te vuelves atemporal, incorpóreo, inexplicable.

La gente habla de la inocencia de los niños, de esa pureza que tienen al hablar, al mirar, al amar. La inocencia de los niños recae en su ignorancia, en su desconocimiento del dolor. Cuando un niño es lastimado esa inocencia se pierde, no se puede sentir como uno siente por primera vez. Yo le tenía terror a correr bicicleta y me dejaron las rueditas hasta que era una manganzona, pero cuando se las quitaron y me reventé y me mondé y sangré (estarán pensando que le perdí el miedo) y es cierto le perdí el miedo y le cogí pánico, terror, porque lo que antes era la sospecha de que me podía lastimar se convirtió en certeza y esa certeza es la antítesis de la inocencia. El primer amor nunca se olvida no por la persona que se amó, si no porque es la primera y por lo mismo la única vez que se ama sin esa certeza de que uno saldrá infaliblemente malherido.

Hace un par de semanas fue el Festival de la Palabra en el Cuartel de Ballajá en el Viejo San Juan. Llegué allí casi por accidente, porque por un momento de esos que pasan cada ocho años cuando hay eclipses solares y lunas llenas y cometas y estrellas fugaces, (todas a la vez) el universo conspiró a mi favor (para variar) y llegué tarde (como siempre) pero suficientemente temprano para escuchar gente que me hizo sentirme viva, que me pusieron a vibrar sin tocarme, que me aceleraron el corazón sin mentirme y que me prometieron cosas que por imposibles no tienen más remedio que ser cumplidas. Y parecerá la cosa más cursi del planeta porque la humanidad es la cosa más cursi y clichosa posible, pero me encontré de frente con mi amor: las palabras.

Allí escuché al único autor que me ha puesto a leer novelas policiacas, un cubano que nos contaba de la cotidianeidad de la violencia, de cómo allí el contrabando y el “narcotráfico” no son más que esconder una bolsa plástica de polvo blanco que no es cocaína sino leche en polvo, porque alguien se la robó y lograste comprarla. Allí escuché a un autor puertorriqueño que nunca he leído, (guapísimo por cierto) que nunca se quitó las gafas y que con total arrogancia narraba que se deleitaba en contar al detalle las escenas de violencia y que a veces las descripciones de cómo una cabeza era despedazada las hacía con toda la minucia y rasgos científicos posibles para que no tuviera el lector de otra, que reírse. Escuché a un escritor confesando con toda franqueza que la frase por la que todo el mundo lo recuerda y que se convirtió casi en un lema latinoamericano no era más que un recurso literario. Narraba como su mentira se convirtió en el testimonio (sin querer serlo) de una sociedad completa. Allí escuché a una escritora mexicana a quien he leído con amor confesar que era adicta al Twitter y pude leer en sus compañeros de panel el recelo detrás de sus sonrisas. Pude escuchar y ver al decano de la facultad de Humanidades a quien tuve el placer de que conversara conmigo antes de entrar a la Universidad para que me hablara del campo de la literatura y yo con 17 años sin saber ni quién era, lo juzgué como el hombre más brillante, con menos dinero y más feliz del mundo. Y ese día, ocho años después oí decirle que al igual que yo, soñaba con ser zurdo su vida entera y me dio vergüenza porque me di cuenta de todo lo que he cedido. Decía que extrañaba la letra escrita, que le encantaba dar exámenes de discusión más que todo porque se gozaba imaginarse a la gente escribiendo. Nos decía y los ojos le titilaban que por la caligrafía se inventaba cómo la persona moldeaba el cuerpo para escribir. Escuché a una escritora, profesora puertorriqueña, hablar de lo pudorosa que es y hacer miles de salvedades de cómo sus relatos no son en efecto autobiográficos lo cual escuché con profunda sospecha. La escuché explicar cómo le aterraba el Facebook y el Twitter y que quizás era paranoia generacional pero sentía que le estábamos haciendo el trabajo a los federales para que nos encarpetaran, pero ahora con evidencia hasta audiovisual. Escuché a una argentina hermosa que hablaba como mi amiga Elenita y que decía que le gustaba contar las cosas en muchas voces y se inventaba muchos narradores porque le daba miedo opinar. Y llegué tarde a escuchar a una autora española que amo entrañablemente y a quien la última vez que vi y escuché hablar fue el día de mi cumpleaños número 20.

Quizás llegué tarde, como siempre, pero lo que oí me hizo llorar… hablaba de cómo el escribir es el intento más humano posible de tocar lo sublime y cómo el intentarlo si quiera es noble y cómo sus libros por más malos que hayan salido en su propia opinión o la de los críticos, siguen siendo la mejor parte de ella, porque lo que uno escribe para bien o para mal es lo mejor de uno mismo. Y que cómo no nos va a doler que hablen mal de una obra cuando es como arrancarse el hígado y ponerlo en una mesa y que los invitados empiecen a decir pero qué horror qué hígado más asqueroso. Y la escuché decir que había leído no sé de quién que la literatura es nuestro intento de tocar la soledad de alguien más con la nuestra. Y que escribir es el acto más esperanzador del mundo porque hay que tener mucha esperanza para creer que alguien va a sentirse identificado en algún punto lejano del planeta con eso que se escribe. Y pude tuitear que acababa de abrazar a mi mamá literaria y que estaba escuchando a una de mis escritoras favoritas mientras estaba sentada frente a mi archienemiga literaria porque la leo todos los domingos con la misma pasión con la que Amaranta le tejía la mortaja a Rebecca, como si fuera propia. Y escuché a un haitiano decir que para él la literatura no era nada divertido sino era el libro de los sufrimientos de los esclavos. Que la única respuesta posible a cómo rehumanizar un esclavo es a través del cuento y de la música.

Y escuché a un organizador español hablar de cómo mi mamá literaria la primera vez que fue a un Congreso a hablar del Caribe, llegó con lo escandalosa y nada discreta que es y cómo se sacó un mangó de la cartera y pidió un cuchillo y el salón entero se llenó de aroma de fruta desconocida y luego le dio un bocado, que conociéndola presumo que habrá sido un bocado de los grandes, de los vulgares, de los sabrosos y a aquellos españoles se les habrá caído la baba, y entonces dijo “Ahora vamos a hablar de Caribe”. Y yo allí sentada sonriendo todo el rato, carcajeando todo el rato, lagrimeando todo el rato, rompí las puntas de mis dos lápices porque el cuerpo adquiere fuerzas inexplicables en momentos de éxtasis y un muchachito flaquito, escuálido y con acento francés tipo Pepe Le Piu, salió de la nada y me dio un bolígrafo porque “me di cuenta benditou de tu frugstracioun” y el escritor peruano que escuché hace dos años atrás y que fue quien me dio alas para comenzar este blog me miró de arriba a debajo de una manera para nada literaria y por lo mismo totalmente literaria. Allí me encontré con un chico que no veía hacía décadas que me dijo que iba a leer en la Plaza del Tótem y al buscar en el programa encontré que era Poesía Homoerótica y por undécima vez en la jornada el pecho se me desbordó de conmoción.

Una vez un chico que trabajaba conmigo y que me estaba merodeando me preguntó mientras almorzábamos que qué yo estudiaba. Le contesté literatura. Me dijo que para qué, si ya todo estaba escrito. Le dije buen provecho, y me mudé con mi bandeja a otra mesa y jamás le volví a hablar. Han pasado los años y soy un chispito menos radical y un poquito menos intransigente. (no necesariamente me enorgullezco de esto) Pero todavía pienso que hay diferencias irreconciliables y todavía entiendo que hay ciertas cosas que son lo suficientemente esenciales y medulares para no poder tener una relación de un tipo o del otro con otra persona. Las palabras son el centro de mi mundo. Siempre lo han sido. Por eso puedo recordar diálogos completos de películas y no puedo decir ni el nombre de la película, ni quiénes son sus actores. Por eso tengo tantas canciones almacenadas en mi cabeza que he llegado a pensar que por eso no puedo retener ni una sola dirección, ni una sola ruta en mi mente, porque tengo la memoria ocupada de canciones.

Una persona que me conoce más de lo que me gustaría aceptar me dijo hace unas semanas que apostaba lo que fuera a que voy a la iglesia que voy porque el cura habla como si estuviera recitando poesía. El próximo domingo el cura colombiano hablando mi español favorito en el mundo dijo: “párate frente al mar, fíjate en cómo no puedes ver dónde termina, mira la fuerza de la marea, la fortaleza de las olas y si eso no es suficiente mira el cielo de noche, mira las estrellas y los planetas, piensa en cómo esos cuerpos gigantes se sostienen del cielo sin caerse, por todos estos años, imagina como la luz se refleja de un cuerpo a otro… el Dios que está contigo es el que maneja los mares, el Dios que está contigo es el que sostiene las estrellas y el firmamento. Y todavía crees que no puede manejar tu vida?”

Y lloré más que nada pensando que quizás esa persona que un día amé tiene razón. Y heréticamente en vez de buscar a Dios en esa iglesia, quizás voy a llenarme de palabras. Es mi debilidad, es de donde lo agarro todo. Por eso puedo manejarlo todo, menos el silencio. Esta debilidad por las palabras como es de esperarse me hace más propensa a las mentiras que el resto de las personas. Como las palabras son todo para mí tengo la estúpida tendencia a creer lo que me dicen, lo que me escriben, lo que escucho, lo que leo. Como suelo ser bastante específica en lo que digo, bastante honesta en lo que escribo, tengo una intolerancia febril a frases como eso no fue lo que quise decir o quizás no me expresé bien. Al español le faltan excusas para uno decir lo que no es. Por eso a veces recurro al inglés, porque es práctico, menos dramático, menos intenso, menos humano, menos caliente, menos doloroso, menos violento, menos real.

Grabo a la gente por frases, recuerdo palabras importantes, archivo memorias por los diálogos y hasta a veces cuando me han pasado cosas terribles, discusiones violentas, despedidas, insultos, en mi mente pienso en lo hermoso de la frase, en lo poético del diálogo, en lo cinematográfico del momento. Algunas me entraron por los oídos, otras me salieron de mi propia boca para mi sorpresa, otras las leí de la pantalla de una computadora, de la pantalla de un celular, de la pantalla de un cine, de un libro. Pero aquellas en vivo, que se le meten a uno por todos sentidos, esa sensación de escuchar las palabras y casi verlas salir de una boca, absorberlas en el marco de un cuerpo, de un ambiente, de un paisaje, con una voz específica, asociarlas a un olor, a una sensación, a un sentimiento, no es comparable con nada más.

Esas palabras que retumban y cuando menos esperas salen de los armarios de la cabeza: tú tienes que ser un alma vieja, te citaría todo el día guapa, cada vez que veo ese video me acuerdo de ti, ya encontré mi combinación perfecta, tú tienes un don para las cartas pero no lo sabes, pero de qué hablas si nadie me ha tratado mejor que tú, estamos empujando un barco que tarde o temprano se va a hundir, tú no sabes amar, quiero que seas la madrina de mi boda, qué te hizo que no puedes respirar lo voy a matar, no tengo más nada que buscar quiero que seas mi esposa, no te quiero embarazar, enséñame tu carnet que no quiero ir preso, dónde está la mujer de la que me enamoré, ya no te conozco, me arrestaron, tu tenías un brillo que ya no sé dónde estás, la perra se tragó seis centavos, estás encinta, será que no sabes contar, tú crees que puedo tocarte con este reguero si no puedo ni pensar, solamente fue un beso por Dios Santo, tienes células precancerosas, desde que naciste yo vivo para cargarte, para que no tuvieses que pasar el trabajo de caminar, soy más feliz durmiendo en una cama de aire que contigo, esta noche brindaré por ti, aprendo tanto contigo, si fuese hombre me casaba contigo, solamente tú habrías logrado esto sola en tan poco tiempo, lo siento perdí el interés, un beso guapa, antes de que me tocaras sabía como me ibas a tocar, tú me gustabas tanto en bachillerato que era ridículo, si te sale un pipí dame una llamada, tú besas igual que yo, no te puedes enamorar de mí, eso es lo que me gusta de ti que no sabes lo que quieres, déjame darte todo mi dinero, misi usté sí que es grande, quien hubiese dicho que una nena tan linda se iba a quedar pa’ vestir santos, yo no sé pa’ qué pagué tanto colegio, mi hija habla como hombre, come como hombre, bebe como hombre y sólo mide cinco pies, para qué recé tanto si al final se iba a morir, eso es lo que me gusta de ti que nunca sé lo que esperar pero sé lo que no.

La gente a la que le apasiona un arte está dispuesta a casi todo, no por valentía, más bien por necesidad. Mi mamá literaria dice que la gente que escribe es mala, desvergonzada, mentirosa, exagerada, y en parte tiene razón. Lo comprobé en el festival, todos esos autores geniales y en su gran mayoría tan políticamente incorrectos, tan raros, tan humanos, tan descarados. Una nunca sabe cuando va a ser el día más feliz de su vida. Y mientras uno esté vivo existe la posibilidad de tener uno que supere al anterior. Esa semana tuve que levantarme varias veces al amanecer para reponer las horas de mis escapatorias y no podía casi dormir porque literalmente se me estaban derramando las palabras. Las palabras son como las hormigas, uno nunca entiende cómo aparecen, como cargan cosas más grandes que ellas mismas, como no dejan de existir, como se multiplican, como nunca se detienen, nunca descansas y aparecen mágicamente en cualquier lugar, a cualquier altura en cualquier temperatura. Soy alérgica a las hormigas y vivo en una isla tropical. Creo que es la forma que ha tenido la vida de recordarme cuán frágil soy. El Festival de las Palabras fue como meterme voluntariamente dentro del hormiguero. Hace tiempo que no me sentía tan feliz. Éramos como siempre solas contra el mundo las palabras y yo.

des-Madre



Mi mamá literaria me enseñó entre tantas otras cosas infinitas que hay que escribir de lo que uno no quiere escribir. Yo intento evitar escribir de fechas, festividades, acontecimientos, porque tengo un problema con la temporalidad. Durante casi toda mi vida no le ponía ni fecha, ni mucho menos hora a mis escritos, en mi mente era una forma de ponerle alitas, de no fijarlos en un tiempo específico. Este día de las madres me cuesta.

Mi primera adivinanza fue porque este sería mi primer día de las madres con un bebé. Y aunque me engañe por un momento, sería terriblemente difícil por más mágicamente hermoso que pudiese ser. Una vez leí “nunca quise ser madre hasta que tuve un aborto”. Nunca me hice un aborto digamos “voluntario”. No hubo ocasión y nunca estuve segura si era capaz de hacerlo por más pro decisión que me cantase, me falta el valor o la cobardía (que en el fondo son la misma cosa). Pero después de la pérdida no creo que pueda. Perder un bebé para mí, se sintió como un fracaso del cuerpo. Y en el fondo la última derrota de mi amor. Las madres te dicen que la vida te cambia desde el preciso momento en que lees un positivo. Yo diría, primero que todo que cuando vayan a comprar una prueba de embarazo compren las que digitalmente dicen “pregnant / not pregnant”, son más caras, es cierto, pero las de la liniecita son confusas y uno termina comprando cinco para estar seguro, así que mejor hacer la inversión de la primera y enterarte de una buena o desgraciada vez. Yo compré tantas que estaba hecha un manojo de nervios cuando compré la que tenía palabras, (que cosa tan estúpida de mi parte de no hacerlo desde el principio cuando siempre me he sentido más cómoda con palabras que con números, que con símbolos, que con líneas, que con personas) salí de la farmacia de un centro comercial y literalmente me llevé una columna del estacionamiento con la parte de al frente de mi carro o más bien a la inversa. Yo sabía que sí, que sí lo estaba. No podía terminarme una botella de cerveza sin sentir que iba a explotar. No podía quedarme quieta sin quedarme dormida. Sentía miedo de que algo me pasara, de caerme, de tener un accidente, de indigestarme, de la nada. Veía bebés y se me erizaba la piel, todavía me pasa, debe ser como la gente que pierde una extremidad y siente que le sigue picando sin tenerla. Yo no quería ser mamá, siempre pensé que me faltaban (y todavía lo pienso) las cosas más fundamentales para serlo. Soy caótica, indisciplinada, impulsiva, no sé administrar mi dinero, ni mi tiempo, ni mi energía, tengo buen gusto para casi todo… zapatos, comida, alcohol, café, ropa, perfumes, literatura, cine, música casi siempre, tengo relativamente buen gusto en todo, menos en lo importante, menos en lo consecuente… cuenten lo que falta.

Mi mamá-mamá es maestra así que tenía quien me enseñara a serlo, pero he sido cabezota desde siempre y no aprendo mirando. Hace unos días escuché a un escritor vasco recitando “naciste cuando tenías 13 años y con una pizza” y la gente se rió muchísimo y yo literalmente me tragué las lágrimas. Porque encontré mi dolor. Mi dolor por este día no está en el vientre. No está en el intento accidental y fallido de vida. No está en ese bebé que vi como una señal del universo de que debía intentarlo una vez más y quedarme donde estaba porque ahora íbamos a tener algo nuestro. No está en la rabia que le tengo al idioma de que se diga “perdí el bebé”, “ella perdió”, como sumándole la culpa a uno, no es “se perdió”, y casi nadie dice “perdimos”, es “perdió”, yo perdí, como pierdo los espejuelos a diario, como pierdo el celular semanalmente, como pierdo el carro en un estacionamiento, como pierdo un cheque certificado de miles de dólares, como pierdo la paciencia en las agencias gubernamentales, como pierdo el pudor después de la quinta cerveza, como la gente pierde el interés en mí, como perdí el amor por no perder la cordura, como perdí la fe.

A mí me enseñó a ser madre un niño. Un niño que no nació del amor como en los cuentos. Un niño que no me habitó el vientre. Un niño sagitario como yo. Como sería el bebé que no se dio. Lo conocí a sus ocho meses. Compré prácticamente todo adorno existente de Nemo para celebrar su primer cumpleaños. Nos llevamos 19 años. Matemáticamente podría ser su mamá, pero no lo soy. No pudo cargar los anillos en mi boda, porque convenientemente se enfermó. Cuando empecé a quedarme con él no tenía la menor idea de qué hacer. No hay niños ni bebés en mi familia. No sabía cambiar un pañal y más de una vez el papá llegaba y lo encontraba con el pañal al revés. Me aterraba quedarme sola con él y en más de una ocasión cuando el niño lloraba y lloraba y no paraba de llorar, yo me sentaba a su lado con mis 21 años y lloraba también. Le pedía llorando que por favor parara de llorar porque me daba miedo que se le explotara la cabeza. Yo no sabía ni lavar una botella. Mi amiga que es la hermana mayor de una tropa me enseñó. Lo que tienes que hacer es dejar que el agua corra, el agua va entrando y saliendo hasta que el jabón completo es desplazado por el agua. Esta técnica la he aplicado a casi todas las áreas de mi vida. Tardó bastante en hablar por lo que sus rabietas eran constantes y continuas. Lo único que lo tranquilizaba lo aprendí casi por accidente. El nene se tiraba al piso a pataletear y a gritar y a llorar. Y un día como última medida desesperada me le tiré al lado y empecé a gritar y pataletear yo también, imitándolo. El niño que no tenía tres años dejó de llorar y se sentó a mirarme. Mami decía que yo estaba loca pero mis tácticas funcionaban.

Cuando empezó a hablar me decía magui. Nadie está muy seguro de por qué. Con él aprendí a hacer cremas como las de mi abuela y a sacarle la cáscara del limón antes de servírsela porque si le caía en la boca no había Dios que le metiera una cucharadita más. Aprendí a hacer la sopa con fideos finitos y sin sazón para que se parecieran a las de cajita que su mamá le hacía. Aprendí a hacer los espaguetis casi del mismo color de los que vienen en lata. Aprendí la cantidad exacta de avena molida que se le puede echar a la leche sin que el niño se dé cuenta y a echarle miel para que durmiera mejor. Aprendí a calentar crema humectante y a echarle esencia de menta para que pudiese respirar mejor porque tenía alergia y nadie lo había llevado a un doctor. Aprendí a hacer que mis manos no temblaran del miedo cuando le cortaba las uñas. Aprendí la paranoia de tapar cuanto filo y cuanto receptáculo pudiese lastimarlo. Aprendí a levantarme de la cama dos segundos antes de que empezara a llorar. Aprendí a meter las cosas calientes en el congelador para refrescárselas antes de dárselas. Aprendí a no llorar un domingo sí y uno no cuando lo tenía que entregar.

Tengo la esperanza de haber podido enseñarle un par de cosas, después de todo a sus cuatro años ya se sabía los nombres de cuanta especie yo usaba para cocinar, podía identificar el orégano, el perejil, el recao, el cilantro, los ajíes, las cebollas… sabía que la cebolla me hacía llorar y nunca entendió por qué la seguía usando y las veces que las cosas estaban tan imposibles que no pude dilatar el llanto a cuando él se fuera, se me acercaba con papel y me decía “es la cebolla magui verdad?” y yo le decía con el doble del llantén que sí mi amor, que sí. Debe ser el único niño de seis años en la faz de la tierra que puede cantar la canción: “Como yo te amo, como yo te amo, convéncete, convéncete, nadie te amará, nadie te amará…” completita y haciendo gesticulaciones y subiendo y bajando de tono. Tuve que reaprender a escribir con los lápices esos vulgares de pre-escolar para ayudarlo a practicar las letras más difíciles, porque como era de esperarse me tocaban las peores una semana sí y una no, la b, la d, la g, la k, la m, la p, la q, la s, la w, la z. Era frustrante y desesperante, pero en la casa yo era la única mayor de edad con falta de coordinación motora, lo cual me facilitaba entenderlo. Él fue mi maestro. Era él quien me decía a mí, ay magui, papá te va a regañar! Él fue quien le dijo al papá todas las veces, magui rompió el carro, magui hizo un desastre en la cocina, magui derramó el último huevo que quedaba, magui dijo una palabra feita, magui está llorando otra vez. Yo lo amo con admiración y respeto y él me ama con ternura y creo que en el fondo con un poco de pena.

Cuando yo me echaba a llorar por ver un animalito atropellado, él me decía: no hay razón para llorar, ese animalito no era tuyo! Y cuando tuve que decirle que a Amelie la había atropellado un carro y se había muerto (con mi típica inhabilidad de mentir o suavizar) me preguntó que dónde ella estaba y cuando le dije en el cielo de los perros sonrió, con conmiseración y me dijo: Ay magui, no hay un cielo de perros, sólo las personas van al cielo. Por mi culpa el niño no hacía las asignaciones si no se le cantaban canciones o se le echaban porras, por mi culpa el niño no se quería bañar si no era con burbujas, por mi culpa el niño comía con las manos (cuando el papá no estaba obviamente), por mi culpa el niño podía decir no me sirvas papas pero sí calabaza y zanahorias, por mi culpa el niño recoge las cosas del suelo con los dedos de los pies, por mi culpa el niño pronunció su primer “puñeta, por mi culpa cuando en un restaurante el mesero trae una bandeja llena de bebidas él dice la verde es de magui, por mi culpa antes de salir de la casa pregunta, tienes las llaves?, cartera?, celular? y cuando escucha una canción que sabe que a mí me gusta me dice: esa canción te mata verdad? Pues cántala, baja los cristales y cántala!

Ahora lo veo una vez al mes. Tengo una octava parte de una custodia indefinida. Durará mientras dure la buena voluntad de la madre. Ya no me pregunta por qué ya no vivo con papá. Pero le sigue diciendo abuelito y abuelita a mis padres, tío a mi hermano, abuelitita a mi abuela. Él me explicó el Alzheimer: Magui lo que pasa es que abuelitita, es la más pequeñita de todos nosotros porque es tan viejita, tan viejita, que es de nuevo bebé. Y yo derretida siempre, sobrecogida siempre, impresionada siempre. Cuando la veía que le dábamos comida decía: cómetelo todito abuelitita para que te pongas grande y fuerte. Y cuando le cambiábamos el pañal a mi abuela la regañaba: chica tienes que avisar cuando tengas que hacer pis! La última vez que lo vi me dijo que su mamá sabía muchas más cosas que yo, yo le dije que sin duda alguna. Le dije que las mamás siempre saben más y que como yo no soy mamá pues hay muchas cosas que no sé aún. (con ganas de decirle en el fondo que su mamá lo que tenía era un celular con Internet y una cosa que se llama Google) Pero gracias a él también he aprendido a editarme… Me echó el brazo y me sobó el pelo y me dijo: no te preocupes, que tú sabes hacer galletitas y eso, también es bueno.


Cuando me da trabajo dormir sola, porque a veces honestamente y para mi pesar me da trabajo dormir sola, lleno la cama de cojines, caliento las sábanas en la secadora y le echo una fragancia de lavanda y camomila a la cama. Cuando no puedo abrir un pote, le doy contra las paredes, lo meto bajo agua y si no lo puedo abrir lo rompo. Cuando no me puedo subir una cremallera en la parte de atrás de un vestido, me tiro a la cama y me retuerzo hasta que lo consigo. Cuando no puedo arreglar algo de la casa llamo a mi papá. Cuando me da asco sacar el filtro del fregadero lo cojo con papel toalla lo tiro en un cubo y le echo Clorox y no lo miro hasta el próximo día. Cuando siento nostalgia en el vientre pienso en lo espantosamente complicado que sería tener un bebé de seis meses sola en este momento de mi vida y me pregunto si me hubiese atrevido a salir de allí si ese bebé no hubiese escapado antes que yo. Cuando los viernes no tengo deseos de comer sola, pido la comida para llevar. Cuando me siento sola, agradezco la abrumante y hermosa libertad que tengo, la recién adquirida paz, la atroz espera de la que escapé, mi espacio caótico pero mío. Pero cuando extraño a Iván, no hay razones, no hay libertad, no hay malos ratos ni recuerdos dolorosos que me alivien.

El domingo día de las madres me despertó un mensaje de texto de mi mamá que decía: “si hay alguien capaz de hacer la diferencia, es una madre. Tú lo has sido para Iván y me consta. Papa Dios en su momento te recompensará. Te amo.” Fue la única felicitación que recibí. Mi mamá lamentable y agraciadamente hasta ahora siempre ha tenido la razón. Espero que esta vez no sea la excepción.

corrida




Algunos viernes me hace falta que me mientan
(en la cara) como en los viejos tiempos.

Y ahora corro por una hora casi por necesidad
Veo los minutos que se acaban y quisiera aumentarlos
A veces corro como si huyera
El resto como si intentara alcanzar a alguien
Corriendo a los que huyen
¿Será que han sido tantos?
Siempre corre más rápido el perseguido
y mi hermanita tiene razón y estoy exhausta
las millas que corro dependen de la música
como todo en la vida, en la mía
las canciones que duelen me llevan a la decena
¿quién lo hubiese dicho?
que corro para acelerarme el corazón
para que me sude la columna
como quien suda una fiebre a la fuerza
pierdo pulgadas de dos en dos
como se pierden los amantes
y mis caderas ganan, los/las ganan
y la costurera no entiende
que mi corazón está cerquita de mi ombligo
por algo me lo pusieron tan arriba (el ombligo)
y al otro tan contraproducentemente abajo
y a veces el mejor momento de la semana
es hacerle el amor a la regadera
tengo el control del agua dice mi vidente
a quien tengo abandonado por miedo
un miedo que tengo clavado en el vientre
miedo de que me vuelva a decir
más verdades infalibles y por lo mismo dolorosas
por eso quiero que me mientan
que me canten nanas por las noches
que me desenreden el pelo
mientras me tararean ay turulete
y quisiera sentir la tinta cuando me despierto
un relieve en mis costados
como otra herida de guerra
me sigo tocando el cuerpo
mañana tras mañana
rogando que no falte nada
con una almohada entre las piernas
aunque pierda la de la cabeza
cuerpo caprichoso a fin de cuentas
ahora tengo las mismas piernas flacas
con un hambre inmensa de correr
con la misma necesidad
con que mis oídos piden mentiras
con la misma necedad con la que perdono
con la misma testarudez con la que olvido
con la misma idiotez con la que sueño
con la misma niñería con la que juego a amar,
¿qué son los cuentos de hadas?
si no unas mentiras hermosas
el primer acercamiento a los polvos mágicos
la carnada perfecta para pescar sapos
un pie forzao’ para soñar
una licencia para mentir
una excusa para esperar
y ya cuando la espera
(poción mágica al fin) se acaba
como el arsénico en botellita de cristal
el único antídoto es correr,
correr sin saber a dónde ni por qué.

alunarada marcada cicatrizada



Deliro por los lunares. Me gustan las marcas. Me seducen casi automáticamente las cicatrices. Tengo la teoría de que todo lo que nos atrae tiene una razón de ser. Casi siempre doy en el clavo de por qué cierta cosa, cierta canción, cierto olor, o hasta cierta persona, engrana perfectamente con nuestros sentidos y de verla, oírla, olerla, tocarla uno sencillamente sabe que encaja con el gusto de uno. Que conste que hablo de cosas, canciones, olores y algunas veces gente. Yo tengo muy pocos lunares, son hasta numerables para sorpresa de muchos. Tengo dos lunares que trazan una línea diagonal del lado derecho de mi cuello hacia la mandíbula, tengo un lunar en el mismo centro de mi cuello como si fuese un blanco de tiro dirigido a mi tráquea, tengo un lunar en mi brazo derecho casi a dos pulgadas del codo, tengo los rastros de lo que alguna vez fue un lunar en el lado izquierdo de mi nariz, una amiga me lo arrancó, (cosa que ella aún niega), luego intenté perforarme la nariz en sustitución pero mi cuerpo decidió que no le daba la gana de tener un cuerpo extraño en un lado de la nariz y empezó a encapsularlo para sacarlo, vaya cuerpo caprichoso que tengo y debo confesar que el cuerpo casi siempre me gana. Ya está. Casi cinco, se cuentan con una mano. Nunca me ha gustado un hombre que no esté lleno de lunares o de pecas, tienen que tener al menos una decena.
Con las cicatrices me pasa lo mismo, tengo una cicatriz en la rodilla izquierda, tiene la forma del mapa de África y nunca he podido recordar si bajó o subió de lugar con mi crecimiento (quizás ninguna de las anteriores porque de los diez en adelante no crecí mucho que digamos), me caí probablemente de las únicas tres veces que jugué al escondite porque nunca fui muy deportista, mi madre me dijo no salgas, que tienes tu primer bailecito y con la suerte que tú tienes regresas toa’ mondá y ahí fui yo a esconderme en una marquesina, a asustarme cuando salió la vecina y a bajar la cuesta como si tuviese coordinación motora, como si la acera no fuese una especie de escalón y a pelarme la rodilla y a llorar más por la cantaleta que me esperaba que por el mismo dolor, y a recibir el “te lo dije”, y a por más que me lo dijeron ponerme un pantalón pegado para mi primera fiesta y dejar literalmente la piel en él; y hasta el sol de hoy. Tengo una cicatriz debajo del seno izquierdo de mi primera varicela; la madre, como le decía mi abuela. Tengo una cicatriz en la barbilla que nadie recuerda cómo me hice, mi abuela decía que uno siempre tiene una cicatriz en la barbilla, parece que Dios sabía que con mi poca actividad física los chances de provocarme una eran pocos así que me la proveyó. Y eso es todo. El primer noviecito que tuve, cuando se cortaba el pelo cortitito parecía que el barbero era un chapucero, porque se le veían todas esas líneas pequeñitas en el cráneo y cada una era la anécdota de un cantazo. Creo que eso fue lo que me conquistó.
Cuando el año pasado se me durmió parte del cuerpo y me hicieron cuchucientos mil exámenes que terminé de hacerme recién, la neuróloga me dijo entre muchas otras cosas que en las placas salían unos puntitos en mi cerebro. Que si no fuese porque yo había llegado allí con una sintomatología (lo siento pero me encanta esa palabra) hubiese presumido que esos puntitos eran marcas naturales, como lunares cerebrales, o quizás hasta alguna cicatriz de alguna caída que no recuerdo o que ni siquiera se le dio la importancia en su momento. Marina, que así se llama mi neuróloga me decía: “¿me entiendes? Como esas marcas que uno tiene en el cuerpo, que no se sabe ni de qué son.” Esas son de las poquísimas ocasiones en que aprecio que me traten como idiota. Quise decirle que no, que carecía de lunares, de cicatrices y de marcas en general. Que cuando me fueron a alambrar los dientes la ortodoncista luego de recitar los múltiples desastres dentales que me encontró, me dijo que tenía la huella del pulgar izquierdo en el paladar. Mi madre me dijo que era de esperarse, en los sonogramas aparecía chupándome el dedo. Así que no, mis marcas (menos la de la barbilla) tienen razón de ser. No se lo dije a la neuróloga, aunque quise preguntarle si todo el mundo tenía lunares y cicatrices por las paredes internas de la cabeza o entremedio de los pensamientos.
Me pareció que tenía total sentido. Tengo lunares por dentro. Tengo cicatrices donde casi nadie las puede ver a menos que sea a través de resonancia magnética nuclear. No sólo me sentí sumamente especial, sino que me sentí medio aliviada. Me he pasado la vida buscándome lunares nuevos en la piel. Celebrando puntos hechos con tinta, desilusionándome cada vez que la seudo marca salía con jabón. En estos días que ya se cumple más de un año de los dichosos exámenes y que se cumple un año de un par de tragedias más, me ha dado con preguntarme que si tuviese más dinero y pudiese hacerme más exámenes de esas placas mágicas casi de nave espacial, qué otras cicatrices saldrían. Qué lunares nuevos (si alguno) me habré logrado apañar. ¿Por dentro se podrá ver que algo se me murió dentro? ¿Quedarán rastros de ese intento de vida fallido? Sin contarle nada a nadie, ¿podría un médico saber que un par de meses después del baquiné en mis entrañas me congelaron el centro de mí? ¿Saldrá en las placas que me quemaron con hielo, literalmente, por dentro y por fuera? ¿Será que la vida me dio el mínimo posible de marcas susceptibles a la visión humana para compensar?






Hace poco más de dos semanas tuve uno de los mejores fines de semana de mi vida. Aproveché el viaje y me marqué. Tengo una pluma dibujada entre mis costillas, en el lado izquierdo de mi cuerpo. Tengo una marca que me compré con fondos federales. Explicar la pluma me parece redundante. No sólo tengo un fetiche con las plumas y casi siempre se me ve con plumas colgando de las orejas (hasta en el día de mi boda) sino que sobrevivo porque escribo, no han habido soluciones químicas, ni naturales, no han habido llantos ni maratones, libros ni consejos, sicoterapeutas, ni curas, ni doctores, ni hipnotizadores, ni borracheras de las lindas, ni polvos mágicos, que hayan logrado en mí lo que logra escribir. Mientras escribo me quejo, acepto, asumo, lloro, cierro, abro, recuerdo, revivo, mato, archivo, descubro, aclaro, defino, digiero, eternizo, desaparezco, me apropio, me despido, me corto, me curo, me sano. Soy ritualista, desde siempre, cuando pasaban cosas importantes necesitaba algún acto simbólico para marcarlo, así cuando mis primeros enamoramientos fracasaban, me cortaba el pelo, cambiaba de perfume, dejaba de ir a lugares, no usaba las cosas que me regalaban. Pero el tiempo pasa y se me fueron haciendo poca cosa los recortes y las botellas nuevas. He cambiado también mis licores con los rompimientos, cambié el whiskey por el vodka, el vodka por el vino, el vino por el champagne, el champagne por la cerveza… creo que en parte tenía ganas de culminar mi primer cuarto de centenario con algo definitivo. Quizás hacerme un recordatorio permanente, tener una marca que nadie me causó sin mi permiso, porque permiso y consentimiento no es lo mismo y me importan tres divinos si el Código Civil está de acuerdo o no. Me quise regalar una cicatriz y hasta firmé papeles para que nadie fuera culpable de la mutilación que escogí. Quizás por una vez en mi vida quería saber de dónde venía el golpe, darme la satisfacción de escoger el día y la hora adolorida y mirar esas dos manos desconocidas (que irónicamente fueron cancerianas) y decirles hiéreme, pero yo te digo dónde y cuándo y tener esa cuasi certeza de la forma en que quedaría mi cicatriz. Porque nunca me imagino las fuentes de mis dolores y cuando recibo el primer impulso nervioso que es el dolor, me duele más el susto, la sorpresa, que el dolor mismo. Y lo peor es que se supone que el dolor es la forma que tiene el cuerpo de alertarte que puedes recibir una lesión pero en mi caso mis reflejos son tan flojos que el dolor hasta este momento sólo me ha dicho: “¿adivina qué?, ¡te lesionaron! (o te lesionaste)”.
Busqué a un par de manos que no amase y que ni siquiera me hubiesen tocado antes, que ni siquiera me hablaran en el idioma que tanto amo y que por lo mismo tanto me lastima. Porque quizás es cierto lo que me dice un amigo y quizás me gusta más el dolor de lo que me atrevo a reconocer. Quise tener ese último dolor de la época. En realidad quisiera siempre saber cuál es el último, ese último abrazo, ese último beso que no se da por compromiso, quisiera saber cuál es el último revolcón que me doy con alguien porque siento que el último siempre debiera ser más intenso que el primero. Uno debería tener el derecho y la potestad de besar, de abrazar, de morder, de desnudar, de dolerse con la intensidad, con la rabia, con la tristeza de que es el último; como una cuestión de clausura, por la misma razón que enterramos los muertos, para delimitar el dolor, para concretizar la pérdida. Quise marcarme y que me doliera y llorar como una niña del dolor y decidir que era el último llanto, el último dolor y quería llorar mucho y de ser posible hasta sangrar mucho y que el artista me creyera loca y hasta suicida y salir de allí herida por última vez y por primera vez victoriosa.




Fui el día antes a mirar portfolios y me gustó uno en particular, parecían todos bocetos pero en vez de papel en piel. En la portada solamente decía Isaac. Isaac que significa “hará reír”, a mí, que hago reír a la gente con una facilidad innata y que hacerme reír requiere de una combinación específica de cosas que casi nunca pasa. Y me fui deseando regresar al otro día y encontrarme con Isaac. Al otro día regresé y me atendió primero un muchacho que parecía preadolescente y de quién desconfié instantáneamente porque no tenía tatuajes visibles. Se me acercó otro que sí tenía marcas obvias y le expliqué lo que quería, dónde lo quería, de qué tamaño y de qué color, fue como ordenar dolor en un catálogo. Antes de entrar por la puerta le dije a Dios que por favor me enviara una señal si esto iba a ser catastrófico, y espero que nadie se ofenda porque yo rece antes de tatuarme. A mi abuela no se lo digan. Ella tiene Alzheimer y yo escojo con pinzas lo que le cuento. Es un ejercicio como hablarle a las personas en coma. A veces se ríe y hasta a veces parece que me entiende. Así que yo sólo le cuento lo que le alegraría. Abuela me voy a casar, abuela me gradué, abuela me casé, abuela me aceptaron en Derecho, abuela voy a ser abogada, abuela estoy embarazada, abuela vas a tener un bisnieto y si es nena se va a llamar Ana en tu honor, abuela me dieron la permanencia, abuela me gusta un nene rubio y de ojos claros (nació en los 30, ¿qué esperaban?), abuela la gente dice que cocino divino, abuela las cremas me quedan como las tuyas, etc… mi abuela no entiende de anacronismos ni de cronologías. Pero a mi abuela nunca le diría: abuela mi primer voto no fue popular, abuela me colgué en una clase, abuela me paso llorando las madrugadas, abuela perdí el bebé, abuela me mataron a Amelie, abuela me voy a divorciar, abuela me divorcié, abuela me tatué, y sí para ella estarían todas en la misma categoría. Quizás si le dijera a abuela que cuando me acerqué al mostrador el hombre aquel me inspiraba paz y me dijo que se especializaba en colores, y que me iba a salir caro y me puso su portfolio al frente y cuando miré la portada tenía un nombre bíblico: Isaac.

Me alzó la camisa con una delicadeza totalmente innecesaria. Los hombres al principio siempre piensan que me voy a romper. Me pintó con tinta para confirmar el tamaño y la localización y le dije mirando el borrador azulado en mi costado, quizás un poquito más para atrás, para después decirle que él lo había puesto en el lugar perfecto de primera intención. La perfección me cuesta hasta cuando la veo con mis propios ojos. Desconfío de que las cosas salgan bien a la primera. Me acosté en una camilla de aspecto bastante quirúrgico. El me pilló la camisa con el sostén bastante avergonzado para mi sorpresa. Me alegré de tener ropa interior en combinación, mi abuela decía que siempre había que tener ropa interior decente por si había que llevar a uno al hospital de emergencia, yo lo he llevado a otro nivel y siempre me la combino, por si ocurren otros tipos de emergencias. Mi amiga solidaria se sentó a mi lado y me agarró la mano por si las moscas. El chico me preguntó si estaba lista y yo le pregunté si realmente en algún momento la gente está realmente lista y riéndose me dijo que nunca. Me pidió por favor con su cara dulce, con su voz dulce y con sus ojos dulces, que me quedara lo más quieta posible y que hiciera lo que me diera la gana pero que no me echara para atrás, que si el dolor era demasiado no le retirara el cuerpo, que le avisara y él se detenía y nos tomábamos todos los descansos que yo quisiera. Poético, pero no sentí miedo hasta ese momento. Aunque sí había tenido pensamientos atemorizantes como por ejemplo que que tal si con la ley de Murphy y mi suerte habitual al tipo le da con estornudar o algo por el estilo mientras me marcaba. Mi amiga me dijo que eso era totalmente absurdo, pero me suelen pasar cosas ridículamente absurdas. Isaac me dijo que el contorno era lo más doloroso y que esa era la primera parte, en este punto ya yo le creía cualquier cosa que me dijera. Acto seguido el sonido terrible acompañado de la sensación de que me iban a taladrar las costillas, así que cerré los ojos antes de sentirlo porque de todas formas era imposible verlo en mi posición. No se me ocurrió ese detalle, me hubiese gustado mirar, como miro detenidamente la aguja cuando dono sangre (cosa que no podré hacer hasta marzo 14 del año que viene) me aterran las agujas y por lo mismo siento la necesidad de observar cuando me introducen una aguja en las venas. Cuando era chiquita le pedía un espejo al dentista para mirar lo que me hacían y eso me tranquilizaba. Mi amiga me preguntó cómo se sentía y que si dolía mucho. Yo le contesté que no me dolía, que más bien se sentía como si me estuviesen cortando con una navaja. Ella me dijo que eso sonaba horrible.
Isaac me preguntaba si estaba bien, si estaba segura y si era como me lo imaginaba. Le dije que no, que me lo imaginaba mucho peor. No solté ni una sola lágrima. Es más, me la pasé hablando como siempre, hablando de cualquier cosa, contándole a mi amiga de ataques de pánico propios y ajenos, de desastres laborales y chistes familiares. Creo que sólo le apreté la mano en algún momento del primer minuto. Ni siquiera recuerdo la música de fondo. Por lo regular en mi mente le pongo música de fondo a las cosas, como si viviera en una película. Recuerdo las canciones que sonaban en momentos importantes que no voy a mencionar. Él me dijo que en realidad ya lo peor había pasado. Que si había estado bien hasta ahora, no iba a tener problemas con el resto. Me explicó que iba a hacerle más detalles a la pluma un poco más profundos “so with time it doesn’t fade into… well I guess into you” creo que me enamoré un poco. Cuando me sombreaba la pluma se sentía cómo me agujeraba la piel y a la vez como si fueran muchos choquecitos eléctricos. Con el tiempo se sentía caliente, como cuando uno se tira por una chorrera y la piel te roza el borde y te quema. Mi amiga me dice que si no fuera porque ella me estaba mirando la cara, dejándose llevar por mi descripción jamás en la vida se tatuaría. Que no es congruente lo que le cuento con mi cara que no tenía ni una chispa de agonía. Un hombre altísimo se paró en el mostrador a mirarme, hacía muecas de dolor mientras miraba como me marcaban. Isaac le preguntó si estaba bien y él le dijo que estaba impresionado de cuán bien yo me lo estaba tomando, Isaac le dijo: “I know, I’m impressed, she’s a trooper”. Le preguntó al señor si él tenía tatuajes a lo cual aquel hombrezote le contestó que en toda su espalda. Pero que empezó a hacerse uno en el costillar y que todavía le faltaba como hora y media de trabajo y nunca regresó porque recuerda demasiado bien el dolor. Isaac le dijo que era uno de los peores sitios para tatuarse y que para colmo era mi primero. Aparentemente él es de los que creen que la primera vez es la más dolorosa. Ya yo no pienso así. Creo que con el tiempo los dolores son más agudos, es como refinar el paladar, como educar los sentidos. Con el tiempo uno desarrolla una memoria del dolor y en ocasiones los dolores nuevecitos, cortitos y recientes se vuelven bien grandes porque se unen con los viejos. Los dolores a diferencia de nosotros son solidarios. Y muchas veces los dolores pequeñitos son más intensos, como arrancarse una curita o cortarse un dedo con papel.
No podía creer cuando me limpió y me dijo que ya había terminado. Me miré y le dije que era perfecto. Él nunca sabrá lo difícil que es lograr eso en mí. Lo abracé un poco, pero se me escurrió, el hombre que me dijo que no echara el cuerpo para atrás ante el dolor, echó el cuerpo para atrás frente al abrazo. Creo que lo confundí. Le di las gracias, y creo que se confundió aún más. Los hombres no entienden cuando una le agradece al terminar.
Mi madre me dijo que estaba hermoso, lo cual es difícil, adivinen a quién salí difícil de complacer. Mi papá estuvo mudo unos días. Mi madre me dijo que ella sabe que cuando algo se me mete entre ceja y ceja no hay Dios que me convenza de lo contrario. Mi papá ya sencillamente me dio por loca. Mi madre me culpa de que mi hermanito quiera hacerse uno y dice que es una excusa para quitarme la ropa y enseñarlo. Como si me hicieran falta razones.
Todavía me asusta pensar en la falta de dolor. Primero pensé que quizás tenía obstruido algún fragmento del camino donde los impulsos nerviosos llegan al cerebro y le dicen te duele. Como también creo que tengo obstruido el camino donde el estómago le dice al cerebro estoy lleno. Quizás estoy acostumbrada al dolor y lo asumí como parte de mí, como también he asumido la incomodidad como algo inseparable de mi femineidad. Y hasta me dio miedo recordar que hace poco más de un mes llorando le pedí a Dios que por favor no quería más dolor. Que ya estaba bueno. Que no podía soportar ni un poquito más y quizás hasta le dije que no importaba al precio que fuese. Se me olvidó que con Dios hay que ser bien específico cuando uno le pide, como en los chistes de la gente que se encuentra genios embotellados y todo sale mal, hay que pedir con suma precaución y una especificidad extrema. Porque Dios puede ser bien literal si se lo propone. Y quizás yo pedí literalmente. Porque cuando a uno le duele se le olvida que casi nada doloroso tiene un origen que no sea placentero. Emocionalmente lo doloroso a diferencia de lo físico, casi siempre surge de la pérdida, y sólo puede dolerte perder algo que te alegraba, te gustaba, y hasta quizás te hacía feliz. Y no se asusten que no me voy a poner auto-ayudante (palabra inventada por mí), pero si me lo pregunto y me lo contesto con excesiva honestidad (cosa que se me hace bastante fácil) cada noche que me la he pasado llorando la puedo parear con una mañana que desperté sonriendo. Y sé que ha habido momentos donde le dije a Dios, a la vida, a los genios embotellados, gracias, porque hay instantes los suficientemente mágicos, para que si se me diera la oportunidad cometería los mismos errores con la misma estupidez, y quizás alguno que otro que me salté. Porque sí hay momentos perfectos, besos perfectos, noches perfectas, encuentros perfectos, risas perfectas. Y la perfección no tiene que ver con lo correcto, no tiene que ver con las consecuencias, no tiene que ver con su funcionalidad o su propósito. Tiene que ver con esa sensación específica que te hace cerrar los ojos en un momento y recordar como sólo lo hacen las fotos porque detienen y contienen lo ideal de un instante, lo delicioso de existir.
Mi primer amor fue quien único conoció a mi abuela antes del olvido. Me dijo que quizás olvidar era lo mejor que a ella le podía suceder. Porque había vivido demasiadas cosas dolorosas y quizás su mente estaba en momentos felices para siempre. Como si hubiese sido la mejor opción. A veces me leo y leo tanto dolor que ni siquiera recuerdo haberlo sentido con la intensidad escrita. Pero porque está escrito lo releo y lo sé real. Miro mi cuerpo desnudo y veo una pluma en mis costillas. Observo mi marca y recuerdo que no me dolió. Pero veo ese mismo cuerpo desnudo que antes no tenía marcas y que ha sentido y ha perdido, se ha erizado y se ha reído, este cuerpo que ha sonreído y ha llorado proporcional y desproporcionalmente, este cuerpo que carcajea y en ocasiones grita por exactamente las mismas razones y me trago la petición absurda y en el fondo sé que Dios, el universo y los genios libres y embotellados saben que quiero sentir, sentirlo todo, para escribirlo todo, que no quiero olvidar, que me aterra heredar el olvido de mi abuela, y quizás por eso escribo, quizás por eso le pedí a un hombre dulce que probablemente jamás volveré a ver que me tajeara la piel, que me dejara tinta debajo de la epidermis, que me hiriera artísticamente, y en broma le dije que me marcaría cada 25 años, conmemorándome. No quiero olvidar. Quiero dolerme. Saber que todavía me duele es saber que todavía vivo, que a esta piel todavía puede mancharse, marcarse, y hasta quizás regalarme lunares y pecas algún día. Creo que le estaré eternamente agradecida a Isaac por regalarme una nueva obsesión, un nuevo fetiche, un nuevo delirio. Me fotografié con él para regalarme otra razón para no olvidarlo (nunca se pueden tomar suficientes precauciones contra el olvido) y le di las gracias porque siempre siempre se agradecen las sensaciones, las cosas que no se logran todos los días. Algún día le diré a mis nietas: los lunares, las cicatrices, el buen vino, los orgasmos, las carcajadas, los tatuajes y hasta los dolores, todos se agradecen por igual, y sí, todos en la misma categoría.







microcuento



I

De qué me sirven las palabras
Si no es para decirte
Que me gusta tu altura en el marco de mi puerta
Que la blancura de mis sábanas combina con la tuya
Que el año me ha sorprendido magnánimamente

II

Qué cosa tan extraña esta
De querer comerte la boca siempre
De buscar un olor casi casi imperceptible
Que me dejas en los hombros y en las manos
Que me dejas con las manos y con los hombros

Qué cosa tan insalubre esta
De tener un globo rojo en mi comedor
De mirar el móvil disimuladamente
Como si engañarme lo hiciera mejor

Y mientras termino este último cuasi verso
El celular me grita y quizás
Ni seas tú ni seré yo

III

Hoy ofendo a mis amantes viejos
Haciendo la cama por si vienes
Y en las mañanas la observo destruida
Y me siento victoriosa

IV

Ando contigo debajo de las uñas
Y me paso jugando a que me adivines la desnudez
O mejor aún que me la rememores

V

Te veo en mi cama y me duele en los huesos
Tengo un taco perpetuo en la garganta
Y un jaleo que tiene el mismo horario que yo

VI

Hacen falta cuerpos grandes en esta casa
Falta tu palidez sin contraste con mi cama
No me salen las sonrisas esas vulgares
No hay ruidos en este espacio sin percusión

VII

Luego recuerdo que no exististe
De mí se burla hasta mi imaginación

Con toda la inocencia que parece quedarme
El despiste se me ha regado hasta detrás del ombligo
La miopía baja hasta la raíz de mis piernas
Ya no quedan olores, sabores ni dolores
Sólo unos ecos tan lentos como yo
Que no pudieron seguirle la pista
A ese cuerpo tan grande como perdido
Que se cree que merodea
Y sin embargo sólo queda
Otro amigo inventado,
Pintado en la memoria de mi habitación.

sin tiempo



Llevo demasiado tiempo sintiendo que no tengo suficiente tiempo. La falta de tiempo convenientemente no me ha permitido hacer disertaciones sobre mi no tan nuevo estatus pero sí estrenadamente oficial. Es mi excusa perfecta para todo y lo peor de todo es que es real. Trabajo un mínimo de ocho horas y media diarias y estoy en la universidad si no las tardes completas el suficiente tiempo como para partirme las tardes por la mitad. Y lo triste es la cantidad absurda de tiempo que me paso haciendo cosas que no sólo son tediosas sino que no hay nadie más que las pueda hacer por mí. Es la magia de la adultez. Todas las mañanas limpio los destrozos de mis monstruitos. Me pongo cualquier cosa que más o menos me tape, los persigo para ponerle sus arneses, los meto en un bulto y bajo nueve pisos por las escaleras, los camino quince minutos y luego vuelvo a subir los mismos nueve pisos porque es la única actividad cardiovascular diaria que hago. Además me ahorro la posibilidad de que algún vecino imprudente me suelte el discurso de que en este edificio no se permiten los perros.
Me visto como las locas y pongo la ropa en la secadora con una toalla húmeda como me enseñó un amigo, porque no tengo tiempo para planchar. Demás está decir que el caos de mi armario crece exponencialmente día tras día. Me maquillo en el carro en lo cual a estas alturas soy una experta. Y ni hablar de la hecatombe de mi carro, se podría encontrar cualquier cosa bajo mis alfombras. Me tomo un café doble para tener suficiente energía y a media mañana un té para calmar la ansiedad que me causa el café doble y mis siete jefes.
Acomodo mis citas médicas entre mis almuerzos y los múltiples viajes tortuosos a agencias gubernamentales, porque la vida decidió que necesito hacer las paces con la burocracia y de una vez vencer mi fobia a la espera. Así que hasta para radicar los papeles de mi divorcio tuve que aprovechar un viaje de un cliente. Ahora que lo pienso he perdido peso porque no me da tiempo a comer postres o papas fritas, el otro día estuve todo el almuerzo comprando detergentes. Sí, cosas divinas de uno vivir solo, que si uno no compra jabones, nadie los compra. Increíble la cantidad de jabones que uno tiene que comprar, para el pelo, para la cara, para el piso, para los platos, para el inodoro, para los cristales, para los perros. Y de pronto me gasto casi cien dólares en cosas que detesto, esponjas y mapos, y bolsas y papel de aluminio. Y llego a mi casa a las diez de la noche y tengo que dar siete viajes para subir la compra porque no he tenido tiempo de comprarme un dichoso carrito que me facilite la solitaria existencia. Y echo a lavar una tanda mientras me baño y entonces el agua sale fría porque no me dio el tiempo de esperar quince minutos para que el calentador hiciera lo suyo. Y por eso cuando la jueza (cosa que merece un capítulo completo a lo menos) se negaba a concedernos la petición de divorcio por segunda vez en un periodo de dos horas yo lloraba fuera de la sala e intentaba explicarle a la alguacil que no era que me iba a casar pronto y me urgía, si no que no tengo tiempo para sacar otro día para este trámite en particular. Como tampoco tuve tiempo para quedarme a llorar en la casa el día antes como se supone. Así que acomodé los minutos necesarios para que la romántica que aún vive en alguna parte de este cuerpo llorara el fracaso más grande de su historia, en la ducha, como Dios manda. El otro día escuché que el pánico y el romance tienen los mismos efectos en el corazón humano de todas maneras. No tengo ataques de pánico desde que me falta el romance, no creo que sea casualidad. Con la misma prisa consuetudinaria me compré un vestido para la ocasión en vez de almorzar, durante el viaje que a última hora me pidieron al Departamento del Estado. Obviamente un traje rebajado, de diseñador, pero rebajado, me miré dos veces al espejo y decidí en la mañana meterlo con todo y etiquetas a la secadora con el viejo truco de la toalla húmeda, porque no había tiempo ni presupuesto para la tintorería.
Y todas las mañanas de un tiempo para acá me levanto con una canción, o con una frase o con un poema en la cabeza y por consiguiente en la boca. Y esta mañana fue: me falta tiempo para celebrar tus cabellos. Es lo que amo de Neruda, esa forma práctica y tan cotidiana del amor que se inventó.
Y por alguna extraña razón que quizás le podría achacar a las hormonas o a los medicamentos o a la falta de sueño, me pregunto si alguien tendrá el tiempo, si alguien se tomará el tiempo de ver lo que hay detrás todo esto. Si alguien podrá ver detrás de ese estatus de soltera con asterisco, si alguien podrá mirar y decir que tal vez, solamente tal vez sigo siendo la posibilidad de un gran descubrimiento.
Yo compro en tiendas de rebaja. Y muchas veces encuentro estas piezas fantásticas de marcas que jamás pudiese haber comprado en sus precios originales en las tiendas por departamento donde las mandaron de primera intención y luego las encuentro en una góndola y la gente dice que en esas tiendas venden así de barato la ropa, los zapatos y las carteras porque están defectuosos, tienen costuras mal hechas, le faltan botones, tienen defectos de construcción y yo les aseguro que no es cierto.

Miles de veces la gente me para en la calle y me pregunta de dónde salió ese traje tan espectacular o me comentan que lo que tenía puesto tal día me debió haber costado una fortuna y cuando digo de dónde salió la gente no me lo cree. Me dicen que es imposible, que nunca encuentran nada y yo les digo que hay que aprender a buscar que yo puedo enseñarles porque a mí me enseñaron, perdí muchas cosas pero al menos eso lo aprendí bien, que en el gancho las cosas no se expresan. Que porque algo tenga una etiqueta roja encima no significa que sea de mal gusto o que esté mal fabricado. A veces mucha gente agarró esa misma pieza antes que yo y no le dio la oportunidad, porque dijo si está a ese precio y nadie lo ha comprado tienen que haber algo mal y eso no es cierto. A veces la gente no se detiene a ver, que quizás estaba hecho para una silueta como la mía y eso no es común, que tal vez todos pensaron lo mismo; que tenía que tener algo mal, que quizás pensaron que no tenían la ocasión para ponerse o sencillamente que no supieron apreciarlo, y hay algunos días que me siento como un puto traje de diseñador que tiene una etiqueta roja sobre otra amarilla y que se pasa de largo porque tal vez tiene algún ojal sin abrir, o porque nadie se atreve a ponérselo. No tengo las costuras fuera de sitio, quizás no soy de esta temporada, pero las temporadas vuelven cuatro veces cada año en casi todo el planeta menos aquí. Me veo mejor puesta que en el gancho.

Y llevo dos semanas sin escribir nada porque no tengo tiempo, porque no me gusta herir a la gente, porque detesto el ay bendito con toda mi puertorriqueñidad y el fin de semana pasado fue duro, bien duro. Y honestamente no extrañé una tarjeta roja con una mentira piadosa dentro. No sólo porque me faltó el tiempo, si no porque tengo las mejores amigas del mundo que me pasean, que me dedican canciones, que me cantan canciones, que me compran regalos, que me escriben mensajes, que me monitorean cuando piensan que estoy a punto de colapsar, tengo amigos con intenciones dudosas que de todas formas llaman y me invitan a pasear sin el miedo a que me pulverice en medio de la cena o de la tercera cerveza y me vuelven a llamar aunque yo siempre tenga y cito “un no en la boca”, tengo dos perros hermosos que mueven las cabecitas como antenas parabólicas de un sitio al otro intentando captar la señal de qué carajo pasa dentro de esta cabeza mía, y realmente me hubiese bastado que alguien me recordara todas las noches de ese fin de semana (que por muchos años fue mi favorito) que todo este mar de flores y chocolates y canciones son un complot exquisito para estrujarse, una excusa comercial para preservar la especie. Eso.

Y como no tengo tiempo y como no gasté dinero en nadie y a mí me fascina regalar me pagué un masaje. Un masaje de una hora y media. Porque la falta de tiempo me destruye la espalda y me anuda la silueta. Y qué importa cuánto me cobren si por casi dos horas y media no tengo que pensar en nada, el tiempo se detiene y llego allí y parezco tan rica como todas las doñas tristes y millonarias que van allí dos veces en semana. Todas estamos con una bata de toalla respirando vapor cítrico, asándonos en un sauna de madera, desnudándonos frente a un completo extraño que sabrá Dios en qué piensa mientras nos toquetea sin nada de afecto y con todo el profesionalismo que tres dígitos pueden pagar. Quizás hoy le dé más propina de la cuenta y quizás se la dé antes de empezar, quizás se anima y me dice por 85 minutos que tengo la espalda más bonita del mundo. Qué más da.

baquiné

Firmo papeles como jugando a ser famosa
Como el autógrafo inconsecuente
Con la alegría de firmar sin endeudarme más
Firmo papeles con un perfume distinto
Sin música de fondo
Sin mirar a los ojos
Sin prendas en las manos
Sin detenerme en las letras pequeñas
Firmo papeles para ratificar lo roto
Para definir la soledad
Para encontrar un encasillado en el que quepa
En el que quepamos
Todas estas mujeres que no supiste amar

Firmo papeles como quien entiende
Que esto es un mero trámite contractual
Para tener una hora de muerte específica
Para hacer un inventario de lo que no es mutuo
Para acabar el duelo de aquello que sí lo fue

Firmé papeles y la tinta salió fácil
Firmé papeles un día de candelaria
Firmé papeles y fuimos firmes
Quizás porque le refresqué la memoria al dolor
Quizás porque entendiste que aquella mujer ya no está
Quizás te la inventaste, quizás murió de espera terminal

Firmo papeles y cambio las fechas
Fijo las líneas, cierro las puertas
Desaparezco un poco
Nos abrazamos porque nos quisimos
Sonreímos porque no fue suficiente
Me devolviste mis cosas
Porque somos ritualistas
Me escribiste una carta
Por aquello de tener tú la última palabra
Yo me encargué de lo demás
Por no perder la costumbre
Y en el centro de mi agenda
escribí en tinta roja: Baquiné
sé que tú también lo celebras
y muchas de mis mujeres también.

Bloqueo de Autor

Llevo días escribiendo cosas sin terminarlas. Llego justo al meollo del asunto, las guardo y no las vuelvo a tocar. Hay gente que le llama bloqueo del escritor. Yo no creo. Estoy escribiendo pero no terminando y por consiguiente no publicando. Intento ejercicios de escritura que nos enseñaron en la escuela, hago listas de palabras con una sola letra: amante, aliado, analogía, antorcha, arenque, amonestación, aligerar, adiestrar, anotar, antiguo, alegre, anoche, absurdo, ayer, alas, alambre, amarillo, alemán, aturdida, amanecida, anestesiada, alocada, arrepentida, ansiosa, arcilla, ardilla, amarre, astucia, alarma, azul, ancestral, ardiendo, ardor, amor, alcohol… y no lo consigo. Hago listas de palabras que me gustan: humedad, melancolía, barrunto, amante, analogía, bruma, altura, espalda, columna, pelvis, lunares, ombligo, julio, cerveza, despegue, mareo, orilla, vértice, amanece, persona… Pienso que sin darme cuenta estoy feliz. Y por eso no puedo escribir. Porque no sé cómo eso se escribe. No sé cómo se describe la felicidad que me produce pelar una papaya en las mañanas y hacerme una batida con vainilla, leche de almendras y azúcar morena. No sé articular que abrir la nevera y ver botellas verdes de más de un tamaño inevitablemente me hace sonreír. Quizás porque me parece inocuo el quitarme los tacones y tirarlos donde me parezca y que eso me produzca un profundo placer. Que el hecho de que mis ventanas se abran hacia arriba me hace sentirme con suerte. Que me alegra mi existencia la existencia de personas con nombres aún más impronunciables e imposibles de escribir que el mío. Que mi vida se facilita porque mi celular tiene un teclado, no tiene acentos pero tiene la letra v. Que ando con el pelo más enmarañado que nunca, que he vuelto a usar pantallas largas, pulseras que suenan, faldas más cortas de lo prudente, telas más transparentes de lo que sería decente y de pronto me reconozco.
Que mi cuerpo se ha acomodado plácidamente a la grandeza y ocupo mi cama entera sin dificultad. Que de vez en cuando me acuesto con trastera y en el fondo me da igual. Que me baño y no me seco y salgo con el pelo chorreando por todo el piso del apartamento y de vez en cuando me tropiezo con mis propios rastros y me río y me vuelvo a levantar. Tengo un espacio que huele a lo que yo quiero que huela: a gardenias unos días, a vainilla otros, a lavanda a veces y a avellana y a incienso otras tantas. Que me camino desnuda por la cocina y no le he puesto cortinas a las ventanas. Que en mi casa se escucha Sinatra, Sabina, Estopa, Buble, Bebe, Serrat y nada más. Que no tengo cable y no lo extraño. Que hay gente bonita que aprende de mí, que aprende conmigo y me lo dice. Que ya no me siento culpable de no sentirme culpable. Que estoy sola con el mundo y contra él y no me siento sola. Que realmente no importa si estoy lista o no. Que no me da la gana de sentirme mercancía de piso, aunque no tan en el fondo lo soy. Que hace tiempo dejé de ser presentable, quizás nunca lo fui. Que trato a mis perros como gente y ellos hacen lo mismo a cambio. Que de vez en cuando, (lo confieso) me cubro y me voy sola a la Iglesia y me siento totalmente perdida durante una hora entera, así que rezo en mi mente como me enseñaron. No sé cómo se escribe que me basta con que me hagan reír, no sé si se debe escribir que ando sin prisa pero ando, que tal vez no tengo intenciones específicas pero las tengo. Quizás me creo que escribirlo lo vuelve real y tengo problemas con creerme que me siento feliz. No tengo todo lo que quiero ni tan poco todo lo que me merezco pero tengo. Tengo tantas cosas, tanta gente, tantas palabras, tantos papeles llenos de frases que vuelan por toda mi casa. Que estoy conciente que perdí, tengo un inventario de lo perdido. Pero tengo una amiga contable y estoy segura de que si me saca las cuentas me escribe un positivo en la frente. No me sé las reglas del juego, pero estoy jugando. Torpemente porque no tengo coordinación, ni coherencia, no tengo diplomacia y mucho menos cartas de recomendación. No sé esperar, no sé callarme, y siempre siempre digo más de lo que debo, para algo me pusieron una boca de semejante tamaño. Las quiebras económicas en algún momento casi se borran y todas las demás también. Tal vez mi crédito se ha renovado, quizás mis porcientos suben como quien no quiere la cosa y yo prefiero no decirlo mucho para no salarme. El año se encariña conmigo poco a poco. Así que intento escribir una lista de palabras felices y parece una lista de compras: papaya, chocolate, almendras, caramelo, beso, películas, fresa, queso, música, espuma, risa y de nuevo cerveza.



Versión Temporal

Una versión de mí medio jodida,
tengo el alma cinta negra
en defensa personal.
Tengo las manos bastante egoístas,
la mente peliculera,
los pies siempre listos para correr,
los sueños en vela
las ganas desveladas
desvelándome.
Tengo un hambre vieja
y un apetito nuevo,
la misma fobia a la espera
pero ahora consolidada.
El tirijala me produce
en vez de cosquillas,
ansiedad
y siempre me ando cayendo
con esa cosquilla abismal
con ese frío en los pulmones
con ese calentón en la parte de atrás
de la nuca
de la columna
de las nalgas
del talón
Agujeándome la caja del pecho,
revolcándome el barrunto
con la cadera desengrasada
y la clavícula quejosa
y me sumerjo en la grandeza
me hundo en la blancura,
Todo es tan nuevo para mí
y sin embargo
sigo siendo esta versión
medio jodida de mí.

de monos, manos y patas

He aprendido con el tiempo a escoger mis batallas. Creo que es un gran triunfo para alguien de mi edad. He intentado reducir mi capacidad de conmoverme a cosas en las que es irreprimible dicha reacción. He dejado de pelearme con el mundo y de adoptar cada causa sin miramientos. Hoy leyendo el periódico, (cosa trágica para todo lo anterior) no pude evitar leer un artículo llamado Sacrificio Masivo de Monos. Mientras lo leía me chupaba el pulgar izquierdo de la mano, cosa que aparentemente también hacen los monos patas.

Quisiera decir que fue la palabra sacrificio que automáticamente trae imágenes de Cuaresma a mi cerebro formado católicamente lo que me hizo leerlo o la palabra masiva que tiene tanto de exceso que me hala la atención por los pelos, pero realmente fueron los monos. Y me da exactamente lo mismo que la gente piense que es increíble que me ofenda más una noticia como esta, que los veintipico de muertos humanos que llevamos en una semana de año. Como dirían los españoles, pues va a ser que sí.

Según lo poco que conozco y en mi muy superficial investigación descubrí que estos monos en particular, se les llaman los monos pata, son los primates más rápidos. Viven en familias y se desplazan buscando vegetales que es con lo que se mantienen vivos. Cuando anochece se trepan a los árboles y ahí duermen.

No son (obviamente) animales autóctonos. Este no es su hábitat. No compraron tampoco un pasaje para venir a visitarnos. Intentaré no decir nombres para evitar protagonismos, pero en este artículo nos cuentan cómo las personas a cargo de las agencias gubernamentales que se dedican a atender los asuntos llamados Recursos Naturales y Ambientales, Control de Primates, Centro de Primates del Caribe e inclusive activistas hacen comentarios que me han roto por completo el apetito y eso de por sí es difícil. (que conste que mi diatriba no es contra el periodista, que si no es por él ni me entero, eh)

Estos aproximadamente 800 (ochocientos) primates [según la RAE: mamíferos de superior organización, con extremidades terminadas en cinco dedos provistos de uñas] cualquier parecido es pura coincidencia burocrática, fueron “sacrificados de forma humanitaria”. Sí, me encantan los eufemismos y el oxímoron que se vuelve contra sentido, es algo así como friendly fire. Estos monitos fueron eutanizados con inyección letal, valga clarificar que el animal no sufre. Poético.
Lo que me aterra es que la decisión respondió a que “no los quieren, no tienen ninguna utilidad”. En este pasillo del Caribe como una amiga genial siempre dice, hay demasiadas cosas sin ninguna utilidad. Lo peor de todo son los inútiles que definen la falta de utilidad de las cosas, de los procesos, de las agencias, de los empleados, de las cosas que respiran. No me extraña, ¿no recuerdan cuando agarraron a todos los vagabundos de cierta ciudad y los soltaron en otro pueblo, porque afeaban los alrededores? Cualquier cosa podría pasar, si alguno de esos que tienen esas plumas mágicas que firman mandatos urgentes decidiera que deberíamos darle muerte humanitaria a lo que no nos sirve, a lo que afea, a lo que cuesta.

Este proyecto de control de monos, consiste en atrapes masivos, y esto durará al menos dos años. Ya recibimos un comunicado de prensa que tildaba de “muy exitoso” el proyecto, increíble que tanta insolencia quepa en un sitio tan pequeño. Luego otro prócer declaró que “no es simpático sacrificar un animal, pero hay que poner las cosas en una balanza”. Amén. Se me eriza la piel, al leer tanta humanidad en menos de mil palabras. Después de todo eso es lo que nos caracteriza, el balance, la planificación, la humanidad y sobre todo las soluciones humanitarias ¿o debería decir simpáticas?

Esos monitos de caras bastantes –homo- después de todo son unos bandidos, han hecho fiesta con las calabazas y melones del suroeste de la isla. Como si eso fuera poco, no se ha podido conseguir una utilidad monetaria, no son muy mercadeables, no hay un nicho económico que los necesite aparentemente, presumo que de esta premisa partieron para el laboratorio de producción de monos que quieren hacer en el Pueblo de los Brujos. De todas formas todo esto lo despachamos con un “fue un mal necesario”, “such is life”, de verdad que para hacer camisetas y bumper stickers lo que hay que hacer es leer el periódico a diario, nuestros líderes y funcionarios son una fuente inagotable de conocimiento y cultura. Un mal necesario, no entiendo por qué mi mente me hace un fotomontaje de políticos.

En una cita que espero (en lo poco que me queda de inocente y esperanzado corazón) haya sido totalmente sacada de contexto dice: “cuando un animal no tiene que morir y se le practica la eutanasia, no es maltrato porque no se hace adrede. Esa práctica está regulada”. Claro, cuando es asesinato, no es maltrato. Si es homicidio, no es agresión. Los atrapamos y los matamos sin querer queriendo, la aguja le cayó en el corazón. Gracias a Dios que vivimos en un país donde la Constitución protege la vida, prohibida la pena de muerte y prohibida la muerte piadosa, prohibida y punible por demás. Después de todo, los animales no tienen alma ¿verdad?, no recuerdo cuál era la versión oficial.


Para terminar de revolcarme la bilis, me dicen que es lo mismo que pasa con los perros y los gatos. Señores, si como seres humanos no nos podemos identificar con un mamífero que tiene todos sus deditos, con uñas incluidas y que vive en familias y agarra las cosas con sus manos, cómo podemos esperar empatía hacia seres o cosas que aunque respiran y expresan alegría, andan en cuatro patas, ¡el reino del absurdo! Ni hablar de peces que no miran a uno a los ojos, o pájaros que en vez de pelo tienen plumas, uy.

Sí, soy fanática y no, no hago suficiente, pero me asquea, me indigna, porque no nos sale la compasión, sí se nos da muy bien el “ay bendito” ése tan hueco, tan lleno de bobería, pero no la compasión real. Sí, somos expertos en la simpatía, digna de Hallmark, pero la empatía es una cosa amorfa, intangible, inimaginable para nosotros. No nos duelen los números, en el fondo nuestras retinas le pasan por encima a los números, a menos que nos hinque donde es, si el muerto vivía en la urbanización donde creciste, si tienes un sobrino que estaba en la base militar donde pasó, si la nena tenía la edad de tu hija, si transitas dicha avenida todos los días, si tienes un tío que terminó en la calle, si sospechas que tu madrina murió de esa enfermedad… Pero, ¿los monos? Los monos portan enfermedades, como las palomas, las garrapatas y los humanos.

Un viernes lluvioso como hoy no puedo dejar de pensar en comerme una sopa de calabaza y encaramarme a un árbol.


2010

Amanecí hoy con un llantén que no se me quita. No es una lloriquera mala. Es como si tuviese el pecho tan lleno que se tiene que desbordar por algún lado y la salida más próxima fueron los ojos. Tal vez tenga que ver con que el día está lluvioso y quizás se me pegó de alguien con quien viví alguna vez que el clima le manipulaba el ánimo. La cosa es que tengo los ojos liqueando desde que los abrí, continuaron así mientras paseaba a mis perros, me desvié por completo para comprar café porque casi nadie trabaja hoy e intenté todas las tácticas que me sé de memoria para detener el llanto y nada. Creo que se me rompieron los lagrimales.

Una vez hace algunos años los ojos me lloraron y me lloraron, pero no sentía nada en el pecho. Me mandaron a irme al hospital, pensando que tenía conjuntivitis. Nada que ver, tenía bronquitis combinada como con cuatro cosas más que también terminaban en itis. El doctor me explicó que era inexplicable cómo yo estaba de pie y sin quejarme. Le pregunté qué tenía que ver que tuviese los pulmones a punto de estallar con que mis ojos lloraran. Me dijo que era mi cuerpo avisándome que algo andaba mal. Diciéndome que me detuviera porque no me estaba dando cuenta del dolor que sentía. Me dijo que las mujeres tenemos una tendencia a resistir cantidades absurdas de dolor y por lo regular cuando nos quejamos es porque llevamos tiempo aguantándolo.
Tal vez es mi pecho de nuevo. Pero no el pulmonar, sino el que está debajo de eso. Es que no lo he dejado expresarse. Al pobre le duele, le duele desde enero. Lleva 12 meses aguantando y no sé si el llanto es sencillamente un merecido alivio. Como cuando la gente acaba los maratones y se derrumban cuando pasan la meta. Parece que se me acabó el aliento prematuramente, unas cuantas horas antes de la meta. Y la meta obviamente era sobrevivir este año.

Voy a ser positiva. Bueno, voy a intentarlo por el tiempo que me tome y lo que me dure el aliento para escribir esta entrada. Quiero establecer como preámbulo de conocimiento general que este ha sido el peor año de mi vida. Probablemente eso dije el año pasado (si buscan la entrada de esta misma fecha hace doce meses verán que sí) pero lo del 2009 no tiene nombre. Voy a permitirme una gringada (o dos) y voy a esforzarme por “count my blessings” a ver si eso sienta la pauta para un año espectacular.

En el 2009 aprendí lo que siempre he sabido pero lo entendí a cabalidad. Dicen que el que busca encuentra. Yo siempre digo que sólo se encuentra si lo que uno está buscando existe. Primera premisa de la cual partí. Lo que sí aprendí es que no se debe preguntar lo que no se quiere saber y que no se debe buscar lo que uno no está preparado para encontrar, porque el descubrimiento puede ser fatídico y para mí lo fue. (ya se fue al carajo el positivismo y llevo tan sólo un par de párrafos)

En este año descubrí que no estoy loca. Que lo que me habían diagnosticado (no profesionalmente) eran teorías fundadas. No me hago películas, las intuyo. No atraigo malos augurios, los presiento. Tengo una intuición maleducada, pero la tengo, es cuestión de academizarla. Tengo desde la mañana un sentimiento bonito, lloro pero sonriéndome. Lloro con ganas de llamar a todos los contactos de mi celular y decirles gracias. Lloro con ganas de escribirle un mensaje a cada una de las personas que me han sostenido. Lloro porque inexplicablemente me siento profundamente agradecida de este año pesadillezco.

En este año tuve 9 ó 10 periodos en vez de 12 ó 13 y eso como mujer se agradece. En este año llegaron Milán y Tokio a mi vida, como música de fondo, como compañía, como el movimiento que hace falta en cualquier casa semi vacía. En este año le perdí el miedo a la mayor parte de mis fobias, ¿cómo? Sencillo, me acompañaron en el desayuno, almuerzo y comida y también a mitad de noche, hasta que me acostumbré a su presencia. En este año mis amigas han sido hadas mágicas, de todos los colores, todos los humores, y todas las formas posibles. Me han literalmente cargado.

Este año me regaló un vidente que me vio (valga la redundancia) como si fuese transparente, como si yo pensara en voz alta, como si no hubiesen secretos posibles de esconder. Este año me trajo unos fantasmas viejos, que todavía existen, que me desconocen ya, pero que me hicieron sonreír por el tiempo necesario. Este año me llevó a New York y en dos semanas se me abrieron los ojos, el cerebro y la imaginación.

En este año salvé mi mente. Salvé mi claridad, mi cerebro, mi humor. Salvé una luz que la gente que me quiere ve, dicen que es como si saliera del centro de mi garganta y que últimamente se conformaba con titilar. En este año mi corazón aprendió la taquicardia, las palpitaciones, las punzadas, y siempre agradezco las nuevas sensaciones. Este año aprendí a coserme, a remendarme a punzadas, a usar lo que estuviese a la mano para repararme: imperdibles, agujas, pega de uñas, de pestañas, cinta adhesiva, papel, macilla, lo que fuera. Me lo pasé a tientas tocando los bordes y las paredes y tratando de no romperme las espinillas con las esquinas, algunas de las cuales siempre estuvieron ahí. Tropecé como una ciega, una y otra vez, con todas las luces prendidas y lo peor de todo sin que nadie me moviera las cosas de lugar.

En este año me entendí. Me capté en serio. Y por eso, no tengo resoluciones. No las cumplo. Hago casi todo lo que me pidan, pero me niego a lo que se me impone. Lección número uno. Peso diez libras más y en el fondo ni me preocupa. Se irán cuando sienta que se tienen que ir. Por ahora las acomodo como puedo. En el 2010 seré esto que soy, me explico… Soy sagitario hasta la médula menos en aquello de los deportes y los exteriores. Soy regona, caótica y escandalosa. Mi risa es estruendosa y no la pienso moderar. Ando en tacos o descalza, no se me dan bien los puntos medios. No me gusta la gente neutral, me aburren. Como, bebo y hablo como hombre, aunque tenga una estructura ósea diminuta y dimensiones innegablemente femeninas. Soy honesta sin remedio, no sé mentir, no sé disimular y si no me delata la boca me delatan los ojos. No sé hacer las cosas a medias, no tengo un nivel medio de intensidad. Maquinaria sencilla: potencia máxima o apagada. No puedo planificarme con demasiada anticipación en el fondo porque detesto que me cambien los planes y si algo me hace ilusión y se me cancela lo sufro, así que evito de antemano esa última sensación. Cumplo mis promesas, hasta el borde de mis capacidades. Necesito salir de este país que amo y odio diariamente, al menos dos veces al año por el bien de mi salud mental y de los que me rodean.

Al 2010 le voy a pedir: que me borre por completo el terror que le tengo a que me dejen caer. El miedo que me han dejado a que algo o alguien me produzca cosquillas. Quiero tener el control total de mi peso, no corporal, de Mi Peso. Quiero verdades enteras, detalladas, descriptivas, brillantes, pero verdades nada más. Quiero fiestas y más fiestas. Quiero celebración tras celebración, quiero que no se me olvide el agradecimiento aprendido a batazos. Quiero abrazos, muchos abrazos, besos largos y vulgares, quiero bailar, viajar y reírme hasta que me duela intensamente la clavícula. Mi madre nos decía cuando nos reíamos mucho a mi hermano y a mí, ríanse mucho que después van a llorar. Cuando me siento bien feliz, me da miedo. Quiero estar absurdamente asustada durante los próximos 365 días, quiero no creerme el nivel extático de felicidad en el que vivo. Quiero que me miren como si me saliera luz no de la garganta, sino de todos lados. Quiero que me quieran de todas las formas posibles. Quiero que la gente se sienta suertuda porque soy parte de sus vidas. Quiero que en algún momento alguien me mire por las mañanas y dé las gracias, a aquello en lo que crea, lo que sea.

Quiero no poder ni deletrear la palabra escasez. Quiero ver cosas nuevas, lugares nuevos, y también, por qué no quiero docenas de zapatos nuevos. Quiero salud. Soy oficialmente una adulta porque pido salud, para mí, los míos y los tuyos. Quiero poder devolverle a mis amig@s al menos una porción de lo que me han dado. Quiero comidas sabrosas, borracheras de las lindas, escritos cursis, libros que me vuelen la cabeza, películas que me vea obligada a comprar para ver de nuevo una escena memorable, quiero buenas notas, profesores que me inspiren, dinero inesperado, polvos mágicos, clausuras necesarias. Quiero doce periodos completos. Quiero relevo de deudas. Quiero regalos. Quiero que mi familia tenga paz, de la real, de la profunda, de la que te hace dormir casi diez horas y cantar en la ducha. Quiero tener miles de motivos para dar gracias, quiero tener suficiente para repartir sin que me falte. Quiero cantar todas las mañanas y todas las noches. Quiero querer mirarme en los espejos. Quiero enamorarme de mí. Quiero comprar pasajes y regalármelos porque me los merezco. Quiero que un día como hoy, de aquí a un año se me desborden los ojos porque no puedo creer que se acabe, porque tenga la sensación de que el año fue insuperable. Que tenga que arrodillarme a las doce a decir gracias.
No quiero ver el vaso ni medio vacío ni medio lleno, lo quiero como mis ojos llevan las últimas cinco horas, lo quiero desbordado.

H.O.M.B.R.E.S.



Hay hombres que te dicen que tus pies son tan feos que son bonitos. Hombres que te dejan pan sobao’ y el periódico los domingos en el balcón porque saben que es el único día que te gusta tener el periódico físicamente en las manos. Hay hombres que calientan las sábanas en la secadora solamente porque a ti te parece una de las mejores sensaciones gratis en el universo. Hay hombres que le quitan la regadera a la ducha por el mero hecho de que te encanta que el chorro de agua salga a sus anchas doliéndote un poco mientras te bañas. Hay hombres que te preguntan si tienes compra en la nevera. Hombres que te dicen que si les gustabas con quince libras menos, imagínate ahora que tienes más de todo. Hay hombres que te hacen un mapa de las avenidas principales en una servilleta para que no te pierdas en el área metro donde naciste y has guiado desde los 16. Hay hombres que cuando despiertas te están mirando dormir. Hay hombres que se quedan despiertos en la cama sin moverse porque saben que te despiertas a la menor provocación. Hay hombres que te ayudan a pasear a tus perros, hombres que te enjabonan la espalda, hombres que le ponen pasta a tu cepillo de dientes. Hay hombres que entran a tu blog religiosamente, semanalmente con la esperanza de que haya algo que aún no hayan leído. Hay hombres que te llevan a comer mantecado cuando otro hombre te ha hecho sentir que lo único que vale la pena en el mundo es comerse algo que te haga olvidar por un par de minutos que el dolor existe. Hay hombres que a la media noche salen a combatir los grillos que hacen escándalo frente a tu ventana. Hay hombres que te compran blackouts que cuestan seis dólares cuando te sientes derrotada porque algún día te escucharon decir que el blackout sabía a triunfo. Hay hombres que se roban las mejores copas de donde trabajan porque detestas el sabor del vino en un vaso plástico. Hay hombres que te llenan de música. Hay hombres que te dicen que tus senos son perfectos porque le caben en su boca. Hay hombres que logran convencerte que no hay mejor desnudo que cierto ángulo de tu vientre. Hay hombres que te transcriben la canción “mi mujer” porque es donde único soportas esas dos palabras juntas. Hay hombres que hacen una fila contigo por más de cuatro horas hasta debajo de la lluvia, con sombrilla y silla de playa, para comprar taquillas a un concierto que ni les interesa. Hay hombres que te juran por la madre que los parió que te ves mil veces mejor que Eva Longoria. Hay hombres que te dicen que vas a ser buena mamá porque siempre tienes la falda caliente. Hay hombres que te dicen que no hay forma de prestarte atención mientras hablas porque tu boca está pidiendo siempre que la besen. Hay hombres que te dicen que tú los pervertiste. Hay hombres que te piden que los perviertas. Hay hombres que te dicen que no te imaginas las veces que se tocaron pensando en ti diciendo su nombre. Hay hombres que le hacen corazones y mariposas a la espuma de tu café. Hay hombres que saben que pides los capuchinos dobles, con leche dos porciento, un sobre de azúcar morena, crema batida y canela. Hay hombres que todos los días te esperan en un café. Hay hombres que se dejan arañar, morder y hasta despeinar… sí, los hay. Hay hombres que te sacan a bailar aunque no sepan bailar y otros que te sacan a bailar aunque les caiga Troya después. Hay hombres que regatean en los mercadillos para conseguirte unas pantallas de turquesa y aguamarina de las que te enamoraste. Hay hombres que usan el segundo nombre que tú les pusiste para regañarlos. Hay hombres que te dicen que qué pena que seas su hermana porque pareces artista de cine. Hay hombres que te regalan cuanta cosa digas que te gusta aunque estén en su casa y no les pertenezcan. Hombres que pelan las almendras con un martillo para que te las comas frescas. Hay hombres que beben vodka cuando están contigo porque detestas el sabor a whiskey en la boca. Hay hombres que te dicen mi santa, flaca, princesa, chiquilla, chula, belleza tropical, edamame, revoluidi, boronía, caviar del cairo, bombón de mantequilla y entienden perfectamente que odies que te digan muñeca por alguna razón que ni te explicas. Hay hombres que te prestan mil quinientos dólares para la opción de una casa. Hay hombres que te regalan la colección de discos de Sinatra. Hay hombres que cada vez que te ven te cantan “La Bikina”. Hay hombres que te dicen que te ves bonita así, pero te ves mejor desnuda y sin maquillaje. Hay hombres que te piden que te les trepes encima, aunque no les hagas nada. Hay hombres que te masajean el cuerpo entero durante 85 minutos. Hay hombres que te llevan hasta Mayagüez para cumplirte un capricho. Hombres que ven obras de teatro insufribles sólo por acompañarte. Hay hombres que te dicen que tu brillantez es musical. Hay hombres que te acompañan a las citas médicas. Hay hombres que te quitan la ropa empezando por los zapatos y terminando por las pantallas. Hay hombres que te citan oraciones enteras que tú escribiste. Hay hombres que te dejan encerrarte en su oficina a estudiar. Hay hombres que te pagan talleres de cine. Hay hombres que se sientan con la boca abierta a verte bailar. Hay hombres que te hacen reír hasta que te duela la clavícula. Hay hombres que te dicen que cuando sientan miedo de caerse se agarrarán de tu clavícula que es perfecta para eso entre otras cosas. Hay hombres que te hacen ver colores y escuchar melodías cuando terminas.
Hay hombres así, no son leyendas urbanas, ni fábulas de niños, ni teorías de humor-tivación. Suelen estar en diferentes cuerpos, en diferentes épocas. Los he tenido de padres, de ex novios, de abuelos, de amantes, de hermanos, de esposos, de masajistas, de cyber jevos, de baristas, de jefes, de compañeros de trabajo, de primos, de lectores.
Un jueves como hoy, necesitaba recordarme que hay hombres así.

margen de error*

todo se reduce a números.
todo se reduce a divisiones.
todo se convierte en un cálculo monetario.
todo definido en un error matemático.
un error de esos
donde los dígitos no caben en la pantalla.
un error de esos químicos,
parecidos a los desajustes hormonales.
todo cabe en oraciones cortas.
nada necesita mayúsculas.
nada necesita signos de exclamación.
todo envuelto en puntos suspensivos...
todo agarrado de un signo de pregunta.
un signo gigante e infinito.
un signo de donde cuelga
el amor que te tengo.
un signo como un garfio
atravesándome el ombligo.
un signo como un anzuelo
entremedio de mis costillas.
vivo en un paréntesis,
donde me encerraste hace unos cuantos meses
quizás hace unos cuantos años
es que en los paréntesis no hay medidores de tiempo
no hay relojes de arena
de esos que me colgabas en el cuello
cuando prometías esperarme
cuando me creía que tu espera sería gratuita
vivo en un paréntesis,
en una profunda coma,
de esas que tanto detesto,
porque no tengo pausas en la mente
no tengo pausas en el vértice,
vivo en un paréntesis
que no tiene nada de explicativo
hoy escuché tu voz
y esta vez no tenía eco
esta vez no retumbaba
tenía un tono de olvido
tenía un dejo de engaño
de engañarnos, de mentirnos
de hacernos los que no sabemos
los que no se acuerdan
que una vez las voces llenaban el espacio
atravesaban el mundo
cada uno en un océano distinto
y era suficiente
hoy hablamos de cuentas y de muebles
hoy hablamos de divorcio y de sartenes
hoy hablamos de los perros y el cable
hoy hablamos de gastos y tragedias
hoy hablamos de vajillas e hipotecas
hoy lloré y me dio vergüenza
de esas de encuentros extraños
de esas de amantes con una equis al frente
hoy lloré y me dio tristeza
porque me he gastado en ti la memoria
todo un inventario de tus lunares
siempre es feo llorar frente a alguien
que se conoce tu cuerpo desnudo
siempre es feo llorar lejos de alguien
que te autografió las entrañas
y te sacó del mundo.
hoy entré a aquella casa
esa casa perfectamente limpia
entré y te dejé un cheque
miré la casa vacía,
miserablemente reluciente
con una nota flaca
que decía se te extraña
y yo sintiéndome extraña
en este cuerpo desconocido
esta extraña sedienta
esta extraña con frío
esta extraña sin agenda
esta extraña caótica
esta extraña con un hambre masculina
esta extraña que amaste un día
esta extraña que miró la casa
cuarenta y siete veces
antes de dejarla de nuevo vacía
el mismo número de días
que lleva este cuerpo cerrado
con corriente en las perillas
soy buena con los números
aunque los detesto
y uso calculadoras solares
porque sospecho del resto
no quiero escucharte distante
no quiero leerte extrañarme
no soy capaz de dividir
la casa limpia entre tantos
tengo un dolor multiplicante
un vacío recalcitrante
detesto tener que medirte
no existen teoremas equivalentes
no hay espacios equidistantes
no hay opciones congruentes
necesito con urgencia restarte
tienes que dejar de exponenciarte

Gracias Tardías

Me negaba rotundamente a escribir una oración clichosa de acción de gracias. Pero mi familia poco a poco se ha ido achicando contrario a años anteriores y soy la oradora designada por “default”. Además ayer fue mi cumpleaños y hoy amanecí hormonal, así que aquí va.

Doy gracias ante todo porque de alguna milagrosa manera he logrado levantarme todas las mañanas de este año. He logrado encontrar una razón o muchas razones en distintas ocasiones para coger este cuerpecito mío y levantarlo, (debo confesar que algunos días logré arrastrarlo) salir de la cama e intentar sobrevivir un día más.

Doy gracias porque soy mucho más fuerte de lo que jamás creí ser y que se joda voy a ser un poco arrogante y me voy a alabar un poco porque me lo merezco.
Me han tirado con todo, y estoy viva. Respiro, me levanto, me maquillo, canto mientras me baño, sonrío todos los días, abrazo, escribo, trabajo, estudio, duermo y respiro otra vez. Creo en la gente y sí, creo en el amor, y doy gracias por todas las personas nuevas que han llegado a mi vida, doy gracias por las personas viejas que nunca se han ido muy lejos, doy gracias por las personas no tan nuevas que se pasean de vez en cuando por aquí y doy gracias también por los que ya no están conmigo. Doy gracias por los seres que me amaron y aquellos que dejaron de amarme. Por aquellos que me han hecho reír a carcajadas y aquellos que me han hecho llorar hasta el ahogo (que muchas veces han sido los mismos). Doy gracias por todo lo que me han enseñado de la vida y de mí misma. Doy gracias porque rocé el milagro de ser mamá y me cambió la vida para siempre. Doy gracias por Amelie, porque la amé y la amo y la mento a cada rato, porque la extraño y eso me enseña que soy capaz de amar de maneras nobles, de maneras largas, de maneras dolorosas, pero de maneras grandes. Doy gracias por el dolor que siento algunas noches, porque me daba mucho miedo perder la capacidad de dolerme y todavía la tengo. Doy gracias por las corrientes me que recorren el cuerpo, porque todavía soy quien era y sigo siendo un signo de fuego. Doy gracias por el niño de mi vida que ha sido y es mi mayor maestro, porque creo que nadie nunca me ha amado de una forma tan honesta como esa. Doy gracias por mi familia, por mis padres que engavetan sus problemas para cargar con los míos, por añorarme, consentirme, llorar conmigo, reír conmigo, por llamarme todos los días, por soportar mis cambios radicales de humor, mis perretas, mis llantenes, mis locuras, mis buenas y malas decisiones. Doy gracias por mis amigas, por su diversidad, porque algunas me hornean bizcochos, otras me hacen arreglos de flores, otras me escriben entradas de blog, otras me envían repasos de derecho, otras me defienden a capa y espada, otras me hacen reír, otras me llevan a bailar, otras me alimentan, otras me llevan a la playa y otras se comunican conmigo desde el otro lado de los océanos, doy gracias porque están ahí y han estado para mí mucho más d e lo que yo he estado para ellas. Porque han sabido decir la palabra correcta o el abrazo necesario o la mala palabra urgente o sencillamente me han tocado el pelo mientras lloro o han prestado la oreja sin censurar mis herejías. Doy gracias por mi hermano porque es un hombre hermoso en toda la extensión de la palabra. Doy gracias por mi trabajo por todo lo que he aprendido, porque tengo gente que me enseña, doy gracias por mi jefe porque aunque a veces no la comparta no deja de sorprenderme su visión del mundo.
Agradezco esta nueva oportunidad que la vida le ha dado a mi familia aunque haya venido disfrazada de tragedia, como dice una canción de Bebe “pero mi casa se vuelve a construir aunque los tornados la destrocen”. Doy gracias por la música que llena mi casa. Por la paz que me habita. Por todos los placeres que he tenido la dicha de experimentar. Por la buena comida, los buenos vinos, las buenas letras. Porque he llegado al segundo año de derecho Dios sabrá cómo.
Doy profundas gracias por Milán y Tokio mis alegrías cotidianas, mis enojos intermitentes, mi cardiovascular dos veces al día, los ojos que se alegran de verme, los ojos que se entristecen cuando lloro, que se confunden cuando bailo. Los cuatro ojos que me saludan cada mañana.

Agradezco mi salud, mi corazón que de vez en cuando se acelera demás y de vez en cuando me acuchilla, mi cerebro que funciona, que es elástico y abierto, por mis ojos miopes que graban caras y ayudan a mi cerebro gimnasta a crear historias, por estas manos que saben acariciar según dicen, por este ombligo que me centra y me empuja hacia delante, por mi boca grande que logra cosas, y mis brazos fuertes que abrazan sin piedad.

Doy gracias por lo que soy, por lo que fui y por lo que seré. Porque existo. Por este cuarto de siglo. Por las oportunidades, por los triunfos y las pérdidas. Doy gracias a Dios porque existe y porque de alguna misteriosa manera sigo creyendo en muchas cosas, cosas grandes cosas pequeñas cosas ciertas y otras dudosas.
Gracias.